Frágil como el mundo. Por Agostina Taruschio

A Vigo, por enseñarme el sentido de la fragilidad


«Que hoy más que nunca una canción precisa el mundo»

Marta Gómez, La vida está por empezar (canción infantil)

«El latido del mundo es su fragilidad. Sin ella, el universo y la naturaleza seguirían existiendo, pero no así el mundo»

Joan-Carles Mélich, La fragilidad del mundo

Imagen de portada: Bosque, Luis Amer


Escenas

Comienzo a reflexionar sobre lo que se intentará hacer pasar en este escrito a partir del encuentro avasallador con formas inenarrables de sufrimiento humano y la sensación creciente de estar ante una ausencia de refugios donde guarecerse. Se anuda a lo anterior una profunda conmoción por las formas que ha adquirido la violencia en los últimos acontecimientos que tuvieron lugar en Argentina. No obstante, decido emprender la escritura desde la honda afectación que la proximidad de la maternidad provoca en mi existencia. Escribo este texto porque preciso encontrar coordenadas para una vida más vivible y construir refugios para un mundo que todavía se pueda habitar. Guardo la tenue intuición de que esto sólo puede lograrse si se recupera una potencia de lo frágil, lo vulnerable, lo singular y lo poético, valores en baja en el imperio de la prisa, la seguridad, la individualidad, que nos envuelve hoy ocupando todo el horizonte de lo pensable.

Me gustaría hacer resonar a lo largo de todo lo escrito, a modo de contraseña de salida a la civilización de la apropiación y el daño, como si fuera aquella canción que precisa el mundo, que: «la curación de la fuerza consiste en una común debilidad». Punto de partida para repensar las bases de una comunidad nacida «de la sangre y de las lágrimas, de las memorias de todas las intemperies y de los cobijos, de todas las proximidades que se cuidan de no dañar» (1).

Figuras

Desde el punto de vista clínico, hace un tiempo que hemos iniciado una búsqueda de modos de narrar el encuentro con formas inéditas de dolor y sufrimiento humano que exceden el inventario de diagnósticos conocidos (2). Así, venimos realizando un recorrido inconcluso por una serie de «figuras clínicas» que aunque surgidas en distintos contextos, situaciones, prácticas intentan evocar un conjunto de situaciones y manifestaciones clínicas caracterizadas por la vivencia de un absoluto desamparo y una radical intemperie. De lo que se trata es de un tipo de sufrimiento donde la vida se encuentra sin protecciones, expuesta a una desnudez injustificada, reducida a la mera supervivencia lo cual interroga sobre la posibilidad de encontrar el soporte para una clínica -entendida como forma de dar acogida- a partir de la condición de desamparo y la experiencia de lo inhabitable. Queda para una futura ocasión la posibilidad de explorar en esta dirección el sentido esbozado por la figura «una clínica de las debilidades» tal como es trabajada por Marcelo Percia en su último libro (3).

Con la expresión «estar habitados por los efectos de ruptura» Roland Léthier (2005) menciona a jóvenes que «se han visto confrontados a una ruptura casi incomprensible». Una ruptura que alcanza «todos los registros de la vida» y que trata de «una destrucción de los valores que sustentan la existencia humanizada». Otra figura que hemos revisitado es la aportada por Marcelo Percia (2021) cuando utiliza el término «desolaciones» para nombrar «diferentes formas de arrasamiento de la vida» que «carecen de refugios o asilo». Ante lo cual sostiene que las desolaciones «concentran aflicciones que no tienen descanso» a las que nombra como «hastíos de la civilización». Por su parte, el historiador Ignacio Lewkowicz (2003) advierte como síntoma de época el temor a quedar expulsados hacia una «existencia fantasmal», esto es «una existencia que no cuenta para otros como existencia y que, por lo tanto, es im­posible de convertir en existencia para sí». Según el autor, en el nuevo escenario de lo social irrumpen vidas desamarradas, desanudadas, desvinculadas unas de otras.

De un modo u otro, estas figuras señalan un estado o condición ocasionados cuando las existencias se ven expuestas o sometidas a ciertas acciones o circunstancias devastadoras que borran aquello sobre lo que se sustenta lo humano. Si la existencia humana no es otra cosa que una trama de relaciones y de sentidos que nos vinculan a un pasado, un presente y un porvenir, a lo que aludimos aquí es un colapso de ese componente social y esa dimensión simbólica en sus fundamentos más primarios que produce una ruptura en la transmisión del mundo.

