Cuidado Editorial: Gabriela Odena
Imagen de portada: Desfile nocturno de los cien demonios, de Tosa Mitsuoki
Este texto fue editado, revisado y autorizado por el autor
Localizar la locura e interrogar con ello la transmisión del psicoanálisis: quizá no haya en los trabajos de Jean Allouch un motivo más insistente, debido, precisamente, a que en opinión de Allouch la transmisión del psicoanálisis no era posible. Son varias las razones que pueden esgrimirse a la hora de explicar esta aparente paradoja. La primera de ellas se refiere a la necesidad de volver posible una transmisión. Es decir, la transmisión del psicoanálisis no es posible, ya que primero debe hacerse posible. Esta necesidad encuentra su asidero en lo que Allouch identificó como “transmisión epíclera” [épiclère], que fue el modo de transmisión del psicoanálisis elegido por el propio Lacan. Haber dicho que no –y que hayan sido varios los que sostuvieron esa negativa– a ese modo de la transmisión fue lo que llevó a la fundación de la École lacanienne de psychanalyse.
La ELP, como se lee en los textos que acompañaron su fundación, “toma nota del acontecimiento que habrá sido la reanudación de la senda freudiana abierta por Jacques Lacan”. La ELP no garantiza una genealogía a una comunidad analítica por haber elegido llamarse “lacaniana”. Lo que la ELP retoma no es una ascendencia sino un gesto, al fundarse reanudando una reanudación. “Puesto que para mí, y algunos más –decía Allouch en un reportaje para la revista Acheronta (Allouch, 2008)– la escuela contaba, no podía sino rechazar que fuese la familia la que intervenga y juegue el más mínimo rol en la transmisión del psicoanálisis y la posición lacaniana en el campo freudiano”.
La segunda razón involucrada en la aparente paradoja de la transmisión, y que se desprende directamente de la primera, hay que buscarla en lo que para Allouch significaba ser “alumno de Lacan”. El alumno no es aquel que se conforma con retomar los enunciados del maestro, sino que es quien a su vez los interroga. El alumno es quien inquiere, quien plantea preguntas, quien retoma infatigablemente ese ¿y entonces? con que Allouch abre su libro Freud, y después Lacan, signo manifiesto de que se está siguiendo sin seguir. Freud, y después [et puis] Lacan es la marca de un non sequitur, de un disculpe, pero no lo sigo… y es por eso por lo que lo sigo dando el paso siguiente. Esta concepción del alumno es la que se reconoce en un señalamiento de Allouch en la última entrevista que concedió, publicada en la revista Narraciones titulada Seriamente analítico (Allouch, 2023). Allouch declaraba en esa entrevista que les correspondía a sus alumnos, “a mí y a otros”, y no a Lacan, decir lo que fue su enseñanza. Lo que esa enseñanza habrá sido. Fue entonces por falta de alumnos que Lacan, “en una tentativa desesperada”, recalca Allouch en esa misma entrevista, terminó casando la escuela con la familia, con su propia familia, sellando de esa manera la suerte de la transmisión hasta la aparición de un nuevo heredero. No había nadie que se erizara sabiéndose elegido por el amor del maestro (Allouch, 2020, p. 71-72).
