Vuelta al porvenir. Orvallo de la locura <> Encomio de lo frívolo. Por Daniel Fernández

Cuidado Editorial: Gabriela Odena

Imagen de portada: Tosa Mitsuoki 

Este texto fue editado, revisado y autorizado por el autor


“Nada importante en la vida se hace sin la locura”.

Jean Allouch

Hubo muchos vaivenes en la escritura de las líneas que aparecen a continuación. Lentamente iban surgiendo diversas ideas que no alcanzaban el estatus de lluvia, que se parecían más a una tenue llovizna de ideas, pero que no dejaban de caer de la manera más copiosa. En gallego se habla de orvallo (orballo en lengua gallega) para nombrar un tipo de lluvia muy liviana, que es prácticamente imperceptible, pero que no obstante empapa… Se trataría entonces de un orvallo de ideas, pues a pesar de que inicialmente estas pudieran parecer imperceptibles en lo que respecta a la escritura, no dejaban de empapar mi concepción de la locura.

Escribo en primera persona, algo que raras veces suelo hacer, porque en este caso parto de una verdadera dificultad, la de no hallar otra forma de responder a la invitación a escribir en relación al texto de Jean Allouch Enséñame a dejar atrás mi locura. Y cabría preguntarse: ¿por qué la primera persona del singular podría ser una solución (como se dice de una pócima) para hablar de un texto en el que se enuncia algo de la propia locura? Parece ésta una operación tan contraintuitiva como la de quien busca escampar la lluvia a “cielo abierto”, como dijera Lacan del inconsciente en la psicosis. 

Los pormenores de esta dificultad remiten esencialmente a dos órdenes. Por un lado, tenemos la relación al escrito en lo que se refiere a su materialidad física. El texto fue presentado de forma oral en Costa Rica en el Centro Cultural Mexicano hace casi tres décadas y en razón de los 11 años de edad que tenía por aquel entonces, me resultó imposible asistir a la conferencia; la locura, por su parte, tiene otros rostros en la niñez. Esto resulta un problema común en psicoanálisis, leemos y estudiamos textos que tuvieron un correlato en la oralidad, textos dirigidos a un público con el cual se estableció una interacción y que en el mejor de los casos dieron lugar a un intercambio. 

Pareciera entonces que la falta constitutiva está en el texto. Haciendo un guiño a nuestro autor, cabría decir que no hay relación textual. Para quien no estuvo presente en la conferencia, el recuento de lo allí sucedido es insuficiente por antonomasia. La escenificación que allí tuvo lugar resulta en buena medida ficcional. Los ecos que llegan, además de fragmentarios, están sujetos a la mirada del amanuense oral de turno o, en otros términos, están supeditados a cuán fidedigno haya sido el relato chísmico del suceso. No obstante, habría que decir con Roland Barthes que “describir un suceso implica que éste ha sido objeto de escritura” (1994, p. 189), y este, por supuesto, es el caso. 

Allende de este impasse pragmático, el segundo orden de pormenores se refiere a la relación que se establece con el texto. Independientemente de su naturaleza, hay ya una relación con el texto desde el momento mismo en que se acude a su lectura. Dicho texto es posiblemente lo primero que leí de Jean Allouch, aunque no tengo certeza de ello. A pesar de alguno que otro sueño húmedo futurista, todavía no existe algo así como la prueba de carbono de lectura, lo más cercano es quizá la distinción que se pueda hacer al comparar el color amarillento de las fotocopias, lo cual, además de que nos brindaría una aproximación no concluyente, en este caso resulta imposible, pues las mismas debieron sucumbir a alguno de tantos operativos de reciclaje con el albor de la era digital. 

Y, sin embargo, si este ejercicio apuntara a una operación genealógica respecto a la recepción del texto, en sentido foucaultiano, el riguroso método de contraste ambarino resultaría fútil, pues la genealogía no implica remontarse al momento primigenio de lectura del texto, significa más bien que “realizo el análisis a partir de una pregunta presente”  (Foucault, 2001, p. 1493). Me tomo con mucha seriedad esta idea del presente y por ello quisiera precisar el momento en que empecé a tratar de plasmar por escrito las gotas del orvallo. 

