Dos preguntas a Alejandro Pignato.

Responsables de la sección y cuidado editorial: Gisela Avolio y Yanina Marcucci

Dirección editorial: Helga Fernández


—¿Cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?

—Es un poco difícil haber nacido y crecido en Argentina y no tener o no haber tenido ningún contacto con el psicoanálisis. También influye el hecho de haber pasado la infancia en los años 60 donde el psicoanálisis ocupaba un lugar privilegiado en el mundo intelectual —de esa época—.  En cuanto a mis estudios universitarios, hice dos carreras:  traducción (francés) y psicología, ambas en la Universidad de Buenos Aires.  Pero para pensar cuando descubrí el psicoanálisis podría situar dos momentos.  Uno fue en mi adolescencia, tenía unos 15 años y mirando una estantería que tenía mi madre encontré un libro que me llamó la atención.  Se llamaba “Compendio de la psicología freudiana”.  Comencé a leerlo y creo que fue el libro que leí más rápido en mi vida.  En ese momento pensé “quiero ser psicoanalista”… pero un adulto (nefasto) como uno suele encontrar a lo largo de la infancia y de la adolescencia, me dijo: “vos querés ser psicoanalista para resolver tus problemas y los psicoanalistas se ocupan de los problemas de los otros…”

Esa primera marca que dejó ese adulto nefasto, bloqueó, en cierta medida, ese deseo… y como mi otra pasión era la lengua francesa, estudié traducción.  Pero tampoco me alejé tanto de ese deseo… me interesé mucho en una línea de pensamiento en traducción que oponía la traducción “palabra por palabra” para pasar a la posición de “interpretar para traducir”.  Es decir, interpretar el texto de partida para captar la intención, el “querer decir” del autor y expresarlo en la otra lengua.

El segundo momento fue estando en análisis.  En ese punto hay dos cosas que también podríamos señalar, una es que el análisis personal es una instancia de formación.  La otra es que cuando uno pasa por un análisis está advertido.  A partir de ese momento no hay vuelta atrás, en todo caso uno podría hacerse en tonto y negar, pero en el fondo uno sabe… el problema es que después de un análisis:  uno sabe que sabe.

Volviendo a esa primera pregunta que, en un primer momento, uno se ve llevado a responderla en una coordenada diacrónica, por decirlo de alguna manera, podríamos también proponer pensar en esa sincronía que implica el psicoanálisis, desde una doble vertiente: como analista y como analizante.  En ese sentido, creo que sigo descubriendo el psicoanálisis.
Hace un tiempo, un amigo me pidió una opinión pero me dijo que no le hablara como “psicoanalista”.  Le respondí:  llegaste tarde; ya no puedo, tendrías que haberme hecho esta pregunta hace muchos años atrás.

Esa primera pregunta y la reflexión que me lleva a responderla, me recuerda una entrevista que le hicieron a Barthes y que yo traduje en los años 90 para la revista Zona Erógena.  Allí Barthes dice:  “…pienso que a partir del momento en que alguien que escribe entra, digamos, en escritura, en el trabajo de escritura, su cuerpo ya no está en el mismo lugar. El cuerpo que va en la escritura ya no es el mismo que el que podemos ver en las fotografías, y lo que quise mostrar en fotografía, es el joven hombre que era en el momento precisamente en el que aún no escribía, en el cual estaba, como dije, «en la vida improductiva». Pero a partir del momento en que comencé a escribir, mi cuerpo civil, mi cuerpo biográfico, si se lo puede llamar así, ya no interesa y es por eso por lo que suspendí la imaginería a la cual me veía obligado por las leyes de la colección después de mi juventud.”

Algo parecido me sucede a mí con el psicoanálisis, pero si tuviera que situar un momento… sería en mi adolescencia, cuando leí ese libro.  Por otro lado, intento siempre insistir en la posición ética que implica ser psicoanalista, que es aquella que sostiene la ética del deseo, en ese sentido creo que ha funcionado.  Yo quería ser analista.

—¿Qué considera que el psicoanálisis puede aportar a nuestra contemporaneidad?

