Cuidado editorial: Viviana Garaventa, Helga Fernández y Amanda Nicosia
«Siempre que la existencia habite el mundo, lo poético hará acto de presencia y abrirá un modo de relación que no puede soportar ni la luz ni la oscuridad, una forma de ser sombría»
Joan-Carles Mélich, La fragilidad del mundo.
Algunas manifestaciones y complejidades de la clínica, especialmente las encontradas y vivenciadas en el ejercicio del psicoanálisis dentro del hospital público, en el dispositivo de la guardia de salud mental, me han llevado a dar de narices con formas del sufrimiento humano que revelan un territorio desconocido para el campo de intervención habitual del psicoanálisis. Para quien se dedica a «surcar el inconsciente», esta encrucijada, que no dudaremos en llamar del orden del acontecimiento, impulsa la apertura de un camino plagado de dificultades, interrogantes y desafíos. Un recorrido encauzado por una honda y continua reflexión en torno al psicoanálisis y el lugar del analista como también en relación a las mutaciones ocurridas en la sociabilidad contemporánea que dan cuenta de un cambio de época y por ende, de los estados de malestar. Nos proponemos abrir un espacio de búsqueda: de ideas, figuras, nociones, relatos que acompasen esta experiencia y sostengan la elaboración de estrategias de alojamiento y contención.
Las manifestaciones a las que nos referimos inicialmente demarcan una «zona» de la clínica actual, de muy difícil abordaje, en la que el sufrimiento se presenta, según describimos en un artículo anterior (1), bajo distintas formas de arrasamiento. Con la noción de arrasamiento conjeturamos situaciones en las cuales la vida, en sus diversas esferas, se presenta prácticamente al ras de la existencia, en estado de precariedad o desolación. La expresión «vidas arrasadas» altera de manera inesperada pero ineludible la cuestión del sujeto, pudiendo ubicarse un sufrimiento por fuera o anterior al mismo, que se encuentra «lisa y llanamente» en lo real (2).
Bajo ningún punto de vista la idea de arrasamiento intenta postular una estructura o diagnóstico nuevos. En todo caso, estamos hablando del desbaratamiento de las estructuras, de los diagnósticos, que no alcanzan para nombrar las situaciones que se rubrican bajo los signos de la epocalidad y rebasan esquemas conocidos. Por tanto, se inaugura una búsqueda de otras formas de nombrar. Tampoco aludimos a una condición momentánea o temporal, sino a los efectos de devastación acaecidos sobre las existencias hablantes por el influjo de ciertas operaciones epocales vigentes y el favorecimiento de acciones de crueldad.
Vecinas a la experiencia con el arrasamiento, algunxs autores evocan otras figuras clínicas tales como: «clínica de los despojos» (Mónica Cushnir, 2018) en alusión al trabajo con poblaciones destinatarias del rechazo social. Marcelo Percia (2021) por su parte, las llama «desolaciones» que nombran «diferentes formas de arrasamiento de la vida». También «clínica del desamparo» (Margulis, 2016) o «clínica de los efectos del desamparo» (Mitre, 2018), es decir, «la clínica de aquellos sujetos que no han contado con un Otro que «los cuide»».
Sobre la cuestión del desamparo propongo ensayar una articulación entre el concepto definido por Freud bajo el término alemán hilflosigkeit como un estado de desvalimiento frente a lo traumático que remite a la indefensión de los primeros tiempos de constitución subjetiva y requiere del auxilio del Otro (3) y la experiencia de intemperie social -en la base del arrasamiento- producida por la incidencia del mundo en que vivimos, siendo que hoy padecemos una indefensión generalizada. Si se somete a condiciones ya sea de desamparo subjetivo o social (lo que Ulloa llama crueldad), entonces se deshumaniza, habilitando o favoreciendo el goce, el odio y la violencia, quedando el terreno allanado para la acometida de la pulsión de muerte (4). El lazo social y su denostación en el proceso civilizador actual son asuntos nodales para considerar la tensión entre ambas formas de desvalimiento y la configuración de «encerronas trágicas» como paradigmas de la crueldad (5).