Estas circunstancias comprenden situaciones de violencia de diverso signo que entroncan en una matriz estructural. Puede ocurrir que en el transcurso de una historia personal/individual alguien se encuentre con una catástrofe de lo que funda lo humano (abuso, asesinato, tortura, maltrato, expulsión) a partir de la cual irrumpe la imposibilidad de inscribir «lo que se encuentra desde allí condenado a errar» (4). Más allá de la dolencia personal, las existencias hoy se encuentran asediadas por diversos procesos sociales y políticos que, atravesados por relaciones de poder, compendian un proceder violento estructuralmente ligado con los modos de vivir y pensar de nuestra contemporaneidad. Esto último nos lleva a hablar en términos de crueldad y ahondar en la articulación entre violencia y modernidad entendida como dispositivo multidimensional (político, económico, jurídico, epistémico,  militar) a cuyo través se opera la captura de espacios y cuerpos (5).

Espectros

Una sombra cruel se proyecta y se inscribe sobre los cuerpos que somos, los lazos que armamos, los espacios que habitamos.

Si partimos de la base de que la crueldad irrumpe cuando se borra todo reconocimiento del otro, existe un abanico de formas diversas y específicas de este accionar cruel en la actualidad. Ana Berezin (2010) lo expresa de un modo contundente: «la crueldad es un modo de violencia que se despliega para anular cualquier modo de alteridad, es la acción de derrotar la alteridad. No es sólo la destrucción de los otros y de lo otro de los otros, sino también la destrucción de los otros en cada sujeto, es decir, de sí mismo».

El despliegue de este modo de violencia va desde la generación de la sensación de incertidumbre y temor, pasando por la profunda precarización de la vida en sus distintas esferas (alimenticias, sanitarias, laborales, ambientales, relacionales) hasta el extremo de su destrucción en la tortura y la guerra. ¿Acaso no parece un inventario de lo que ocurre en nuestro país y en los distintos rincones del planeta? Lo que interesa destacar es que la crueldad implica siempre un ejercicio planificado y organizado desde los aparatos políticos y sociales de dominación sobre cuyo trasfondo orbita una profunda violencia simbólico-material sostenida en una razón instrumental. 

Esta crueldad es, además, nominativa: opera a modo de un dispositivo categorial que clasifica a las existencias entre humanas y no humanas. Sentencias que nombran, y poderes clasificatorios para todo lo vivo a partir de lo cual se inferiorizan determinadas subjetividades o formas de vidas y en consecuencia se legitima un trato que va desde la amenaza de daño hasta distintas formas de darle muerte. 

Al mismo tiempo, la crueldad opera una progresiva destrucción de mundos, empeñándose en la producción de habitantes sin hábitats (5). En este sentido, la noción de tortura permite dotar de contenido la expresión habitar lo inhabitable como exposición a una violencia impune que hace experimentar en el cuerpo «el modo en que lo social se des-hace, la negación más radical de la vida en vida, la terrible vivencia de que aquí y ahora, en la piel, todo es posible» (6).

Pensamientos

Hay varias ideas a las que intento dar cuerpo en este escrito.

I. La producción de desamparo, entendida como exposición a una radical desnudez y negación del amparo, que será leída bajo la imagen de la vulnerabilidad del inerme (Cavarero, 2009) y la producción de lo inhabitable, comprendida como captura de los espacios y cuerpos y como ausencia de refugios, recogida en en su forma más extrema por la expresión habitar lo inhabitable (Mendiola, 2014) convergen como paradigmas de época y tragedias de nuestro tiempo precario. 

Aquí lo crucial será subrayar que ambos procedimientos están profundamente imbricados en la arquitectura de la modernidad en su matiz (neo)colonial-(neo)liberal-securitario actual, es decir, se entraman capilarmente con las lógicas, dispositivos, narrativas y violencias del sistema del poder político y económico dominante que se caracteriza por apuntalar un tipo de realidad y experiencia sobre el trasfondo de la ausencia de lazo y sentido.

II. Ambas producciones descubren, bajo la vertiente de su ultraje, dos condiciones existenciales indispensables para pensar la vida y habitar el mundo, pero habitualmente invisibilizadas o silenciadas por la tradición de pensamiento de la discursividad moderna: la vulnerabilidad de la existencia, caracterizada por su exposición (Butler, 2006) y la fragilidad del mundo, cifrada en su indisponibilidad (Melich, 2021). 

