Cuidado editorial:
Imagen de portada: Kawanabe Kyosai
Este texto fue editado, revisado y autorizado por el autor.
¿Devenir editora, por segunda vez, de la misma conferencia de Jean Allouch en Costa Rica, en 1995, podría contener el mismo germen de locura que veintinueve años atrás? Ciertamente, sí. Debo esta reincidencia a Helga Fernández, compañera en esta Vuelta al Porvenir y esta nueva edición a la revista El Margen. Hay locuras que persisten, otras que se concretan y se dejan atrás, pero ¿qué sería NO desistir de ella? NO apartarse de un intento del que se ha sido parte y arte. Este fue el caso de “El imposible objeto del deseo”, el primer seminario de Jean Allouch que coordiné junto con Rafael Perez, en Costa Rica1, el marco en que se organizó esta conferencia que hoy se retoma.
Aquella apuesta parecía una locura y había sido rechazada, en primera instancia, por la Junta Directiva de la Asociación Costarricense para la Investigación y el Estudio del Psicoanálisis (ACIEP) de la que, en 1994, yo era la editora de su revista In$cribir el psicoanálisis2 donde se publicó la conferencia en 1996. Desde París, Rafael Perez había traído tres propuestas para una posible apertura y contacto de ACIEP con Francia. Antes habían transcurrido ya casi diez años del exilio argentino (1976-1984), que fue primera marca del camino hacia el psicoanálisis, en Costa Rica, y también ya habían transcurrido otros tantos del contacto con el exilio argentino en México (1986-1995) que marcó un hacia afuera, concebido como una posible “internacionalización” del psicoanálisis; nuevas puertas se desplegaban, después del ingreso de Jacques Lacan, como una “clínica psicoanalítica”. Llegó ese día de mirar atrás y la mirada retrospectiva abrirá al escrito con muchos de los testigos de aquella experiencia; aunque su autor hoy sólo nos acompaña con la intensidad de su letra.
La primera propuesta parisina era abrirse a un público masivo, “El psicoanálisis será de masas o no lo será”, había sentenciado un alumno latinoamericano de Lacan. La conquista de las masas parecía atinada con la idea de internacionalizar al psicoanálisis y salir de esta aldea global. Sin embargo, el objetivo impuesto de conseguir quinientas personas en el auditorio e iniciar la aventura con una meta prefijada, sin duda, sería una quijotada. Con grilletes no hay aventura. La segunda se acercaba más a la idea de una “formación psicoanalítica” y una “enseñanza”, mucho más cercana a las múltiples maestrías psicoanalíticas que el tránsito anterior había dejado como secuela de una posición en la demanda hacia el saber inconsciente academizado. El punto divergente era la vía corporativa para acercarse a Jacques Lacan mediante una alianza dentro de las productivas franquicias psicoanalíticas. Garantizar los viajes a París cada dos meses, una formación psicoanalítica dentro de un círculo probado y aprobado y no mediante casi ochenta seminarios “independientes”, como les habíamos llamado, fueron —entre otras— las regalías del pacto asociativo que mostraba un horizonte halagüeño; excepto por la cláusula de entregar la autonomía de la Asociación a un ente extranjero que, ahora en casa, tendría la potestad incluso de disolverla.
Así marchaban las andanzas de la propuesta de internacionalización hasta que, un domingo por la mañana, Rafael vino descorazonado a relatarme su preocupación. De su relato de viajero, me llamó la atención que uno de los analistas estaba vestido del mismo color que las paredes de su consultorio. La imagen era hilarante, me pareció ver su rostro sobresaliendo de una pared monocroma y esta imagen sin cuerpo parecía más que un indicio, una advertencia. No quedaba sino la opción más compleja y enigmática de las tres porque encima no era una propuesta, sino que debíamos elaborarla nosotros. Así, al final del pequeño relato, la turbación de Rafael se había hecho mía; extraña simbiosis productiva que tardamos años en deshacer. Quizás el rasgo que más me conmovió fue cuando él dijo:
—Este tercer invitado no mostró ninguna urgencia por venir, tampoco en el porvenir. Por el contrario, quiso saber lo que hacemos y desde dónde lo hacemos.
—Vamos bien en esta allouchinación —le contesté sonriendo.