Un feliz y reciente encuentro con la escritura clínica de Roland Léthier y Sonia Weber (6), analistas de Estrasburgo que llevan adelante su práctica con jóvenes que «han sido confrontados a una ruptura casi incomprensible» (7), permitió hallar otro modo de nombrar esta «zona de catástrofe» que coloca al analista frente a un horizonte enigmático y lo sumerge en una búsqueda casi a tientas. Aquello que se nombra como «ruptura» alude tanto a la ruptura con el entorno familiar, escolar y social de una persona como al colapso de los ejes fundamentales que regulan las relaciones sociales y las bases del lenguaje. Esto último constituye el núcleo de la experiencia social contemporánea, aquello que Davoine y Gaudillière designan como «catástrofe del lazo social» y Lewcowicz denomina «desanudamiento general de los lazos sociales». Para este autor, en función del efecto dispersivo y destituyente de la operatoria de mercado, el Estado (y co-extensivamente, todas las estructuras) desfonda su función ordenadora de las relaciones sociales, produciendo el pasaje desde una configuración sólida o estable a la condición superflua de la materia humana:
«ello implica un cambio de supuestos:
la premisa no es ya
el lazo social constituido y regulado
sino una tendencia
a la ausencia de vínculo» (8)
«Lo que hace irrupción es la desolación, el aislamiento, la atomización, la fragmentación, la desvinculación social» (9).
El problema es que ante la primacía de la fluidez, lo primero que cae es el lugar de la precedencia o antecedencia (del discurso, del lenguaje, del Otro, de los otros, del Estado) como fundante de la existencia humanizada e instituyente de la subjetividad. El «ser-con-otros» que se presentaba como la condición ontológica existencial que anticipa o adelanta un lugar en el mundo, según explicaba Heidegger (10), se desconfigura, transformando a la existencia en predicado de la contingencia: «ningún pensamiento me fondea de modo tal que pueda situar una experiencia estable. La existencia se fragmenta, se dispersa, se desagrega, ya no existe (…) Depende de la contingencia de que alguien, ahora, lo esté pensando» (11). Desde un punto de vista clínico, nos encontramos con estados de des-subjetivación que atestiguan sobre el desmontaje de lugares y el fracaso de la inscripción en el Otro como punto de partida. Recordemos que el Otro lacaniano designa el lugar del tesoro del significante dónde advenir y su función constituyente para el sujeto, que a su vez debe encarnar en un otro de carne y hueso. Ante lo cual surge cómo interrogante clínico, ¿se ha tenido lugar para la propia existencia como sujeto para el Otro/otro?
Con la idea de ruptura puesta en juego, Léthier evoca existencias que están «habitadas por los efectos de ruptura». Esta expresión me resulta un hallazgo precioso. Ruptura es lo que se produce cuando ha ocurrido una catástrofe en aquello que funda lo humano. Luego se expande, dice, como mancha de aceite, crece como marea negra, y afecta todos los registros de la vida (la imagen narcisista, el discurso, los lazos, etc). Quienes están «habitados por los efectos de ruptura» no entran en la cuenta ni en los cálculos de los otros y por lo mismo, no pueden localizarse a sí mismos en tanto que existencias. Para el autor, los efectos de ruptura nos llevan a abismarnos sobre los bordes del lenguaje, hacia los márgenes de lo humano. Allí donde se ha tenido la experiencia de destrucción del sustento de la existencia humanizada, se contornean espacios indexados por el prefijo «in», en su valor de negación: lo inimaginable, lo innombrable, lo indecible.
Sobre este filo, debemos entonces introducirnos en la experiencia de lo inhabitable, paraje de las desolaciones. Tierra «sin suelo» en medio de un río «sin orillas y sin fondo» (12). Zona en la que urge el desafío de enfrentarse a lo intolerable, representar lo irrepresentable, hacer oír lo inaudible, decir lo indecible, nominar lo innombrable.
