Crítica de un psicoanalista a otros psicoanalistas. Homosexualidad y estigmatización. Por Claude Ravant.*

Claude Rabant, con la lucidez y la originalidad que lo caracterizan, hace una crítica al fantasma de la abolición de la diferencia sexual, cuyo monopolio estaría en manos de los llamados homosexuales. Un fantasma que abunda en la sociedad justificado tras los argumentos de la salud mental. Un fantasma que sostienen, fecundan y aplican, con más o menos graves consecuencias, también, ciertos analistas.
Se trata de un artículo que a través de sus argumentos colabora en nuestra necesaria toma de posición acerca del tema.
Juan Picón, edición.

Por supuesto, hay sexos, dos o más, según;(2) hay hombres y mujeres, nadie puede negar esta dualidad morfológicamente constitutiva de la especie humana que la separa en dos “mitades”, así como no es posible negar la claridad del día y la oscuridad de la noche, a pesar de las transiciones que pueden confundirlas. Como lo evocaba D. H. Lawrence con su estilo realmente lírico: “La división de los sexos es uno de los tres misterios sagrados de China. Desde el punto de vista vital, es una división de pura alteridad, de puro dualismo. Es uno de los primeros misterios de la creación”.(3) Pero como se constata, este hecho puro es tomado de entrada en los mitos de la creación, en relatos y discursos que le dan un sentido, un valor, una efectividad que se intrinca de modo complejo con las prácticas concretas de la sexualidad en la vida de las sociedades humanas. ¡Construcciones de todo tipo sostienen y producen nuestra visión y nuestra concepción de la dualidad sexual! 

Una vez planteado este hecho natural y evidente que ha permitido a la humanidad sobrevivir y evolucionar hasta aquí, la cuestión, efectivamente, es de saber qué significaciones toma para el ser humano, de qué manera se producen esas  significaciones y cuáles son las consecuencias para la vida sexual concreta de los individuos y para las prácticas sociales que han sido inventadas al respecto en el curso de la historia. Este hecho puro no dice nada en sí, fuera del inmenso edificio de discursos y prácticas convenientemente levantado. La división de sexos, vista a través del inconmensurable conjunto de pensamientos, de relatos, de experiencias individuales y de hechos sociales que ha suscitado, parece un “misterio sagrado”. Es el hogar virtual de un “hecho social total”.
Se pueden ver las cosas, entonces, de un modo más global: en la experiencia de la sexualidad humana hay diferencias y géneros múltiples —masculinos y femeninos— definidos según criterios variados, conductas y prácticas sexuales diversificadas casi al infinito; en síntesis, diferenciaciones complejas y sutiles en una polisexualidad sometida, según el tiempo y los lugares, a una variedad de normas ellas mismas más o menos coaccionantes y más o menos necesarias. Es menester tomar en cuenta, en efecto, no solamente las normas explícitas inscritas en las reglas y las leyes, en las relaciones de parentesco principalmente, sino también todo un estrato oculto de normas implícitas, de reglas no dichas y de evidencias oscuras que se inscriben en las mentalidades y dirigen inconscientemente las conductas hasta en sus detalles.
Haciendo saltar de un golpe el soporte de esta rígida normatividad, Freud propuso pensar la sexualidad humana en su conjunto a partir de la sexualidad infantil.(4) En esta perspectiva, la sexualidad humana adquiere una dimensión universal que no revela estructuras a priori, ni jerarquizaciones normativas, sino una plasticidad susceptible de incluir todas las formas de experiencias por medio de las cuales los seres humanos se confrontan con la sexualidad y la dualidad de los sexos. Un «polimorfismo” originario decía Freud, para gran escándalo de los bien pensantes de todo tipo, en el que los acontecimientos y las elecciones inconscientes presiden la vida sexual de cada uno. Lo que caracteriza las pulsiones sexuales, dirá aún, es su inmensa plasticidad, su capacidad para cambiar de objeto y sustituirse unas a otras, no solamente de encontrar su satisfacción de todas las maneras posibles, sino de sublimarse, es decir, en cierto modo, desmaterializarse y desexualizarse creando nuevos objetos. El cuerpo sexuado es así el lugar de potencialidades siempre nuevas, un ombligo de deseos perpetuamente abierto sobre lo desconocido. Un gran remiendo cuyos destinos se deciden por caminos complejos y grandemente aleatorios. Una gran historia con entradas múltiples, donde el goce y el amor no cesan de confrontarse. ¡Desde este punto de vista, el psicoanálisis no nació bien pensante! Por lo que respecta a la sexualidad, es un enigma, un “gran enigma” según la expresión de Freud, del cual, los hombres y las mujeres reciben cada uno un trozo, una parte a resolver como puedan. El goce que cada uno más desea obtener de su vida sexual es, para decirlo en breve, precisamente lo que su propio sexo ordinariamente le rehúsa por efecto de toda suerte de inhibiciones y represiones. Es el no-ser que la división misma de los sexos le hace espejear en el goce del Otro, bajo la forma de lo que no tiene y que reprime como siendo, sin embargo, suyo (la virilidad o la feminidad del otro, por ejemplo). “Como se advierte por lo dicho, lo que en ambos casos [hombre y mujer ] cae bajo la represión es lo propio del sexo contrario […] y despliega, a partir de esta represión, sus efectos perturbadores”.(5) De ahí una combinación casi infinita que se inventa para atrapar este no-ser y hacerlo ser, dándole la forma de la apariencia que son nuestras horas y nuestras desdichas, nuestras vidas minúsculas, simplemente nuestras pasiones. A contra-punto de normas y censuras destinadas a hacer creer que todo puede encuadrarse como hace falta en el orden sexual según prescripciones naturales, incluso hierogámicas. Y sin embargo, son los quiasmos secretos, los intercambios invisibles, las correspondencias sutiles y las decisiones improbables, los desgarros profundos, los que traman en verdad nuestras elecciones y tejen nuestras aventuras sexuales y amorosas. Y tras todo eso, vienen los textos que los proclaman y los encantan, los modulan y los difunden. También las músicas, por supuesto…(6)

La homofobia está en todas partes y su centro en ninguna. Emerge por ataques o se anuncia en grandes placas de furor y de muerte. Como se sabe, en un gran número de países, la homosexualidad sigue siendo todavía hoy un crimen castigado a veces con la muerte o con años de cárcel.(7) En Europa, particularmente en Francia, la despenalización de las prácticas homosexuales hizo de la homofobia, a partir de ahí, un delito sancionado por la ley o por la protesta colectiva. Para ello fue necesario, de entrada, expulsar esas prácticas de su condena psiquiátrica y jurídica, lo que no ocurrió más que recientemente, a fin de extirpar de las mentalidades, poco a poco, la pena y la estigmatización.(8) Pero aún estamos lejos de cerrar la cuenta.