III. Hace poco, en un texto hermoso publicado en esta revista, Leticia Gambina decía de la mano de Marcelo Cohen que hoy más que nunca, necesitamos hacer un mundo en el que podamos creer (7). Si lo que nos interesa es activar formas de resistencia y crear salidas de emergencia que se apuntalen en el seno de lo desamparado e inhabitable, invitamos a sumar otro modo de esta misma premisa: hoy más que nunca urge construir un mundo en el que podamos habitar. Un mundo que haga lugar a la potencia insumisa de una común debilidad (8). Ahora bien, para la construcción de este mundo necesitamos de una razón sustancialmente diferente a la que heredamos del pensamiento moderno: una razón que no rechace la fragilidad, que haga anclaje en el cuerpo, que sea sensible frente al dolor, que no se pretenda indiferente a la singularidad, que respete los modos de vivir y practique la hospitalidad con lo extraño.

Hoy más que nunca, necesitamos una nueva poética que desestabilice la omnipotencia.

Exposiciones

Una condición vulnerable de la existencia se corresponde con un mundo caracterizado por su extrema fragilidad. Con esta idea, Joan-Carles Mèlich propone asumir ciertos aspectos centrales de nuestras vidas: que somos finitos, contingentes, corpóreos y que existir no depende de una esencia humana a desplegar sino de la experiencia de habitar el mundo mediante el haz de relaciones -siempre frágiles- que establecemos con los otros y los espacios, en diversas modalidades y variaciones.

Desde el instante mismo que ingresamos al mundo, somos vulnerables. Somos piel, carne, sollozo que se abren al mundo y por ese motivo estamos entregados a la herida. Lo humano se caracteriza por una condición ontológica de vulnerabilidad y ésta última por una escena original de exposición. 

Puede considerarse la vulnerabilidad como el punto de partida de toda experiencia de lo social, ya que tal condición precisa y reclama de manera irremediable, la presencia de otros. Somos seres necesitados del auxilio, el cuidado, la protección, la cura de los otros. De modo que existir implica siempre, necesaria y estructuralmente, vínculo, dependencia, sociabilidad. Es por ello que desde sus inicios vivir se fundamenta en un con-vivir que nos introduce en las diversas formas de estar con los otros. Sin esos lazos o nudos que nos componen, no hay vida posible. No hay vida que no sea vida en común. Podemos pensar el mundo como la precedencia de una gramática o un tejido de palabras que nos permite establecer esas conexiones y enlaces sin los que no es posible existir y que a la vez, nos determinan (9).

La doble dimensión de exposición y correlatividad, testimonia acerca de una inquietante tensión entre dos polos inscritos en la condición de vulnerabilidad: estamos abiertos a una escala de contactos con los otros que va desde el sostén material y simbólico de nuestras vidas hasta poder quedar desprovistos de todo tipo de cuidados y relaciones en  condiciones de precariedad o desestructuración de los componentes que nos constituyen. Entreabierto a la herida y la cura, entre el amparo y el daño, «el vulnerable está por completo en la tensión de esta alternativa» sostiene Adriana Cavarero, siendo la vulnerabilidad del inerme el modo de exposición más ignominioso en el que la vida misma puede ser eliminada por la acción deliberada de otro. La autora distingue entre vulnerabilidad e inermidad. En tanto abierto y expuesto a la herida, la vulnerabilidad es un estatuto que acompaña al ser humano a lo largo de toda la vida mientras que inerme es quien se encuentra en una «condición de pasividad y sufre una violencia a la que no puede escapar ni responder. Toda la escena está desequilibrada por una violencia unilateral. No hay ni simetría, ni paridad, ni reciprocidad» (10). Por la omnipotencia a la que se ve enfrentada, la infancia es el tiempo y el escenario donde vulnerabilidad e inermidad se presentan unidas para después separarse. La coincidencia ulterior entre vulnerabilidad e inermidad, esto es la vulnerabilidad del inerme, como puede verse en el caso extremo de la tortura, solo puede ser el resultado de una serie de actos, intencionales y programados, que buscan su concurrencia. Cavarero acuña el término horrorismo para nombrar este modelo de la violencia contemporánea.