Resulta que cuando la materia humana no está visitada por la condición humana de existencia vivir se torna en algo complejo. He aquí que se fabrican e instalan «estrategias de supervivencia», según Léthier. La vida se espectraliza, queda cosificada y reducida a un estatuto biológico. Lo que irrumpe, entonces, no es la posibilidad de quedar excluido ya que la problemática de inclusión/exclusión remite a formas institucionales sólidas del mismo modo que la alienación/separación. Lo que emerge es el terror a inexistir, es decir, a quedar arrojado hacia «una existencia fantasmal» para sobrevivir (13). En los límites de la vida, esta cuestión de los modos de supervivencia se basa en el problema de cómo vivir en un mundo sin lazos o donde toda conexión que se establece es provisoria, precaria, lábil, desmontable.
Ahora bien, ¿cómo se traducen los efectos de ruptura o desamparo a la clínica? Nos encontramos con personas en situaciones de extrema precariedad o fragilidad existencial; situaciones que implican riesgo social y subjetivo; personas que han sufrido en su historia situaciones de violencia, abuso, abandono bajo diferentes modalidades; personas sin anclajes familiares, comunitarios, institucionales y sin soportes ficcionales; personas sin lugares dónde alojarse. Esta coyuntura ha ido derivando en un intenso e inédito estallido de demandas en los servicios de salud mental que suelen traer como motivos centrales de consulta: situación de calle o desamparo institucional; angustias arrolladoras; pensamientos destructivos o de vacío; acciones visibles de laceración y muerte; diversas manifestaciones de violencia; abuso sexual; consumo excesivo de drogas y otras sustancias.
Esta zona clínica se particulariza por ubicarse también dentro del campo de las urgencias en la actualidad, a condición de que podamos ensayar un desvío respecto del sentido más «clásico» de la urgencia subjetiva. Esta última implica el empleo de la noción de «ruptura aguda»: quiebre de la escena en que la vida se sostenía, quiebre del lazo con los otros, con el trabajo, con los pensamientos o con el propio cuerpo. Irrupción repentina de lo real, del fuera del sentido, que interpela al sujeto conduciéndolo hacia una elaboración, que abre a la posibilidad de un trabajo analítico. El encuentro con un analista se ofrece como tiempo y espacio posible para la subjetivación del estado de urgencia, para que el sufriente pueda poner algo de su cuestión en juego, articulando alguna pregunta y/o enlazando algún significante en aquel desgarramiento que le concierne, restituyendo el borde temporal de la escena.
Hace tiempo me encuentro intentando hallar alguna imagen o figura que permita dar cuenta de otros modos de la urgencia cuando no existen aquella temporalidad ni disposición anteriormente mencionadas para las urgencias subjetivas: cuando hay ausencia de escena o vacío de trama que haga de sostén o trasfondo a la existencia, ante lo cual emerge un sentimiento de horror o de dolor psíquico permanente (14). En este punto la pluma de Léthier vuelve al rescate. La expresión «estar habitados por los efectos de ruptura» permite, me parece, articular un sentido nuevo a la idea de urgencia: cuando la rotura no implica transitoriedad sino un corte radical que anida inficionando una existencia. Dice Léthier: «su palabra, su presencia, no se teje en la trama, en el telar de un pasado simbolizado». Por estas tajaduras penetra lo desmesurado, el puro exceso, una intensidad vacía, que arroja por fuera del lenguaje y del tiempo, exponiendo a situaciones de urgencia insubjetivables que implican «la imposibilidad de inscribir lo que se encuentra desde allí condenado a errar» (15). O también, «una traza sin traza, un resto puro de goce y un tiempo que no es un momento, sino un actual perpetuo nunca memorable» (16).
Recuerdo una paciente en una de tantas guardias que se desgañitaba de dolor. Había sufrido situaciones de abuso sexual intrafamiliar en su infancia y adolescencia. Vociferaba con desesperación, un asedio permanente, prácticamente sin intervalos, ni pausa, de las escenas de los abusos y de pensamientos que indicaban que se lastime, asegurando su futilidad e insignificancia. No podemos concebir estas imágenes como retornos de lo reprimido y ni a dichos pensamientos a título de voces o alucinaciones. No es represión ni forclusión lo que se encuentra operando allí.
