El 31 de mayo de este año tuvo lugar en Nempla, barrio de Chacarita, la presentación del Fanzine #2 de En el margen, revista de psicoanálisis, Modos del lazo entre analistas: efecto y afectación en la experiencia del análisis. Gabriela Odena, Sebastián Salmún, Laura Gobbato y María José Colombo estuvieron a cargo de dicha presentación. En esta oportunidad compartimos las palabras de Sebastián Salmún.
Delegación editorial
Alrededor de un texto psicoanalítico
Empiezo esta exposición agradeciendo en primer lugar a los amigos y amigas de En el margen por la invitación, en particular, mi agradecimiento a Helga Fernández, referente de este espacio de sensibilidad conceptual que se posiciona de modo extraterritorial sin desentenderse por ello, de los convulsionados y atrapantes territorios. Y quiero empezar mi presentación compartiendo con ustedes una impresión para poco a poco ir contándoles algunas pistas de aquello que creo van a encontrar en este precioso y preciso artefacto llamado Fanzine número #2.
Vayamos a la impresión que les quiero transmitir: estoy seguro de que la mayoría de quienes estamos aquí presentes hemos participado alguna vez del ritual tan querido como profano de encontrarnos de modo grupal alrededor de un texto psicoanalítico. Conocen la escena. La hemos vivido, la hemos protagonizado. La han experimentado seguramente. Lo conocen, la conocemos. ¿No es cierto?
Los y las psicoanalistas venimos realizando hace más de cien años ese tipo de encuentros gregarios, amistosos, cómplices. Encuentros en los que tenemos una mesa entonces, una serie de sillas y un texto psicoanalítico que como un hilo invisible comienza a tejer de manera colectiva una prenda común de intelecto, lecturas y comentarios.
Esta ceremonia laica de ideas, este banquete epistémico fraterno, esta filiación compartida a la conversación no nos es desconocida. La apreciamos, la construimos, la, a veces, anhelamos cuando la soledad del consultorio nos confronta con asuntos de la práctica y nos hallamos reiterando maniobras técnicas en situaciones disímiles o nos perdernos en las no siempre aguas propiciatorias de las incertidumbres.
Es que los y las analistas sabemos de nuestros puntos ciegos y dichos encuentros con otros y otras analistas alrededor de un texto en una mesa, como este, es un modo de abordarlos. Freud lo sabía. Por eso le otorga una relevancia singular a la expresión “punto ciego” que toma de Stekel y la convierte en una pieza clave. Emigra con ella de la empresa auto analítica y se dirige (estamos alrededor del 1900) a la tierra heterogénea del diálogo, inventando así la forma clásica y dual del espacio que sobrevive pese a sus renovados agoreros y cambios de época, hasta el día de hoy.
Pero ¿Cuáles son esos puntos ciegos o sordos o mudos, agreguemos, para quienes trabajamos en este complejo y precioso oficio donde lo visto, lo oído y lo dicho o silenciado tienen un peso tan particular como relevante?
No es fácil acertar una respuesta unívoca. Me interesa sí situar que encuentro en dichos puntos opacos, sombríos, inaudibles que bien podemos elogiar siguiendo ese precioso libro de Junichiro Tanizaki, la causa necesaria de la conversación entre analistas.
Dicho de otro modo, son aquellos espacios de ignorancia fecunda, de vacilación entusiasta, de enredo creativo los que pueden motorizar la constitución de ciertas formas de colectividad entre analistas, generando así una comunidad de intereses donde las transferencias y los narcisismos jugarán un papel principal.
Formas entonces de lazos sociales desplegados en espacios colectivos que tendrán a su vez, eso lo sabemos por la propia historia del psicoanálisis, sus propios puntos ciegos.
Pero como bien señala Gabriela Odena en el texto Deriva(s) de transferencia(s) de este segundo Fanzine “¿Qué se entreteje en el concepto comunidad? ¿Desde qué supuestos se fabrica una comunidad de analistas? ¿Es ésta una comunidad que individualiza o que des-individualiza? ¿Qué marcas deja en la formación del analista?”. Comunidad de analistas que no hagan comunidad, que no se cierren en como una unidad.
Difícil tarea para cualquier ser hablante, incluso para nosotros y nosotras ¿No? Increíble pero cierto. No estamos exentos de los obstáculos y las facilitaciones comunitarias. Sí podemos estar advertidos o advertidas.
