Imagen de pexel.com Cuidado editorial: Helga Fernández y Gisela Avolio
El punk vino al mundo con una máxima epocal, Not future for you! O lo que es casi lo mismo, el punk vino al mundo con la mala nueva del sin porvenir, que avizoraba el accidente de la línea del progreso contra la ausencia de futuro. Y aunque la frase le haya sido adjudicada a los Sex Pistols, lo cierto es que se había fraguado antes, en los márgenes londinenses y de otras ciudades industriales en las que cientos de miles de obreros supieron que mañana, ya no sería sinónimo de mejor. El capitalismo tardío en su versión neoliberal había roto las “cadenas” del mercado, posicionando como sentido común la crueldad del más fuerte.
Pero el punk lejos de concebir la ausencia de futuro en clave apocalíptica, lo hizo en clave de un histerismo frenético que apuntaba contra todo e intentaba hacerlo caer. Sin ninguna confianza en la nueva promesa del libre mercado, actuaba como una aceleración del declive del campo laboral y existencial, tomando la “nueva” idea de libertad para colocarla en otra parte. Era como si esa ropa negra harapienta, las perforaciones, las botas en el mosh, los colores fluorescentes en los “mohawks”, tradujeran estéticamente la situación. Si pudiéramos tomar unos audífonos para escuchar el final de los setenta en Inglaterra, escucharíamos letras del horror punk. Pero no se trataba de un horror melancolizante. A diferencia del hipismo que en la década anterior había retornado a formas míticamente arcaicas de pacificación, el punk comprendió que en medio de la ruina podían germinar brotes de otros mundos. Devino así el punk en una contracultura que radicalizó las banderas de mayo del 68, abogando por la libertad de los cuerpos, de la sexualidad, el rechazo a la moral laboralista, la experimentación de nuevas formas éticas y una energía desbocada, rápida, insistente… guitarras a toda velocidad que pretendían atravesar la hecatombe sin nostalgias ni retromanías. Una aceleración.
De aquella aceleración… una resaca, el postpunk. Esta meseta en la que encalló la velocidad de años anteriores adquirió otras tonalidades. Nuevas mezclas que produjeron una retracción y lentificación del frenetismo punk para adentrarse sobre el sí mismo, pero un sí mismo ya pasado por la picadora del avance neoliberal: la desolación del individuo, el capitalismo de corporación, el cansancio, la desesperanza. Public Image, The Smiths, Joy Divisón y un sinfín de bandas no perdieron las premisas de sus antecesores, pero el No future for you!, o el Fuck you! había tomado por asalto el campo subjetivo transformándose en I’m fucked. Ian Curtis, vocalista de Joy Division y quizás la figura más relevante de la resaca postpunk, eligió el 18 de mayo de 1980 ver Stroszek, una película a medio camino entre comedia y documental que se teje en torno a la larga caída de una pareja que transita en medio de un mundo grisáceo. Una caída asfixiante. Tras ver la película Curtis se suicidaría.
Este largo rodeo es el escenario para adentrarnos a tres notas de la obra de Fisher. En mi criterio no es posible leer a este filósofo sin situarlo con ese soundtrack de fondo, esa atmósfera contracultural que elevó la reflexión de las jóvenes clases trabajadoras mediante la producción musical. Y es que Mark había nacido en el agitado 1968, lo que constituye una marca importante para pensarlo como un intelectual o teórico de nueva generación; un intensificador como el mismo se llamó en algún momento. Llegó a impartir clases en el Goldsmiths College de la Universidad de Londres, particularmente en el Departamento de Culturas Visuales, pero su interés mayor parecía estar desde años atrás en otro lado, en la incidencia de los nuevos espacios, el compromiso intelectual de surfear las olas de la cibernética e intentar contornear el nuevo sujeto de ese mar semiótico. Un intelectual del siglo XXI, que practicó la experimentación filosófica y la ficción como herramientas por fuera de los claustros universitarios. Tal vez sea por eso que K-punk, su blog en internet, constituyó en buena medida la vértebra de su producción. Misma que habitó épocas de caídas y de aceleración, umbrales entre un mundo que no terminó de nacer (la herencia sesentera, el punk, el postpunk y el entusiasmo del nacimiento de internet) y otro que sepultaba todo en la naturalización del mercado y el fin de la historia (el hedonismo posmoderno, MTV y el corporativismo, por mencionar tres). Es por eso que el filósofo español Germán Cano distingue el lugar de Fisher como el de un merodeador en el umbral, ya que muestra el realismo del capital al tiempo en que sostiene con sagacidad la fractura que le persiste.