Son el cuerpo y las actuaciones los que se convierten en sedes por donde pasa eso que está en errancia a la espera de inscribirse. Tengamos en cuenta que se trata de un cuerpo sin ropajes imaginarios, ni palabras, ni ligazón pulsional y de un actuar sin pensamiento, ni afecto, ni transferencia. Lo que se observa justamente es un gran compromiso del cuerpo a través de diversas laceraciones o sensaciones inclasificables y accionares que pueden llegar a arriesgar la vida, sin que se pueda dar cuenta de ellas, reconocerlas o incluirlas en una cadena discursiva.
Recuerdo otra paciente joven internada en guardia por condiciones de extremo desamparo subjetivo e institucional. Se encontraba en un estado de desnudez y despojo total para el cual no había justificación. Ella sólo profería un grito ininterrumpido de dolor. Grito a la vez inaudible para quienes estaban allí. Un llamado de desconsuelo que nadie podía oír. Aullido que portaba un exceso de sufrimiento insoportable e imposible de articular con palabras.
Bramido de dolor que únicamente se buscaba atemperar con medicación (17).
Esta fragilización o carencia discursiva que impide la transcripción de lo traumático y su ligazón a un cifrado mínimo que resguarde, nos recuerda a la investigación clínica llevada adelante por Helga Fernández (18) sobre la transformación del lenguaje que operan ciencia, capital y digitalidad instando un nuevo modo de relación a la palabra en nuestra epocalidad, el circuito de la palabra desencarnada: una palabra sin sujeto, sin pasaje por por el inconsciente, «donde las palabras emitidas adolecen del estatuto significante y no se anudan al modo de la significación» (19). Por su parte, Viviana Garaventa recoge el guante del trabajo de Helga Fernández y propone la «desmetaforización del lenguaje» (20) como operatoria específica sobre la lengua, propia de la era del capitalismo liberal tecno-digital, inseparable del influjo mercantil y la desmaterialización de los lazos. En ambos casos, se habla acerca de un procedimiento que excluye la dimensión poética inherente a las existencias hablantes y expone a la inclemencia de una lengua deshabitada por la ficción: «en desmedro de la historización y del entramado. Incifrando. Manufacturando indolencia, a la par que corroyendo el valor de la palabra y supeditándola a una actualización de lo actual» (21).
En «Hacer lugar a lo que no tiene lugar», a modo de conclusión provisoria, propusimos volver a anudar (es decir, reinventar en lazo) e instaurar espacios (inventar lugares) como contra-operaciones urgentes y necesarias al efecto destituyente que parece rodearlo todo. En esta orientación, pensamos la posibilidad de transferencia como armado de un espacio y un lazo nuevos capaces de albergar la experiencia de ruptura y permitirle el pasaje a otra cosa. Weber propone una modalidad transferencial que consiste en inventar otras maneras del estar-ahí, de estar-con. ¿Cómo estar–con el dolor en carne viva? ¿Cómo inventar modos de hacer-con los efectos de devastación? No tenemos respuestas certeras ni acabadas. Nos movemos en territorios frágiles. Sin embargo, sostenemos que en primer lugar, se necesita adentrarse y demorarse dentro de lo inhabitable para fabricar desde adentro los espacios de transferencia que sean necesarios para poder habitar más allá de la mera supervivencia. Afirma Léthier: «hace falta empujar a la transferencia, inventar espacios discursivos, para que las subjetividades puedan tomar cuerpo, para que ello se ponga a decir y no solo a mostrar, para que por fin eso pueda escribirse». En segundo lugar, entonces: posibilitar una operación de escritura de la errancia. Hacer pasar del fuera del lenguaje al lenguaje; del signo al significante; de la mostración al decir. ¿Cómo hacer para que las palabras tomen cuerpo y espesor?