Al inicio de su conferencia Allouch señala que “las cosas no sólo son pertinentes en sí, sino que se vuelven pertinentes” y, convendría añadir, la pertinencia de un escrito, difícilmente es ajena al dónde en el que tiene lugar. Las primeras líneas de este texto las escribí en México en la librería del Fondo del Cultura Económica, lo cual, aunado al hecho de que la conferencia del 95 se presentó en el Centro Cultural de México de Costa Rica, me hace pensar que en algunas ocasiones los textos requieren de una cierta desterritorialización para ver la luz .   

Una librería no es necesariamente el mejor lugar para comenzar a escribir un texto, pues, cual verdad de Perogrullo, son muchas las distracciones textuales que afloran en cada pasillo. Como no podía ser de otra forma, previo al primer tecleado recorrí con detalle los atriles de esa gran librería, los cuales ofrecían desde las joyas del helenismo hasta las bisuterías del new age. Todo lo cual me hizo pensar en el valor del título y sus resonancias. Enséñame a dejar atrás mi locura es un título que me resultó atractivo en el mal sentido del término o al menos eso es lo que mis prejuicios selectivos indican.

En medio de esta gran deriva entre anaqueles, de pronto me pregunté, si este texto fuese un libro y yo no conociera a su autor, ¿en qué parte de la librería podría encontrarlo? Esta vez, sin titubeos, no dudé en decir que comenzaría mi búsqueda en la sección de autoayuda. Aunque, dadas las exigencias del mercado, posiblemente habría convenido un título más contundente que lo hiciera realmente competitivo en esta sección. 

Algunas posibilidades podrían ser:

  • ¿Cómo dejé atrás mi locura? Cinco claves para el éxito
  • Dejando atrás mi locura. Mitos y realidades.

Y la versión ibérica: 

  • Todo lo que tenéis que saber para dejar atrás vuestra locura.

Las secciones en las que se ubica un texto, cuando no responden a una jerarquía del tipo aristócrata como la que se estableció anteriormente entre joyas y bisutería, terminan siendo clasificaciones con un carácter meramente administrativo, que las más de las veces dicen poco o nada de lo que realmente contiene un texto. A tal propósito, me veo tentado a anunciar la llegada de una nueva anécdota, anuncio si se quiere trivial, pues si yo tuviese que clasificar mi propio texto, no dudaría en destinarlo a la sección de Anecdotarios y chascarrillos.  

En mis años de estudiante de psicología en la Universidad de Costa Rica, llevé un curso denominado Normalidad, Psicopatología y Diagnóstico, del que, muy a propósito, soy docente en la actualidad. Por heteróclita que pudiese parecer esta mezcla, la misma tiene sentido, pues en realidad no se trata de un curso si no de tres, en los cuales se aborda de manera independiente cada uno de los componentes de dicho tridente: la normalidad, la psicopatología y el diagnóstico. En el curso I, se discute críticamente sobre la idea de la normalidad, se lee por ejemplo Historia de Locura en la Época Clásica de Michel Foucault. Texto controvertido en su época y en la actualidad, para quien sepa leerlo, igualmente no dejará títere sin cabeza. Pero no voy a referirme a dicho texto, sino a su catalogación, pues como pretendo sugerir, se trata de un asunto muy serio. 

Para quienes queríamos leer todo el libro, no conformes con la lectura de los capítulos obligatorios del curso, pero con la contingencia de no tener la suficiente liquidez para hacer un ingreso campante a la librería, la biblioteca era la solución. Dos hallazgos importantes: Para mi sorpresa, Historia de la locura y El Nacimiento de la clínica estaban en la biblioteca de la Facultad de Medicina, a diferencia de otros libros de Foucault que se encontraban ya sea en las bibliotecas generales de la Universidad o en la Biblioteca de Ciencias Sociales. Me refiero a títulos como Arqueología del Saber, Las palabras y las cosas, Historia de la sexualidad o Vigilar y Castigar (este último en la biblioteca de la Facultad de Derecho). 

