Dos preguntas a Juan Dobón

Responsables de la sección y cuidado editorial: Gisela Avolio y Yanina Marcucci

Dirección editorial: Helga Fernández


— ¿Cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?

— Más que un descubrimiento diría que resultó a partir de una búsqueda, a través de lazos y referencias, que comenzó en un tiempo vivido en Barcelona a fines de los 70. Allí en oportunidad de unos cursos con Valentin Baremblit y otros encuentros en la Biblioteca de Psicoanálisis que había fundado Oscar Masotta.  De esas experiencias me quedó un interés fuerte por el psicoanálisis de orientación Freud-Lacan y una resonancia de lo escuchado acerca de aquella experiencia del “Lanus”(1) con Mauricio Goldemberg en los años ´60. La experiencia del propio análisis, a la vez que el encuentro en el Hospital Piñero con un grupo de jóvenes psicólogos y médicos interesados en el psicoanálisis, al que me sume a mi regreso al país con la vuelta de la democracia, hizo que fuéramos recorriendo un camino que le dió al servicio de salud mental espacios de cursos, formación y supervisiones, con referentes psicoanalistas internos y externos. Con el tiempo la praxis y la formación con aquellos colegas del inicio, nos llevó a ocupar funciones de enseñanza, de organización, pero básicamente nos volvió transmisores del mismo discurso que nos continúa causando y formando.

— ¿Qué considera que el psicoanálisis puede aportar a nuestra contemporaneidad?

— Creo que desde el discurso analítico se piensa de modo diverso el devenir contemporáneo y el impacto de este en nuestro discurso, así como los efectos de nuestra praxis en alguna medida en eso. En la época actual asistimos cada vez más a situaciones que comprometen la vulnerabilidad y fragilidad humana, exclusiones y situaciones socioeconómicas que agravan las presentaciones. Valorar los efectos de habitar una etapa global de consumo y sus consecuencias como resultado, entre otras cuestiones, del discurso y la economía capitalista que no parece encontrar ni tope, ni límite. 

El discurso del psicoanálisis por una parte pone en cuestión y llama a pensar los efectos de la proliferación de objetos técnicos y de consumo, su uso desmedido. Irónicamente llamamos “patologías de consumo” a las posiciones que ese mismo consumo problemático determina y su revés, el consumo de “patologías”, genera la diseminación – ahora sí – en nuestro campo de propuestas y ofertas terapéuticas de todo tipo y “a medida”. A su vez, clínicamente asistimos a los efectos de la sobre-medicalización, así como el sobre-diagnóstico espectral de niñeces y adolescencias, entre otras cuestiones.

En medio de esto considero que el discurso analítico aporta una idea diferente de lo que se entiende por “cura”. Es el punto que diferencia al psicoanálisis con el mandato médico de “curar- sanar y hacer el bien”, e incluso con la filosofía; y lo que es más importante, su diferencia con las psicoterapias basadas en la reeducación de conductas o patrones cognitivo conductuales, en “coucheos” del ego o de la autoafirmación y el éxito. El psicoanálisis tampoco acuerda con que la cura esté vinculada al refuerzo del discurso contemporáneo de “ser normales” o “volver a la normalidad”. Lo pienso en cambio como praxis, es decir experiencia y discurso donde la cura implica entre otras cuestiones la experiencia de un trabajo en transferencia,  sostenido en una relación al saber inconsciente, que seguirá insistiendo como una huella que orienta y se dirige a la producción, la creación y la invención; con un plus terapéutico y de cambio de posición ante el padecimiento subjetivo, que es necesario repensar en cada caso y en cada intervención.

De este modo cuando planteamos el plus de lo terapéutico como pregunta, queda abierta la cuestión de en qué medida opera su aplicación. En tal sentido transformamos un axioma en una cuestión ética-clínica. 

Otro aporte determinante al debate contemporáneo es lo que entendemos como la relación política del síntoma y económica del “cuerpo y sus goces”. La política y la economía no se oponen como se pretende en otros discursos, una resulta el envés de la otra. Tenemos un cuerpo, que nuestro discurso entiende como hablante, es decir que esa cualidad le permite al psicoanálisis ser una disciplina que aloja de lo más íntimo y singular. Lo que implica una idea de cuerpo diferente al de la ciencia biológica y también al que la medicina no puede, porque no está ni pretende,  en su programa alojar.

El término “economía” implica contar con un ordenamiento razonado para poder pensar padecimientos y bienestares, excesos y excedentes,  saldos de placer y displacer, en fin, sus goces. Y cómo juega en la vida de las personas, su posibilidad de disfrute pero también su capacidad de mortificación. Por allí se cuelan a su vez una idea diferente del odio y del amor que también impactan en esa economía y la lectura de los hechos humanos. 

Y no puedo dejar de mencionar que el discurso analítico es abierto y estará vivo si no se desentiende de la lengua,  de su época y  de las condiciones sociales que  atraviesan a quienes asiste.


1. En Octubre de 1956 Mauricio Goldenberg se puso al frente del Servicio de Psicopatología del Policlínico de Lanús en la Provincia de Buenos Aires, e implementó un proyecto pionero de abordaje y atención, basado en los principios de la desmanicomialización y la salud mental comunitaria.


Juan Dobón. Psicoanalista. Médico Psiquiatra Consultor de Sociedad Argentina de Psicopatología (AMA – Asociación Médica Argentina). Jefe del Servicio de Salud Mental del Hospital P. Piñero, CABA.    Profesor Titular materia “Historia de las ideas en psicopatología”, Master Psicopatología, U.C.E.S. Docente de la Maestría de Psicoanálisis  Universidad del Aconcagua, Mendoza.  Docente de grado y Subdirector de la Carrera de Especialización en Psiquiatría de la Facultad de Medicina UBA. Docente del Master de Derechos Penales de la Universidad de Barcelona, España. Autor de «Lo público, lo privado y lo íntimo», «Cárcel y manicomio como laberintos de obediencia», «Sanción de la pena al acto», entre otras obras


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