—Pero cuando le dije que éramos una «Asociación independiente» –Rafael continuó– me preguntó: «¿Independiente de qué?»
Y con un gesto de abrazo, me condujo hasta la puerta y me pidió que le escribiera.
De inmediato, vino el sintagma a mi cabeza que diez años de una lacanización pura habían dejado como secuela: el “psicoanalista-independiente”. Eso quería decir sin lazo institucional declarado, sin pertenencia y visto como un acto de libertad, entendida como un afuera de lo instituido, y sin relación con aquello de lo que proviene. Una resistencia al, por, desde y dentro del psicoanálisis y, algunas veces, como la opción optar por todos los lazos posibles, cualquiera o ninguno. Nunca el de cada quien, en un lazo entre algunos otros. Hoy el sintagma de moda es “Me analizo afuera”. Ah, ¿entonces estás viajando?, le dije a alguien que me contaba sobre su nueva opción de análisis. No, no es necesario, lo hago por Zoom.
El psicoanálisis “afuera” se había zoombificado. Ya no necesita la presencia del analista, sólo precisa su imagen. “Lo demás es silencio”, como cita Monterroso a Shakespeare, en La tempestad, donde afirma que a veces una idea vale más por quien la emite, pero “de nada sirve declarar que el mundo es injusto si uno no ha adquirido el derecho de lanzar ese lugar común con la fuerza de una verdad recién descubierta” (Monterroso, 1978, p. 23). Solo los lectores y los testigos pueden desentrañar ese “lugar común” y esa verdad descubierta.
Hace casi tres décadas, nada era inmediato. Luego de optar y comunicar a la Asociación que nos haríamos cargo de la invitación de Jean Allouch, cada semana debía ir a la Oficina de Informática de la Universidad de Costa Rica para imprimir su respuesta cada vez más cuestionada por las autoridades psicoanalíticas. La idea de un desbordamiento, desmoronamiento, e incluso una quiebra, empezó a circular en el Coro, la parte sabia de las tragedias griegas. En 1986, me había impresionado la obra de teatro costarricense Magdalena, dirigida por María Bonilla, recién llegada de Francia y, quien ahora, era la directora del Colegio de Costa Rica. Con ella, la Embajada de Francia y el Centro Cultural de México mermaron la sensación de soledad y desmoronamiento; también con el equipo de traducción formado por Nora Garita, Anacristina Rossi y más tarde se unió César Maurel. Con ellas y Karen Poe formamos, desde 1994, un taller de lectura en el cual fluía no sólo la letra de K. Oé y la conferencia de J. Allouch, sino también nuestra propia locura.
Algunos años después de haber entregado la conferencia, descubrí el texto sobre el escritorio de J. Allouch. No miraba hacia el lado de un lector, sino que era evidente que alguien la había girado y colocado con sus páginas abiertas hacia el pasillo donde circulaba el analizante. Nunca sabré el sentido de esa indicación, pero ¡donde hay humo, hubo fuego y cenizas quedan! La tomé como un problema con su publicación y con ese título, que hoy reinterpreto libremente como “No desistir de mi locura”, quizás el mejor título para su conferencia. Pues, ¿no fue esa locura la que me llevó a supervisar con él en 1996 y a solicitar su escucha, en el año 2000, cuando entendí la locura editorial de la que había sido parte? Locura del editor que él había abordado en el seminario cuando contó cómo pasó el concepto del atravesamiento del “Fantasma”, o más bien ¿“la fantasía” como final del análisis? ¿No fue de ese Lacan puro y duro que encontró en estos lares de lo que habló en su conferencia? ¿No fue la publicación misma de su conferencia la que había renovado las fantasías de desmoronamiento de lo instituido hasta ese momento y sus lazos asociativos?
Hoy, al escribir este texto, esta locura sigue siendo mi enigma y continúo siendo una editora y no una autoridad psicoanalítica ni universitaria. ¿“Enséñame a dejar atrás mi locura” fue realmente su título? No hay manera de saberlo. ¿No era esa una petición de enseñanza, muy ligada a la psicopatología de la que proveníamos, con ese sintagma de “clínica psicoanalítica”, con la que había entrado J. Lacan, a Costa Rica? ¿Cómo saberlo? La propuesta de K. Oé retomada en esa conferencia cambió “sobrevivir” por “dejar atrás”. La supervivencia estaba allí y la locura vendría después. No desistir de su locura es un acto de desprendimiento y despojo cuyos deshechos J. Lacan los sitúa en los objetos petit a y que J. Allouch denominó como el pequeño trozo de sí, de cada acto de duelo.