Aquello que Ulloa llamaba estado de disponibilidad e institución de la ternura resultan imprescindibles para el alojamiento de lo imprevisible, inesperado, incalculable del otro. Disposición que conlleva una apuesta a sostener a partir de los encuentros y a través del miramiento allí donde las existencias se han desarrollado en medio de una pura ausencia. La presencia afectada del analista, el analista en cuerpo, habitados por un deseo: hacer lugar a lo que no tuvo lugar, esto es, la experiencia de la ruptura, para que finalmente, pueda inscribirse en una trama e historia singular.
Para Esteban, de 22 años, las marcas del abandono retornan en lo real del cuerpo. Esteban sufrió un accidente de moto dos años atrás, por el cual requirió ser hospitalizado en terapia intensiva durante varios meses, lo que dejó varias secuelas físicas y cognitivas. Entre ellas, quedar traqueotomizado, lo cual imposibilita la articulación de la palabra hablada. El motivo por el cual lleva aún este “agujero en el cuerpo” nos llevaría a un listado infinito de burocracias y despojos institucionales. Nadie ha brindado respuesta a esta herida. Lo que sabemos de su historia es que su padre lo abandonó en su infancia, y que luego su novia lo dejó después del accidente. Por último su madre, desbordada por la situación, también lo deja solo. Llega a la guardia del hospital luego de haber intentado arrojarse, en varias ocasiones, desde una terraza y un auto en movimiento, permaneciendo internado por existencia de riesgo cierto e inminente. El equipo de urgencias encuentra muy dificultoso el armado de un diálogo con él. Los días se suceden y no se logra acertar con ninguna intervención. El joven logra transmitir que las ideas de muerte lo rondan. Se lo ve apagado, abatido, triste. No pide nada. En determinado momento de su internación, quien estaba como practicante del psicoanálisis realizó una apuesta lúdica que tuvo valor a posteriori de operatoria escritural: se lo desafía a jugar al scrabble, el famoso juego de mesa de construcción de palabras. Esteban se sorprende y sonríe por primera vez. En esta sorpresa se lee el signo de una afectación distinta. Las fichas sobre el tablero se hicieron soporte de un decir: es entonces que algo del enigma del abandono comienza a desplegarse y a escribirse, permitiendo repoblar con palabras de pocas sílabas aquel cráter abierto en su existencia. ¿Qué había pasado allí? Algo de las ideas de muerte comienzan a ceder y empieza a sentirse más tranquilo en el hospital.
Demos un último paso más en este camino que sin embargo no llega a su fin y promete seguir en futuras ocasiones. Hay tanto para seguir pensando.
Léthier no duda en afirmar que experimentar lo inhabitable es un ejercicio de lo colectivo. Considero que ensayar una colectividad capaz de albergar los efectos de ruptura requiere ir más allá de las formas de socialidad consagradas en la solidez: el grupo identitario, las instituciones disciplinarias, la comunidad de pertenencia, etc. Aquel más allá estaría dado por la creación de otras figuras de la comunidad, por la investigación de otros modos de estar en común: por un lado, a contramano del sueño de fusión y totalización (sin ninguna distancia ni diferencia con otro) por el otro, asumiendo las condiciones de contingencia, precariedad, inestabilidad e incertidumbre del escenario actual en que se insertan.
A estas formas de la comunidad o de lo común (que posibilitarían la emergencia de nuevos axiomas para la subjetividad) debemos tratarlas como algo siempre a construir. En las condiciones contemporáneas, lo social tiene que ser producido. Una creación, artificio, invención en situación y para la que el enlace con otrxs resulta condición indispensable. Lo que decimos es que no están dadas de antemano. Lo ya dado consiste en el repertorio de acciones e intervenciones instituidas, por ejemplo, en el hospital. Tampoco nada garantiza su permanencia. Moradas provisorias se apoyan en el desierto. Desde aquí podemos revalorizar el signo negativo que marcaba la ausencia de las zonas «in», en el sentido de que ahora se trata de pensar figuras de la comunidad en ausencia de reciprocidad, de fusión, de unidad, de homogeneización, de fundamento.
