Otra heroicidad es posible. Por Roque Farrán


Foto de portada: Gabriela Cheloni.



El muy sabio Spinoza había sugerido que antes de burlarse, lamentarse o detestar, conviene comprender. Nietzsche había tratado de mostrar que el conocimiento emerge del entrelazamiento de esas mismas pulsiones, no de su represión o denegación. Agregaría que hoy no sólo tenemos que entender las pasiones mencionadas, pensarnos atravesados por ellas in situ, sino también trabajar en torno a otras como el miedo, el catastrofismo o la derrota. Varias cuestiones a tener en cuenta.


Primero, entender que los mecanismos de poder actuales ya no son sólo disciplinarios o de control, sino que se encuentran vinculados a la modulación e incitación de la autoagresión: aprovechan el mismo deseo de autopreservación para volverlo contra sus agentes (las técnicas de policía que provocan la resistencia física para producir asfixia son un ejemplo cruel y dramático1).


Segundo, entender que el poder real ya no depende de estructuras fijas, localizables o identificables, sino que es ubicuo y escapa al control de sus mismos agentes: las castas y corporaciones son puestos menores respecto al gobierno algorítmico que hoy impera (la creación de las plataformas digitales o la IA brindan un claro ejemplo de ello2).


Tercero, entender cómo responden a este estado desesperante de la situación global modos de subjetivación improvisados que apelan a imágenes, consignas o significantes pobres, limitados, anacrónicos y específicos de cada lugar, que pueden infundir temor o esperanza pero que están totalmente desconectados de sus materialidades históricas (por ejemplo, las amenazas a partir de la circulación de imágenes de los “falcón verdes” que pertenecían a grupos operativos del ejército durante el terrorismo de Estado y que no tienen la misma efectividad en el presente3).


Nada de esto debe ser subestimado, por supuesto, pero tampoco sobrestimado; resulta necesario entender cuál es su efectividad real y cómo responder en cada caso. Cada diagrama de poder operante (soberano, disciplinario, empresario, algorítmico), en cada plano (ideológico, político, ético, teórico), en cada lugar, tiempo y subjetividad. Poder deslindar eso será clave. Organicemos nuestro pesimismo, y sobre todo entendamos nuestra potencia de obrar.


Hace tiempo propongo una serie de ejercicios prácticos que ayuden al entendimiento, que contribuyan a liberarse de las significaciones comunes y apunten a modular la singularidad de cada quien junto a otros. El problema no es la “crisis de la narración” como dice Han, o la “imposibilidad de la crítica” ante la ausencia de lectores ilustrados, como dice Berardi; el problema es que los ejercicios de lectura y escritura, cualesquiera sean su forma o extensión, no ayuden a transformarse, no hagan cuerpo el pensamiento, ni del pensamiento una genealogía singular que hace suyos legados y tradiciones. Si las fantasías de omnipotencia contemporáneas alimentan el mito de los superhéroes, como dice Dessal, para sobreadaptarse a un sistema que permanece incuestionado y replica cada vez más el sufrimiento, en lugar de rechazar toda heroicidad y dificultad de las instrucciones, propongo cultivar otro tipo de ethos.


Es una tentativa que vengo sosteniendo hace tiempo, expuesta en libros como Leer, meditar, escribir (La cebra, 2020), Militantes, ¡ocúpense de sí mismos! (Red editorial, 2021), El giro práctico (CIECS, 2022). Un modo de encarnar el pensamiento que no pasa tanto por la explicación o comprensión sino por el ejercicio, la meditación y la interpelación. Creo que es un ethos de la escritura que compartimos entre varios, por ejemplo, amigas como Helga Fernández o Silvana Vignale. Otra amiga, Natalia Romé, me pregunta con justa razón por qué no escribí “Militantes, ¡ocupémonos de nosotros mismos!”. Por supuesto que podría haberlo hecho, porque me incluyo en esa interpelación: hago de la inquietud de sí una tarea urgente y cotidiana, una filosofía militante. Pero la interpelación socrática directa es más efectiva al sostener el lugar de enunciación desde un afuera interior, extimo o problemático, en vez de diluirlo en un nosotros identificatorio que resta siempre por constituirse, que no se da por hecho. La interpelación directa nos pone en movimiento y despierta, digamos. Crea una escena que es el reverso del clásico ejemplo de la interpelación: un transeúnte distraído, ocupado en sus asuntos privados, que responde al llamado del agente policial por sentirse en falta o infracción respecto a la ley; mientras que la interpelación filosófica llama a quien pretende ocuparse de los asuntos públicos, en plenitud de sus supuestas intenciones, que atienda en cambio a sí mismo, que reconozca que no estaba en posesión de sus facultades tanto como creía. No se trata de poner en falta o remitir a la culpa, sino de despertar lo mejor de sí en la tarea colectiva que se empeña en cada caso: la reflexividad ética y crítica.


