Cuidado editorial: Viviana Garaventa
Imagen de portada: pexels.com
Habitamos una época en la que por efecto de las mutaciones históricas y sociales, la depresión como nombre de un síntoma típico –que en sí mismo supone una renuncia frente a las vicisitudes del deseo–, se volvió el nombre de un aspecto generalizado del malestar en la cultura. Que esto sea así, en parte, es producto de la estrategia del neoliberalismo que logra que la vida se rija por una competencia feroz entre los individuos de la masa, trocando la orientación en el deseo por la tele-guía que dictan los tipos de rendimiento profesional, comercial, estético, etc. Con la lógica de este imperativo, es esperable que los hablantes vivan con un malestar permanente por no estar nunca a la altura, no necesariamente de su deseo, sino de una performance; y el asunto es que de esta exigencia no escapan quienes habitan la infancia.
Por tanto, es insoslayable decir que se juega una cuestión ética y política en el sentido que le demos los analistas al significante “depresión”, también cuando se trata con niños, y no estar atentos a ello supone el riesgo posible de que el fenómeno depresivo sólo se lea como un efecto, y no se eleve nunca a la dignidad de un síntoma. En este sentido podríamos preguntarnos ¿el fenómeno depresivo tiene estatuto de síntoma en la infancia?
Me parece oportuno recordar el aporte de Ajuriaguerra cuando en su conocido Manual de Psiquiatría Infantil(1) señala que al describir estos cuadros la confusión es grande, y que la depresión entendida con el modelo de presentación en el adulto es difícilmente observable en un niño.
Los estudios de Melanie Klein y R. Spitz sobre la depresión precoz constituyeron desarrollos conceptuales que nos permitieron capturar que en la relación con el Otro materno la posición depresiva es constitutiva del sujeto y que no queda circunscrita a lo patológico. Sin embargo, recibimos en los tratamientos niños diagnosticados de bipolaridad, niños tristes, aburridos, enclaustrados en sus habitaciones en compañía de algún objeto robotizado o cibernético, y la mayoría de las veces son tratados con la combinatoria de farmacología y terapias de corrección conductista.
A estos estados de ánimo como el hastío, el aburrimiento, el enclaustramiento, la rebeldía, la vigilia –que en la actualidad tanto verificamos en los pequeños jugadores nocturnos de “la play”–, Lacan no dudó en nombrarlos como testimonios de la dimensión de ese Otro sitio(2) que queda revelado por el “pense-sans-rire” (pensar-sin-reír*) que estos fenómenos implican. Señalan la presencia de la Otra-cosa porque se trata de vivencias anímicas en las que –como Freud descubrió–, sin que se piense… “Ello” piensa de un modo perfectamente articulado en el Paraíso perdido o futuro de los amores infantiles; es decir, la Otra escena.
Incluso estos estados de ánimo son principios permanentes en las organizaciones colectivas(2), que se configuran por el efecto mismo de la regularidad, de la institucionalización que las propias formaciones humanas crean. Haciéndonos notar con ello el peso de la percepción de lo monótono, del automatismo de repetición sin sorpresas. Los hablantes intentamos convivir con el “tedio de vivir”, pero hacen faltas distintas coartadas de la relación esencial con Otra cosa como lugar donde algo espera(3).
En mi práctica constato que el estado depresivo en los niños se anuda ocasionalmente a la angustia, raramente al síntoma e insistentemente a la inhibición, en términos de los tres anillos freudianos del nudo.
En las ocasiones en las que la angustia se hace presente, las condiciones para el síntoma ya están creadas, y un análisis también puede propiciar que esto ocurra; en cambio, los sentimientos de tedio, el hastío y el aburrimiento muchas veces son equivalentes conductuales de estados depresivos. La uniformidad del espacio y el tiempo del sujeto en estos fenómenos, demuestran que lo que opera no es el movimiento de la sustitución como ocurre en el síntoma que da lugar a una nueva función, sino el detenimiento o disminución de la acción, el estancamiento libidinal que persiste en modo tensionante sobre el cuerpo, es decir la inhibición.
Aprendimos con Freud que la inhibición es la expresión de una restricción funcional del yo que obedece -entre otras causas- al empobrecimiento de energía que puede estar siendo absorbida por una labor psíquica de suma importancia que hace que el yo se vea obligado a restringir su gasto, quedando asociado a los estados depresivos. Freud(4) usó una metáfora muy a tono con nuestra época para referirse a este empobrecimiento comparándolo con un empresario especulador que tiene su dinero inmovilizado para restringir el gasto. Podríamos decir que es un ahorro de gasto, que por otra parte no necesariamente será gastado en alguna realización del sujeto (por ejemplo, un síntoma). Esto lo comprendemos bien porque así funciona el capitalismo, acumula. En resumen, la inhibición no ocasiona pérdida alguna a diferencia del síntoma cuyo desgaste lo produce el significante por efecto del movimiento metafórico.
Si bien se trata de una detención que no se encuentra por fuera de la acción del significante, por fuera de registro de lo simbólico, porque sin él la función implicada no podría llegar a paralizarse (por ejemplo, puede ser el juego, o el habla), sin embargo, el psiquismo no alcanza a realizar la traducción necesaria y la representación preconsciente es lo que viene a responder en el lugar de esa dificultad metafórica(5). En este sentido una alteración así parece no adquirir el estatuto de formación del inconsciente sino más bien de un símbolo que es representante, pero no representante de la representación; por lo tanto a éste no le cabe interpretación que la descifre porque el orden de inscripción no basta para el cifrado como en el síntoma donde hay una modificación de la pulsión que hace que algo tenga una función distinta a la que tenía, como por ejemplo la tos de Dora.