Ingresemos pues a la comunidad inhabitable, la comunidad de los que no tienen dónde habitar. Un lugar también para quienes se nos hace espinoso habitar las instituciones en contextos tan poco auspiciosos. No para exigir la reparación o restitución como única estrategia política (propia del disciplinamiento estatal) ni tampoco empujar al automatismo individualizante de la economía de la dispersión.
Penetramos en este deseo de una comunidad nueva para brindar acogida a la radical extrañeza de la ruptura que irrumpe. Ya que una comunidad así sólo puede ser pensada en términos de una ética de la hospitalidad (22), más allá de todo parámetro estatal o mercantil. Sólo así se posibilitará la escritura de otras huellas y la búsqueda de una composición singular capaz de dar respuesta a la situación de arrasamiento.
1. Taruschio, A. (2023) «Hacer lugar a lo que no tiene lugar». Publicado en En el margen. Revista de psicoanálisis. Disponible en: https://enelmargen.com/2023/07/31/hacer-lugar-a-lo-que-no-tiene-lugar-por-agostina-taruschio
2. En el Seminario Los escritos técnicos de Freud Lacan sugiere una condición previa a la subjetivación al contraponer al «ser que se realiza en la palabra» es decir, que ingresa en una dialéctica con el Otro, de aquel que no ha podido ingresar en ninguna o para quien su inicio se ha visto destruido (lo llama «inocente») y por tanto, existe lisa y llanamente en lo real: «Al comienzo del análisis, como al comienzo de toda dialéctica, ese ser existe implícitamente, de modo virtual, no está realizado. Para el inocente, para quien nunca penetró en dialéctica alguna y sencillamente se cree en lo real, el ser no tiene ninguna presencia. La palabra incluída en el discurso se revela gracias a la ley de asociación libre que lo pone en duda, entre paréntesis, suspendiendo la ley de no-contradicción. Esta revelación de la palabra es la realización del ser». Lacan, J. Seminario Los escritos Técnicos de Freud. Sesión del 30-06-54. Buenos Aires : Paidós, 1995. Pág. 394.
3. En «La ternura como contra-pedagogía del desamparo» (2019), Lucila Carbón y Mariana Martinez Liss lo expresan de un modo que se entreteje con la trama de este texto: «(…) la indefensión es el punto de partida para el enlace sujeto-Otro. El Otro de los primeros cuidados es aquel que realiza la acción específica, el que auxilia, el que decodifica el grito en llamado. Es una función que será nodal en la constitución subjetiva».
4. Ulloa insiste en que el despliegue de la crueldad siempre implica un dispositivo sociocultural que sostenga el accionar cruel. Un dispositivo que configura la encerrona trágica donde, no habiendo tercero de apelación, no hay ninguna salida inmediata para la víctima. Pensemos si no es esto lo que sucede cuando se atacan los fundamentos sobre los que se construye nuestra sociedad humana, cuando se avasallan los derechos humanos, sociales, laborales, ambientales o se aplican brutales políticas de ajuste. En «Sociedad y Crueldad» dice: «El paradigma del dispositivo de la crueldad, es la mesa de torturas, pero el accionar cruel no está acotado solamente al ámbito puntual del tormento, sino que debe estar sostenido por círculos concéntricos, logísticos, políticos, desde ya incluyendo a los beneficiarios de las políticas que se pretenden instaurar por el terror (…) el dispositivo de la crueldad al que habré de denominar “encerrona trágica”, y que resulta el núcleo central de este dispositivo. Esta encerrona cruel es una situación de dos lugares sin tercero de apelación -tercero de la ley- sólo la víctima y el victimario. Hay multitud de encerronas de esta naturaleza, dadas más allá de la atroz tortura. Ellas se configuran cada vez que alguien, para dejar de sufrir o para cubrir sus necesidades elementales de alimentos, de salud, de trabajo, etc., depende de alguien o algo que lo maltrata, sin que exista una terceridad que imponga la ley» (el destacado es nuestro). Agrega Ulloa: «Lo que predomina en la encerrona trágica no es la angustia, con todo lo terrible que esta puede llegar a ser; predomina algo más terrible aún que la angustia: el dolor psíquico, aquel que no tiene salida, ninguna luz al final del túnel. La angustia puede tener puntos culminantes pero también momentos de alivios; en cambio, el dolor psíquico se mantiene constante en el tiempo. La salida parece identificarse con la muerte. Es que la crueldad siempre aparece estrechamente amarrada a la muerte, ya sea porque éste es su desenlace o porque la muerte ya está instalada en el mismo sujeto de la crueldad».