Una vez presentado el protagonista me permitiré hilar dos elementos de su propuesta. El primer elemento será eso que Fisher llamó realismo capitalista. Y el segundo nos conducirá por un campo algo extraño, fantasmagórico, hacia la noción de hauntología y su relación con lo que el autor conceptualiza como modernismo popular. En una síntesis riesgosa y que no supone en absoluto una profundidad a la obra del autor, pondré a jugar estos tres elementos. La sonoridad que habíamos construido de previo es el marco musical del juego predispuesto, aunque ahora lo dejemos un tanto de lado para poder explorar conceptualmente el trabajo de Fisher.
Fisher engarza la idea de realismo capitalista con líneas políticas y culturales que apuntan en su conjunto a la ausencia de alteridad al capitalismo tardío. En palabras del propio autor, este realismo sería: “la idea muy difundida de que el capitalismo no solo es el único sistema económico viable, sino que es imposible incluso imaginarle una alternativa”. Cabría entonces plantearse dos cuestiones. La primera la caracterización del sistema económico tardocapitalista como única, y la segunda, la imposibilidad de imaginar una alternativa a este sistema, o más en corto, la imposibilidad de imaginar un porvenir. Por cuestiones de espacio abordaré únicamente la segunda de las interrogantes y lo haré en clave temporal.
Considerar la clausura imaginaria como efecto del realismo capitalista nos conduce a la idea de una inercia de invención cultural, a la desaparición de lo imaginable, lo que aún no es. Lo anterior desencadena un efecto de repetición en lo político, lo económico y lo artístico. Eso que Baudrillard llamó retromanía, como pulsión repetitiva hacia lo antiguo y Jameson cultura de los pastiches, es decir la saturación imaginaria de “copias de copias e imitaciones de imitaciones”. Es una secuencia repetitiva que pareciera operar sobre un efecto de cristalización del tiempo, donde diversas escenas se enfilan aspirando a lo “novedoso” pero se configuran sobre una pantalla siempre igual, en ausencia de una alteridad que haga aparecer el carácter subversivo de la novedad. La incógnita del porvenir desparece así dando lugar al “fin de la historia”. Este ensimismamiento sobre lo mismo naturaliza el presente como verdad sin tensiones, utilizando el pasado como legitimador y construyendo un “futuro” que no es más que la extensión del ahora con efectos especiales.
El fenómeno político de Javier Milei en Argentina supone una ilustración precisa de lo anterior. El político outsider ha ocupado la escena de lo contracultural (por ejemplo llenando el Luna Park en una presentación/concierto orquestada estéticamente por elementos subversivos) mediante una receta económica de antaño; es decir constituye un “pastiche novedoso”, una “novedad antigua”, que es capaz de extrapolar el presente y extender sus márgenes hasta difuminar la memoria histórica del país. En su caso todo se reduce al hoy y a una verdad económica que pareció existir siempre y ahora se ha descubierto. Hace pocos días Milei afirmó además que provenía del futuro, de un futuro catastrófico y del que solo se puede huir profundizando aún más la lógica de la privatización. Tal como afirmaba Thatcher (nuevamente aquí el pastiche) “no hay alternativa”. Todos los tiempos consumidos en el “día a día”, una trayectoria mínima y despotenciada.