Esto, para algunos, sólo es posible en análisis. Otros optan por distintos ejercicios espirituales para ese cuido de sí (Allouch, 2007). No es muy claro si quien sobrevive “deja atrás” algo, la literatura testimonial da cuenta de ello. Por el contrario, muchas veces su efecto va por delante y es perenne. Lo que sí indicaba esa traducción que publicamos es que la literatura de Oé había hecho algo precioso para el psicoanálisis y se adelantaba a dejar atrás esa demanda psicopatológica a la que no pudimos renunciar hasta el 2004, cuando Página Literal (primera revista de la École lacanienne de psychanalyse, ELP, en Costa Rica), colocó en su contratapa un graffiti con una frase de Jean Allouch: “La psicopatología está muerta, aunque siga viva”.
Recordé la última reunión, cuando Jean Allouch nos recibió en el hotel con una sonrisa acogedora y en silencio. Nos despedimos sin saber qué decir ni cómo proseguir. En mi caso, fui dichosa al ignorar cómo continuaría la historia. Este ignorar lo insabido (L´insu) significaría liberarme de las prisiones voluntarias, cuya salida es cruzar una puerta por un umbral obviado antes de cruzarlo y cuyo destino se desconoce. Jean Allouch abrió muchas puertas que tampoco se sabía hacia dónde conducían.
Así fue cuando abrió un nuevo modo de acoger los gay and lesbian studies (Allouch, 1999). Abrió las puertas al psicoanálisis a quienes habían sido patologizados y relegados, pero no se puede abrir puertas sin ignorar si hay alguna o varias salidas. Así fue el gesto extranjerante (Berman, 2004) de Juana Inés Ayala (Juanina, quien hoy no está con nosotros) cuando, desde Monterrey, nos hizo llegar su comentario con una reseña para la École lacanienne de psychanalyse, en México. Su mirada me hizo verme mirada y observarme viendo (parafraseo a Fernand Deligny, a quien leo últimamente gracias a Mónica Santos y Verónica Diez). Mirar/se viendo es un privilegio de quienes han tenido el prodigio de no estar fuera de ese surco, la brecha donde Freud instauraba las huellas neurológicas del lenguaje.
En el afiche del seminario habíamos señalado puntualmente el lugar profesionalizante en el que habíamos recibido a un tal Dr. Jean Allouch, a quien costaría mucho alojar en el psicoanálisis tico, pese a su vuelta en 2005 y a su tercer seminario cancelado por la pandemia y cuyo argumento aún sigue sin publicar. Exploraba en este último el acto de la sublevación distinguiéndolo de las acciones liberadoras y autonomizantes. Hace veintinueve años, en los afanes de pertenencia, le habíamos indilgado una fantasmal membresía a la Escuela lacaniana de París y no a la École lacanienne de psychanalyse, de la que fue director. Nunca mencionamos que fue miembro e hizo su pase en la École Freudienne de París, fundada por Jacques Lacan, hasta su disolución en 1981. Era evidente que la sustitución de París, ese lugar donde se colocó el psicoanálisis, estaba en ese pasaje de las manías que produce la proximidad de la muerte y sus efectos, de los cuales no era ajena la ELP desde su fundación en 1985. Tampoco era ajeno a los efectos de un afrancesamiento que el siglo XIX había colocado en los modales del refinamiento y el blanqueamiento de la población del San Blas de Monterroso, y de su café que debía entrar a Europa con cartas de navegación distinguidas por su piel nívea: ¿Habíamos finalmente llegado a París y no al psicoanálisis? ¿Sería más glamoroso París que analizarse?