Podría parecer un hecho reconfortante -casi como la llegada a la fase de la armonía del falansterio académico-, darse cuenta que los futuros profesionales en medicina y psiquiatría, cual perfil de salida, identificarían la presencia del mundo correccional en la configuración de los sistemas médicos contemporáneos; serían capaces de reflexionar críticamente sobre el ejercicio del poder que acarrea la clínica de la mirada; y reconocerían la herencia del jardín de las especies en el modelo neo-arcaico DSM o en su versión reloaded del HiTOP. Ni que decir de las competencias de los nuevos profesionales en derecho, quienes serían capaces de implementar la crítica al panoptismo y al modelo punitivista y sabrían además incorporar en su práctica la reflexión sobre la verdad y las formas jurídicas. 

Al despertar de esta utopía opiácea sospechamos que la clasificación del texto no necesariamente responde a su valor de uso. Hay si se quiere una anomalía en la existencia catalográfica de la mercancía. Lo anterior me hace volver al texto de Allouch (no se piense que ahora sí entraremos en materia, pues lo sigue es también un prolegómeno) en la fábula sobre su ubicación en la sección de autoayuda de una librería imaginaria que inventé y que llamé Erasmos Bookstore. Dirigir una diatriba en contra de los libros de autoayuda pareciera una marca registrada de cierto esnobismo intelectual, de la misma forma en que se espetan con febril facilidad y pastosa grandilocuencia críticas al arte contemporáneo, en donde “la previsibilidad del rechazo a lo banal se ha convertido en la forma políticamente correcta de la crítica cultural” (Giménez, 2011, p. 9).

La crítica que se suele dirigir a este tipo de textos apunta a la vacuidad general de sus proposiciones. Se entiende así que este tipo de propuestas resultan pueriles en tanto no asumen con toda la seriedad que se amerita, las problemáticas de la vida. Me pregunto yo, no es acaso lo mismo que se dice sobre el discurso de las personas a las que se suele llamar locas, tanto de aquellas que portan de un diagnóstico psiquiátrico como de las que no. A contrapelo de esta tendencia, Giddens (1998) toma los manuales de autoayuda como una guía para analizar la sexualidad, el amor y el erotismo en las sociedades modernas, porque, según señala, “son expresiones de procesos de reflexividad que ellos delinean y contribuyen a modelar” (p. 41). 

En la línea del planteamiento de Giddens y, a riesgo de ser acreedor de la animadversión de psicoanalistas y de autoayudistas (como Erasmo, se seguirá escuchando croar a los estoicos), me surge pensar en los puntos de encuentro (aunque algunos se den clave crítica) entre psicoanálisis y autoayuda que permitiría no juzgar de manera tan severa la decisión de nuestro librero imaginario de ubicar Enséñame a dejar atrás mi locura en la sección de autoayuda. Pero antes de esto quisiera citar palabras que aparecen en la contratapa de ese libro inexistente: 

“Enséñeme a crecer y dejar atrás mi locura». ¿Qué puedo yo dar como respuesta a eso en esta conferencia? En términos lacanianos, se puede decir que no hay ninguna razón para que nadie se ponga en posición de dar respuesta a esta pregunta y el no poder responder a ella, es decir, al recusar que pueda haber una enseñanza sobre cómo sobrevivir a nuestra propia locura, es diciendo que para eso no hay ninguna enseñanza que sea válida. Al hacer esto, aquel que se plantea la pregunta o la demanda, puede avanzar en su propia pregunta, es decir, darse cuenta que se plantea en él a propósito, para decirlo de otra manera, que no hay más que una respuesta particular.