5. En este sentido, podemos decir que así como Freud en «Inhibición, síntoma y angustia» (1926) desplaza el contenido del peligro traumático desde la situación puramente económica (exceso pulsional) a su condición de emergencia, la pérdida de objeto (equivalente a la separación de la madre), podemos pensar el desamparo social como ausencia o fallo del lazo al Otro, en tiempos de pulverización de los lazos sociales.
6. Debo este encuentro y hallazgo, a la generosidad e intercambio con Flavia Rojas y Juan Zabala de la Ciudad de Córdoba, quienes me presentaron e invitaron a leer conjuntamente a este autor y a su compañera Sonia Weber. Mi mayor gratitud hacia ellxs y hacia Maia Kahanoff, presente también en ese leer en común.
7. Léthier, R. «Mensurar lo inhabitable». Publicado en Revista Me cayó el veinte número 11. México, 2005
8. Ingrassia, F. (2009) «Autoorganización». En La socialidad. Buenos Aires : Hekht Libros, 2013.
9. Lewcowicz, I. (2003) «Volver a anudar». Publicado en Revista Adynata, 2023. Disponible en: https://www.revistaadynata.com/post/volver-a-anudar—ignacio-lewcowicz-2003
10. Recuperado en Percia, M. Estancias en común. Buenos Aires : Editorial La Cebra, 2018. Pág 391.
11. Lewcowicz, I. (2004) «La existencia de nosotros». En Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires : Editorial Paidós. Publicado en Revista Adynata (2021). Disponible en: https://www.revistaadynata.com/post/la-existencia-de-nosotros—ignacio-lewkowicz.
12. Por un lado, la expresión desolación en francés remite a dessolés (sans sol: sin suelo) por el otro, evocamos el modo en que Lewcowicz define a un medio fluido como «un río o un mar o un océano o un planeta océano o un estar en el océano en el que todo se está moviendo con distintas velocidades».
13. Lewcowicz, I. (2003) «Volver a anudar». Publicado en Revista Adynata, 2023. Disponible en: https://www.revistaadynata.com/post/volver-a-anudar—ignacio-lewcowicz-2003
14. Esta idea fue expuesta anteriormente en «Hacer lugar a lo que no tiene lugar». https://enelmargen.com/2023/07/31/hacer-lugar-a-lo-que-no-tiene-lugar-por-agostina-taruschio/
15. Loisel-Buet, C. La danse à l’écoute d’une langue naufragée. Éditions érès Arcanes, collection « Hypothèses », 2004. Citada en: Weber, S. (2009) Notas del seminario «La balada de los inocentes». 2da balada: EN CORPS (En cuerpo).
16. Fernández, H. «Mandíbulas automátas». Publicado en Revista Espectros. Año 8 – Número 9. Disponible en: https://espectros.com.ar/wp-content/uploads/Mandibulas-automatas_por-Helga-Ferna%CC%81ndez.pdf
17. Sobre esto, transcribo una cita de Loisel que articula de una manera hermosa: «Algo grita del dolor de no poder inscribirse e insiste… casi se trataría de intentar decir las percepciones que surgirían en estado bruto y escribirlas en el campo de la transferencia,… con el fin de que lo enclavado y sustraído a los juegos de lenguaje y reprimido [refoulement] pueda ser retomado en una red [maillage] de palabras articuladas a las apuestas pulsionales, ligadas al cuerpo». Citada en Weber, S. (2009) Notas del seminario «La balada de los inocentes». 2da balada: EN CORPS (En cuerpo).