La transmisión del psicoanálisis, y esta es la tercera razón que explica la cuestión de su no posibilidad, no puede sino entramparse en la intención de transmitir. Aquel que tiene la intención de transmitir un saber se asume en la posición de poseer algo, de que ese algo es parte de su haber o de su patrimonio, y cree, además, que su saber es suficientemente consistente como para heredarlo a los demás –cabe recordar que la ousía, la esencia como fundamento o principio primero tiene un significado económico que es anterior al filosófico; el principio es un bien o una propiedad–. “Él [Lacan] inventaba, yo leo”, escribía Allouch en No hay relación heterosexual (Allouch, [2015] 2017). Es esta preeminencia de la lectura lo que llevaba a Allouch a despreocuparse de la transmisión y a emplearse, en cambio, cada vez y localmente, sólo con los problemas con que trataba. Leer para cuestionar, para dar el paso siguiente, tal como Lacan invitaba a hacer, citándolo (p. 171). Vale decir, conjurando su presencia en el texto. ¿Qué queda de propio, y con ello de heredable y transmisible, luego del trabajo de la letra? Tal vez el punto más alto de esta posición de Allouch se encuentre en su interpretación del escrito de Lacan Kant con Sade en su libro Faltar a la cita, hecha “a partir de sus escorias”, que lo llevan hasta “delirar por un instante”, ya que ese es el camino al que lleva la interpretación de un texto “cuando se torna francamente literal”. Allouch localiza en la “aparición intempestiva” en dos ocasiones de un acento circunflejo sobre una letra, que gramaticalmente distingue el subjuntivo del pasado simple en francés, una consecuencia insospechada del juego de Lacan con el desmembramiento del troquel del fantasma. Cortándolo por su línea horizontal, Lacan obtiene la letra V de la voluntad en el segundo esquema presentado en el escrito, mientras que el acento circunflejo, que es la otra parte del troquel desmembrado, queda como resto. De esta manera, el acento circunflejo se revela en la lectura de Allouch como “el rasgo sintomático” de Kant con Sade, con el que Lacan habría señalado “a pesar suyo que no podía renunciar absolutamente a escribir un tratado del deseo sadiano” (Allouch, [2001] 2003, p. 30, n. 22; 153)
Pero es la localización de la locura –avizorada en ese camino de delirio en el que desemboca lo literal– lo que conduce la interrogación de Allouch. El psicoanálisis no ha cesado de interrogarse sobre su estatus como saber ni de renovar sus problemas y sus soluciones “debido a la singularidad del saber que produce”, escribe nuevamente Allouch en Freud, y después Lacan. Al no encontrarse allegado a una epistemología, incluso no es seguro que el psicoanálisis exista por sí mismo como disciplina, con un objeto, métodos y procesos institucionales definidos. Este sería todo el interés de un concepto como el de “campo freudiano”, por el hecho de que este sólo tiene sentido epistémico por estar vinculado con el método freudiano. Lacan vació un cierto número de evidencias del saber presentes en Freud, y las respuestas que a su vez proporcionó son vaciadas de su evidencia. El saber sólo puede ser tratado localmente, ya que con cada paso que se avanza, escribe Allouch, se sabe menos. Eso es lo que significa un progreso en el saber para el psicoanálisis, en la medida en que de ello surgen problemas inéditos y no advertidos. El psicoanálisis se encuentra arrojado a un “curso loco”, desde que “la invención del saber, y su hacer saber, es también aquello que lo vuelve caduco”. El psicoanálisis tiene que ver con un real al cual replica, y ese real, que también replica al psicoanálisis, se llama “locura”. No saber eso que no se sabe –en la medida en que el inconsciente fue definido por Lacan como saber no sabido– “es el intento de realización del psicoanálisis en su curso loco”, lo que para Allouch define al psicoanalista, diferenciándolo de todo tipo de especialista, y al problema que el psicoanálisis le presentaría a la epistemología (Allouch, 1993, p. 15-18).
En su conferencia en Costa Rica del 30 de julio de 1995, titulada Enséñame a dejar atrás mi locura –que hoy comentamos gracias al trabajo y a la invitación de Helga Fernández, Ginnette Barrantes y la revista En el margen– uno puede observar cómo, de un manera concisa y con una enunciación que busca permanecer todo el tiempo en el nivel del diálogo con los asistentes, Jean Allouch despliega las cuestiones a las que nos hemos referido aquí. Por la manera en que trata esa pregunta/demanda, tomándola a partir de los términos que la componen para volverla objeto de interrogación del psicoanálisis, esta conferencia de Allouch es muestra de la actualidad de su trabajo, al permitirnos a nosotros, sus lectores (lectores de un lector), volver sobre sus apuestas, para de alguna manera intentar retomar el curso loco del psicoanálisis. Al recusar que exista o que pueda existir una enseñanza sobre cómo dejar atrás y sobrevivir a nuestra propia locura, debido a la manera en que esta se encuentra anudada al saber, esta conferencia permite alargar un poco el paso también y considerar las elaboraciones de Allouch acerca de la transferencia psicótica, aun cuando estas no se encuentren explícitamente desarrolladas en ella. Si en la interrogación por cómo vérselas con la locura no se trata de la locura como objeto de un conocimiento futuro, sea este psiquiátrico o psicoanalítico, sino de la locura por venir al lugar de articulación de todo saber por producirse, y de poner al descubierto la intimidad que existe entre locura y transferencia, ¿quién podría arrogarse una respuesta definitiva a la pregunta/demanda que da título a la conferencia, si la locura queda ubicada en semejante lugar en relación al saber, pero al mismo tiempo, quién podría simplemente rechazarla por el hecho de no poseer esa respuesta?
