La Sociedad de las de Afuera. Por Lidia Ferrari.

Foto de portada, Jacques Henri Larrigue.

Cuidado editorial, Helga Fernández.





Siempre me sentí una outsider. Bueno, no siempre, sólo después de un recorrido de décadas cuando comprendí que, como psicoanalista o enseñante de tango, le escapaba a las instituciones o grupos. Estuve en varias instituciones psicoanalíticas y cuando llegaba el momento de repetir y obedecer, me iba. Desde ningún lugar de soberbia sino de imposibilidad. No podía sostenerme boyando en lo que consideraba burocracia institucional. Siempre lo viví como una falla. Un amigo miembro de una institución psicoanalítica, hace ya más de tres décadas, me dijo: «Sos una outsider». Nunca lo había pensado. Pero mucha agua corrió bajo el puente hasta que se hizo transparente en mí esa condición. Salvo en la UBA donde pude estar casi 25 años en un mismo departamento. Quizás porque ingresé ni bien llegada la democracia, cuando todo se estaba reinventando. Allí logré hacer lo que pensaba debía hacer. No debía ‘afuerarme’; allí pude estar adentro. También en el Hospital Esteves coordinando un programa donde podíamos crear, compartir, transmitir. Hasta que no se pudo. Lugares en los cuales se podía producir más allá de la pregnancia de lo instituido. Tejiendo espacios no sólo soportables sino también fecundos. Escribí en ese contexto mi primer libro por encargo de la editorial Planeta: Cómo elegir una carrera. Ese ‘afuerismo’, ese modo outsider era algo penoso pero inevitable. Como si cargara con un destino. Aprendí, muy arduamente, a convivir con ello. Con el tiempo, mucho tiempo, encontré que no tenía sólo desventajas. El más grande menoscabo: la soledad. Pero la soledad también da sus frutos, es decir, la autonomía en relación al juicio y a los deseos. No digo que eso sólo ocurra en soledad. Se trata de mi síntoma.

Tuve un maestro, León Rozitchner, que me dijo varias veces: «Seguí tu pensamiento, tus ganas, a pesar de lo que digan alrededor». Nadie me decía nada, por cierto. Nadie me obligaba a nada. El contexto es el que puede funcionar como Superyó, como esas voces que le hablan a una y le dicen lo que tiene que hacer o no hacer. A eso, León me orientaba a desoírlo. No sé si fue esa enseñanza. Por algo recuerdo sus palabras. Era el momento cuando escribía el libro Cómo elegir una carrera y se suponía que eso no era digno de ese psicoanálisis prestigioso y superyoico en el que circulaba.

Es con mucho tiempo transcurrido y algunos textos escritos que fui encontrándome con otra condición que facilitaba lo outsider: ser mujer. Luego de trabajar sobre la condición femenina desde hace unos años, a partir del encuentro con mujeres y textos de mujeres, encontré que el carácter de outsider también estaba en relación a la condición femenina. No que era outsider porque era mujer, sino que cierta falta de reconocimiento a la tarea femenina también se ligaba a esa condición. Quizás lo pude tener más claro indagando en la vida de mujeres más que en mí. Pero eso tarde o temprano se hizo carne. No hablaba sólo de ellas cuando escribía sobre Artemisia, Christine de Pizan, Nicole Loraux o las mujeres en el tango… Estaba pensándome a mí en ellas.

Al intentar terminar de escribir sobre el lugar de las mujeres en la evolución de la especie me encuentro leyendo a Virginia Woolf y su texto Tres Guineas. Allí pone sobre la mesa la cuestión del lugar de la mujer en la sociedad patriarcal, en la suya, inglesa, de principios del siglo XX. Leo su libro en la versión en castellano donde propone fundar una ‘Sociedad de las mujeres de Afuera’. Si bien se entiende de qué se trata y mientras resuena lo que vengo pensando acerca de mí misma, no alcanzo a entender esta fórmula: ‘Sociedad de las mujeres de Afuera’, ¿de qué índole es este afuera? Me hace ruido y busco la versión original. Dice mi admirada Virginia Woolf: “Society of Outsiders”. Un impacto, un coscorrón en mi cabeza, un porrazo subjetivo. Una vida de padecimiento por ese carácter de outsider (no hace mucho puedo reivindicarlo, no porque sea ninguna virtud, sino porque es mío) y encuentro que se trata de algo que me mancomuna con otras mujeres. Eso vivido como una tragedia singular es un drama común que nos hermana. Sólo con un gran esfuerzo de mirarnos a nosotras mismas, en nuestra singularidad, podemos llegar a advertir que lo que creemos ‘nuestra’ virtud o ‘nuestro’ defecto también es algo heredado de nuestra cultura patriarcal. ¡Cuántas cosas se transforman con las palabras leídas o escuchadas! Gracias Virginia Woolf. Me siento menos sola.


Lidia Ferrari: Psicoanalista argentina radicada en Italia. Autora entre otros: La diversión en la crueldad. Psicoanálisis de una pasión argentina; Decir de mujeres. Escritos entre psicoanálisis, política y feminismo, Tango. Arte y misterio de un baile. Tango. Les secrets d’une danse.



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