Simultáneamente esta disposición expuesta es la premisa de la habitabilidad del sujeto. Si seguimos la lectura de la hilflosigkeit freudiana el desvalimiento corporal que es el punto de origen para el enlace sujeto-Otro requiere además de los cuidados materiales, de un amparo que será también significante, simbólico, palabrero, de donde emerge el inconsciente como antecedencia del discurso del Otro. A este respecto el lenguaje encarnado en un Otro/otro «ofrece una habitación al sujeto», es decir, un recinto, una morada, un sitio donde alojarse, tal como sostiene Helga Fernández en su investigación clínica La carne humana. Previamente afirma que «el inconsciente puede imaginarizarse como un lugar en el Otro, como un cuarto propio». Por su parte, el goce es concomitante a la inhabitación del sujeto (11). Lo cual de algún modo quiere decir, que para poder habitar se necesita de un lugar en el Otro y el acogimiento del entorno. De lo contrario, irrumpen las existencias imposibles de localizar para los otros y para sí de las que hablábamos al principio de este escrito.

Disponibilidades

La alteridad participa como otra de las condiciones inseparables de la existencia. Lo otro es aquello que queda excluido de la gramática que define lo humano comprendido en términos categoriales. Es lo que también se llama un «resto» imposible de representar. El resto o la otredad introducen en el «sí mismo» o en el «yo» cierta dimensión insuperable de extrañeza, inquietud, incertidumbre y extranjería. Desde este punto de vista, la experiencia de estar en el mundo no se define por lo que alguien es o puede llegar a ser sino por la relación de afectación y respeto que establece con lo otro: se trata de la experiencia de una alteridad radical que no puede dominarse, ni capturarse por ninguno de los sistemas simbólicos disponibles, a la que sólo puede otorgarse una incondicional hospitalidad.

Esta alteridad que se escabulle conlleva un inevitable desajuste, un desacople, que rompe con la idea de un sujeto racional, autocentrado y soberano propia de la tradición metafísica de pensamiento. De esto trata el descubrimiento freudiano del inconsciente que partió las aguas de la modernidad. A tal efecto, Melich afirma que existir consiste en un «salir de sí», en quedar abiertos a esa exterioridad, a un mundo que no nos pertenece del todo, que no podemos disponer y tampoco dominar completamente. A partir de aquí, se trata de imaginar que estar en el mundo es poder establecer un lazo cordial con esa otredad, una relación singularizada por el cuidado y la atención.

El autor catalán insiste en que aprender a habitar el mundo reside en velar por esa dimensión de indisponibilidad del mundo que resuena y nos interpela. Lo cual significa que haya siempre ese resto inapropiable que afecta a nuestras existencias de manera desconocida. Sin ese límite, la existencia deja de ser propiamente existencia y el mundo se convierte en un lugar hostil e invivible donde irrumpe la fragmentación y emerge una suerte de vacío. El vacío, denotado como ausencia de otro y ausencia de sentido, hace del mundo un lugar inhabitable. Melich entiende que esta experiencia de vaciamiento del mundo va de la mano de su progresivo desempalabramiento, una ruptura de la relación con la palabra, su reducción a un mero lenguaje conceptual, sin metáfora, ni poesía.

El sentido de lo inhabitable responde justamente a una exigencia de radical disponibilidad de los espacios inscrita en el funcionamiento mismo de lo social. Como consecuencia, se propone pensar que la producción de lo inhabitable característica del mundo actual en su matiz (tecno)(neo)liberal, hunde sus raíces en la violencia estructural del modelo de la modernidad caracterizado por ser una maquinaria de captura y apropiación de todo lo existente. Sobra decir que el capitalismo ha colonizado (casi) todas las superficies del planeta y recompone (casi) todos los sistemas de existencia bajo su propia axiomática. Y sobra decir que esto es lo que sucede cada vez que una ruptura del mundo acontece.