—Es una pregunta muy amplia y podríamos intercambiar distintos puntos de vista con muchos colegas. El nacimiento del psicoanálisis surge en un contexto muy particular.  Solemos decir que es un discurso que aparece en medio de una sociedad burguesa y victoriana.  El contexto actual ha cambiado mucho, al menos en gran parte del mundo, aunque viendo lo que va sucediendo a nivel político… el panorama no es muy alentador.  Más allá del contexto cultural podríamos pensar que ya en sus comienzos el psicoanálisis molesta, hace que ciertos sectores que detentan poder se sientan incómodos.  Molesta e incomoda porque cuestiona modelos muy arraigados, vinculados al poder y a lo que, leyendo a Lacan, ubicamos del lado del discurso del amo.  Decía antes que es un discurso que molesta en el sentido que desplaza el saber de la “autoridad” -representada por el médico en ese entonces- al síntoma.  El síntoma está diciendo algo, el saber está en el sujeto, no en el médico.  Pasamos de una clínica de la mirada, de la clasificación nosográfica, del etiquetamiento de un paciente a ceder un lugar a la palabra, pensar en el sentido de lo sintomático.

A partir de la idea de que el analista es ubicado “como un sujeto de un supuesto saber” el psicoanálisis también sigue molestando.  Pero la mayor molestia está causada por cuestionar un discurso dominante que lo único que hace es acallar lo sintomático mediante medicación -en numerosas ocasiones innecesaria-, etiquetando a un sujeto que sufre y tratando a la angustia como una enfermedad o un síntoma a acallar.  No sólo se acalla lo sintomático con medicación, también desde la psicología positiva se puede apuntar a lo se suele llamar un “alivio sintomático”.

Un discurso que cuestione el discurso del amo, que apunte a que un sujeto pueda asumir su deseo dentro de sus posibilidades, que no responda a mandatos ni a imperativos superyoicos, sigue siendo un discurso que molesta.  Esa forma de molestar, incomodar es, claramente, una forma de cuestionar un modelo y esto tiene efectos en lo social.

Pero esta segunda pregunta nos propone pensar en lo que aporta el psicoanálisis y en qué medida nuestra posición ética puede aportar algo a nuestra contemporaneidad.

También me parece importante señalar que un analista, para sostener su práctica, debe asumir una posición ética y también saber que ello implica una posición política.

En el congreso de la Fondation Européenne pour la Psychanalyse que tuvo lugar en Barcelona en 2017, Gérard Pommier dijo: “bueno, lo que queremos es que nuestros pacientes, como dijo Freud, puedan amar, trabajar y… no hacer nada”.  A mi entender, el psicoanálisis propone un desplazamiento de lugar de un sujeto, cuestiona una posición, se sostiene en una ética del deseo y apunta a que un sujeto pueda vivir mejor, pueda amar mejor y como dijo Pommier: “no hacer nada” sin por ello sentirse culpable.  Esta propuesta va más allá de ser un sujeto consumista que acalla su angustia mediante consumo de objetos que obturan una falta estructural y le otorgan una sensación de (falsa) seguridad.

En este sentido, ya a nivel social, podemos pensar en lo que se llama el psicoanálisis en extensión.  Creo que en alguna medida, toda esta labor que hacemos en ámbitos externos a una consulta, tienen efectos en lo social.  Podríamos pensar que en algunos países más que en otros.  En este punto, creo que es importante tener en cuenta un par de cosas.  Por un lado, en una sociedad globalizada y mediatizada, asistimos a numerosas críticas con respecto al psicoanálisis que no se sostienen en absoluto.  Se repiten críticas a la manera de un mantra con respecto al psicoanálisis sin haber leído nada ni tener un mínimo acercamiento a una práctica y a un método terapéutico que tiene más de 100 años.  El otro aspecto a tener en cuenta es alentar a la gente joven a que siga estudiando; a que siga formándose, a que tome la posta ya que los que llegamos antes nos estamos haciendo mayores… y, de esta manera, estaremos alentando a estas nuevas generaciones para que, como decía antes, el discurso psicoanalítico siga incomodando… siga molestando.


Alejandro Pignato es psicólogo (UBA) y psicoanalista; ejerce en Barcelona. Es miembro de la Fondation Européenne pour la Psychanalyse, actualmente uno de sus vice presidentes. También es miembro co fundador de Discurso Psicoanalítico y en la actualidad secretario en la Junta Directiva. Es miembro del Consejo Editorial de la “Revista Trauma, Estudios de clínica psicoanalítica”. Es colaborador de Umbral, Red de Asistencia “psi”.  Actualmente coordina el Equipo de Publicaciones y forma parte del Equipo de Coordinación.


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