Apoyándose primero en un cuento del libro El imitador de voces de Thomas Bernhard y luego en unas tesis extraídas del Elogio de la locura, Allouch afirma que el loco, no en la certeza sino en su temor confeso a volverse loco, en su miedo a ser víctima de otro tipo de locura que aquella que tan necesariamente comparten los hombres entre sí, es el lugar del saber. El temor de volverse loco forma parte de la locura (Allouch, [1988] 1993, p. 12). Pero aliándose estrechamente con el Elogio de Erasmo para ubicar y rebatir la posición estoica del dominio de las pasiones en la que hunde sus raíces el tratamiento moral en psiquiatría, Allouch no solo afirma que la locura es otra cosa que lo que se cree, sino que la locura determina además el lugar mismo en el que uno supone el saber, porque la locura, según la “tesis bastante inaudita” del neerlandés, “se conoce a sí misma mucho mejor de lo que la conoce nadie”.
La locura, como el real al cual replica el psicoanálisis, posee una historia que permite caracterizar la acogida que este le brinda. La fascinación que la locura ejercía sobre el hombre del Renacimiento oscilaba entre dos polos opuestos como escribe Foucault en Historia de la locura en la época clásica. La locura representaba una “naturaleza de tinieblas” imposible de domesticar, que llevaba a imaginar la forma monstruosa de un “animal delirante” que existiría en el corazón de los hombres. Esta fascinación por el desorden, por lo que escapa a la domesticación de los valores y los símbolos, se opone a la fascinación que ejerce la locura como saber. La locura es saber, ante todo, “porque todas esas figuras absurdas son en realidad los elementos de un conocimiento difícil, cerrado y esotérico”. El loco, en su “inocente bobería”, detenta un saber temible e inaccesible. Unida al mundo y sus fuerzas subterráneas, la locura se ubica más allá del límite que el hombre prudente impone a su propio saber. El saber de los locos, puesto que es el saber prohibido, predice y anuncia el fin del mundo (Foucault, [1964] 1999, p. 39-40). Pero este poder de tentación, característico de una experiencia trágica de la locura, da paso a otro tipo de aprehensión de esta. La locura no deja de mantener una relación “con los extraños caminos del saber” conforme avanza el siglo XV y comienza a perfilarse la época clásica, pero este saber, aclara Foucault, ya no conserva secretos para el hombre. El saber de la locura es el castigo de una ciencia desordenada e inútil (Foucault, [1964] 1999, p. 43-44). La locura ya no está unida al mundo sino a las debilidades del hombre. Erasmo toma el relevo de Bosco, Brueghel y Durero. Pero como aclara Foucault, la “personificación mitológica” de la locura en Erasmo no es otra cosa que un artificio literario. La locura desemboca en un universo moral, el de la relación del hombre con la verdad de sí mismo, por lo que la locura se refleja literariamente en sátira moral. Erasmo hace el elogio ambiguo de una locura de la que se encuentra separado, y protegido, por toda la distancia que provee la ironía.
