Cuidado editorial: Gabriela Odena, Mariana Castielli y Marisa Rosso.
Imagen de Portada: Kiki Boccarelli.
Cuando leí por primera vez «Un marido para Berta», me divertí. Cuando leí por segunda vez «Un marido para Berta», me angustié. Cuando leí por tercera vez «Un marido para Berta», se me impuso una historia que alguna vez escuché.
Un ladrón sustrajo una pieza arqueológica de un museo etnográfico a plena luz del día. Con el trofeo en su poder, encargó diez réplicas al mejor artista para dispersarlas por el mundo, alimentando el rumor de que cada una era la original. Esperaba, con esta estratagema, confundir a los detectives y evadir la justicia.
Convencido de su impunidad, contactó a un comprador experto en arte. Para su sorpresa, éste le reveló que tampoco él poseía la pieza original. La estatuilla había sido donada a la colección por un arqueólogo, quien a su vez la había recibido como obsequio de una tribu nativa. Pero el trujaman, que en aquella ocasión facilitó la comunicación, había provechado la oportunidad para sustituir el original por un duplicado. Después de lo que murió ahogado en el océano, y hasta hoy se desconoce si la estatuilla original se hundió con él o si alguien se la arrebató antes de matarlo.
Pero lo más peculiar de esta situación, explicó también el experto al ladrón, es que el duplicado sólo tiene un valor equivalente al original dentro del museo, ya que tanto el arqueólogo como las autoridades de la institución desconocen los hechos.
Recién un tiempo después empecé a entender por qué esta historia sonaba en mi cabeza junto con el libro de Ever Román.
En el prólogo, el autor escribe que el texto que a continuación se leerá es una remake de la novela homónima de Corín Tellado. También aclara que su versión no se asienta en el libro original porque jamás se ocupó de leerlo. Bueno, estoy simplificando las cosas. Ever no lo dice así. Cuenta que se vio impedido de hacerlo porque mientras escribía transcurría la pandemia y fue imposible acceder al libro. Pero llegado el día de la presentación de esta remake, tres años después de la urgencia sanitaria, Ever continúa sin leer «Un marido para Berta», de Tellado. Es una pena, dice excusándose, pero no tuve la oportunidad. Y los presentes, público y amigxs, reímos.
No sé ustedes, pero yo creo en el argumento del autor en cierto plano, y en otro, más alejada de la artimaña, no. A pesar de lo inverosímil del asunto, creo que algo le creo porque, al exponerlo vestido de autenticidad y bajo la irreverencia de lo disparatado, Ever procede como el hábil ladrón que sustrae el original, no ante la anuencia de quienes custodian la verdad del fetiche en el museo: con la complicidad de nosotrxs, lxs lectorxs. Pero lo cierto es que de todos formas me pregunto, ¿por qué, por un lado, nos causa gracia lo que parece una excusa, o por qué nos dejamos engañar, y, por el otro, nos angustiamos? ¿Será que festejamos la habilidad de quien nos quita lo que existe sólo bajo un régimen de ilusión, pero a la vez hacemos la vista gorda ante el robo porque la sustracción también nos provoca dolor de panza?
La prestidigitación del autor, desplegada ya en el prólogo, que además lo implica en la trama, fue clave para mi disfrute de esta novela. De otro modo, su artificio se habría limitado al del ladrón, sin alcanzar la complejidad del experto en arte. Me explico: Ever relata que intentó remediar la supuesta falta de acceso al original preguntando a su madre, lectora de Corín, sobre la trama de esta novela. Sin embargo, ella tampoco pudo recordarla debido a su demencia senil. Disculpen el abuso de mi oficio de analista, pero permítanme matizar mi punto con una pregunta: Cuando una madre pierde la memoria y con ella el recuerdo de su propio hijo o hija, ¿el original que alguien es, o habría sido, para la primera persona que nos dio lugar, también se pierde? Si así fuera, al menos en mi interpretación, ¿el escritor, al privarnos del objeto preciado y sustituirlo por el fetiche en el que se convierte él mismo al hacerlo con éxito, también pierde su condición de excepción debido a esta otra pérdida evocada? Se posiciona, simultáneamente, como estafador y estafado, como ilusionista que desilusiona y como ilusionado desilusionado. Es, al mismo tiempo, ladrón y experto en arte.
Pasando a la novela en sí, en la contratapa del libro, Macarena Moraña escribe que un mediodía, Berta arroja el anzuelo que picará en sus hermanos y les da una misión: ¡Cómo me hubiera gustado querer un marido! El deseo de deseo de una mujer, que parece tenerlo todo, lanza a estos cuatro hermanos hacia los cuatro puntos cardinales en una búsqueda del deseo del Otro/otro.
¿Berta desea lo que expresa anhelar? ¿Por qué no desea sin rodeos sino habiendo querido desear? ¿Qué pide Berta cuando pide un marido? No lo sabemos, pero lo cierto es que Tami, León, Jacobo y Zacarías, se ven impulsados a hallar algo que se correspondería con esta designación.
En el nudo de la aventura, los hermanos se desvían más y más del objeto señalado y se topan con lo que a cada uno ellos les provoca los brillos del deseo, como si la ausencia del modelo tuviera por contrapartida la profusión de réplicas. Como si los duplicados no copiaran ningún patrón. Como si el original, nunca jamás visto, fuera sus falsificaciones verdaderas. Como si el marido se hubiera perdido junto con el trujamán y la estatuilla, en el fondo del océano
Ever, pese a lo que anticipa de entrada, a poco de hacernos ilusionar de nuevo, nos deja otra vez sin nada. Y, aunque su procedimiento incomoda, también desinfla de la rechonchez de lo engullido. De eso que nos tragamos cuando, necios, creemos que hay lo que no existe. Y peor, que unx podría serlo para alguien.
La escritura de Ever Román percute que el deseo siempre es diferido. Bizarro. Errático. Que el deseo es deseo de deseo de deseo… Que un ininterrumpido juego de fascinaciones no remite más que a su propia remisión, fuera de toda objetivación posible. Que nunca encontraremos otra cosa que no sea lo que se buscaba: una nada muy valiosa.
Más allá de cuál haya sido la intención, consciente o inconsciente del autor, me gusta pensar que «Un marido para Berta» es su forma de decirnos –a su mamá, a nosotrxs y a él–: Tranquilxs, el original es lo que reproducimos en su lugar.
Para adquirir el libro Un marido para Berta, de Ever Román, editado por En el margen editora, diciembre 2023, pueden escribir a enelmargenpapel@gmail.com
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