Es interesante leer cómo el Fanzine, lejos de posicionarse con dogmatismos disfrazados de puntuaciones biográficas o de fanatismos encubiertos de razones teóricas, abre la posibilidad de nuevos saberes.
En ese punto la pieza que estamos presentando tiene la virtud inmejorable de intentar ensanchar ciertos límites de la mesa de los debates psicoanalíticos a los que se integra con convicción.
Los textos que recorren este número, me parece, no se dejan enceguecer por aquel punto mencionado ni se arrogan la total iluminación sobre estos asuntos. Busca con buen ojo y parpadeando, un sutil despertar.
Es más, el modo de la edición del Fanzine conjuga palabras de psicoanálisis con astucias lúdicas y literarias que asociadas al saber nacido en Viena, reformulado en París y heredado activamente en Buenos Aires, nos dan una pista de cómo posicionarnos respecto de ciertos problemas colectivos.
Ahora volvamos a nuestra mesa y sus textos, sus libros, sus seminarios. Volvamos a nuestras charlas, discusiones, asentimientos. Reconozcamos que a veces las mesas de las que venimos destacando sus caras sublimatorias y co constructivas convierten nuestras ideas en plegarias, nuestras canciones en rezos, nuestras frases en salmos.
Asumamos que a veces nuestra manera de estar en un nosotros, puede resultar, y ahora sí introduzcamos este aspecto, desdichado, agrio, displacentero. Es que en dichos envoltorios de hablantes solemos ilusionarnos genuinamente, e incluso nos animamos a promover con cierta razón la proliferación de valores, sueños e ideales. Pero a veces la burbuja imaginaria se pincha, se disuelve y emergen allí (como unas gotas de jabón en los ojos) ciertas cuotas de molestia, ardor, dolor, penar. La mesa parece tambalear y no hay nada, ni un libro debajo de una de sus patas, que pueda equilibrarla.
En ese sentido señalan Helga Fernández y Gabriela Odena en el editorial del artefacto creativo que estamos presentando:
“Estamos advertidos, por múltiples hechos y acontecimientos, que lo que se cristaliza de la institución, deriva en la instauración de una jerarquización de voces hegemónicas y otros efectos que se trasladan a la escucha analítica o al ejercicio de la práctica misma. Porque, así como la idea que tengamos de los conceptos fundamentales incide en la experiencia, también lo hace la modalidad de enlace o de transferencia de trabajo entre colegas”.
La hipótesis es sumamente interesante y puede ser una brújula apropiada para rastrear acontecimientos del pasado y presente de las formaciones colectivas del psicoanálisis. En otras palabras, las autoras están invitándonos a pensar que: De acuerdo con la concepción que se tenga del modo de lazos entre analistas abordaremos nuestra práctica de una u otra manera. Reflexión punzante que me recuerda aquella otra que sugiere que de acuerdo a la concepción que tengamos de la formación de los analistas (compuesta por las políticas de la formación, los marcos institucionales y los bagajes epistémicos) tendremos una determinada concepción de aquello que es el psicoanálisis y la práctica analítica. Podemos conversar luego sobre este punto nodal de nuestra reunión, hoy aquí.
Porque, ahora sí planteemoslo de una vez, cuando los y las analistas nos encontramos alrededor del texto para instituir una conversación compartida empiezan no sólo las comunicaciones que enriquecen nuestras escuchas volviéndose plurales, abiertas, distintas sino también, los temidos problemas. Comienza con el texto alrededor de la mesa a aquello que me gusta nombrar como el pathos de lo colectivo, es decir, las pasiones de lo colectivo.
Estas pueden ser amorosas idealizaciones, tiernas alianzas, gestualidades solidarias tanto como odios destructivos, envidias especulares, y desde luego, las trágicas y escondidas acciones de la imperdonable traición.
Es que el dualismo pulsional de vida y de muerte que explica en cierto modo las causas de la enfermedad individual puede explicar también aquello que Ferenczi denomina en términos de las patologías de las asociaciones. En seguida retomo esta idea. El pathos de lo colectivo se ubica así en la querida mesa alrededor de un texto, ahora un toque resquebrajada, temblorosa, algo alejada de las sillas. No hay espacio psicoanalítico sin un texto que nos reúna alrededor, y no hay reunión colectiva sin ciertas pasiones que pueden llevar incluso a la disolución de dicha comunidad. Las diferencias están en, como diría Ulloa, cómo se abordan con “inteligencia compartida” dichas tramas y traumas estructurales. El mismo Ulloa apostaba a la narración colectiva.
