CORRESPONSALES DE URGENCIA. EL DELIRIO DEL COTIDIANO VIVIR. POR JUAN PAWLOW.

Desde hace casi un año vivimos en estado de emergencia, y como con casi toda la vida entre paréntesis, reinventando maneras de estar con los otros; en espera; las urgencias son demasiadas. Se hace preciso entrelazarse en un relato que nos contenga. En esta oportunidad compartimos un texto en el que Juan Pawlow pone el foco sobre la necesidad de encontrar un sentido a estas singulares y extrañas vicisitudes en las que nos sume la pandemia, necesidad que se lee en ciertos discursos que se imponen socialmente, soluciones, muchas veces delirantes, como intentos de capear la incertidumbre.

Editorial: Ricardo Pereyra

De lo que nos está pasando hoy no podemos más que hacer conjeturas, necesarias, pero siempre fragmentarias y vacilantes. Las épocas críticas generan la necesidad de dar, darnos, algún tipo de explicación. Y como reina la incertidumbre se disparan las hipótesis más diversas, que intentan calmar nuestra sed de sentido.

En principio hay que entender que las configuraciones de sentido que funcionan en una época no son las que lo hacen en otras. Cambia la dominante del discurso y esas masas de sentidos que arman realidades se transforman, a veces bajo la forma de un deslizamiento suave, otras veces de manera abrupta.

Hubo épocas de la historia en que ciertos sentidos primaron durante largo tiempo y luego los cambios se fueron acelerando, claramente más y más en los últimos siglos de la mano de la ciencia. O también sacudidos por momentos críticos como los que corren.

El mundo que concebimos hoy -“el mundo”, como “el hombre”, es siempre una construcción mental, y muchas simplemente demuestra nuestra debilidad -, tiene poco que ver con el que será concebido dentro de unas décadas.

Si esas diferencias son claras entre distintas épocas históricas también lo son cuando se observan distintas comunidades en la misma época. Pensemos en cómo conciben su vida aquellos que día a día, hoy, esperan el Apocalipsis, dedican sus horas a predicar sobre la llegada de algún Mesías. Esas diferencias  son aún más notables en culturas distintas del judeo-cristianismo que habitan el mismo planeta que nosotros pero no eso que se concibe como “mundo”. Podemos decir que vivimos en mundos distintos. ¡Hasta hoy viven individuos en una tierra plana! Claramente son mundos distintos.

Extrememos aún más las cosas: un mismo acontecimiento, por ejemplo la muerte de alguien, se convierte en un sentido muy diferente para quien presume un suicidio o quien un asesinato.  Aquí ya no aludimos a distintas épocas históricas, comunidades religiosas o culturales. Me refiero a gente que vive en el mismo momento, en la misma ciudad y hasta pudo tener una educación común. Pero el sentido que adquirió ese acontecimiento puede ser diametralmente opuesto. Aunque para ambos, verdadero. Tan es así que una vez escuché a alguien que refiriéndose a esa muerte me dijo: “a mí nadie me lo contó, yo lo vi” (o sea, necesitaba pasar por la supuesta irrefutabilidad de la evidencia su propia convicción) pero cuando la apertura y fijeza de mis ojos exageraron la incredulidad respecto a su condición de testigo de aquel hecho, aclaró: “no, no estuve ahí, pero nadie me va a contar cómo fue…”

Si nos dejamos llevar por los ríos de sentido nunca sabremos si llegaremos a buen puerto o la corriente nos llevará al naufragio (o en el ejemplo anterior: al ridículo). Por eso el acto analítico se inaugura con la abstención. No gozamos con el sentido que ofrece -siguiendo el campo semántico que comencé a navegar- a mares, el relato de los pacientes, porque de ese pathos está hecho su malestar, de eso padece.

¿Por qué la necesidad de sentido? Y sobre todo en momentos como éste:

¿Por qué millones de personas en el mundo se aferran incluso a sentidos delirantes?

La incertidumbre de la época se soporta de distintas maneras porque el malestar en la cultura siempre se sobrellevó de modos muy singulares.

Freud citó a Goethe para introducir la cuestión de lo que sucede a quién no tiene ni ciencia, ni arte, o sea un saber hacer, una satisfacción en la ciencia de la música, en el de la repostería, o en el arte de la investigación genética, algo para llevar la vida con alguna felicidad y con qué valerse ante la incertidumbre ante el malestar. Y para quien no tenga ese recurso: “¡pues que tenga religión!”.[1]

¿Tiene el mismo alcance hoy esa cita? ¿La religión ocupa el mismo lugar que hace un siglo?