Más que de una erradicación de la homofobia, debería entonces hablarse de una cierta invisibilización resultante de la censura legal.(9) Pero como en el caso del antisemitismo o del racismo, el monstruo siempre está listo para volver a alzar la cabeza. Y uno oye hablar regularmente, aquí o allá, de una agresión violenta o de una injuria verbal particularmente odiosa. Prueba de que el mal incuba. Y de que la existencia de una ley no basta para vencer las mentalidades, aunque ofrezca los recursos. ¿Por qué? Es sobre esto que hay que reflexionar.
No vuelvo sobre la historia de un vocabulario y de una designación nacida a fines del siglo XIX en un contexto jurídico psiquiátrico que hizo de la homosexualidad una práctica de la sombra y una patología médica. Ha hecho falta el esfuerzo de todo un siglo de levantamientos, paralelos a los movimientos feministas, para llegar a conmover, así sea poco, las representaciones colectivas de la sexualidad salidas de ese menosprecio y de esa estigmatización. ¿En dónde estamos hoy? No es fácil apreciarlo, porque un gran número de esas cuestiones están todavía en juego y en debate. Lo que puede decirse es que las fuerzas “reaccionarias” están siempre activas y listas para combatir contra la novedad, cualquiera que sea. Hay, pues, un conflicto que no se ha apagado, lejos de eso. Aporto como prueba el hecho de que en el seno mismo del psicoanálisis, que sin embargo contribuyó largamente desde su nacimiento a la liberación de las costumbres y al cambio de concepciones, buen número de psicoanalistas se han vuelto recientemente abogados no solamente de un statu quo sino de un llamado a las normas de la familia considerada “natural” y de una heterosexualidad dominante, a nombre de cierta idea del “simbólico” y de la normalidad psíquica. Desde este punto de vista, se ha pasado entonces de una normalidad colectiva que imponía reglas ancestrales y ciegas, a una normalidad individual que impone reglas “esclarecidas” a nombre de la salud mental, requerimiento que finalmente no es sino más insidioso.
Es este carácter insidioso de una ideología rampante de salud mental pretendida lo que desearía señalar de entrada (10) no es el escándalo colectivo, como antes, sino la salud mental de los individuos, y sobre todo de los niños, lo que es invocado como un espectro. En este sentido, ciertos psicoanalistas se han hecho desde hace algunos años los expertos mediatizados de un “orden simbólico”, al punto de ser tomados como profetas de una degeneración anunciada.(11) Así, dirán, la homoparentalidad es menos un atentado al orden social como tal, que una amenaza suspendida de producir en cadena niños cuyo destino sería devenir delincuentes o psicóticos a falta de la presencia, in situ, bajo el techo familiar, de la famosa “diferencia de los sexos”. Predicción absurda, por supuesto, la experiencia lo prueba. Se recordará que el psicoanálisis se fundó, precisamente, rompiendo con una ideología de la degeneración que determinaba la concepción de los fenómenos patológicos, particularmente de la histeria y la homosexualidad.(12) Y que Freud habrá conservado toda su vida, como una brújula, la idea de una cierta bisexualidad constitutiva del ser humano. Liberar la palabra iba profundamente al lado de una “ampliación” de la sexualidad, una ampliación de nuestro concepto de lo sexual, más allá de las normas que, en tal momento de la historia, prescriben tal o tal organización dominante y condenan todas las demás. Freud no cesó de afirmar, a lo largo de toda su carrera, que nuestra civilización era demasiado exigente, demandaba demasiados sacrificios a los individuos, y que era eso lo que los empujaba a la revuelta, a la delincuencia, incluso a la locura (¡y no la ausencia de normas o de encuadre!).
En el momento en que un investigador en antropología como Maurice Godelier (13) muestra que Claude Lévi-Strauss había forzado un poco las cosas haciendo de las relaciones de parentesco (con el principio del intercambio de mujeres) el único y principal fundamento de las sociedades humanas, ya no se trata de buscar en una “diferencia de los sexos” —puesta en absoluto— el único e irrefutable fundamento de la salud mental y del orden psíquico, como una roca biológica confundida con la historia humana misma.(14) Porque siempre la cuestión es, al modo de Rousseau, investigar el origen en una naturaleza simple a partir de la cual “todo degenera” al filo de la civilización, y principalmente de la evolución técnica. Eso es suponer un orden natural (o pseudo-divino) ante la ley humana, reducir el contrato social a una variación contingente cuya invención y novedad deberíamos reducir al máximo respecto de un horizonte inmutable; dicho de otro modo, reducir, a nombre de una trascendencia siempre problemática, nuestra responsabilidad ética y la apertura que ella permite. Hay algo loco en la pretensión de fundar el orden social entero sobre un único hecho decisivo que sería el hecho biológico de la dualidad de los sexos, como si por una parte el orden social se redujera enteramente al orden sexual, y como si por la otra fuera posible enmascarar o negar este hecho brutal y masivo característico del ser humano. Como si, modificando las representaciones que de ello tenemos, se arriesgara a generar una catástrofe para la civilización.(15) La división de los sexos es más bien, desde siempre, la fuente de una infinidad de discursos, de prácticas sociales y de técnicas del cuerpo…(16) Un conjunto nunca estabilizado, sino siempre en estado de evolución y metamorfosis, en estado de reescritura: “el misterio de la alteridad creadora”, como dice D.H. Lawrence. Alteridad creadora de su propia divergencia, más cercana del “gran enigma” freudiano quede una prescripción castradora, más cercana de un pozo de potencialidades que de una categoría del entendimiento. ¿Qué más decir sino que la diferencia sexual está siempre en alteridad frente a ella misma? Hay un profundo malentendido concerniente a la noción de “realidad”, de la que, sin embargo, Lacan distinguió claramente el “real”, definiendo la realidad como atestigua el artículo de Freud de 1927: El fetichismo. Lacan precisará que lo que define a la perversión es la existencia de un fetiche; ahora bien, un fetiche es siempre un hecho de lenguaje. Como por otra parte lo recuerda Élisabeth Roudinesco, “muy tolerante hacia la homosexualidad, Freud la hizo entrar con el mismo título que la bisexualidad, en un universal de la sexualidad humana. También rechazó las teorías sexológicas considerando que la homosexualidad resultaba de una elección psíquica inconsciente. Y es por eso que rehusaba toda forma de discriminación: los homosexuales… no debían ser tratados como un grupo particular; ni ‘invertidos’, ni ‘degenerados’, ni ‘anormales’, ni ‘estigmatizables en términos de raza’”.(20)

