EL LOGOS ENCARNADO: HORIZONTES E INCONSISTENCIAS. POR MARCELO ESSES

Imagen de portada, obra de Elizabeth Vita «Viaje de Texturas».

Formar parte de Occidente es pertenecer inevitablemente a la inscripción y el desarrollo del Logos en tanto dimensión nuclear de nuestra Cultura. Su emergencia y nacimiento en el mundo griego lo talla como el pueblo que lo dona y al que quedará referenciado en la historia de la humanidad.                                                                                                  

Heráclito dirá: “No a mí, sino habiendo escuchado al logos, es sabio decir junto a él que todo es uno”.                Mientras que Parménides enunciará: “Pues lo mismo es pensar y ser”.                                                                                

El logos tendrá una serie de resonancias que refieren tanto a lenguaje, palabra, como también a razón, relación, proporción. Divergentes versiones del Logos, desde el devenir de Heráclito y de lo inmutable de Parménides, pero convergentes en el brindarle la calidad de abstracto y de unidad.                                                                                

Desde la teología, el Evangelio de Juan nos enuncia: “en el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios el Verbo era Dios”. Reforzamiento de la dimensión del Uno desde el campo de la razón a la par que desde la fe. 

A su vez Descartes homologará pensar a ser, mientras que Hegel  hará coincidir el pensar con lo real en su anhelo de arribar a un saber absoluto y siendo Kant el que candidatea a la razón con el status de la pureza coronándola a la pretensión de lo universal.  Cualidades del logos que quedarán absorbidas y desplegadas exponencialmente por el discurso de la Ciencia, como a su vez por el naciente sujeto de la modernidad, donde el pensar lo arroja en los senderos del solipsismo, que al ser envuelto junto al capitalismo, lo cristalizará en tanto un compacto individuo.  

Va a ser con la llegada de Freud y la fundación del Psicoanálisis cuando el logos comienza a perder su absolutismo. El desembarco de la sexualidad desencajará la luna de miel entre el pensamiento científico y lo real, inscribiendo el imborrable desconcierto entre organismo y cuerpo tallado por el lenguaje y la cultura.                                          

Lógica de la inadecuación de campos heterogéneos, elevándose a la dignidad de una pérdida radical, nombrada como das Ding, la cosa.

Freud dirá en el Proyecto: “…lo que llamamos las cosas son residuos que se han sustraído al juicio…”.   

Mientras que Lacan en el Seminario 7 nos expresa: “…la Cosa, no solo no es nada, sino literalmente no está, ella se distingue como ausente, como extranjera…estando empero en mi núcleo…lugar donde está puesto en causa todo lo que es el lugar del ser…» 

Das Ding, pasará a consistir el encarnado testimonio de un fundante acontecimiento, en cuanto la muerte de la cosa por la palabra. 

Aquí el Psicoanálisis se orienta hacia un sendero que se bifurca tanto de lo impredicable de la ousia aristotélica y su relación a la Ontología, como de la “cosa en sí kantiana” en los términos gnoseológicos, fundando así, una dimensión inconsistente del logos encarnado.

Desconcertante mestizaje presente ya en Freud en la vivencia de satisfacción, al igual que la de dolor, para luego perdurar en la irreconciliable tensión entre pulsión e inconsciente.         

Palabras que afectan al cuerpo y alma del sujeto.

Lacan dirá en Televisión acerca del afecto, una cuestión que durante largo tiempo había quedado con cierta devaluación: “¿Es un pecado, una pizca de locura, o una verdadera pincelada de lo real?”

Otro modo fundamental de registrar esta brecha, va a ser la introducción de la dimensión de substancia por Lacan. La substancia, lo que es “en sí”, consiste en aquello que no precisa otra cosa para existir. A la extensa y pensante aportada por Descartes, Lacan nombra la inadecuada substancia gozante.                                            

Quién nos dice en el Seminario X: “ A esa orden: ¡Goza! (Juis) solo pudo responder ¡Oigo! (Jóuis)”                      Mientras en la Subversión del sujeto expresa: “Se llama Goce y es aquello cuya falta haría vano el universo…Ese goce cuya falta hace inconsistente al Otro…”.

El goce conformará el espacio de la compacidad, campo de lo continuo, allí donde es imposible establecer la correspondencia entre un punto y un número, sitio en el que de modo ininterrumpido podrá introducirse entre un punto y otro, uno más. Tiempo de una de las versiones del objeto a desde la textura de un “núcleo elaborable del goce”. Conformando un aglutinante compacto entre yo soy, goce, oigo, sentido. Vigencia del Uno consistente y concentracionario, en souffrance, allí donde las marcas sufren demora y llaman a su transcripción y el agujero a ser sustraído de substancia,  a contornearse para advenir al lugar de causa deseante.     

A su vez la voz, quedará en el lugar de aquello que resta en el decir, cobrando la densidad de un oigo, configurando una posible esquizia entre el oír y el escuchar, allí donde impera el Uno desenlazado del Otro del discurso. 

Restos de la voz que perdurarán en la ferocidad y la voluptuosidad del imperativo categórico del superyó, como en los trayectos del recorrido pulsional en su gramática verbal desde los tres tiempos de la voz.  

