Por Violeta Atadía.
El artista nos lleva la delantera, decía Freud. Él, sin saberlo sabe acerca del saber no sabido del inconsciente y así, a través de sus producciones, nos permite leer, nos muestra o nos da a ver aspectos que hacen a la estructura. En este caso, La película que hoy recomendamos, es útil para pensar la función del nombre del padre.
Se trata de un notable ejercicio de estilo del inglés Steven Knight. Un experimento del que sale airoso. Durante poco más de 80 minutos, expuestos en tiempo real, veremos a un tipo metido en un BMW manteniendo conversaciones por un manos libres y, también, con el fantasma de su padre. Un fantasma que, a diferencia del de el padre de Hamlet, no se presenta al modo de un espectro, sino a través de una ausencia, que el personaje mira por el espejo retrovisor. Una ausencia demasiado presente.
Es una producción de muy bajo presupuesto, ensayada y rodada en menos de dos semanas. Filmada en orden cronológico. La producción y los actores solo se tomaban tiempos muertos para cambiar las tarjetas de memoria de las cámaras. El BMW estaba montado sobre un camión la mayor parte del tiempo, mientras se circulaba por la autopista. Los actores que interactúan por teléfono con Hardy estaban en un hotel escuchando su voz.
Es una peli difícil de clasificar, puede encuadrarse en la familia de obras como “Buried” o “Última Llamada”, pero mientras estos son thrillers de suspenso y tensión, aquí lo que predomina es el drama, la reflexión moral, la densidad existencial. Es una arriesgada obra donde el director y guionista lo porfían todo a la fuerza e intensidad de la historia.
Lo que le acontece al personaje transcurre en dos tramas que se cruzan y alimentan una de otra; una es metáfora de la otra. Ambas nos cuentan que para forjar una vida estable son necesarios cimientos sólidos, si un elemento comporta una falla el edificio/estabilidad se resquebraja y puede derruirse.
El angosto entorno en que se mueve el protagonista es utilizado como alegoría de su estado, a cómo se encuentra atrapado en una situación de complicada salida.
Es una historia que nos habla de los errores fatales, del amor, del deber, del orgullo de un trabajo bien hecho, de la frustración, de la infidelidad, de la culpa, de la responsabilidad, de la angustia y, sobre todo, de un padre y sus hijos. Tanto que podría decirse que la enunciación que el personaje grita, aunque nunca articula, es: Seré el padre que no tuve. Quizá por esto es que su apellido, Locke, nombra la película.