Ahora bien, la experiencia cósmica y la experiencia crítica no se ignoraron ni opusieron tajantemente. La división entre ellas ya estaba hecha y la distancia entre el elemento trágico y el elemento crítico no dejará de aumentar, pero durante largo tiempo, escribe Foucault, sus hilos se mantuvieron entrecruzados y sus intercambios fueron constantes (Foucault, [1964] 1999, p. 47-48). De esa manera el lazo que las mantenía atadas terminará convirtiéndose en una brecha en la unidad de la locura, confrontación entre la noche del mundo y la didáctica de los defectos humanos, entre una experiencia trágica y una conciencia crítica del hombre, que nunca volverá a colmarse (Foucault, [1964] 1999, p. 49). Erasmo y toda la tradición humanista serán la demostración de que la conciencia crítica adquirirá un mayor relieve, dejando en las sombras a las figuras trágicas. Costará mucho trabajo reconocer sus huellas bajo el disfraz del discurso filosófico o médico, reconoce Foucault, pero de todos modos será posible encontrarlas. Por lo tanto la experiencia clásica y luego moderna de la locura “no puede ser considerada una figura total, que así llegaría finalmente a una verdad positiva”. Figura fragmentaria, conjunto desequilibrado, cuyos grandes desgarramientos presintió Freud figurándolo en la mitología de las pulsiones (Foucault, [1964] 1999, p. 51). La rectitud que conduce al pensamiento racional hasta el análisis de la locura como enfermedad mental debe interpretarse “en una dimensión vertical”, con el fin de revelar cómo cada una de sus formas oculta esa experiencia trágica que no ha logrado, sin embargo, reducirse del todo (Foucault, [1964] 1999, p. 52).
Con Bernhard y Erasmo, Allouch localiza la locura en aquella verticalidad a la que hace referencia Foucault. En la réplica del psicoanálisis a la locura no podría tratarse del dominio de sí o del gobierno de las pasiones, en la medida en que la locura no es un figura total que podría sacar a la luz una verdad positiva. Esta es la verdad que pone en juego la literatura: la historia de la locura es la historia de una presencia desgarrada. Por esta razón no se la puede dejar atrás recurriendo a la rectitud del pensamiento racional que haría del análisis de la enfermedad mental el momento culminante de una historia que se reconoce a sí misma en la superación progresiva de las quimeras del saber antiguo, simbólico y literario, para proyectarse de manera definitiva sobre el plano de la objetividad. Sin embargo, el psicoanálisis puede haber creído, como destaca Allouch, por la mitología que se edificó en torno al encuentro de Freud con Fliess, que Freud venció definitivamente a la locura. Sostener que el saber del psicoanálisis hace pie en el fracaso del paranoico –que es lo que Freud confiesa a Ferenczi en una carta fechada el 6 de octubre de 1910 en la que describe el movimiento libidinal de desasimiento de la transferencia sobre Fliess– trae consigo el riesgo de asumir que todo lo que dijo luego el psicoanálisis acerca de la locura es verdad, por lo que solo sería cuestión de aplicarle esa verdad a los locos. A pesar de que se asume del lado de Erasmo, el psicoanálisis, diciéndose con Freud que ha triunfado sobre la locura, quedaría ubicado en la vereda contraria de lo que asume, que es el saber de la locura. Se asumiría como ya teniendo una respuesta para la pregunta/demanda enséñame a dejar atrás mi locura.
El olvido de la tesis de Erasmo destacada por Allouch, de que la locura “se conoce a sí misma mejor de lo que la conoce nadie”, repercute en una concepción del yo en al menos tres maneras. Es la instancia que Freud involucra cuando le comunica a Ferenczi que luego de haber retirado su libido de Fliess utilizó una parte de esta para “engrandecer su propio yo” pero de una manera tal que él ha triunfado ahí donde el paranoico no puede sino fracasar (Freud y Fliess [1910] 1992, p. 221). El yo es además la instancia que en apariencia sostiene la pregunta/demanda por el dejar atrás la locura, a partir del supuesto de que la locura que se quiere superar no iría con ese yo que pregunta. Por último, es el yo, o el “sí mismo” de la tesis de Erasmo, y que la locura conocería mejor que nadie, la instancia desde la que se abre la determinación del lugar donde se supone el saber. Estas perspectivas sobre el yo, en lo que tendrían de no freudianas, fueron criticadas por Lacan. Considerar esa crítica es lo que permite avanzar hasta la concepción de Allouch de la transferencia psicótica a partir de su conferencia en Costa Rica.