Si seguimos ciertas afirmaciones de Lacan, podríamos decir que sí, para Lacan “la religión es indestructible”[2]. Y no se refiere en principio a cualquier religión, no habla de “religiosidad”, habla de lo que él llama “la única religión verdadera”, “la romana”. Para Lacan la religión se sostiene segregando sentido frente a las irrupciones de lo real.  La religión intenta dar sentido a “aquello que no anda” (definición muy simple del síntoma). Lacan apunta a una función estructural que la haría “indestructible”.

En los brotes de distintas epidemias que vivió la humanidad las autoridades religiosas ayudaron muchas veces a potenciarlas alentando, imponiendo, peregrinaciones o distinto tipo de reuniones expiatorias (obviamente expandiendo los contagios) por el pecado supuestamente cometido, también eso mismo seguramente actuó como refugio ante la incertidumbre del momento, segregó un sentido para aquel hombre, aquella mujer, que veía avanzar la muerte ante sus ojos, pero la amenaza no era invisible como se la percibe en nuestros días, la religión le daba visibilidad al ubicarla como un modo del castigo divino.

Las procesiones, las reuniones religiosas, son demostrativas, y lo fueron de modo contundente en otra época, respecto de la función de lo que Lacan llamó significante amo, el S1.

Ahora bien, sabemos que hoy cientos de Iglesias están cerradas o son enormes edificios para la concurrencia de pocas personas, al menos en los servicios cotidianos. No ha sucedido actualmente, al menos no masivamente, que las cuarentenas que prescriben los médicos, sean contradichas por sacerdotes u obispos para que la gente expíe sus pecados mediante procesiones multitudinarias.

Hoy la afirmación de Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia:

«El demonio existe en plena pandemia, intentando llevar a cabo investigaciones para vacunas y para curaciones. Nos encontramos con la dolorosísima noticia de que una de las vacunas se fabrica a base de células de fetos abortados”. [3]

No tiene el mismo efecto que las declaraciones que se le atribuyen al papa León XII que consideraba a la vacuna como “una herramienta del diablo”, y como consecuencia miles de niños murieron de viruela. Pero también decíamos que esa función de amparo (se lo podrá señalar como ilusorio, y engañoso, pero amparo al fin), esa segregación de sentido respecto de la irrupción de un real ya no la cumple cabalmente la religión.

Hay una frase  muy interesante de Lacan  en medio de la conferencia de prensa citada:

“Nos van a hacer segregar sentido a manos llenas, y eso alimentará no solamente a la verdadera religión, sino a un montón de religiones falsas.” Inmediatamente le preguntan a qué se refiere con “religión verdadera”, lástima que no le preguntaron por las “religiones falsas”. Sabemos que mundialmente el retroceso de la Iglesia católica, no implicó meramente que la gente descreyera de cualquier religión, sino que hubo un crecimiento de las llamadas iglesias evangélicas, los telepastores, además de creencias místicas de lo más diversas. Lo que llamamos hoy “religión” es un campo más disperso que hace 46 años cuando Lacan hizo esas afirmaciones.

¿Cuál es el refugio ante la incertidumbre hoy?

En principio podríamos decir que está mucho más atomizado, no hay un estamento unívoco que segregue un sentido dominante que dé al sujeto sufriente una sensación de protección: no está en la religión; pero tampoco en las autoridades gubernamentales, políticas, ni siquiera en la ciencia: altos niveles de aprobación de las medidas en un comienzo, hastío por la cuarentena luego, aplausos a los médicos y enfermeros y luego “dictadura de los infectólogos”[4].

Querría referirme aquí al artículo de Juan Carlos Mosca titulado: “Vulnerables en la ciudad amurallada”.[5]

La pregunta que se plantea allí es “… si a la salida de esta pandemia, estaremos menos o más vulnerables en las nuevas murallas planetarias.”

De las múltiples referencias que recorre se detiene en dos modos de concebir esta salida. Para Henry Kissinger, la pandemia alterará el orden mundial para siempre,  para Michel Houellebecq nada será sustancialmente diferente, sólo “un poco peor”.

En las conclusiones Mosca afirma: “La pandemia se superará, dejando consecuencias. Una de ellas es la renovación del brillo de la ciencia y su captación del interés público, como discurso ordenador”.

Concuerdo con que la ciencia nos ordena la vida desde hace rato, y cada vez más. Nos marca desde el calendario de vacunación hasta la necesidad y periodicidad de ciertos estudios, sólo para restringirnos al ámbito de la salud. Pero hay un mínimo asunto en el que discrepo: la ciencia no brilla, es decir: no fascina. Por su relación con la causa no puede fascinar como la magia y la religión. Es cierto que las aplicaciones tecnológicas que se sirven de la ciencia nos sorprenden, los gadgets, incluso la difusión de la ciencia tiene brillo, muchos científicos también, pero no la ciencia en sí.