Ahora bien, muchos psicoanalistas continúan considerando, así sea en voz baja, a la homosexualidad como una perversión,(21) en tanto entre los homosexuales hay más o menos la misma proporción de perversos que en cualquier otro grupo humano. Ajustemos cuentas pues, de una vez por todas, con esta confusión que todavía corre entre la homosexualidad y la perversión y que provendría de Freud. El hecho es que Freud, mientras engloba a los homosexuales en el vasto campo de la perversión, no lo hace del todo en el sentido clínico que podríamos dar hoy a este término sino en una perspectiva estrictamente pedagógica destinada a hacer comprender aun vasto público lo que él entiende por “sexualidad infantil polimorfa” y, de ser posible, engatusarlo para hacerle aceptar esa noción absolutamente escandalosa. Porque la existencia de la sexualidad infantil queda siempre, a ojos de Freud, como el schibboleth del psicoanálisis. También queda así para nosotros. En todo caso, no se podría perpetuar esta confusión fundándose en los pasajes de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-1917),(22) destinadas explícitamente a un público de no iniciados, donde Freud intenta explicar tan claramente como sea posible, al definir la sexualidad infantil, su concepto de “perversión polimorfa”. Siempre hay que tener cuidado de distinguir, en Freud, los diferentes tipos de textos. Cuando se dirige, como aquí, a un público de no iniciados (así fueran médicos), entra siempre en su materia utilizando las palabras de sus auditores, es decir, el vocabulario corriente, ideológico y vago que es de curso en el lenguaje común.(23) Aquí, el adjetivo o sustantivo “perverso” está puesto entre comillas. Uno supone en efecto que es con este término general que el público en cuestión designa y estigmatiza todos los comportamientos “desviados” en relación con la sexualidad llamada “normal”. Y ese es el caso. Es necesario leer en esta perspectiva toda la vigésima Conferencia consagrada a “La vida sexual del ser humano”. Se trata para Freud de exponer su concepción de lo “sexual”, que va más allá de la idea que ese público, muy ciertamente, se hace, y cuya extensión apunta a incluir precisamente todos los comportamientos “desviados”, cualesquiera que sean, respecto de la norma heterosexual ordinaria. Y como consecuencia, claro, también la homosexualidad. Tal extensión de lo sexual es escandalosa en sí misma. La noción “popular” de perversión permite, por lo tanto, incluir de entrada y describir bajo una sola rúbrica “la masa de comportamientos sexuales”, según las palabras de Freud, que se apartan no poco de la representación corriente. ¡Es una especie de captatio benevolentiae intentada por Freud!

En efecto, cuidadosas indagaciones, que por cierto sólo pudieron realizarse tras un abnegado olvido de sí mismo, nos han hecho conocer a grupos de individuos cuya “vida sexual” se aparta, de la manera más llamativa, de la que es habitual en el promedio. Una parte de estos “perversos” han borrado de su programa, por así decir, a diferencia entre los sexos […]. A estas personas las llamamos homosexuales o invertidos […]. Estos perversos hacen con su objeto sexual más o menos lo mismo que los normales con el suyo. Pero sigue luego una larga serie de anormales cuyas prácticas sexuales se apartan cada vez más de lo que un hombre dotado de razón considera apetecible […]. Este tropel reclama alguna clase de orden, de lo contrario nos confundiríamos. (24)
 

Siguiendo la enumeración vertiginosa que hace Freud de todos los goces “per-versos” posibles, uno se dice que no queda realmente gran cosa para la sexualidad “normal”, para ese goce promedio, ¡que un hombre dotado de razón puede desear! ¡Este goce promedio debe ser bastante aburrido, y tacaño, respecto del “tropel” de las perversiones! Pero el objetivo de Freud no es, como podrían haberlo hecho otros,(25) sumir a su auditorio en el vértigo envidiable de un carrusel de perversos, que por lo demás compara de pasada con un cuadro de Bruegel o con Las tentaciones de San Antonio  de Flaubert, sino llevarlo a pensar que toda esta perversión innombrable es finalmente “normal”, que no constituye un “signo de degeneración”, sino que pertenece desde siempre a la sexualidad humana en general, y que a este título debe entrar completa en nuestro concepto ampliado de lo “sexual”; más aún, que todas estas manifestaciones existen, al menos en estado de germen o de inicio, en la sexualidad infantil polimorfa, que presenta de ello la imagen global a escala reducida. ¡No es fácil hacer tragar tal píldora a un público no advertido, sila mayor parte de los psicoanalistas siguen escupiéndola con disgusto! Llevando las cosas al límite, debería hacerse entrar a la heterosexualidad misma en esa gran casa común de la perversión. Debería entonces hablarse de una perversión “normópata” [“normopathe”] (según el término de Jean Oury),(26) que promueve la dominación masculina reprimiendo la parte femenina del hombre, poniendo a las mujeres en posición subalterna desde donde pueden sostener la virilidad de los hombres prosiguiendo el trabajo invisible que efectúan por sí mismas en la casa y con los niños. De ahí manan lógicamente la homofobia y el odio o el desprecio por las mujeres.
Freud mismo intenta prevenir el rechazo de su auditorio y busca desbaratarlo anticipándolo.