Es porque el pensamiento no puede estar loco que este es capaz de mantener a resguardo la verdad. Sin embargo, este estatuto concedido al pensamiento como un principio por Descartes depende del gesto fundante de exclusión de la locura por parte del sujeto que duda. El ser es inherente al sujeto del pensamiento, y el sujeto del pensamiento mantiene una relación inmediata consigo mismo, siempre y cuando, como escribe Descartes al comienzo de sus Meditaciones con una suerte de tono moral que nos hace recordar a Erasmo, “no me asemeje a no sé qué locos”. Mientras que para Descartes la alienación es imposibilidad misma del pensamiento, para Lacan, en cambio, el pensamiento no puede engendrarse ni sostenerse a sí mismo más que sobre la base de aquel “asemejarse”. El pensamiento no se encuentra nunca a resguardo de la locura. Por eso Descartes sigue su camino sin detenerse en su fenómeno, mientras la experiencia psicoanalítica hace de esa exposición del pensamiento a la locura su punto de partida, razón por la que se opone “a toda filosofía derivada directamente del cogito” (Lacan, [1949], 2008, p. 99). La locura no es una contingencia en el hombre proveniente de algún tipo de fragilidad, sino “la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia”. El ser del hombre no se puede comprender sin la locura, porque el hombre la lleva consigo como el límite de su libertad (Lacan, [1946], 2008, p. 174). La locura está presente en el instante en que el hombre afirma con mayor convicción su no alienación; la locura “es una seducción del ser”. El falso dominio y la alienación radical del sujeto están en el principio de la síntesis del pensamiento y de su posterior subjetivación, porque el pensamiento se adecúa, o incluso se domina o se conquista a sí mismo indefinidamente, diciéndose, en voz alta o en silencio: soy… en la medida en que pienso, por lo que soy en la medida en que pienso que soy… una cosa que es… en la medida en que piensa que es… Es esta discordancia entre el yo y el ser lo que repercute en la historia de un sujeto y demuestra que las funciones de síntesis o de dominio del yo se instauran sobre el cimiento de una alienación libidinal (Lacan, [1946], 2008, p. 184). El ser no es inherente al sujeto que piensa porque toda síntesis más o menos lograda del yo es inseparable de la formas ideales con las que este se identifica y en las que compromete tanto su verdad como su ser. En las elecciones identificatorias se determina la locura gracias a la cual alguien se cree el que es. Se cree ser porque va por delante de lo que se es en la medida en que se reconoce anticipadamente como yo en lo que todavía no ha conquistado. Si la locura, tal como señala Allouch en su conferencia, es necesaria para toda experiencia, si nada importante en la vida se hace sin la locura, es porque de alguna forma la locura está siempre por venir, en la medida en que hace parte del destino del hombre la decisión de llegar a ser lo que es.
Es por la abertura específica de la relación imaginaria con su semejante que el hombre puede ingresar en el orden simbólico en tanto sujeto. Si el hombre llega a pensar ese orden no es porque él lo haya creado. El orden simbólico es autónomo, es Otro, y en tanto tal impone sus exigencias al sujeto como cadena simbólica. Si el hombre piensa ese Otro orden es porque primeramente se encuentra en él apresado en su ser. Su ser de sujeto en tanto que sujeto hablante. Esta es la razón por la que su entrada en esa cadena simbólica no puede ser efectuada por el sujeto más que en el desfiladero de la palabra. De lo que se trata entonces es del acto del pensamiento en el lugar del Otro y de las consecuencias de este acto sobre las amarras del ser –razón por la cual la experiencia analítica se aleja de toda filosofía “derivada” del cogito pero no del acto del cogito–, acto del que la locura se vería despojada cuando se la concibe solamente como objeto de elogio. Porque también se puede encerrar a la locura mediante un discurso que al cantar sus loas apenas alcanza a esconder el temor que le tiene y la distancia a la que quiere mantenerla.