Por su operatoria, por su modo de construcción, sus resultados son siempre precarios, construye un saber precario y en revisión permanente, no las verdades inmutables que fascinaron -y le dieron un refugio desde hace siglos-  al sufriente. Por ejemplo, al principio se aseguraba que era poco probable que el Covid se transmitiera por el aire, luego esa posibilidad se da como un hecho. Y está bien que así sea, se investiga y se modifica lo afirmado antes. Pero esto fue una fuente de críticas acérrimas a la OMS.

Creo que se  podría definir a la ciencia como una “dominante opaca”. Es ordenadora de nuestras vidas, pero no puede por su propia lógica dar la certidumbre que el sufriente anhela. No hay una dominante que genere una sensación de protección. A falta de eso, podría afirmarse que aparecen ideas, sentidos, que sostienen, yo diría, refugios individuales.

Vuelvo al artículo de Juan Ritvo al que me refería más arriba. Sólo retomo algunos ejes que me permitirán continuar. Ritvo parte de la afirmación de un científico que se sorprende por la naturalización de la cantidad de muertos diarios por Covid y el escándalo que se produciría si se cayera un avión diariamente. Señala que el científico no considera el mecanismo de renegación. No es que no se sepa, se naturaliza porque se reniega y a la par se busca un chivo expiatorio como lugar de descarga de la angustia y comienza una espiral creciente de disipación y desconocimiento.

El trabajo con pacientes con diagnóstico de Covid positivo, aislados en un hotel convertido en Unidad Extra Hospitalaria[6], me dio la oportunidad de encontrarme muchísimas veces con afirmaciones del tipo: “al principio pensé que era una gripe”, “ pensé que a mí no me podía pasar”, “pensaba que estaba cansada por la mudanza”, “tenía los síntomas del dengue, pensé que era eso”, “estaba convencida que era negativo”, “no me lo esperaba porque me cuidé exageradamente”, “a mí siempre me duele la cabeza, pensé que era eso”, “me cuidé tanto que no creía que me podía enfermar”.

El rechazo inicial muchas veces es seguido por algo del orden del autorreproche o de la culpa: “¿en qué momento me descuidé?” “puedo haber contagiado a mi papá”, “¿cómo podía ser? ¿en qué fallé?”

Pero detengámonos en ese primer momento en que es constante una apelación a lo que pensó, supuso, creyó, eso que está en su cabeza no es más que un producto de la función de desconocimiento del Yo.

Con esto quisiera volver al caso de aquel que “vio” aquel hecho trágico que no vio. Está absolutamente convencido que sabe qué pasó (“nadie me lo contó”) hasta el punto que dice haberlo visto, o digamos, reniega del hecho de que necesariamente alguien “le contó” la versión en la que cree.

Así como hay muchos que “saben” que el Covid es un invento de los laboratorios para ganar dinero.

O que el Covid es un invento de los chinos (este sería un cuento chino).

Así como alguien está convencido que la tierra es plana (este sería un cuento griego).

Hay incluso un grupo de médicos autodenominados, “médicos por la verdad” que difundieron una serie de afirmaciones que van desde la “inexistencia de la pandemia”  hasta que “hay pruebas o una alta sospecha de la contaminación electromagnética y la tecnología 5G como catalizadores del virus que provoca la Covid”, entre otras opiniones ampliamente difundidas[7].

Esta y otras organizaciones con gran cantidad de seguidores por la red explotan la fascinación que ejerce siempre el misterio, la verdad oculta. Un saber pleno de sentido, sin resquicios, que aporte un grado de certidumbre en momentos inciertos.[8]

En un trabajo anterior[9] mencionábamos la estructura de esas afirmaciones que hacen a la violencia cotidiana:

“…gran parte de la violencia que se respira en la vida cotidiana se sustenta en una estructura discursiva, constituida por una serie de frases hechas, monolíticas, cristalizadas, que se lanzan como verdades absolutas y que, para quien las profiere, no necesitan argumentación clausurando cualquier debate.”

Y también decíamos: “…estas opiniones no son un producto del libre albedrío de cabezas bien pensantes, sino más bien son construcciones discursivas que alcanzan su mayor eficacia cuando quien las emite está absolutamente convencido de su certeza y las considera propias”. Su carácter no dialectizable, el grado de certeza con el que el individuo las profiere, pueden acercarlas a esa “plomada en la red del discurso del sujeto” que para Lacan define la característica del discurso psicótico. No lleguemos a calificarlas así, pensemos que son delirios del cotidiano vivir que algunas épocas favorecen más que otras, son sentidos coagulados que generan lazo social, pero que se acotan más y más hasta convertirse en burbujas narcisistas (burbujas narcisistas que pueden albergar a millones de personas).