Se llegó entonces a este resultado: Todas las inclinaciones perversas arraigan en la infancia; los niños tienen toda la disposición (constitucional) a ellas y la ponen en práctica en una medida que corresponde a su inmadurez. En suma, la sexualidad perversa no es otra cosa que la sexualidad infantil aumentada y descompuesta en sus mociones singulares. Como quiera que sea, ahora verán ustedes las perversiones bajo otra luz y ya no desconocerán su trabazón con la vida sexual de los seres humanos. Pero, ¡a costa de qué sorpresas y de cuántas cosas que sentirán como penosas incongruencias! Sin duda, se inclinarán primero a impugnarlo todo: el que los niños tengan algo que sería lícito designar vida sexual, la justeza de nuestras observaciones y la justificación para descubrir en la conducta de los niños un parentesco con lo que más tarde se condenará como perversión.(27)
Sigue una larga explicación sobre la sexualidad infantil que justifica la extensión del concepto de lo “sexual” al marco de todas las “perversiones”. Regresemos por un momento a los homosexuales. Bajo el amplio techo llamado por comodidad “perversión” bajo el cual se encuentran reunidos todos los que se alejan poco o mucho del “promedio”, los homosexuales, para Freud, tienen un lugar aparte.
Son hombres y mujeres por lo demás intachables, de elevado desarrollo intelectual y ético, y aquejados sólo de esta fatal desviación. Por boca de sus portavoces científicos se presentan como una variedad particular del género humano, como un “tercer sexo” a igual título que los otros dos. […] De todos modos, estos perversos hacen con su objeto sexual más o menos lo mismo que los normales con el suyo.(28)
Los méritos que Freud les atribuye los colocan, pues, cerca de la normalidad e incluso un poco encima por su educación y su inteligencia; en todo caso, lejos de los “anormales”, de los que Freud tiene cuidado de separarlos por una frontera bien clara: los “anormales” forman una especie de tropa indistinta y abigarrada a lo Bruegel, que se aleja más y más no sólo de la “ordinaria medianía” sino de lo que «un ser racional puede desear”. Entonces estos podrían figurar para nosotros, de la mejor manera posible desde un punto de vista clínico, lo que llamamos “estructura perversa”, consistiendo esta última no solamente en alejarse de la norma, sino en violar la ley del deseo.
En 1937 Freud concluye modestamente su artículo Análisis terminable e interminable con estas palabras:
“Nos consolamos con la seguridad de haber ofrecido al analizado toda la incitación posible para reexaminar y variar su actitud frente a él”,
a saber, el rechazo de la feminidad, común a los dos sexos.(29) La apuesta del análisis es, entonces, ofrecer al analizante la posibilidad de modificar su postura y su comportamiento sexuales, pasando eventualmente de una elección forzada a una elección más libre, susceptible de transgredir la represión de la “parte maldita”. Pero sin forzamiento de parte del analista, ya que se trata de respetar ante todo la ley del deseo (“no ceder sobre su deseo” decía Lacan a fin de caracterizarla ética analítica). En este sentido, nunca se trata, bajo la pluma de Freud, de obligar a quienquiera a pasar bajo las horcas caudinas de la “diferencia de los sexos” como si hubiera que infringirle una “castración” real obligándole a identificarse alas insignias de su sexo.
Como lo nota también Élisabeth Roudinesco, “Freud sostenía que era igualmente vano querer transformar a un homosexual en heterosexual, como librarse a la operación inversa”.(30) Es más a menudo el efecto de una jerarquización de su sexualidad o de una disminución de su potencia lo que sufren los pacientes. Se trata de ayudarles a reconquistar el territorio perdido. 
“Francia es el museo de la diferencia sexual, y el único país europeo que ha vuelto a hacer esencial a la mujer en la universidad”, lanza irónicamente Marie-Hélene Boursier en Sexpolitiques .(32)
¿Qué es, en efecto, en Francia al menos, lo que da a ese mito originario de la diferencia sexual un impacto tan popular? Ciertamente, de entrada, la posibilidad de volver a hacer esencial los géneros: masculino y femenino, haciendo dos Sexos: Hombre y Mujer, sólidamente enganchados a sus nombres por la biología y por el fondo de la estructura social de la que son, en cierto modo, los garantes. Y enseguida, sin duda, el hecho de que ese mito señala el templo de la procreación como centro de la organización social, y de ahí la salud mental de los individuos(33) —templo casi mítico de la procreación. No hay más que releer la proposición de Jean-Pierre Winter citada anteriormente: un acto sexual, una procreación, ¡y he ahí dos padres que nacen! No un hijo, sino dos padres. El templo de la diferencia sexual es el templo de la procreación porque es el templo donde nacen los padres. Fuera de eso, no hay padres.(34)
En cambio, sin embargo, cuando se esfuerza por presentar en detalle su definición de lo sexual, Freud descarta del juego, de entrada, la diferencia de los sexos y la procreación.
No es fácil indicar el contenido del concepto “sexual”. Todo lo que se relaciona con la diferencia entre los dos sexos: eso sería quizá lo único pertinente, pero ustedes lo hallarán incoloro y demasiado amplio. Si ponen en el centro el hecho del acto sexual, enunciarán tal vez que sexual es todo lo que con el propósito de obtener una ganancia de placer se ocupa del cuerpo, en especial de las partes sexuales del otro sexo y, en última instancia, apunta a la unión de los genitales y a la ejecución del acto sexual […]. Ahora bien, si convierten la función de la reproducción en el núcleo de la sexualidad, corren el riesgo de excluir toda una serie de cosas que no apuntan a la reproducción y, no obstante, son con seguridad sexuales.(35)
Así, estamos ante un cuadro como desplegado que presenta cara a cara, en oposición, de un lado, lo sexual en sentido freudiano, cuyo concepto no se focaliza ni sobre el acto sexual ni sobre la procreación sino que se extiende a esa “masa de actos” de naturaleza sexual cuyo carácter eventualmente “perverso” respecto de la norma no les impide existir desde siempre y reflejarse en la sexualidad infantil;del otro, por el contrario, toda la apuesta es colocada sobre el acto sexual y la procreación (casados ya desde hace mucho tiempo por la teología y el dogma).