Concluyo entonces con algunas instrucciones para ejercitarse y habilitar el devenir héroe colectivo. O mejor: un gesto de heroicidad que solo puede sostenerse en el pensamiento del nudo solidario que nos constituye.


Escucha, lee, escribe, piensa, interpela a los demás a hacerlo en función de lo que aumenta la potencia de obrar: podemos hacer más cosas y podemos hacerlas mejor en la medida en que otros participan y el contento en sí mismo se afianza, aún si el pronóstico resulta funesto. El relato siempre está en crisis para quienes no lo toman como algo natural o dado, porque encuentran las condiciones materiales para ejercitarse y transformarse en el uso de los saberes. Están los ‘saberes sabidos’ y los ‘saberes no sabidos’, el reparto entre lo consciente y lo inconsciente, pero también están los ‘saberes ejercidos’ en función del precio absolutamente singular que se ha pagado para acceder a una verdad. Una verdad que transforma es siempre singular y colectiva, histórica y ontológica al mismo tiempo: desea ser transmitida para que cada quien encuentre su modo. A la locura individualista de la autorrealización a expensas de los demás, responde en espejo el llamado a la eterna modestia del que debe confesarse a sí mismo su impotencia o su falta, volverse un hermeneuta del sufrimiento y un explicador omnisciente de los motivos, en lugar de afirmarse en aquello que le produce un verdadero contento, a partir de lo cual puede empezar a contagiar a otros. Hay momentos históricos que conllevan un peligro de tal magnitud para la existencia en común que llaman a juntarse para elaborar una respuesta entre todos, donde cada uno importa, no desde una igualdad formal sino desde el punto singular donde puede ejercer su importancia porque no se la cree en absoluto. Hay una heroicidad en marcar la diferencia que vale cuando no hay patrón de medida común sino anudamiento solidario de cada parte. El peligro de disolución del conjunto es lo que interpela a cada uno a asumir su lugar en la trama y el desenlace: entender lo que está en juego y jugar su parte.


Córdoba, 17 de diciembre de 2023.


1- No hay peligro de muerte mayor que este tipo de situación en la cual nuestra potencia de actuar se convierte en un reflejo auto-inmune. Ya no se trata solamente, entonces, de poner trabas directamente a la acción de las minorías, como en el caso de la represión soberana, ni de dejarlas simplemente morir, sin defensa, como ocurre en el marco del biopoder. Aquí se trata de llevar a ciertos sujetos a aniquilarse como sujetos, excitar su potencia de actuar para presionarlxs mejor, llevarlxs al ejercicio de su propia pérdida, producir seres que, cuanto más se defienden, más se dañan.” (Dorlin, 2018, 22)

2- Esto que hoy es un diagnóstico compartido entre los teóricos críticos, ya había sido señalado por Deleuze en el “Post-escriptum a las sociedades de control” (1990), antes de que proliferara el capitalismo de plataformas y la IA.

3- La emergencia de las nuevas derechas y ultraderechas ha sido abordada abundantemente por la literatura crítica actual, pero se suelen detener en problemas relativos a la nominación precisa: neofascismo, postfascismo, autoritarismo democrático, etc. en vez de indagar la modulación histórica singular que adoptan en cada caso.


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