Hemos experimentado dichas pasiones. Las hemos experimentado en el cuerpo, en las ideas, en el cuerpo de las ideas. Pero claro, si nos parece apropiado que la noción de aparato psíquico en Freud es la de uno atravesado por el conflicto psíquico. Entonces ¿Cómo no iban a estar las formaciones colectivas, las fábricas de las cosas humanas y sus ramificaciones también atravesadas por ciertas formas de conflictividad?
Las instituciones humanas portan intrínsecamente ciertos malestares. Las instituciones argentinas portan, excepto la Scaloneta aunque también, ciertos malestares. En consecuencia, las instituciones analíticas (que es una forma del lazo entre analistas, aunque no el único) portan ciertos malestares. Esta idea no debe llevarnos a ningún tipo de acrítica resignación ni de cínica apatía. Todo lo contrario. La historia de los lazos entre analistas es fundacional del psicoanálisis y, como tal, sigue siendo un tema de suma vigencia que nos convoca no tanto a eludir cierta forma de su inevitabilidad como a construir un tratamiento amable de aquella.
Y creo desde mi lugar que no es posible pensar el porvenir de la praxis inventada por Freud sin atender sus vicisitudes institucionales, fraternas, transferenciales respecto del trabajo. Por eso este Fanzine es tan bienvenido en tanto que intenta revitalizar las tensiones propias de temas tan controversiales. Renovación que no hace sino volverme a suponer con alegría, esta nota es personalísima, que este espacio llamado psicoanálisis demuestra tener el corazón latiendo con vigor. Latido que nutre la circulación de aperturas, flexibilidades, autocríticas no indignadas y amor por su continuo redescubrirse.
Para ir finalizando. Recordemos entonces que Freud se reunía los miércoles a la noche en aquella Viena de las vanguardias. Recordemos también que Lacan daba sus seminarios en la París surrealista de la posguerra.
Ubiquemos que Freud promueve la fundación de la Internacional en 1910 y Lacan la EFP en 1964.
Situemos convencidos que estamos conversando sobre lo colectivo en psicoanálisis en la ciudad donde Masotta coordinó los grupos de estudio en las décadas de 60 y 70. No nos olvidemos de la biblioteca de Pichón Riviere.
Recordemos a las facultades de psicología de las universidades públicas. Acompañemos a nuestros hospitales donde muchos jóvenes y no tanto aplican algunas herramientas del psicoanálisis. Aunque nos parezca inapropiado démosle un lugar de reconocimiento a las escuelas de psicoanálisis. Debatamos qué sucede con el ejercicio de poder en ellas.
Porque como agregan con convicción en el editorial del Fanzine:
“Los analistas de hoy tenemos una deuda con nosotros mismos y con nuestro tiempo: crear dispositivos que no alberguen las jerarquías que ya conocemos y sus consecuencias. Proponer que en el trípode de formación haya, además, una instancia en la que se lea la correlación, estrecha y determinante, entre la política de reunión y el ejercicio de una práctica. Pensar la conjunción entre la experiencia del psicoanálisis y el ejercicio del poder”.
Quiero sostener para concluir que los lazos entre analistas están en el germen y en la potencia sostenible de esta terapia que sin ser como las otras pretende concebir espacios comunes distintos a aquellos que por ejemplo se forman en las cátedras académicas o en los círculos de la ciencia. Cuando Freud reinventa la psicopatología de su tiempo lejos de habilitar un lugar inter pares, genera una clausura que él mismo sitúa como “resistencias afectivas interiores” (Freud, 1914: 64) a las novedades de su invención.
Novedades que en 1910 empujan, debido a la expansión de sus interlocutores, a la fundación de la International Psychoanalysis Association. Ferenczi, ahora sí volvamos a él, actor fundamental de aquella fundación, anticipa un diagnóstico institucional acerca de lo colectivo: las “patologías de las asociaciones” (Ferenczi, 1910: sin paginación), es decir las “excrecencias habituales de los grupos organizados” (Ferenczi, 1910:321). Diagnóstico que Freud no desoye y que abre una etapa de institucionalización de la formación analítica (Freud, 1912; 1914 y 1926) para garantizar aquello que lleva su nombre.
Esta etapa, junto a las marcas gregarias y bélicas de su tiempo (inspirado en autores como Lebon, Jung y Wundt) generan en Freud la genialidad de clarificar la condición social de algunos fenómenos asociados a ”la nerviosidad moderna” y a su “moral sexual” (Freud, 1908: 163). También ensaya el origen mítico de las sociedades explicado en 1913 con “Tótem y Tabú”, marca cómo las sociedades cuyas instituciones son el resultado de los acuerdos en el campo de las “comunidades humanas” (Freud, 1929 [1930]: 88), cultivan un campo no exento de malestar.
