LA LENGUA DE LOS MAPAS, LOS VERSOS Y LOS OTROS. Por Macarena Trigo#.

En este texto los lectores tendremos la oportunidad de asistir al testimonio de una persona que nació en España, en un pueblo cercano a Madrid, y que relata de un modo cotidiano y sustancial qué lengua la crió.

A partir de sus relatos se abren preguntas que no van de suyo o que no son para nada obvias. ¿La lengua, cría? ¿La lengua que cría puede salir de un aparato como el televisor, las novelas importadas, los doblajes, las series, el chusmerío del barrio?

Macarena Trigo nos acerca, también, al proceso de transición de su ser hablante, del «castellano» al «español rioplatense». Sus modificaciones, trasmutaciones del «castellano», su castellano, pero también sus préstamos al «rioplatense».

Macarena Trigo, acá, tiene la generosidad de contarnos lisa y llanamente cómo hace cada día para vivir en lengua ajena como si fuera lengua propia. O si se quiere, Macarena nos cuenta qué le hace la lengua que la adoptó y , a su vez, qué le hace su lengua materna a esta otra lengua, para algunos, la nuestra, la de estas orillas.

El comité editorial de En el Margen considera que éste es un artículo de interés para los analistas, porque al trabajar y labrar con el lenguaje, la lengua y lalangue, entendemos se nos hace necesario escuchar otras voces y otros «idiomas», que desde esa lengua distinta a la del discurso del psicoanálisis, incluso a la del decir y el hablar del analizante, nos señalan, en su extranjeridad, lo que sólo desde allí -o ayudados por ella- podríamos aprehender o captar.

Agradecemos a Macarena Trigo su texto y su aporte.

También agradecemos a la Escuela Freudiana de la Argentina, que desde la Secretaría de Biblioteca -cuya responsable es la psicoanalista Liliana Ganimi-  lanzó a trabajar este tema, inaugurando la cuestión desde la proyección de una película de Nurith Aviv, titulada De una lengua a otra. A continuación  de lo que tuvo lugar  un Panel en el que Anabel Salafia (A.M.E de la E.F.A), Noemí Sirota (A.M.E de la E.F.A), Pablo Amster (licenciado y doctor en ciencias matemáticas por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires)  y Ursula Kirsch ( A.M.E de la E.F.A) aportaron sus respectivos trabajos, coordinado por Liliana Ganimi (A.P. de la E.F.A) Este tema continuará siendo desarrolado con la publicación de la Revista La Mosca, de la Secretaría de la misma Escuela, a mediados de diciembre.

Helga Fernández, edición.

La tele que me crió era española y su esencia política y doblada. Pero no solo. Con el paso del tiempo asimilo que muchas de aquellas producciones de los ochenta hoy no podrían emitirse porque lastimarían la siempre frágil sensibilidad de los políticamente correctos. En esa tele de dos canales públicos veía dibujos animados con doblaje latino, todas mis series y pelis yankis dobladas al español y culebrones de países que se me confundían entre sí. Muchos culebrones. «Agujetas de color de rosa», por ejemplo. Su título ya era un misterio. En España las agujetas son los dolores musculares con los que te recompensa la práctica deportiva. Rosa, lo que se dice rosa, nunca fueron. La producción estaba a la altura de su delirante título. Cantaban, aparecían dibujitos animados y se nos introducía en el perverso mundo del patinaje sobre hielo. En algún momento entendí que las dichosas agujetas era el modo en el que llamaban a los cordones de los patines, pero para entonces había memorizado el estribillo de su canción – «agujetas de color de rosa, un sombrero grande y feo, el sombrero lleva plumas, de color azul pastel»- , y tarareaba la incoherencia de la imagen sin problema.