Entonces, en esta perspectiva fóbica, los niños aparecen desprovistos en sí mismos de toda inteligencia y de toda perspicacia para esclarecerse en una situación sin duda nueva, hay que explicarles todo, y los padres a su vez parecen dramáticamente faltos de palabras; excluidos de cualquier asistencia técnica por los medios de la medicina moderna, les queda esa agencia de colocaciones de la procreación, que no siempre funciona. ¡Pero preservar la raíz biológica (pseudo-divina) del Simbólico bien vale tal sacrificio! ¡Sin acto sexual, entonces, no hay procreación, y sin procreación, no hay padres, por lo tanto no hay hijo! Lo que concluye en una conminación simple: “¡no hay hijo sin acto sexual!”(36)
Pero nada va derecho. No hay relación con el sexo que no esté atravesada por la represión, incluso la división o la forclusión. No hay relación con el sexo a la que no se pongan trabas y que, por consiguiente, no tenga cierta relación con la transgresión. Llegado el momento es necesario un franqueamiento de la frontera. No hay relación con el sexo que no sea a la vez momento de creación y encuentro de la alteridad. Contrariamente a algunas estupideces que han podido ser enunciadas,(37) no hay menos alteridad en una relación homosexual que en una relación heterosexual. Recíprocamente, no hay menos narcisismo en el amor heterosexuado. El otro es siempre “otro”, sea del otro sexo o del mismo. Y por supuesto, también es siempre semejante, si no, no podríamos reconocernos en él. Pero también siempre es enigmático en su carne, en su goce y en su deseo, tan inaccesible bajo los ambivalentes signos de su amor. El mismo drama se repite bajo variaciones y figuras diversas.
Hay entonces un forzamiento operado por este mito de la “diferencia sexual”, el cual agotaría toda nuestra reserva de alteridad. La estupidez que circula sobre este tema es que, sin “diferencia sexual” en el escaparate cotidiano, no se conocería la diferencia, la alteridad desaparecería del mundo, hombres y mujeres se confundirían en la niebla. “Aquellos que no soportan el real de la diferencia [lo que quiere decir ‘heterofobia’] de los sexos acusan a los otros de homofobia. Adoptan la idea según la cual la diferencia de los sexos no es sino una construcción cultural: ¡cambiemos la cultura y aboliremos la diferencia de los sexos, y con ella toda especie de heterogeneidad!”(38)
Nadie nunca pretendió “abolir la diferencia de los sexos” en este sentido, aún menos la heterogeneidad, eso es una idiotez. El razonamiento no se sostiene. Si la dualidad sexual es “real” como se dice, entonces resiste a toda empresa y a toda abolición, no hay de qué preocuparse. Si es real, se sostiene de lo imposible, por tanto de lo no asignable. ¡Nunca podrá sostenerse que los heterosexuales tienen el monopolio de este imposible! Es necesario, por el contrario, como lo hace Freud, construir un concepto límite de lo “sexual” al horizonte de todas las “perversiones posibles”, comprendida la perversión normópata.
Si hay gente que tiene un agudo sentido “del real de la diferencia de los sexos” y de lo imposible que ahí se encarna, son los homosexuales. Los héteros disponen de su “realidad”, lo que es bien distinto; disponen de ella de un modo del todo imaginario, en general, en juegos que no tienen nada que envidiar a los que han podido inventar las otras perversiones. ¿Y quién dirá, entre este real y este imaginario, dónde se encuentra exactamente el simbólico? ¿Quién osará decirse su“poseedor y dueño”?
Esa es la pregunta: si la norma es en sí misma un saber absoluto, ¿a dónde vamos? Seguramente hacia la extinción del psicoanálisis. Es el error de Pierre Legendre: confundir la ley simbólica con la ley jurídica. La ley jurídica nunca ha sido idéntica a la ley del deseo, que es la única de la que el psicoanalista debe conocer. Diré incluso que confundir la ley jurídica y la ley del deseo es una marca indudable de perversión. El perverso no cesa de exhibir la diferencia de los sexos, de hacerla surgir en lo que tiene de más real, hasta la tortura; de real, es decir de inaccesible o de imposible a través del semblante de los sexos.
Este sacrificio exigido de los homosexuales sobre el altar de la “diferencia”, ¿no es una manifestación histérico-perversa de la normopatía en lo que tiene demás execrable? Siendo ese altar, ¡claro!, el lecho de la “procreación” de Procusto donde la feminidad se encuentra inmolada, ¿inmolada a qué? A la maternidad, en tanto la maternidad se halla al mismo tiempo retomada y recuperada por el poder masculino. El altar de la procreación es también, la mayor parte de las veces, el rapto de la gestación por los hombres.
Admitamos, finalmente, la afirmación de Freud en las últimas líneas de Análisis terminable e interminable, a saber, que el límite con el que choca en última instancia el análisis es “el rechazo de la feminidad” (39) para los dos sexos; dicho de otro modo, el hecho de que ésta (la feminidad) sea objeto de un muy radical: “no quiero saber nada de eso”, que estructura el comportamiento de los dos sexos de cara “al enigma de la sexualidad” y, en consecuencia, también el comportamiento de cada uno respecto del otro. ¿No puede decirse que este rechazo (incluso forclusión), situado así en el corazón de lo “sexual”, sea la causa “real” al mismo tiempo de la homofobia, de la perversión normópata y, por qué no, también de la heterofobia  (¡esta perversión también debe existir!)? Entonces se ve mejor la función de esta famosa “realidad de la diferencia de los sexos”: ella es el “sin vuelta de hoja” del rechazo (o forclusión) de lo femenino. En efecto, promete al mismo tiempo la pazontológica en la relación entre los sexos, la paridad hombre-mujer en un equilibrio “natural” en el seno de la sociedad, y la forma canónica de la procreación respecto de la genealogía, por tanto la estabilidad de las herencias (incluidas las genéticas) a través de las generaciones. ¡La dominación masculina tiene bellos días por delante! 