Vayamos unos ciento cuarenta años atrás, vayamos, no a lo que el psicoanálisis nos enseña, sino a lo que a Freud le enseñó la via regia hacia el psicoanálisis. Recordemos la importancia que tuvo para Freud ese “hecho artificial” que es la sugestión poshipnótica.

Freud es testigo de ese experimento llevado a cabo por Bernheim. En un estado hipnótico se da una orden que el sujeto sólo debe cumplir cierto tiempo después de despertar.

Para Freud el hecho significativo es que la acción es eficaz (la acción ordenada se realiza) sin ningún registro consciente, o más bien un desconocimiento, del “estímulo real para actuar”, la orden del médico[10].

Que la conciencia desconozca que su acción está determinada en otro sitio es parte del día a día de los seres hablantes. Y sin embargo una y otra vez la ilusión de autonomía del yo desconoce su determinación y cree estar convencido de ser su propio self made man.

Los mitos del individuo ejercen fascinación, por ejemplo en lo que es llamado “meritocracia”, que tiene una parte de verdad en eso que alguien justificadamente puede pensar: “lo hice con mi esfuerzo”, insisto: eso puede ser parte de una verdad, pero que en general desconoce las variables políticas, económicas y culturales que constituyen el marco para el progreso personal. Porque también los esclavos trabajaban de sol a sol.

Como decíamos al principio: las conjeturas que podamos aventurar son siempre fragmentarias. Salvo que cribemos los acontecimientos con alguna concepción previa para obtener lo que ya sabemos que vamos obtener, salvo que nos dejemos llevar por alguna expectativa ya formada, alguna ilusión que no parece tener mucho porvenir, como aquella que piensa que la pandemia significa un golpe al sistema capitalista. Pero hasta eso es posible, efectivamente no sabemos si el mundo se encamina a épocas de solidaridad, o por el contrario, de aislamiento creciente o nada cambiará mayormente.  Los filósofos se apuraron a dar ya sus opiniones[11]

Como psicoanalistas podemos decir muy poco. Y generalizar mucho menos. Sí podemos señalar que si la época alienta un individualismo creciente, del encierro en burbujas narcisistas solo podremos esperar el odio desatado por el imperio de la pura imagen. Y hay muchas experiencias históricas para entender adónde eso nos conduce. //

REFERENCIAS

[1]      Freud, S. “Malestar en la cultura”

[2]      Lacan, J. “Conferencia de prensa” (El 29 de octubre de 1974 en el Centre Culturel Français de Roma)[3]              https://cadenaser.com/emisora/2020/06/15/radio_valencia/1592217161_158371.html

[4]      Cuestiones señaladas por Juan Ritvo, en el artículo “El avión que se estrella todos los día” que retomaré más adelante. En: https://www.lacapital.com.ar/edicion-impresa/el-avion-que-se-estrella-todos-los-dias-n2610699.html

[5]   Artículo presentado en esta misma revista.https://psicoanalisisalmargen.wordpress.com/2020/10/19/corresponsales-de-urgencia-por-juan-carlos-mosca/

[6]      Se trató de una rica experiencia llevada a cabo por un equipo integrado por varios colegas en la Unidad extra hospitalaria del Sanatorio Finochietto. Mariana Trocca, mentora y coordinadora del dispositivo lo  expuso en un artículo de esta revista: “Dispositivos en pandemia, algunas reflexiones”.

[7]      Basta buscar en internet “médicos por la verdad” para comprender la entidad del fenómeno sobre todo en Europa. Una buena respuesta a este grupo la da el médico malagueño Juan Manuel Jiménez Muñoz en su “Carta abierta a los imbéciles”: https://agendarweb.com.ar/2020/08/18/desde-andalucia-carta-abierta-a-los-imbeciles/

[8]      Esta nota del diario “El país” condensa varias de esas certezas: https://elpais.com/espana/madrid/2020-11-09/negacionistas-con-rostro.html

[9]              Pawlow, Juan: “La violencia del lenguaje” . Presentado en el Panel “La violencia en la vida cotidiana” en las IV Jornadas Nacionales de Salud Mental de Medife.

[10]      Freud, Sigmund. “Nota sobre el concepto de inconciente”

[11]      Ver por ejemplo: https://www.pagina12.com.ar/255882-la-filosofia-y-el-coronavirus-un-nuevo-fantasma-que-recorre-

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JUAN PAWLOW (Psicoanalista)

Ilustración de Portada: «Ayer, hoy y mañana» de Victoria Pawlow. Técnica: collage.






Un comentario en “CORRESPONSALES DE URGENCIA. EL DELIRIO DEL COTIDIANO VIVIR. POR JUAN PAWLOW.

  1. Texto vibrante, El delirio del cotidiano vivir , percute en lo más cerrado del sentido , abriendo con sus repercusiones una hendidura en forma de pregunta. Gracias Juan Pawlow

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