Pero esa localización no era geográfica ni sólo territorial; París no sólo era una misa, sino también un problema para la misma école, según pude comprobar al ingresar en ella casi cinco años después de aquel seminario. ¿Dónde está el psicoanálisis? ¿Cuál es el lugar de un análisis y de una escuela? Y no digamos, la lengua y la letra, en ese crisol en el que se posicionaron quienes, después de la muerte de J. Lacan, dieron a su obra un estatuto complejo sin archivo y que, en 1985, fundaron junto con otros latinoamericanos una ELP donde se puede devenir miembro sin vivir el mismo territorio ni la misma lengua, que nunca ni una ni la otra es propia ni común. Lo que sí se puede habitar es un lazo, entre ellos, de cada quien con el psicoanálisis.
Eso no lo sabíamos entonces, ni siquiera distinguimos una escuela de otros modos instituidos en la transmisión del psicoanálisis. No desistir de mi locura implicó ir a supervisar con Allouch en enero de 1996. Tres supervisiones durante su visita me habían demostrado que mi lugar de analista en mi práctica, iniciada en 1980 con la Psicología Dinámica, no era tan distinta al lugar del analizante, excepto que ese lugar del analista-de-control, respecto al llamado caso de quien lo supervisa, coloca al analista que supervisa en la extraña demanda de mirar/se y mirar su posición de analista, ante quien le ha hecho una demanda. ¡impecable! ¡Ninguna indicación, ninguna interpretación, ninguna supuesta dirección de la cura o diagnóstico!
Perpleja en mi demanda de mirar/me en lo que hacía allí, colocada por otro que persistía en acudir a la cita y su seminario en París, descrito como una continuación del que impartiera en Costa Rica, “Fantasía del analista, analista de la fantasía”, me llevaron a Saint Germain des Près de nuevo a la llamada entonces supervisión. Después de llorar preguntándome por qué no había ido a comprar mi trousseau para el evento a Nueva York, para verme con el glamour de esas bellas damas del psicoanálisis y no como una Negrita de Los Ángeles, aún estaba allí, esperando mi turno para que J. Allouch sostuviera ese lugar de analista y yo escuchara aquel imposible lugar del (du) PSI-coanalista: habitar ese silencio para escuchar el horror que ciertas palabras traen al cuerpo herido. Cinco años después, mis ahorros alcanzaron para que mis visitas fueran más frecuentes y de esa “mí misma” pudiera emerger ese “algo” de la analista.
En 1996, conocí a Guy Le Gaufey, a quien invité a Costa Rica para su primer seminario a interrogar la imagen y la representación en el espejo en 1997. Ser una viajante y no una viajera me convirtió en parte de una experiencia del psicoanálisis, donde el viaje lleva y trae lo impensado. Aquella fría mañana de enero, escuché a Guy Le Gaufey decirme: “Para corresponder a su invitación daré mi seminario en español”. ¡Y así lo hizo! Con él aprendí a tachar los excesos de sentido, a atenuar la firmeza de las verdades; pero, sobre todo, que la vida no es vivible sin soportar el desenlace no binario de las paradojas y que en su contradicción están los impases de lo imposible. Como las cartas de aquel personaje de El imitador, de Thomas Bernhard, por Jean Allouch en su conferencia (lo publicamos sin la h), que escribía desde el hospital psiquiátrico para no volverse loco. Y quien también, en los Maestros Antiguos, recuerda que aquellos a quienes tomamos en una cierta posición o lugar nunca nos dejan solos, porque no pueden ser sustituidos. Se van, sí; pero los grandes ingenios requieren de ese precario olvido que supone desprendernos de su asidero para continuar.
En esa nueva invención de otra soledad, J. Allouch trajo la escritura de Yoko Ogawa contra la eternidad. En Muerte y escritura en Yoko Ogawa, describe la última figura de la muerte, “la muerte a secas”, sin olvido y sin lágrimas, sin rituales y sin signos de duelo. El duelo como acto evita el “Hay que” con la que el mundo Psi y la Salud Mental están empantanados. NO hay reemplazo de quien, habiendo muerto, solo está desaparecido; dicha sustitución fue un nuevo romanticismo freudiano cuya colusión con la Primera Guerra Mundial era evidente. De nuevo, Jean Allouch acude a la literatura para enunciar: La clínica psicoanalítica es el duelo. Un modo, un duelo, que cada quien debe inventar para llevarlo a su final, no como un “trabajo”, un ir hacia, sino como acto. El libro El anular de Yoko Ogawa (1999) prolonga el suyo de Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, con el que llegó a Costa Rica en 1995.