18. Fernández, H. La carne humana. Una investigación clínica. Buenos Aires : Ed. Archivida, 2022.
19. En «Mandíbulas automátas» (Publicado en Revista Espectros. Año 8 – Número
20. Garaventa, V. (2024) «Abuso sexual ¿infantil? Maltrato ¿infantil? Pornografía ¿infantil? Una interrogación urgente». Publicado en En el margen. Revista de psicoanálisis. Disponible en: https://enelmargen.com/2024/01/26/abuso-sexual-infantil-maltrato-infantil-pornografia-infantil-por-viviana-garaventa/
21. Fernández, H. Íbidem.
22. Cragnolini, M. «El sexto siempre vuelve. Sobre la problemática de la comunidad sin fundamento». Publicado en Revista Otra Parte, Número 18. La idea de hospitalidad remite al pensamiento del filósofo Jacques Derrida.
Lecturas que amparan:
Cushnir, R. (2018). «Una clínica en la que se piensa». En VV.AA Después de los manicomios. Clínicas insurgentes. Buenos Aires : Editorial La Cebra, 2018.
Fernández, H. La carne humana. Una investigación clínica. Buenos Aires : Ed. Archivida, 2022.
Hupert, P. Esto no es una institución. Más allá del par instituido/instituyente. Buenos Aires : Red Editorial, 2019.
Léthier, R. «Mensurar lo inhabitable». Publicado en Revista Me cayó el veinte número 11. México, 2005
Lewcowicz, I. Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires : Editorial Paidós, 2004.
Margulis, J. Clínica del desamparo. Una experiencia psicoanalítica con niños en instituciones. Buenos Aires : Letra Viva, 2016.
Mitre, J. (2018) «Clínica del desamparo. O Winnicott con Lacan». Publicado en Revista Rayuela. Disponible en: https://revistarayuela.com/es/004/template.php?file=Notas/Clinica-del-desamparo-o-Winnicott-con-Lacan.html
Pelbart, P. P. Filosofía de la deserción : nihilismo, locura y comunidad. Buenos Aires : Tinta Limón, 2009.
Percia, M. Estancias en común. Buenos Aires : Editorial La Cebra, 2018.
Percia, M. «Vivir al ras. Notas y comentarios sobre la charla de Marcelo Percia en la Colonia Psiquiátrica de Oliveros». Esta charla tuvo lugar el viernes 26 de junio del 2009 en la Colonia Psiquiátrica de Oliveros y fue organizada por la Lista Verde/Anusate. El texto está formado por algunas notas tomadas durante la charla.
Weber, S. Transcripciones y publicaciones correspondientes al Seminario La balada de los inocentes. El material se encuentra alojado en el siguiente enlace: https://larampahnp.wordpress.com/2013/10/13/seminario-la-balada-de-los-inocentes/
Weber, S. (2017) «¿Y el amor en todo esto? Transmor en Visa-Vie». Disponible en: https://www.visa-vie.com/baladas/y-el-amor-en-todo-esto-transmor-en-visa-vie/
Agostina Taruschio. Lic. en Psicología (UBA). Práctica el psicoanálisis en el hospital y en el ámbito privado. Ex residente de psicología clínica y ex coordinadora docente de la residencia del hospital «Blas L. Dubarry». Trabaja como psicóloga de guardia en el HIGA Paroissien (La Matanza). Integra la cátedra Grupos II (Prof. Reg. Adj. Marcelo Percia) en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Docente y supervisora de la «Institución Fernando Ulloa». Participa del cuidado editorial de En el Margen. Revista de Psicoanálisis y forma parte del colectivo que lleva el mismo nombre. Junto a Sebastián Salmún armó la plataforma «La institución (im)posible» (alojada en esta misma revista) que intenta hacer pasar inquietudes sobre el nudo época-institución-malestar.
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