Espacio de lo vociferante también hallable en las marcas en tanto zumbantes S1 aún sin enlace, enjambre encarnado en el aturdidor vozarrón de la mudez. En Subversión del sujeto Lacan subraya: “Lo dicho primero decreta, legisla, aforiza, es oráculo, confiere al otro real su oscura autoridad”.                                                                                             

El campo de lo dicho va a ser juntura en las cristalizaciones de las densas compacidades. Lalengua escrita en una condesada palabra, encarna el estado de lo dicho por el Otro aún sin barrar. El Eso habla al modo de un campo de las sedimentaciones y petrificaciones del decir.                                                                                                                   

Invito a ubicar la dimensión del dicho en tanto un condensado y conglomerado de yo soy- goce-oigo-sentido, en los términos de un suturante Uno compacto, consistente y concentracionario.  Movimiento restituyente de un logos unificante, total, abstracto y universalizante que quedará comandado por la voz de mando del imperativo categórico, orientado hacia un empuje al goce. Estatus de la voz donde se distingue tajantemente su versión articulada al superyó de la que podrá recortarse en el tercer tiempo de la pulsión en tanto causa del deseo.                                 

En el tiempo actual, la versión del Uno va estar bajo el dominio de  la cruel asociación de Kant con Sade, renegatoria de la ausencia de relación sexual, empujando esta vez al logos a su taponamiento a través de las letosas, ventosas corporizadas en las mercancías de la tecnociencia, universalizantes y globalizadas destinadas a obturar cada uno de los orificios de las especies del a.

El Psicoanálisis, una vez más, va a quedar convocado desde un llamado a partir de los modos de goce de las singulares épocas,  en donde sería posible disponer que el lugar de la falta en ser, no solo atañe a lo central de lo éxtimo como punto de calce, sino también a una perspectiva, a un poder situarse con el status de un conjunto abierto al entorno.

El Psicoanálisis requerido en el ineludible trabajo de hacer síntoma orientado hacia un resguardo del desencaje, resistiendo a la poderosa fuerza del empuje al Uno del goce, restitutivo de la compacidad de la soberbia del logos.

Un hacer síntoma a la manera de una direccionada política  en intensión en el reanudamiento del decir, como en extensión dirigido a los modos de goce del Malestar en la Cultura, no sin a su vez, quedar confrontado el mismo discurso del Psicoanálisis, al igual que cada analista, con lo que no alcanza.

Hoy nos encontramos ante los cuantiosos excesos de estos tiempos, junto con algunas prácticas y discursos que intentan darle curso a una gama de cuestiones y encrucijadas.                           

La devastadora crueldad del capitalismo, la crisis del patriarcado, la declinación de la función paterna, el auge de los movimientos feministas, la desconfiguración de la familia moderna, la heteronormatividad, los abusos de la tecnociencia, los atropellos del Estado colonial, el desesperado grito de llamado ante la depredación ecológica.             

Política del síntoma a hacerse presente en la recepción de los malestares y padecimientos de la época, soportando una posición a sostener donde ni la afiliación, ni el rechazo aportarían a nuestro discurso; sino un quedar desafiado por las no respuestas clínicas y teóricas que en muchas ocasiones nos dejan en falta.            

Política del síntoma en cuanto lejos de sentirnos atacados por tales encrucijadas somos llamados a cursar la incompletud,  la inconsistencia y la incertidumbre de lo riesgoso del decir, resistiendo a la tentadora posición de la sacralización de los dichos.     

Dimensión de lo dicho, configurando un solidificado monumento totémico, siendo a su vez reforzado desde el tabú de lo intocable de la religión del amor de los padres fundadores, aquellos que propiciaron la transmisión y a su vez suturaron la falla de la inexistencia del fundamento mismo.                                                                  

Promover el continuo y sacro retorno a ellos, nos lleva una y otra vez a hacerlos consistir, rechazando a su vez lo que de lo real nos interroga, nos conmueve y atraviesa. Cristalizando una versión de la verdad sustentada por la figura de la falacia ad auctoritatem, aquella que cobra su valor en base a la autoridad del sujeto citado. Instancia de la cita subrayando el lugar de un enunciado sin enunciación.  

En contrapunto y tensión a una política del síntoma realizadora de una continua apuesta a la enunciación y al decir.     

Un más allá de la consistencia y del uno del logos, del ego al igual que del falo, serie de valiosas y ordenadoras inscripciones padeciendo a su vez el testimoniar la imposibilidad de inscribir lo uno y las diferencias que intentan establecer en cada campo.

Si bien la anatomía y los dichos del Otro son nuestros lugares de partida, no sería propiciatorio candidatearlos como nuestros puntos de destino.                                                                                         

Un quedar lanzados hacia horizontes abiertos al des-ser, un más allá de las imposturas del ser, como de las dueñidades del tener, un estar-siendo-en el enigmático decir.

 

Marcelo Esses, psicoanalista, miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.

Cuidado editorial: Gabriela Odena, Amanda Nicosia, Ricardo Pereyra, Gerónimo Daffonchio y Helga Fernández.

   

 

 

 

 

 

 

 

                               

 

 

 

 

 

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