“En ninguna otra parte como en las Euménides, escribe Antoinette Fouque, se expresa con tanta claridad, precisión, rigor y arrogancia la derrota mítica, histórica y política de las mujeres, la dictadura viril que funda el modelo democrático obsesionado, desde el origen, por la exclusión del otro, por la envidia del útero”.(40) Y Monique Schneider, que concuerda sobre esto: “Las Euménides  […] ponen efectivamente en boca de Apolo la teoría que quita a la madre el poder de la gestación: no es la madre quien engendra al que llaman su hijo; ella no es sino la nodriza del germen que ha concebido. El que engendra, es el hombre”.(41)

Esa es la escena de la procreación occidental, a la cual las nuevas tecnologías aportan algunas correcciones… ¡a favor de los dos sexos!
París, 18 de abril de 2010.
 

Notas.
1- Publicado originalmente en: Susan Heenen-Wolff, compiladora, Homosexualité et stigmatisationBisexualitéhomosexualité, homoparentalitéNouvelle approche, PUF, París, 2010.
Antoniette Fouque, Il y a 2 sexes , Gallimard, París, 2004. Algunas culturas, principalmente en la India, pueden sin embargo designar un “tercer sexo” llamado hermafrodita. Igualmente entre los Baruya: Cfr . Maurice Godelier, Au fondement des sociétés humaines , AlbinMichel, París, 2007, p. 159. Respecto a la importancia de la bisexualidad en la mitología griega y en el orfismo en particular.Cfr Dictionnaire des mythologies, t. 1, Flammarion,París, pp. 357-358.
3- D. H. Lawrence, Les deux principes , Editions de l’Herne, París, 1997, p. 7. Extracto de D. H.Lawrence, “The Two Principles”,The English Review , Londres, junio de 1919. Reeditadoen The Symbolic Meaning,
Uncollected versions of Studies in Classic American Literature”,Armin Arnold, editor, Centaur, Londres, 1964; y en Phoenix II  , Warren Roberts y HarryT. Moore, editors, Heinemann, Londres, 1968, pp. 227-237.
4- Cfr.Sigmund Freud, “Tres ensayos de teoría sexual” (1905), Obras completas , tr. JoséL. Etcheverry, t. VII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 2000, pp. 109-224.
5- Sigmund Freud, “Análisis terminable e interminable” (1937), Obras completasop. cit .,t. XXIII, p. 252.
6- Sören Kierkegaard, “L’erotisme musical”, Ou bien… ou bien…, Gallimard, París, 1984. “El genio sensual es espontáneamente musical”, escribe. [En español: Sören Kierkegaard, “Los estadios eróticos inmediatos o el erotismo musical”, en: Estudios EstéticosI: Diapsálmata ,tr. Demetrio G. Rivero, Editorial Ágora, Málaga 1996, pp. 93-227].
7- Véase por ejemplo la investigación de Philippe Castetbon, Les Condamnés Dans monpays, ma sexualité est un crime, Liberation, H&O éditions, París, febrero 6 y 7 de 2010.[En español: Philippe Castetbon, Los condenados. En mi país, mi sexualidad es un crimentr. Agustín Villalpando, disponible en: http://www.enkidumagazine.com/art/%5D
8- Sobre lo ocurrido en Francia, principalmente antes de los movimientos gay  surgidos en 1968, véase la lucha de Arcadie en los años cincuentas y sesentas, reconstruida en: Julian Jackson, La vie homosexuelle en France de l’aprés guerre à la dépénalisation, tr. del ingléspor Arlette Sancery, Autrement, París, 2010. [En inglés el original: Julian Jackson, Livingin Arcadia: Homosexuality, Politics and Morality in France from the Liberation to AIDS ,University of Chicago Press, Chicago, 2009]. Arcadie es el nombre de una organización gay francesa. [N. del E.]
9- Eric Fassin, entrevista en Têtu, http://www.tetu.com/, enero de 2010: “El debate sobre los PACS (Pacte Civil de Solidarité) —[equivalente a lo que en la Cd. de México fueron las“Sociedades de Convivencia” antes de que el matrimonio fuera el mismo sin importar el género de los contrayentes. N. del T.]— reveló, por un lado, la fuerza de la homofobia,pero, por otro, su ilegitimidad política. Es un poco como el racismo: uno no puede decirsehomofóbico abiertamente. Sin embargo, claro que no se ha terminado con la homofobia,¡lo mismo que con el racismo! […] Hoy en día es la homofobia “la que no osa decir sunombre”.
10- En el concierto homofóbico de los psicoanalistas lacanianos, Jean Allouch es una ex-cepción y sostiene, me parece, la postura más justa: “La abstención del psicoanalista es aquí de rigor, por la razón de entrada de que no podría constituirse en experto. Esa este título que es consultado por los tribunales, por los medios, por los organismos educativos, por el legislador, etc. Y ciertos psicoanalistas responden a esta demanda, pronunciándose sobre los PACS, sobre el matrimonio homosexual, sobre la posibilidad de los homosexuales de educar niños, sobre las madres portadoras, qué sé yo qué más. Como si pudieran sostener un discurso general sobre esas cuestiones de sociedad. Pero también como si conocieran la norma, y como si esta norma fuera la unanimidad en la “profesión”. Este resbalón es debido a la influencia de lo médico sobre lo analítico, una influencia que Freud combatió ampliamente, en vano”. Entrevista con Jean Allouch,Homosexualité. Aimer en Grèce et à Rome, Les Belles Lettres, París, 2010, p. XII.
11- Cfr. Jean-Pierre Winter, Homoparenté , Albin Michel, París, 2010. Un pasquín contra las reivindicaciones de los homosexuales, a los que se trata de encerrar en su esterilidad “natural”. Se leerá en el mismo sentido esta interpretación bajo la pluma de Gérard Pommier: “Se extraerá la conclusión de que si un homosexual desea tener un hijo, es en la nostalgia de la heterosexualidad (durante mucho tiempo la inmensa mayoría de los homosexuales habrían preferido no serlo). Hasta una edad relativamente avanzada, la mayor parte de los homosexuales no acepta su homosexualidad, y la idea de tener hijos como los heterosexuales testimonia este rechazo. Se expresa así una nostalgia de no poder pagar su deuda respecto de sus propios padres dándoles niños”. Gérard Pommier, “Pour l’amour du père et du phallus: l’homosexualité en première ligne”, La clinique lacanienne N° 4:Les homosexualités , Erés, París, 2000, p. 86.