En su investigación, Ignacio Mendiola realiza una revisión crítica del despliegue de la modernidad hasta el presente para situar la producción de lo inhabitable:

«En ese despliegue se ha articulado (…) un dispositivo multidimensional (político, económico, jurídico, epistémico, militar) para lograr la disponibilidad de los sujetos y espacios (exteriorizando la naturaleza e inferiorizando a los otros, precarizando la vida). Y en ese despliegue de larga trayectoria de la modernidad-colonialidad que pervive hasta nuestros días para asegurar dicha disponibilidad, para implementar la mercantilización neoliberal de espacios y sujetos, para subsumirles en una lógica securitaria, para des-hacerles y re-hacerles (o desecharlos cuando ya no son necesarios) sobre la base de otros parámetros, lo que en definitiva tiene lugar es una deshabitualización de esos espacios y sujetos, una ruptura de los hábitos sobre los cuales se articulaban los hábitats, una quiebra de la subjetividad de los habitantes que ya no se reconocen en esos hábitats, que ya no tienen hábitat en donde proyectar sus hábitos, habitantes sin hábitat, suspendidos en la exigencia de la disponibilidad, desplazados en rutas migratorias cada vez más inciertas, sumidos en la violencia simbólica que los inferioriza, en la violencia material que mercantiliza los espacios, en la violencia punitiva que los criminaliza» (12).

Un reordenamiento estatal de los espacios sociales establece discursos y posiciones trenzados por relaciones de poder disciplinarias que modulan las existencias y regulan la coexistencia. Cuando el mundo se vuelve líquido (lo cual es conexo con su desempalabramiento) los espacios quedan radicalmente deshabitualizados y lo que emerge es un espacio definido por su inhabitabilidad, donde lenguaje y lazo son despojados o negados, y queda desactivada la posibilidad de articular formas de pensar y hacer a cuyo través se establezcan los modos en los que queremos vivir.

Resistencias

Entre lo inhabitable y lo desamparado, brota la necesidad de inventar nuevos refugios; destella la vida como última resistencia al poder.

Según Lewkowicz, en el texto «Habitar, desacelerar, suspender» ante la operación de fragmentación de la época el mismo habitar deviene umbral de subjetivación y acontecimiento (a diferencia del «romper con» emancipatorio de la etapa precedente). Pero este habitar no consiste en la ocupación de un lugar en un sistema de lugares preexistentes (propio de la meta institución estatal y su precedencia). Por el contrario, habitar un espacio consiste en determinarlo y para determinarlo es preciso construirlo. En condiciones de dispersión, la habitabilidad requiere ser primero producida, lo cual exige una tarea permanente que depende de las circunstancias. «Si no hay una operatoria capaz de instaurar un espacio, todo se desvanece en el fluido», sostiene en otro texto (13).

Podríamos recuperar aquí la insurgencia de un gesto heideggeriano quien nos dice que los seres mortales se caracterizan por habitar y que el rasgo principal del acto de habitar es tener cuidado: el cuidado es lo que acontece cuando realbergamos algo, lo rodeamos de una protección, lo ponemos a buen recaudo (14). Es decir, cuando se renuncia a la apropiación, al dominio, al adueñamiento.

Por último, habitar entraña también el acto de empalabrar. «Así comienza el espacio, solamente con palabras, con signos trazados sobre la página blanca. Describir el espacio: nombrarlo, trazarlo (…)» dice Georges Perec en su libro Especies de espacios.

Construir, cuidar, empalabrar

Habitar.

Así, para construir un mundo en el que podamos habitar tendremos que demorarnos, acoger fragmentos dispersos, fabricar un suelo. Para habitar el mundo en que queremos vivir debemos intentar enhebrar las piezas sueltas en una tenue hebra de sentido y reinscribirla en el tejido sensible del mundo. 

