Gratitude envers Gérard Pommier. Por Adriana Zanón.

Pommier descansa en el cementerio Père-Lachaise de París desde el martes primero de agosto. Recibió entierro oficial –informaron sus hijos– el ocho de agosto de 2023. Parece increíble. Hace seis años imaginó que lo haría allí junto a Marcel Proust, Jean-François Champollion, Charles Baudelaire, Oscar Wilde, Edith Piaf –ella por supuesto, la de la tumba más visitada y más florida del lugar–. Él lo haría en la tierra como buen judío.


Pommier ha urdido mi historia de practicante del psicoanálisis desde mis primeros pasos en los intra-muros del asilo manicomial. Solía decir que para devenir psicoanalista mejor transitar al menos diez años de trabajo en la escucha del decir psicótico. Y, sin prejuicios respecto de ese decir, me escribía en sus cartas enviadas por Correo Argentino, que él quería ser un loco de esos que yo escuchaba allí.


Hay episodios -vívidos y vividos- que dejaré plasmados en estás breves notas con mi humilde candil de esta noche.


Con Pommier compartimos sinfín de congresos de Universidades de Argentina y Uruguay, así como de Convergencia y las Reuniones Lacanoamericanas de Psicoanálisis. En Montevideo 2015, nos alojaron entrañables anfitriones –Enrique y Celia–. Una noche antes, en el Aula magna de la Facultad de Psicología de la República tuvo lugar su conferencia fulgurante, que había preparado en la tarde mientras yo le ofrecía una picada argentina con chorizo untado con grasa del campo. Deseoso del manjar señaló “No soy religioso”, y nos reímos. Se sucedieron los días de “La Lacano”, hasta que en un interín de bar se acercan algunos analistas a pedirle puntuaciones de sus disertaciones… La cara de Gérard, de corte en acto, ni siquiera los detuvo; insistieron con el chiste trivial: “¿Cuánto cuesta una pregunta tuya en el evento?». Por ello y por muchas otras instancias me repetía: “Los hombres somos tan desagradables, querida.”

Unos pocos meses antes, se realizó el VI Congreso Internacional, Convergencia, Madrid 2015, donde hubo una situación de malestar por la salud de nuestra querida Pura Cancina. Pasó, fue un evento negativo y nada más. Felizmente Pura vivió dos años más, aunque pocos la tuvimos cerca, en Rosario. Con Gérard nos fuimos juntos a Paris una semana. En cierto anochecer en que salimos con su auto rumbo al arrondissement 20, al barrio 20, estacionamos y caminamos por la plazoleta Auguste-Métivier y luego por la calle Place Gambetta del distrito Père-Lachaise. En su mercado popular me eligió unos aros colgantes simples y bellos, y entramos a un restó a cenar. Mujeres por un lado cantamos –con hoja en mano dadas al ingreso– estrofas de Edith Piaf; hombres por otro, cantaron a Francis Cabrel y Jacques Brel. La música popular, la chanson française. Decido realizarle allí el pedido que me había guardo desde Madrid. Le pedí la dirección de mi Tesis en la Universidad Nacional de Rosario. Me preguntó qué problemática iba a investigar. Le respondí que deseaba trabajar acerca del sinthome. Me dijo: “No es un tema académico, no te dirigiré ese tema.” Y agregó: “Tu tema es lo que tú has dicho en el Hospital Ameghino acerca de los sujetos trans en tu escucha en lo hospitalario. Este sí es un gran tema académico: la asunción trans, el devenir trans más allá de la taxonomía, en el decir singular en el vacío de la falta, en castración, no en poussée-à-la-femme, empuje-a-la-mujer, lo que es equivalente a la forclusión lacaniana, bien testimoniado por Schreber. El emperador Julio César ha sido un hombre para las mujeres y una mujer para los hombres, en cualquier sujeto el deseo y la asunción sexual está interrogada. El deseo, lo sin objeto, por supuesto, y en su variabilidad a lo largo de la vida. ¿Acaso no ha sido Freud el creador de la teoría de género antes que Judith Butler?». Y nos reímos juntos, esa sanción que el Witz produce como función despertante del inconsciente. «Judith Butler lo subvirtió con más sutileza que la que utilizó con Lacan. Ella hace partir el problema de la represión infligida por la Cultura».


Concluimos la charla calurosa a ritmo de la “canción francesa” con su frase que haría de perla para los lacanianos religiosos: “Tomaremos el performativo de Austin y el de Lacan –ya que Lacan ha sido performativo en sus propuestas, más aún con sus matemas de la sexuación. Allí ha partido de algo falso para arribar a algo verdadero. Matemas de los 70′ que no implican un binarismo aunque son patriarcales, ¿no?”.


En el siguiente viaje a París, el trabajo escriturario estaba listo para ser presentado en la Academia, entonces señaló un caso de su clínica: “Una mujer joven que vino a verme hace unos años después de haber dejado su hogar, me contó que su padre se había trans-formado en mujer y su madre en hombre poco después que ella partiera.” Al poco tiempo lo publicó en La clinique lacanienne N°33, Pluralité des genres?, y me lo ofreció a modo de Estudio preliminar de mi libro ”Transexualismos»

Siempre estaré agradecida.

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