Frente a la digresión nosológica, el salvoconducto de la etimología es siempre un recurso infaltable. La partícula auto-, del griego αὐτο-, significa ‘propio’ o ‘por uno mismo’. A tal respecto habría que decir que la invención freudiana no admite el autoanálisis, pues en esencia se trata de un dispositivo transferencial, no obstante, esto no implica que sea ajeno a lo uno y a lo propio. Muy por el contrario, ¿no es el psicoanálisis una apuesta por ese uno mismo que se juega en la transferencia? Y, por su parte, la apuesta analítica, ¿no es acaso una vía para dar cuenta del propio malestar, del propio deseo, al fin al cabo, de lo propio de lo propio?

Por su parte, el “ayudar” podría incluso parecer un aspecto mucho más polémico aún en razón de los complementos que exige todo verbo transitivo. En este caso: ¿quién ayuda a quién? El pronombre enclítico “me” adherido al “enseñar” en el título de nuestro bestseller imaginario, anuncia desde ya que para el psicoanálisis la ayuda es indefectiblemente una operación pronominal. Por demás, si para un analizante el análisis no implica una forma de autoayudarse, independientemente de lo que esto signifique (en el sentido de lo que hace signo) para cada quien, ¿de qué se trataría el análisis entonces?

Tanto para el psicoanálisis como para los manuales de autoayuda, la frivolidad tiene un lugar importante. Del lado psicoanálisis, como señala Allouch, se trata de “hacer algo serio con cosas frívolas”. El presente texto, por demás, podría haberse llamado el elogio de la frivolidad a secas, de no ser porque lo frívolo aquí está anudado a la locura. Por su parte, del lado de los manuales de autoayuda, el abordaje de lo frívolo pareciera describir una trayectoria inversa, en la medida en que, en lugar de una pregunta por la singularidad de la locura, encontramos un recetario generalizante que se corresponde bien con los títulos hipotéticos supra citados. 

Pero incluso siendo así, incluso dando por certero este abordaje disímil de la frivolidad, descartar a priori un texto parece una operación muy contraria al psicoanálisis. Puesto que, ¿bajo qué presuntuosa altanería se podría llegar a decir a tal o cual cómo avanzar en su propia pregunta respecto a la locura? La locura, nos dice Allouch, “es necesaria para toda experiencia: tomar una mujer, hacer un niño, tomar el poder, dar una conferencia. Y si uno se pone a reflexionar cinco minutos, no lo hace”. 

Pero entonces… ¿Cómo se dirime lo imperativo de una experiencia? ¿Qué locuras son admisibles y cuáles “deberían” ser proscritas? Retomando el planteamiento de Allouch: ¿Cómo se enseña a sobrevivir a la propia locura?, y llevado esto un paso más allá, ¿cómo se enseña a dejarla atrás? Recusar dar una respuesta a estas preguntas no es negar la facticidad de la locura, por el contrario, equivale a restituirla en su singularidad. Es un hecho científicamente comprobado que, aunque no lo perciban, el orvallo empapa por igual a todos los transeúntes, pero ciertamente no para todos estar empapados significa lo mismo.


Referencias y bibliografía: 

Conferencia de Jean Allouch: Enséñame a dejar atrás mi locura. In$cribir el psicoanálisis. Año 3. Nro 5. Enero-Julio. Costa Rica, 1996. Asociación Costarricense para la Investigación y el Estudio del Psicoanálisis (ACIEPs). Costa Rica, 1995.

Conferencia publicada en versión digital. En el margen, revista de psicoanálisis. Buenos Aires, 2024. https://wordpress.com/post/enelmargen.com/13431

Barthes, Roland. (1994).  El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.

Foucault, Michel. (2001). Le souci de la vérité. Dans : Dits et écrits II. 1976-1988. Paris : Quarto Gallimard, pp. 1487-1497.

Giddens, Anthony. (1998). La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades humanas. Madrid: Ediciones Cátedra. 

Giménez, Fabián. (2011). Erótica de la banalidad. Simulaciones, abyecciones, eyaculaciones. Coyoacán: Ediciones Fontana.

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