Anotaciones

  1. Percia, Marcelo (2022). “La enfermedad de la fuerza”. En sesiones del naufragio. Una clínica de las debilidades. Buenos Aires : La Cebra Editorial, 2023. También disponible en: https://www.revistaadynata.com/post/sesiones-en-el-naufragio-23-enfermedad-de-la-fuerza-marcelo-percia.
  2. Se pueden revisar los artículos previamente publicados en esta revista:  «Hacer lugar a lo que no tiene lugar. Notas para pensar una clínica del arrasamiento» disponible en https://enelmargen.com/2023/07/31/hacer-lugar-a-lo-que-no-tiene-lugar-por-agostina-taruschio/?blogid=89650826&blogsub=confirming#subscribe-blog y «Albergar la experiencia de ruptura», disponible en https://enelmargen.com/2024/05/17/albergar-la-experiencia-de-ruptura-por-agostina-taruschio/
  3. Se trata del libro Sesiones en el naufragio: una clínica de las debilidades publicado por Ediciones La Cebra en 2023.
  4.  Loisel-Buet, C. La danse à l’écoute d’une langue naufragée. Éditions érès Arcanes, collection « Hypothèses », 2004. Citada en: Weber, S. (2009) Notas del seminario «La balada de los inocentes». 2da balada: EN CORPS (En cuerpo).
  5. Mendiola, Ignacio. Habitar lo inhabitable. La práctica político-punitiva de la tortura. Barcelona : Edicions bellaterra, 2014. p. 100.
  6.  Ibíd., p. 98.
  7. Gambina, Leticia (2024). «Hazte un mundo en el que puedas creer». En En el Margen. Revista de Psicoanálisis. Disponible en: https://enelmargen.com/2024/03/15/hazte-un-mundo-en-el-que-puedas-creer-por-leticia-gambina/
  8. Percia, Marcelo (2022). Ibíd.
  9. Mèlich, Joan-Carles. La fragilidad del mundo: Ensayo sobre un tiempo precario.  Barcelona : Tusquets Editores, 2021.
  10. Cavarero, Adriana. Horrorismo: Nombrando Ia violencia contemporánea. Anthropos Editorial : México : Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Div. Ciencias Sociales y Humanidades, 2009.
  11. Fernández, Helga. La carne humana. Una investigación clínica. Buenos Aires : Editorial Archivida, 2022.
  12. Mendiola, Ignacio. Habitar lo inhabitable. La práctica político-punitiva de la tortura. Barcelona : Edicions bellaterra, 2014. p. 100.
  13. Lewkowicz, Ignacio (2003). Volver a anudar. Publicado en Revista Adynata. disponible en:  ttps://www.revistaadynata.com/post/volver-a-anudar—ignacio-lewcowicz-2003
  14. En el texto «Construir, habitar, pensar» expuesto por primera vez en Darmstadt en 1951,

Lecturas 

Berezin, Ana. Sobre la crueldad. La oscuridad en los ojos. Buenos Aires : Psicolibro ediciones, segunda edición ampliada, 2010.

Butler, Judith. Vida precaria: el poder del duelo y la violencia. Buenos Aires : Paidós, 2006.

Cavarero, Adriana. Horrorismo: Nombrando Ia violencia contemporánea. Anthropos Editorial : México : Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Div. Ciencias Sociales y Humanidades, 2009.

Fernández, Helga. La carne humana. Una investigación clínica. Buenos Aires : Editorial Archivida, 2022.

Gambina, Leticia (2024). “Hazte un mundo en el que puedas creer”. En En el Margen. Revista de Psicoanálisis. Disponible en: https://enelmargen.com/2024/03/15/hazte-un-mundo-en-el-que-puedas-creer-por-leticia-gambina/

Léthier, Roland. “Mensurar lo inhabitable”. Publicado en Revista Me cayó el veinte, número 11, México, 2005.

Lewkowicz, Ignacio. Todo lo sólido se desvanece en la fluidez. Buenos Aires : Editorial Coloquio de Perros, 2023. 

Mèlich, Joan-Carles. La fragilidad del mundo: Ensayo sobre un tiempo precario.  Barcelona : Tusquets Editores, 2021.

Mendiola, Ignacio. Habitar lo inhabitable. La práctica político-punitiva de la tortura. Barcelona : Edicions bellaterra, 2014.

Percia, Marcelo (2021). “Desolaciones”. Disponible en: https://lateclaenerevista.com/desolaciones-por-marcelo-percia/

Percia, Marcelo (2022). “La enfermedad de la fuerza”. En sesiones del naufragio. Una clínica de las debilidades. Buenos Aires : La Cebra Editorial, 2023. También disponible en: https://www.revistaadynata.com/post/sesiones-en-el-naufragio-23-enfermedad-de-la-fuerza-marcelo-percia


Agostina Taruschio. Lic. en Psicología (UBA). Práctica el psicoanálisis en el hospital y en el ámbito privado. Ex residente de psicología clínica y ex coordinadora docente de la residencia del hospital «Blas L. Dubarry». Trabaja como psicóloga de guardia en el HIGA Paroissien (La Matanza). Integra la cátedra Grupos II (Prof. Reg. Adj. Marcelo Percia) en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Docente y supervisora de la «Institución Fernando Ulloa». Participa del cuidado editorial de En el Margen. Revista de Psicoanálisis y forma parte del colectivo que lleva el mismo nombre. Junto a Sebastián Salmún armó la plataforma «La institución (im)posible» (alojada en esta misma revista) que intenta hacer pasar inquietudes sobre el nudo época-institución-malestar.


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