12- Véase sobre este tema, en los Tres ensayos de teoría sexual la crítica radical hecha por Freud de la noción de “degeneración”, en particular en su aplicación a lo que por entonces se llamaba “inversión”, con la nota agregada en 1915 en donde el término “inversión” cede el lugar a “homosexualidad”: “La investigación psicoanalítica se opone terminantemente a la tentativa de separar a los homosexuales como una especie particular de seres humanos”. Sigmund Freud, “Tres ensayos de teoría sexual”, op. cit., t.VII, p. 132. Confróntese igualmente la crítica de la interpretación de las perversiones como “signo de degeneración”en: Sigmund Freud, “20 a Conferencia: La vida sexual de los seres humanos”, Conferencias de introducción al psicoanálisis  (1916-1917), t. XVI, Amorrortu editores, p. 280.
13- Maurice Godelier, Au fondement des sociétés humaines, Albin Michel, París, 2007,pp. 169-172. Partiendo del título de uno de los capítulos: “Siempre hace falta más que un hombre y una mujer para hacer un niño”, [puede decirse que] hacen falta también los dioses y los mitos. “La sexualidad es fundamentalmente asocial”, nos dice también. No es entonces la “diferencia de los sexos” lo que prescribe y funda el orden social, sino al contrario, es la sociedad la que utiliza la sexualidad “al servicio del funcionamiento de múltiples realidades (económicas, políticas), que no tienen nada que ver directamente con el sexo y los sexos” […] “Este mecanismo de subordinación general de la sexualidad se realiza, entre otros, por la elaboración y la puesta en práctica de un conjunto de representaciones imaginarias y simbólicas de los cuerpos y los sexos […]. Es la sociedad la que fantasea en la sexualidad […]. El deseo es entonces sistemáticamente reprimido y puesto al servicio de la reproducción del orden social, la continuidad de los linajes y la producción de sus alianzas […]. La humanidad debe hacer lo social con lo sexual”.
14- Según Françoise Héritier —antropóloga francesa que sucedió a Claude Lévi-Strauss en el Collège de France— todo procede de la percepción original de esta diferencia, soporte de los conceptos de lo mismo y lo diferente, a partir de los cuales se engendra toda la organización social. Jean-Pierre Winter apenas dice otra cosa, cuando pone nuestro sistema de parentesco fijado como referencia ineludible: “El parentesco es un sistema de lugares centrado sobre la diferencia de las generaciones, es decir, sobre el reconocimiento del hecho de la procreación: ha habido relación sexual entre dos seres, uno masculino, el otro femenino […]. Si de este acto de los cuerpos resulta una procreación, esos dos seres devendrán padres”.Cfr. Jean-Pierre Winter, Homoparenté opcit ., pp. 11-12. Decir eso es no sólo conferir a este “acto de los cuerpos” un valor mítico para la “procreación” sino incluso desconocer una masa de hechos, no sólo concernientes a la manera como funcionan otros sistemas de parentesco, que no necesariamente están centrados en “el reconocimiento del hecho de la procreación” sino, igualmente, concernientes al nuestro, donde otros elementos entran en juego. Por otra parte, ese “acto de los cuerpos” parece misteriosamente desencarnado, como el registro de un acto notarial: “si de este acto resulta una procreación…”. Nada más en el fondo que una prueba de ADN… “¡y ya son ustedes papás!” Q.E.D. En fin, la familia invocada es visiblemente la familia nuclear en se resume toda la historia occidental: “padre” y “madre” con “hijo(s)”. Ahora bien,¡ la inmensa mayoría de las historias individuales son mucho más complicadas que eso e implican un número de actores a tal punto más grande que el de la llamada “célula familiar”!

15- A la llegada de los primeros FIV [fertilización in vitro], hace algunos años, ciertos analistas profetizaron el fin del Simbólico y del amor. Nada menos. Algunos meses más tarde, estas Casandras se quedaban con dos palmos de narices. ¡No se ve, desde entonces, que los FIV hayan hundido al amor, ni a la complicada función de las formas simbólicas!
16- La antropología nos ayuda a esclarecer por variación estos problemas. La obra publicada bajo la dirección de Soraya Behbahani, Ce genre qui dérangeGender that matters , con un prefacio de François Laplantine, en las ediciones Téraèdre, París, 2010, da una muy bella idea de las formas más vivas actualmente del debate en torno a la relación de lo masculino y lo femenino. Se trata de una compilación de textos escritos por aspirantes a doctorado de la Universidad de Lumière-Lyon 2, redactados en 2008, en torno a François Laplantine, quien enseña en la facultad de Antropología de Lyon 2. Las bibliografías que acompañan estos textos forman un conjunto del todo pertinente para balizar el debate: “este libro —nota François Laplantine en su Prefacio— constituye una incitación a reexaminar, con bases decididamente etnográficas, los paradigmas antagónicos del universalismo a la francesa y del diferencialismo a la americana”.
20- Élisabeth Roudinesco, “Prefacio” a: Hilda Doolittle, Pour l’amour de Freud, tr. del ingléspor Nicole Casanova, Éditions des femmes — Antoinette Fouque, París, 2010, p. 29.
21- Así, en su artículo de la Encyclopaedia Universalis (edición de 1976), en la entrada “Homo-sexualidad”, Charles Melman hablaba aún de “perversión homosexual” y designaba rotundamente a la homosexualidad como una perversión y a los homosexuales como perversos, describiendo por lo demás los aspectos de su vida sexual con una suerte de ironía condescendiente. En las ediciones recientes de la Universalis, este artículo ha sido reemplazado por uno de Frédéric Martel, que trata largamente de la historia de la homosexualidad, comprendidos sus aspectos más actuales, y que no evoca más ese punto de vista psiquiátrico. Este cambio de opinión de la Universalis  es significativo de un cambio de época .Por su parte, el número de La clinique lacanienne  N° 4, op. cit., consagrado a las homosexualidades, puede considerarse como el testimonio de una homofobia latente en la mayor parte de los analistas lacanianos, incluso hoy. Ahí se encuentra aún afirmado, entre otras cosas, que para Freud “la homosexualidad es un síntoma perverso”,¡lo cual es falso! Al menos si se pretende dar al término “perversión” el sentido clínico que hoy tiene y si no quiere jugarse un doble juego con los pasajes de Freud en sus Conferencias de introducción al psicoanálisis
(1916-1917), donde Freud, a propósito, engloba la homosexualidad en un vasto fresco de “perversos” destinado a hacer tragar a su público la noción escandalosa de “sexualidad infantil perversa polimorfa”. En este fresco, por lo demás, los homosexuales, nombrados en primer lugar, son puestos aparte, aproximados a los “normales” por sus cualidades morales y la relación a su objeto, y claramente separados de la horda de los “anormales”, los cuales figurarían mejor auténticas estructuras perversas. Hablo aquí de los analistas lacanianos, ya que entre los analistas de otras tendencias parece que ha habido más tacto y flexibilidad (incluida la lectura que hacen de Freud); así puede apreciarse en la compilación La sexualité perverse, Payot, 1972, principalmente en los artículos de Joyce McDougall, Christian David y René Major.
