Imagen de portada: Francesca Woodman, Space2, Providence Rhode Island, 1976
Cuidado editorial: Agostina Taruschio y Gabriela Odena
alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra
Pizarnik compone un poema visual, forma una figura triangular (caligrama) con las letras de su nombre más tres palabras que indican su lugar debajo: alejandra debajo de alejandra(s).
Al estilo de “Esto no es una pipa”, Pizarnik y Magritte conmueven entre palabras escritas e imágenes la fijeza de la representación.
La pipa representada en el cuadro no es fumable, pero puede instigar, provocar un deseo, pero la lectura de “esto no es…” -la negación no es representable con figuras- tal vez arruina la tentación.
Al escribir su nombre en minúsculas despersonaliza, despega de su piel las letras que lo conforman, se abre a multiplicaciones que lo atraviesan: es sólo un nombre entre otros nombres.
¿Está debajo?
Si está debajo no está en la primera línea, si no está ahí, ¿está dónde…?
¿Es la misma la primera alejandra que la última? ¿Se realiza una antanaclasis?
Tres tiempos, tres enunciados del nombre, inauguran una serie, una repetición que escribe una diferencia. La reiteración no es aún repetición; el segundo enunciado anuncia una relación entre dos términos, que ya no son el mismo. Será el tercer movimiento el que instituya una repetición -entre lo que queda del lazo del segundo y el primero- con el advenimiento del tercero. Entre tres el nombre propio transmuta en común, tan común como enunciar o escribir la palabra “yo”.
Sabemos del esfuerzo de los lingüistas para diferenciar uso y mención: Alejandra es el nombre de Pizarnik (uso).
Alejandra tiene nueve letras (mención).
La cura analítica transita por los caminos de la repetición hasta el límite de la representación, más allá del representar. Potencia el lenguaje hasta el exceso.
Así, las palabras estallan y la piel, la imagen, la representación se difuminan; al iniciar un viaje que podría ser vértigo de lo deviniente se desborda su producto, del mismo modo en que la enunciación desborda al enunciado. Un desborde que habita en el mismo producto. Se reúnen, no para homogeneizarse, sino para potenciar aún más la diferencia.
El esfuerzo del caligrama fracasa porque su insistencia en hacer coincidir texto y figura muestra la mancha que conmueve, fastidia una coincidencia imposible:
Entre el cuerpo y el nombre.
Entre la representación y el objeto.
Entre las palabras y las cosas.
Entre una vida y su devenir.
En el caligrama la cosa se oculta en la lectura – no decir todavía- y se calla en la visión -ya no representar-. ¡Su falla es su virtud!
Ofrece un jeroglífico onírico apto a la lectura que muestra, revela, un lazo incierto.
Se aleja(ndra) del nombre para encontrarlo en un lugar inesperado.
Despegarlo para que en un extraño (¡extraño!) azar lo reencuentre. Que una voz lo diga y al llamar se escuche, cada vez, una distinción.
Y el tercero habrá sido una novedad incalculada, entre lo propio que se ha perdido y lo impropio que se ha conquistado. Un viaje llamado deseo.
Nota bibliográfica
*Alejandra Pizarnik (1956) La última inocencia, Poesía Completa, Ed Lumen, Buenos Aires 2007, pág. 65.
Daniel Rubinsztejn. Psicoanalista. Dr. en Psicología (UBA) y Profesor titular en la maestría de psicoanálisis de la Universidad Nacional de Rosario. Autor de Psicoanalisis, una práctica imperfecta (2000), Modos de abstinencia (2006), De una práctica que no sería una ciencia (2012), Variaciones del sujeto (2021), El analista sin tejado (2022).
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