Cuando viajé por primera vez a Buenos Aires en 2002 no conocía ningún otro lugar de América Latina. O del sur. Es más, tendía a llamarla Iberoamérica por mis apuntes universitarios eurocéntricos perdidos. Aunque en España nos cambia el acento, la tonada y la jerga en cada esquina, lo cierto es que entonces aún percibía el español como un idioma «neutro», defendido torpemente por la RAE y sus secuaces, y maltratado por todos. Allá a nadie se le ocurre decir que habla «castellano». Ni siquiera a mí, criada en la cuna castellana de Valladolid, ciudad donde el mito insiste en ubicar el «mejor español»pese al laísmo congénito y al uso y abuso de expresiones tan singulares como inquietantes. «La dije que me quedé el paraguas en tu casa, hija». (sic). Aclaro que «hija», es una muletilla local que rara vez responde al parentesco sanguíneo y que las cosas allá aprenden a quedarse porque la gente no acierta a dejarlas.

En Buenos Aires aprendí a convivir con un «español rioplatense» que no solo se hablaba, para mi sorpresa, se escribía. Donde primero lo leí fue en carteles. Carteles que inundaban todo y que a menudo me sorprendían por su ingenio, humor y, otras, solo por su acentuación. Entiendan que allá no leemos «en argentino» jamás. Los escuchamos hablar y nos enamoramos, sí, pero no concebimos que escriban «así». Aunque, por supuesto, no siempre escriben como suenan. Tardé en darme cuenta que la calle «Masa», era Maza, por ejemplo. Más divertido resultó apropiarse de expresiones y palabras desconocidas: canillas, arvejas, alcauciles, birome, pollera, calientapavas, colectivo, subte, pebete y largo etcétera. Aunque tardas o tardás lo tuyo y al principio te da cierto pudor, terminas o terminás mandando a la concha de la lora a más de dos, aunque nunca reconozcas nada concreto tras esa expresión ya que la lora, en femenino, nunca te resultara ofensiva y su concha, ciertamente, supera con creces tu imaginación. A menudo se te escapa un «che», como si nada. Pero aún recuerdas o recordás el pudor que te daba. Sentías que impostabas por demás una nacionalidad asentada en esa sílaba. Y sí, sumas o sumás ese «re» adolescente que hace que todo sea «más algo» y también, sin querer, porque pasa, empiezas o empezás a llamar a la gente usando apenas una sílaba de su nombre. Y, por supuesto, insultás en argento porque forro termina sonando mejor que cabrón en la distancia,  pelotudos hay por todos lados pero, aunque son primos hermanos de los gilipollas, no son exactamente la misma cosa. Nunca. Un tonto no es boludo necesariamente. Y así.

En la última década Buenos Aires me dio licencia de poeta, actriz y directora de teatro. Tras mucha incertidumbre y discusión a solas, opté por combinar expresiones de los dos países, desterré el «tú» sin proponérmelo y conjugo los verbos como se me cantan. El año pasado edité el poemario Polaroids de aeropuerto bajo lluvia y otras breves escenas sin Bruce Willis, donde prioricé esa mixtura sin exagerarla. Respeté mi voz, no me forcé por encauzarla hacia un español peninsular o argentino. Creo que el resultado es tan digno como disfrutable.

El escritor argentino Hernán Casciari, afincado en España hace años, reflexiona con humor y lucidez argentina en el blog de la Editorial Orsai sobre su propia (e inversa) experiencia en estas lides. Habla del acento, de la pérdida de vocabulario y de la inmersión cultural y emotiva que presupone esta mudanza. Les recomiendo este gran post.

http://editorialorsai.com/blog/post/perder_el_colectivo

Aprendí a escribir trabajando con actores argentinos y ejerzo una suerte de carpintería amorosa sobre las palabras. Acá y allá aún se me escapan expresiones españolas a las que debo encontrar equivalente. O no. A veces no. A veces elijo que esa imagen adquiera nueva consistencia para ellos y que la usen de otro modo. Funciona. La convierten en otra cosa.