22- Sigmund Freud, “Conferencias de introducción al psicoanálisis” (1916-1917), op. cit.
23- Este lenguaje común es, por supuesto, en este caso, el de los sexólogos y los psiquiatras que habían constituido para todo y poco a poco ese concepto de “perversión”, pudiendo los “perversos” así estudiados bajo el ángulo médico, escapar al mismo tiempo de los tribunales que los amenazaban. Como lo nota Jean Allouch: “La medicina les ofrecía entonces un refugio, si no una legitimidad, cuando eran prometidos a los tribunales. Eso no quita que este concepto, albergando bajo una misma insignia a los sádicos, los masoquistas, los voyeuristas, los exhibicionistas, los fetichistas, los homosexuales, los pedófilos y Dios sabe qué más, carezca totalmente de seriedad”. Entrevista con JeanAllouch, Homosexualité. Aimer en Grèce et à Romeop. cit., p. IX.
24- Sigmund Freud, “20ª Conferencia: La vida sexual del ser humano”Conferencias de…, op. cit., p. 278.
25- “También se encontraba en esos escritos médicos con qué excitarse sexualmente, cosa que nunca ocurre, que yo sepa, a ningún lector de Freud”. Jean Allouch, Entrevista Ho-mosexualitéop. cit.
26- Joyce McDougall, por su parte, arriesga el término de “el heterosexual neurótico-normal”en: Scéne primitive et scénario pervers La sexualité perverse, Payot, París, 1972, p. 53.Artículo retomado en el volumen Plaidoyer pour un certaine anormalité, Gallimard, París,1978, pp. 35-62.
27- Sigmund Freud, “20ª Conferencia: La vida sexual del ser humano”, Conferencias de…, op. cit., pp. 283-284.
28- Ibid ., p. 278.
29- Sigmund Freud, “Análisis terminable e interminable” (1937), Obras completas, op. cit.,p. 254.
30- Élisabeth Roudinesco, “Prefacio” a: Hilda Doolittle, Pour l’amour de Freudop. cit., p. 29.
31- El término “forclusión” ha sido propuesto por Lacan para traducir el término alemán de Verwerfung  [rechazo violento]. Entró de modo estable en el vocabulario psicoanalítico francés. Designa fenómenos de falta de simbolización y de rechazo en el real, que se encuentran en las psicosis. Se hablará pues de “forclusión del nombre-del-padre”.Este proceso se distingue de los otros dos procesos de defensa definidos por Freud:la represión [Verdrängung ] que constituye el inconsciente propiamente dicho por la inscripción de los significantes llamados “reprimidos”, y la denegación [Verleugnung ],característica de la formación de un fetiche (según el artículo de Freud de 1927:Fetichismo ), por tanto de un núcleo de perversión. En el texto de 1937, Análisis terminable e interminable, Freud adelanta el término de Ablehnung der Weiblichkeit , rechazo de la feminidad. Es pues otra cosa que una represión y otra cosa que una denegación. Es una forma de rechazo violento, que designa un proceso al mismo tiempo individual e histórico y emparentado primero, me parece, con una forclusión. Es al menos lo que deseo sugerir aquí, habida cuenta, sobre todo, de los fenómenos sociales quasi universales por los cuales los hombres se apropian de la potencia creadora de las mujeres (véase sobre esto las investigaciones etnológicas de Maurice Godelier ya mencionado:supran. 13). Se trata pues de un proceso históricamente construido y sociológicamente incorporado. Por lo demás, en ambos casos, los términos forclusión y rechazo, tienen una connotación claramente jurídica.
32- Marie-Hélene Boursier, SexpolitiquesQueer Zones 2, Éditions La fabrique, París, 2005.
33- Ahí se ve que este mito tiene también por función asegurar la predominancia de la organización social sobre cualquier otra forma de deseo o de sexualidad.
34-  ¡Como algo que va de suyo, la frase de Gérard Pommier citada más arriba (supran. 11) sugiere por lo demás que los padres, procreando, hacen esencialmente hijos para sus propios padres!
35- Sigmund Freud, “20ª Conferencia: La vida sexual del ser humano”, Conferencias de…, op. cit., p. 277.
36- Por otra parte se constata que Jean-Pierre Winter mete en su libro en el mismo saco, para retenerlos, los métodos de ayuda a la procreación: homoparentalidad, IAD [inseminaciónartificial por donante], FIV [fertilización in vitro], madre portadora…
37- Principalmente por un tal Tony Anatrella que, firmando y nombrándose “cura y psico-nalista”, encontró hace tiempo una acogida favorable en los medios, entre otros en el periódico Le Monde. Según Anatrella, ¡los homosexuales no conocen la alteridad! Cfr .Claude Rabant, A.S.T. Analystes symboliquement timbrés , marzo de 2000, inédito.
38- Jean-Pierre Winter, Homoparentéop. cit. , pp. 114-115. Esta inversión vengativa que acusa a los homosexuales de “heterofobia” lo tiene todo de la famosa retórica que acusa a los antirracistas de “racismo anticristiano”, “antifrancés”, etc.
39- Ablehnung der Weiblichkeit .

*Traducción del francés por Jorge Huerta

Un comentario en “Crítica de un psicoanalista a otros psicoanalistas. Homosexualidad y estigmatización. Por Claude Ravant.*

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