A pesar de permanecer tan cerca de Erasmo, a quien le debemos la primera crítica al modo estoico de formular la relación del sujeto a la locura, Allouch no hace un elogio de locura en su conferencia. Lo que pretende es encontrar la manera de devolverle la palabra a la locura en la medida en que la palabra del loco testimonia de que no hay discurso que no esté alienado ¿Cómo podría sostenerse un discurso de otro tipo si este depende de una cadena significante que no depende del hablante, que lo antecede y que seguirá luego de que él ya no esté? ¿No es esto lo que pregunta/demanda aquel que enuncia enséñame a dejar atrás mi locura: si existe un sujeto que haya sobrevivido al discurso? Pero es de ese testimonio del loco del que no se quiere saber nada, desde el momento en que se localiza la locura en el contenido de un discurso al que se declara loco sin otro aval que el administrativo. Es la frontera abstracta de lo patológico, que considera que la significación no toca el ser ni que el sentido puede enloquecer. Se acoge la palabra del loco en su temor a volverse loco, para luego descalificarla como incoherente y ayudarlo a vencer su locura mediante esa no-locura que asomaría en el enfermo por la crítica que hace a su propio delirio, cuando lo que asoma no es más que la imposición de aquel que ha decidido ya sobre el sentido. Es el estoicismo del discurso psiquiátrico y que no podría sorprender a nadie que se haya convertido hoy en la gran referencia de esos manuales de formación para amos que son los libros de autoayuda.
Para devolver la palabra a la locura hay que partir del hecho, nos dice Allouch hacia el final de su conferencia, de que en términos lacanianos no existe ninguna razón para que alguien se coloque en posición de entregar una respuesta a la pregunta/demanda enséñame a dejar atrás mi locura. No hay nada que obligue a un analista a vérselas con ese lugar porque este no acoge esa pregunta/demanda a partir de un aval institucional ni administrativo ni mediante el acuerdo otorgado por el cuerpo social. Colocarse en ese lugar implica que se ha recusado que exista una enseñanza para ese dejar atrás, lo que inaugura la posibilidad de un acto del sujeto. Aquel que se plantea la pregunta/demanda puede ahora hacer avanzar su propia pregunta y percatarse con ello que la pregunta es su pregunta, por lo que esta no acepta más que una respuesta singular. Hay transferencia psicótica porque el psicoanalista no está obligado a seguir al psicótico en su creencia. Desde que en la psicosis no es cuestión de enunciado sino de un modo enunciativo, el decir psicótico no queda fuera de la transferencia. Hay un sujeto de la enunciación que plantea una transferencia a la que hay que tratar de ofrecer la acogida que le conviene (Allouch [1986] 1989). En esto se diferencia el tratamiento psicoanalítico de la psicosis de ese otro tipo de elogio de la locura propuesto por la antipsiquiatría y las corrientes que buscan “despatologizar” con su tratamiento. No es cuestión de co-delirar con el analizante. Lo propuesta de Allouch es la de dirigirse a aquel que da cuenta de una creencia como alguien que expone una creencia, esa creencia, a pesar de que todo en él proclame lo contrario, afirmando, con razón, que esa creencia le llega del Otro, ya que ese “es el punto preciso de su responsabilidad respecto a la afirmación de la insistencia de esa creencia donde lo recibimos como un sujeto y no como el paciente que dice ser”. (Allouch, [2001] 2003, p. 112)
Bibliografía
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Allouch, J. (2007). Reportaje a Jean Allouch (realizado y traducido por Albornos, E; Sauval, M; Ferrari, N). Acheronta, revista de psicoanálisis y cultura, 25, s/p. Recuperado de https://www.acheronta.org/allouch25.htm
Allouch, J. (2015). No hay relación heterosexual. Córdoba, Argentina: Ediciones literales.
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Freud, S.; Ferenczi, S. (1910). The correspondence of Sigmund Freud and Sandor Ferenczi. Volume I, 1908-1914. London, England: Harvard University press.
Lacan, J. (1946). Acerca de la causalidad psíquica. Escritos 1. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.
Lacan, J. (1949). El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos presenta en la experiencia psicoanalítica. Escritos 1. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.