Como actriz tuve la suerte de trabajar mi acento para argentinizarlo. Por suerte lo hice con un texto que conozco bien, el de La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir. Durante más de un año reemplacé a una de las actrices y me tocó hilar fino evitando las «y», las «ll» delatoras. Aprendí a comerme las «s», a convertir descaradamente las «c» en «s» y a no temer el absurdo de que una canilla «serrara» en mi cabeza. Fue interesante activar esa ocupación al actuar. El escenario exige estar ocupado para no preocuparse y andar trasmutando unas letras por otras se convirtió en un nuevo músculo al que atender. Nadie salió nunca preguntando qué pintaba una gallega en esa familia, así que creo que logramos algo verosímil.

Sin duda, profesionales de la lingüística, la gramática, la fonoaudiología, incluso quienes trabajan desde la expresión corporal o como dobladores, deben tener profundas observaciones y teorías sobre las intensas conexiones entre el cuerpo y la lengua. Recuerdo ahora una conferencia magistral que impartió el año pasado Leticia Obeid en el ciclo Mis documentos curado por Lola Arias. Su charla se titulaba «El doble de voz» y exponía ejemplos prácticos donde el valor del doblaje iba más allá de la pericia técnica y permítía reflexionar sobre el cambio de identidad que se realiza en el producto audiovisual. Se detenía en las series animadas Don Gato y sun pandilla y Los Simpsons, donde las voces mexicanas otorgaron personalidades que distaban de las originales, salvando la distancia cultural y reivindicando el capital simbólico propio. Parece ser que los profesionales que doblaban Don Gato incluso mejoraban los guiones al contextualizarlos en la realidad mexicana. No se pierdan la ocasión de escuchar la experiencia de Obeid, su investigación no tiene desperdicio y su trabajo de campo posee una poética personalísima.

Como directora y actriz aspiro a que la voz y el cuerpo sean una hermosa y orgánica unidad. Salvo que persiga lo contrario. Creo que nuestra voz habitando la lengua «materna» logra una profundidad y una presencia, un estar en el espacio, que, al pasar a otra, por próxima que resulte, se modifica. Me digo que no son tantos los actores y directores que se animan a trabajar en lengua ajena. Admiramos profundamente las excepciones. No en vano suelen ser figuras dignas de estudio. Es un valor añadido y fascinante esa mutación posible. Recuerdo a la actriz y cantante Leonor Watling diciendo «no sé cómo es no ser trilingüe». Y ante eso, qué teoría queda en pie.


macarena# Acerca de la Autora:

Macarena Trigo. Licenciada en Teoría de la literatura y Literatura Comparada, Comunicación Audiovisual e Historia del Arte. Amplia y continuada formación actoral a cargo de la compañía española Telón de Azúcar y, ya en Buenos Aires, con Verónica Oddó, Tamara Kiper y Claudio Tolcachir, con quien trabaja como asistente de dirección desde agosto del 2005 en La omisión de la familia Coleman. Guionista del documental León Ferrari. Retrospectiva. Dir. Pablo Padula. Bs. As. 2006. Coguionista del cortometraje Transatlántica. Dir. Ignacio Masllorens. Bs. As. 2003. Publicaciones: Cuaderno porteño, Mutis sin aforo (Premios Letras Jóvenes de la Junta de Castilla y León 2003 y 2004) y Los poemas perdidos de Eleonora que Mariana encontró no sabe dónde. (Premio Iberoamericano Víctor Jara, Salamanca 2006) y Cuatro angelitos (Anaya, Madrid, 2009).

Web: http://www.mecagoenlabohemia.blogspot.com

Espectáculos en los que participó:

También publicó:  Polaroids de aeropuerto bajo lluvia (2015).
Estrenó el unipersonal autobiográfico Por eso las curitas. http://www.poresolascuritas.blog
Y, además de muchas y otras buenas cosas, hoy dirige una obra de la que también es dramaturga: Esas cosas que se dicen y son tan extrañas.

Y forma parte de Espacio 33

2 comentarios en “LA LENGUA DE LOS MAPAS, LOS VERSOS Y LOS OTROS. Por Macarena Trigo#.

  1. Delite…. Es fascinante la articulación que desde ámbitos diferentes al psicoanalítico se logra plasmar la formulación de esa relación entre el cuerpo y la palabra, relación que existe, que da vida a la posibilidad del encuentro.

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