Una joven secretaria es la narradora de lo que ocurre en un “laboratorio de especímenes”, después de haber perdido su anular izquierdo en la fábrica de gaseosas donde antes trabajaba. A partir de ese momento no pudo tomar ninguna gaseosa sin sentir ese pequeño pedazo de carne como una flor de cerezo en su boca. En una analogía con el consultorio analítico (quizás también con la escritura y la edición como locura de poubellication), ese espécimen que cada quien lleva al dispositivo de cura inventado por Freud, escribir ese final de duelo era “naturalizar” el objeto de la demanda que cada cliente lleva al Sr. Dechimaru, quien no rechazaba ni el más ínfimo de ellos.
Además de su dedo, la joven narradora tenía una cicatriz en su mejilla y se atrevió a pedirle al Sr. Dechimaru (Thánatos) que la naturalizara. En esa misma lógica de la muerte llamando a la muerte, “Naturalizar un espécimen es devolverlo a la naturaleza; es quitarle todo su valor significante” (Allouch, 2009, p. 25), recalca Allouch. Y en este espacio sadiano, la naturaleza naturaliza. Produce un olvido sin suplemento, pues nunca se puede trazar de nuevo su huella. Convocado ese duelo, en la analogía con el consultorio analítico, la joven de la cicatriz nunca regresa de ese laboratorio donde su “trozo de sí” fue excelentemente naturalizado. Ella pasó de secretaria a cliente. Y ahí finaliza su función de narradora y entonces la escritora toma la mano de su libro El anular, en un gesto cercano a su autobiografía.
Lo que me interesa resaltar es la función del erotismo en la literatura, pues Y. Ogawa concluye su novela magistralmente con el franqueamiento de esa puerta, que la secretaria cierra de un golpe tras de sí. El cuerpo no es separable de su espécimen, la narradora deja de existir y entonces la escritora sostiene el relato desde esa cicatriz no separada del cuerpo de la narradora. Su libro es ahora un nuevo espécimen a naturalizar por sus lectores, concluye J. Allouch. Los inmortales escapan a ese procedimiento, son aquellos a quienes se les niega que realicen el duelo que los llevó a escribir:
en adelante es un inmortal quienquiera que ha aportado su espécimen al laboratorio literario para que sea naturalizado y se le niega dicha naturalización por la misma alabanza de la que ese espécimen es objeto. Es Inmortal aquel a quien se le ha negado que realice el mismo duelo que lo llevó a escribir y a fabricar su espécimen para naturalizarlo. (Allouch, 2009, p. 29)
Y que convocaba la locura de todo el simbólico, concluye. A los Inmortales, se les niega el laboratorio literario. Su triunfo es el fracaso de su duelo, entonces, también del acto de su escritura.
Su conclusión parece traer de nuevo el espécimen de su conferencia a esta naturalización literaria: la escena increíble que él escribió es su propia “vuelta al porvenir”. Una puerta se cerró y no escucharemos más su seminario donde construía junto a otros sus libros. Habrá un último libro. Veamos esta escena que el porvenir nos trajo de vuelta y que indica el fracaso o no del duelo en un triunfo literario Yoko Ogawa escribirá su nombre sobre la tapa del libro. “Al romper la obra, impido que en lo sucesivo se goce de ella literariamente, aunque solo fuera leyéndola”. Esta exigencia lógica que plantea el libro le hace imaginar la escena increíble de que:
en el mismo momento en todos los países, cada uno de ellos poseedores de un ejemplar de esa obra, y cualquiera sea su lengua, naturalizaría, es decir, rompería en pedazos ese anular, para conservar el objeto así transformado en un lugar no necesariamente muy cuidado (Allouch, 2009, p. 29-30)
Su lengua rompería a pedazos ese anular. Un objeto así transformado ¿no haría que todo lector sea transformado? ¿No es en ese gesto donde surge la edición de una escritura con la que adviene una transmutación de la que no se regresa? ¿Y si no se desiste de la locura, y si no fuera más una actividad suicida, sería en el acto literario, donde reescribir hace posible el curso para nuevos laboratorios de lectura? Quizás haya otros caminos, diversos caminos para quien está de duelo. Pero en la “locura de la publicación”, en esta fábrica de desechos de la que el editor se ocupa de poner en su lugar y resguardar en el laboratorio de edición, convertir huellas en trazos legibles puede ser una de sus labores.