En términos de los registros del nudo borromeo, lo que responde a la inhibición –que es extensión del registro de lo imaginario en lo simbólico– es la representación preconsciente(6), esto quiere decir que hay una relación estrecha entre la inhibición y la representación preconsciente –que por ubicarse en el campo de extensión del registro de lo imaginario en lo real, está hecha de la relación con la imagen del cuerpo–.
En la inhibición, el movimiento del cuerpo está detenido por la erogenización de la acción motriz, esto puede tener un sentido simbólico, es decir del orden de la representación, incluso aparecer la imagen de un objeto –pensemos en el caballo para Juanito– pero no necesariamente una sustitución metafórica –padre por caballo– que en aquel caso fue efectuándose con la progresión de la fobia, haciendo de la reacción de Juanito una respuesta sintomática. En ocasiones, la labor significante en un análisis es lo que posibilita que una inhibición se eleve a la dignidad de un síntoma.
Quienes escuchamos niños en análisis somos testigos de los efectos depresivos de la inhibición por el modo en que afecta el pensamiento, la atención y que se dan a ver en el fracaso escolar y el desinterés de realizar actividades y tareas. Cuando la libidinización de los objetos está dañada, en los niños, eso puede traducirse en desilusión y desinvestimiento de la curiosidad.
Lacan asoció los fenómenos de fatiga sintomática con la función del narcisismo en tiempos constitutivos del sujeto, en ese momento en el cual el ser hablante es autor del esfuerzo de aprehensión de la imagen especular y al mismo tiempo es continente de ésta. Si en esa instancia de identificación nada permite al sujeto marcar con el corte significante ese esfuerzo de unificación que supone el estadio del espejo, la fatiga resultará ser la huella, la secuela de ese esfuerzo por significantizar(7) –una dificultad que muchas veces vemos compensarse por medio de la impostación o el robustecimiento yoico o sea una suplencia de orden imaginario–.
Considero que actualmente este esfuerzo por significantizar del sujeto a advenir en la infancia no está únicamente obstaculizado en la singularidad del ser hablante por lo fallido de la función simbólica e interdictora que en psicoanálisis llamamos “padre” –y que sabemos que se encarna no sólo en las funciones parentales–, sino, también y quizás fundamentalmente, por el discurso capitalista que en comunidad con la tecnología empuja a los niños al goce desmedido de los gadgets o a ser ubicados ellos mismos como objetos de consumos infinitos. En ese sentido, muchas veces es constatable el valor renegatorio que tiene para algunos adultos entregar un objeto consumible a cambio de no donar un deseo. El hecho es que a mayor esfuerzo por significantizar sin el soporte del significante fálico, mayor es la desvitalización y el carácter anodino del sujeto.
En tiempos en que la exigencia superyoica es no interferir el goce, tal vez el aumento de los fenómenos de fatiga durante la infancia, encuentren su asiento en el individuo cada vez más aislado del inconsciente y en un contexto socioeconómico en el que entristecer es toda una política cultural(8). Si para el ser hablante en algún lugar es posible la sorpresa que escande la repetición y abre el Otro escenario (eine andere Schauplatz), donde podemos esperar la revolución, es en lo inconsciente.
Nota
* En la versión castellana de la cita el traductor utilizó “piensalascallando”.
Bibliografía consultada
- Ajuriaguerra, J. “Manual. Manual de Psiquiatría infantil”. Ed. Masson. S.A.
- Lacan, J. “Tratamiento posible de la psicosis”. Escritos 1. Pág 524/529. Ed. Paidós. 2009. México. Versión en francés “D’une question préliminaire á tout traitement de la psychose”. Écrits, Le Seuil. 1966. Paris.
- Lacan, J. Seminario V. Las Formaciones del inconsciente. Pág 182.Ed.Paidós. Buenos Aires.
- Freud, S. “Inhibición, síntoma y angustia”. Pág 2835. Obras Completas.Ed. Hyspamerica.
- Fernández, Helga. “De un anudamiento que no ahogue”. En “El Hilo en el laberinto. Lectura del seminario. La angustia y sus referencias”. Verónica Cohen y otros. Ed Oscar Masotta. Ed. Kliné. 2012. Buenos Aires.
- Lacan, J. “Conferencia La Tercera”. Texto extraído de «Actas de la Escuela Freudiana de París», varios autores, págs. 159-186, editorial Petrel, Barcelona. España, 1980.Edición original:Boletín interno ‘Letras de la EFP’ Nro. 16, París,1975.
- Lacan, J. Seminario nro 6. “El deseo y su interpretación”. Pág 431. Ed. Paidós.
- Jinkis, Jorge. “Psicosis social. Una interpretación ideológica”. Conjetural Revista Psicoanalítica. nro 73. Ed. Sitio y otro cauce. 2021. Bs. As.
- Cevasco, R. “Paso a paso…hacia una clínica borromea(1)”. Ed. S&P. 2018. Barcelona.
- J. Alemán. “Ideología: Nosotras en la época. La época en nosotros”. Ned Ediciones. 2021. E-book.
Esta revista se sustenta gracias a la publicación, la difusión y la edición, sin ánimo de lucro, de cada uno de los miembros que la componen. Agradecemos la colaboración económica que el lector o la lectora quiera y pueda para lo cual dejamos nuestros datos.
CVU: 0000003100078641018285
Alias: enelmargen.mp
Mercado Pago
Desde el exterior: https://www.paypal.me/flagelodelverbo