Por eso, siguiendo el ejemplo, podemos considerar el concepto de realismo capitalista como una modalidad de la experiencia temporal. Una insistencia en la repetición. Una atmósfera de encierro, topología extraña que nos remite a la ciencia ficción distópica y a la ya reiterada frase: “Es más fácil imaginar el fin del mundo, que el fin del capitalismo”. Con la recuperación y delimitación de esa sentencia Fisher señala la pesadilla, pero al mismo tiempo la ironiza para poder operar sobre ella. Similar al No future! de las bandas punk, que ha sido tan malentendido históricamente, es enunciado no como sentencia ineludible, sino como maniobra de posibilidad.
Así el filósofo inglés oscila entre la sensación asfixiante de una atmósfera de realismo capitalista y un más allá que se muestra en los síntomas epocales. Esto nos da una clave de lectura de su propuesta en la que el realismo capitalista, lejos de ser un señalamiento apocalíptico anida en su interior un conducto de subversión. Un más allá. Como el caso de la contracultura punk que señalábamos al inicio, una rabia y potencia que puede subvertir, pero a su vez declinar, encallar, melancolizarse. Y es aquí donde Fisher encuentra la puerta del psicoanálisis al utilizar la carta de lo sintomático en una lógica similar a la que Lacan recupera de Marx. Es decir, el síntoma como límite del campo simbólico y producción de porvenir. Como repetición defensiva, pero también como deseo. Esto nos lleva a la otra cara de la producción fishereana: las hauntologías y el modernismo popular.
Siguiendo al filólogo Jorge Rodríguez en un comentario que realiza sobre el blog K-punk, éste afirma que: “la hauntología nunca pretendió ser otra forma de inmovilismo frente a los impasses culturales y políticos que nos acucian, sino todo lo contrario: volver a iluminar aquellas posibilidades ya perdidas para desestabilizar el carácter monolítico e inalterable del orden presente.” El concepto de raigambre derridiana que se compone por las palabras hanté (fantasmal, espectral) y ontologie (ontología), hace referencia así a un contrapunto ontológico en el que el ser es diferente a la identificación con sí mismo. En cambio la hauntología podríamos comprenderla como una fantasmagoría que ha dejado de ser, o no es aún, por lo que en términos temporales las hauntologías caminarían en sentido contrario al presentismo del realismo capitalista. El intersticio de lo hauntológico lo homologa a la lógica del síntoma y el deseo. Y al igual que estas dos formaciones inconscientes, las hauntologías deben conjurarse para que aparezcan, ya que aunque provengan de “posibilidades perdidas” solo tienen lugar en el porvenir. Es ahí donde se conjuran.
Este gesto temporal de habilitación del futuro constituye una recuperación del prometeísmo ante la historia. Fisher sitúa el conjunto de las posibilidades hauntológicas, de esos gérmenes o impactos merodeantes en la categoría de modernismo popular; misma que podríamos traducir para nuestra geografía como el campo de lo popular, las experiencias de pueblo, las subversiones subjetivas, lo contracultural, etc. Esos momentos en el que el síntoma “político” escapa a la escena de la repetición, para avizorar y producir la subversión de lo novedoso. Trayendo de vuelta el ejemplo de Milei podemos seguir ilustrando el argumento. A su propuesta cruel de realismo capitalista, la acompañan acechando día y noche las hauntologías de otra Argentina. Una suerte de flujo popular que lejos del hedonismo liberal, pretende hacer brotar en esta repetición una escena inédita. Y ese flujo se alimenta de dos estancias temporales en principio contradictorias, el deseo y la memoria histórica. En ese sentido el porvenir que rompe el presentismo, proviene del pasado y lo actualiza.
Desde el punk hasta las hauntologías, arribamos en este punto a una lógica de tensión contra el presentismo inevitable, contra la ausencia de alternativa; tensión merodeada y articulada por espectros y respiraciones. Mundos “perdidos” que insisten en tornarse porvenir. Síntomas que quiebran el cierre del presente sobre sí mismo.
Carlos Andrés Umaña. Psicoanalista costarricense residente en Madrid. Máster en Psicoanálisis y Teoría de la Cultura por la Universidad Complutense de Madrid. Miembro de la Association Internacionale Psychanalyse Critique.
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