A veces, algunos niños se angustian cuando les leen “Pulgarcito”. No por su pequeñez, sino por lo que al leer la versión con pictogramas de Pulgarcito de la Patagonia, de Walter Carzón y Roberta Iannamigo (2022), puede retomar. La Machi, la curandera o maga, comunicaba a los hombres con los dioses, ella sabía los secretos de la naturaleza. A Pulgarcito, ser del tamaño de una pulga no le impedía leer y, con el permiso del Pehuén (bosques de aracaria), se fue con sus hermanos a recoger piñones. Una vez perdidos, le quitó las botas del gigante opresor y desde la cima miró la belleza nevada de su tierra mapuche amenazada. Y con la ayuda de la naturaleza, recorrió las fronteras y más allá de su propia tierra. Su magia le mostró las huellas borradas de los granos del Pehuén y encontró el mapa de su propio viaje. Ningún pájaro comió sus semillas ni le impidió el regreso a su aldea. En ese mismo lugar donde se había perdido, apareció el rastro de su ida y vuelta. Eso no le ocurrió nunca a la narradora con la cicatriz de su mejilla. Fue la escritora quien la separó de ella misma y le pone otra piel al libro que volará hacia otras latitudes desconocidas.
Bibliografía.
-Conferencia de Jean Allouch: Enséñame a dejar atrás mi locura. In$cribir el psicoanálisis. Año 3. Nro 5. Enero-Julio. Costa Rica, 1996. Asociación Costarricense para la Investigación y el Estudio del Psicoanálisis (ACIEPs). Costa Rica, 1995.
Conferencia publicada en versión digital. En el margen, revista de psicoanálisis. Buenos Aires, 2024. https://wordpress.com/post/enelmargen.com/13431
-Allouch, J. (1999) Acoger los gay and lesbian studies. Litoral, La opacidad sexual, 27, 171-183.
-Allouch, J. (2007) El psicoanálisis ¿Es un ejercicio espiritual? Respuesta a Michel Foucault. Buenos Aires, Argentina: Cuenco de Plata y Ediciones Literales.
-Berman, A. (2004) La traducción y la letra o el albergue de lo lejano, Buenos Aires, Argentina: Dédalos Editores.
-Carzón, W., Iannamigo, R. (2022) Pulgarcito de la Patagonia, Buenos Aires, Argentina: Albatros.
-Monterroso, A. (1978) Lo demás es silencio. (La vida y obra de Eduardo Torres), Ciudad de México, México: Ediciones Era.
-Ogawa, Y. (1999) El anular, Arles, Francia: Actes Sud.
-Allouch, J. (2009) Contra la eternidad. Ogawa, Mallarmé, Lacan, Buenos Aires. Argentina: Cuenco de Plata, ediciones literales.
Notas.
1. Agradezco a Macarena Trigo su atenta lectura de este escrito.
2. Agradezco a la Asociación Costarricense para la Investigación y el Estudio del Psicoanálisis (ACIEP), los ocho años que fui parte de ella, desde su fundación en 1989 hasta mi salida en noviembre de 1997. También, el haber acogido las dos actividades de Jean Allouch (1995) y de Guy Le Gaufey (1997), que a la postre resultaron fundantes de la presencia de la École lacanienne de psychanalyse. Asimismo, los primeros pasos, en 1994, como editora en el psicoanálisis (ya lo había sido desde 1984 desde la Psicología).
Escribe: Carmen Tinajero email: carmentinajero@me.com
Querida Ginette, me gustó mucho el texto testimonial que da cuenta de cómo se juega uno en la inscripción al psicoanálisis y a su práctica.
Allouch nos enseñó que hay que abrirse a la demanda que incluye la particularísima vida de cada quien y sus pérdidas. Y estar ahí en el momento en que los caminos se cruzan, siguiendo el tiempo lógico que cada uno vive de manera diferente en la transferencia.
Un saludo y una felicitación amiga y colega, Carmen
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