Dos preguntas a Oscar Luna.

Responsables de la sección y cuidado editorial: Gisela Avolio y Yanina Marcucci

Dirección editorial: Helga Fernández


¿Cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?

— Descubrí el psicoanálisis con la caída de la dictadura militar, es decir con el advenimiento de la democracia y las expectativas que se abrían, por aquel entonces, respecto al tratamiento posible de la consecuencia directa de la represión; lo silenciado. Por aquella época, hablo del año 1984, la facultad de Psicología se constituyó en un faro, pero también en un foro de pensamiento, donde la lectura del psicoanálisis estaba presente en los debates de las ideas políticas y culturales de la época. Pensar era pensarse. Las expresiones artísticas y las manifestaciones fueron parte de nuestra formación. Recuerdo la charla abierta con Jorge Luis Borges en el aula magna y la presencia de Spineta, Brisky o Fogwil como parte de esa vida universitaria. La participación colectiva y la recuperación de la escena pública marcaría en buena medida para siempre nuestro lugar profesional. Luego ya sí, por supuesto, el propio análisis; ese singular decirse que lleva una y otra vez a revisar nuestra posición ante la práctica. Práctica que, en mi caso, no se circunscribió sólo al consultorio, sino que se extendió a distintos campos de intervención con fuerte impronta en la realidad. Como psicoanalista he formado parte de equipos de abordaje en territorio dirigidos a adolescentes con causas penales graves, y más tarde desde la Dirección de Asistencia a la Víctima, en el marco de la Secretaria de Derechos Humanos, brindando atención a los damnificados de Cromañon desde la misma noche de la tragedia. En mi experiencia, el psicoanálisis como parte de los dispositivos de intervención técnica, se constituye muchas veces en un lugar complejo y disonante. Su lectura clínica opera en la diferencia, en el detalle, para que ciertas voces, tenues e inaudibles, atrapadas en condiciones de vulnerabilidad, alcancen un estatuto frente al saber/verdad hegemónico de las instituciones totales. Dimensión subjetiva cuya dignidad se revela ante la ferocidad de un poder que se desentiende del padecimiento de los cuerpos, consecuencia de los malestares que producen, para constituir un hacer posible, ante las encrucijadas de la existencia.       

— ¿Qué considera que el psicoanálisis puede aportar a nuestra contemporaneidad?

— Nuestra época está marcada por la angustia del sin sentido. En todo caso el psicoanálisis no intenta aportar sentido ahí donde el malentendido es estructural, pero sí una instancia de elaboración, que vuelve una y otra vez a convocar al sujeto frente a la desolación individualista que propone la época;  recreando un tiempo/espacio habitado por la materialidad de silencios y palabras, para que alguna pregunta surja ante la repetición martirizante de ciertos imperativos de goce. 

En la clínica con adolescentes queda en evidencia la desorientación de los adultos, y la insistencia de ansiedades que anudan el vacío existencial con la búsqueda desesperada de reconocimiento. Mirar, ser visto, en formatos cuyo número de visualizaciones son un modo de circular entre otros. “El narcisismo moderno, de promoverse a sí mismo”, como lo define Collete Soler. 

La ausencia de representación es ocupada desde hace tiempo sólo por los emblemas del mercado, cuya capacidad de reproducción tecnológica contiene la promesa siempre abierta de satisfacción inmediata.

La destrucción del Estado, implica no sólo su disolución, sino el cierre de la ilusión del por/venir común. Lo que queda es una teatralidad sin trama, ni narrativa, un puro presente de acciones y personajes que deambulan, desencantados de todo y también del amor.    

El psicoanálisis, en este sentido, desde la ética de la pregunta sobre el deseo, reconduce la elección del sujeto a la dimensión de su responsabilidad. En el marco de esa delimitación, eso que causa, también orienta. El psicoanálisis continúa presente en la contemporaneidad, en la originalidad de su creación, la que no cesa de presentarse como sueño, lapsus o fallido. Aporta el valor del tropiezo como acontecimiento, en los escenarios que el inconsciente elige manifestarse, para que la angustia del sin sentido, encuentre reparo en un amor particular, el de la transferencia. La experiencia del análisis, permite encontrarse con algo de lo desconocido y por lo tanto inédito, siempre a des/cubrir. Ahí donde el dolor, lo sensible y lo bellamente humano vive, se presenta y representa, a veces como comedia y otras como tragedia. 


Oscar Alberto Luna. Licenciado en Psicología (UBA) y dramaturgo. Capacitador técnico en la temática penal juvenil (SENAF). Asesor de Escuelas medias de la Ciudad de BsAs. (Ministerio de Educación). Escribió notas en el diario Página 12 en donde reflexiona sobre Malvinas y las consecuencias subjetivas de la guerra. Coautor de los libros Lo público, lo privado y lo íntimo. Consecuencia de la ley en el sujeto (Juan Dobón comp., Letra Viva, 2001) y La cultura del riesgo. Derecho, filosofía y psicoanálisis (Juan Dobón e Iñaki Rivera Beiras comp., Editores del Puerto, 2006). Colaborador autoral en diferentes proyectos cinematográficos.

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