Quizás nos faltó un texto freudiano que pusiera la lupa en el por qué de la guerra, entre analistas. O quizás el maestro vienés omitió estudiar en el marco de la psicología de las masas, donde ejemplifica sus ideas con la masa artificial del ejército y de la Iglesia, a la institución psicoanalítica. Quizás.
Como plantea Laura Gobatto en el texto que integra este fanzine, Una fecunda intemperie: “Freud sabía de lo humano e imperfecto de su creación, también sobre su potencia. Convivían en él el anhelo de trascendencia de su invento con el de la apertura y hasta de renovación, a la vez que lo habitaba la profunda preocupación de que el psicoanálisis quedara subsumido en la medicina, perdiera su rigurosidad y no sobreviviera a su muerte”.
Y agrega:
“Sabemos de esa potencia, la confirmamos en nuestros consultorios y en muchos otros espacios que hemos conquistado. ¿Por qué sobrevivió y sobrevive el psicoanálisis? ¿Por qué psicoanálisis todavía? ¿Sólo por su potencia o también por su institucionalización? ¿Qué efectos tuvo esa institucionalización?”
Concluye:
“¿Se juega hoy el futuro del psicoanálisis más que en la época en que Freud decidió institucionalizarlo internacionalmente? ¿Qué ocurre con la transmisión del psicoanálisis en el presente de la historia de la humanidad?”
Instituciones, psicoanálisis, lazos. Transmisión, escrituras, legados. Con Leticia Gambina decimos No ceder ante las instituciones, dado que “Toda institución, luego de cierto tiempo, se termina anquilosando. Es parte de su devenir, de su destino. Y en ese devenir, va aplastando, aplanando, desvitalizando, a quienes la transitan y la habitan”. Acaso no ceder ante las instituciones analíticas teniendo en cuenta lo paradójico de su imposible institucionalización.
Sugiero con vehemencia la lectura del Fanzine y espero que genere nuevas mesas alrededor de un texto.
Pero para que seamos consecuentes con aquello que estoy diciendo espero que genere una lectura que relance las preguntas a nuevas preguntas. Sabemos porque hemos leído también en las biografías de los hombres y mujeres que componen la historia variada y rica de nuestra práctica las mencionadas mesas se han construido, acompañado, soldado como derruido, destruido y dividido. Se han disuelto. Hay una responsabilidad generacional en este tiempo a propósito de cómo plantearnos un estado en común entre analistas. El Fanzine nos acompaña a pensar dicha responsabilidad.
El horizonte está abierto. Las redes colectivas tanto del psicoanálisis como fuera de él están atravesando un momento complejo, difícil, deletéreo que algunos se animan a llamar de extinción social. Por eso celebro este encuentro. Me interesa decir mientras doy la palabra a quien sigue que es imprescindible, teniendo en cuenta las propias contradicciones de Freud, afirmar que él llamaba al mismo psicoanálisis: movimiento. Quizás en este término, movimiento, re encontremos algunas claves de lectura que permita abrir las puertas de las instituciones y las llaves para no cerrar en ideologías teóricas el sillón de los y las analistas.
Para alejarnos de las fijaciones, para eludir críticamente las coagulaciones, para inyectarle al aire, suspiros deseantes. Como dice la canción Instituciones de la querida banda Sui Generis, canción con la que me reencontré por Agostina Taruschio, aquí presente,
Los magos, los acróbatas, los clowns
(Los magos, los acróbatas, los clowns)
Mueven los hilos con habilidad
Pero, ¿no es el terror a la soledad
Lo que hace a los payasos
Uno rojo, otro blanco
Y a los viejos romper la voz
Para cantar?
Acaso sea sí el terror a la soledad y agrego, el amor a la risa aquello que nos acerca a conversar a los y las analistas a lo largo de la historia. Y hoy nos reúne acá entre incertidumbres y amistades, entre historias y legados, entre malestares y bienestares. Acá, en esta mesa alrededor de este, un texto psicoanalítico llamado desde el margen, por En el Margen, Fanzine #2.
A leerlo, comentarlo, debatirlo y reescribirlo. Muchas gracias.

Sebastián Salmún. Psicoanalista. Dr. en Psicología. Mgter. en Psicoanálisis. Docente
Supervisor Institucional.
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