«Niño» como acto de lectura. Por Marta Benenati. 

Imagen de portada: «Children in Sevilla» (Henri Cartier-Bresson, 1933)  

Cuando editorial: Viviana Garaventa, Gabriela Odena y Agostina Taruschio


La lectura se ha vuelto sospechosa de sedición.

Daniel Link

Como se decía antaño, el testimonio más veraz

ignora la mayor parte de aquello que atestigua.

Pascal Quignard, El lector

En este breve escrito, quiero partir de la premisa: el Niño como concepto es producto de un acto de lectura

La idea de niño no es ontológica. La premisa a desarrollar surge como consecuencia de la escucha en ámbitos psicoanalíticos hospitalarios y otros “psi” en general, en los que se tiende a sustancializar la idea de niño, perdiendo así el valor de producto, de construcción, en el campo de la clínica psicoanalítica. Esta “sustancialización” que temo encontrar no se corresponde —o no necesariamente— con dificultades teóricas tales como insolvencias del autor, sino más bien, y esta es mi hipótesis, que denuncia las serias dificultades que ofrece el acto de leer hoy. Si una definición de sedición es la sublevación de las pasiones, quizá en estos tiempos que corren, vertiginosos, atemporales, los lectores estemos un poco desapasionados. La idea de niño asociada a los trastornos de la conducta, la biografía como rector de tales trastornos, la posibilidad de que los neurotransmisores los definan, la protocolización de la práctica médica, el uso de tests a fin de diagnosticar entidades, etc; es decir, una “infancia ontológica” más allá de las facultades que invisten ese ser se convierte en un gran escollo a la hora de leer. 

Podemos enmarcar la idea de infancia en el ya conocido recorrido de Philippe Ariès El Niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. En ese maravilloso libro, Ariès hace un desarrollo sobre la aparición del concepto de infancia: lo ubica como precipitado a finales del siglo XVII y  principios del siglo XVIII, lo relaciona con cuestiones tales como la conformación de los espacios privados, la prohibición del colecho, la mejoría de la sanidad con mayor sobrevida de los infantes y recién nacidos, el cambio en la vestimenta, la aparición de los nombres de los niños fallecidos en las tumbas de los padres y luego en tumbas propias, etc. Articula estas cuestiones con la aparición de la idea de Estado y, por tanto, con la necesidad de poblar los territorios abarcados por él; según él el infante se constituyó como promesa del futuro ciudadano. Al pequeño, entonces, había que cuidarlo, alimentarlo, educarlo. Cuando lee a Ariès, Jorge Fukelman dice: porque hay colegios hay niños. Se instituye un lugar y precipita el concepto. También afirma que “el juego precede al niño”. 

Es notable que 117 años atrás, en la conferencia del 6 de diciembre de 1907: “El poeta y el fantaseo”, Freud se pregunta si no deberíamos buscar las huellas del quehacer poético en la infancia, entiende que la actividad más seria del niño es el juego, define que el juego está comandado por un único y gran deseo: el deseo de ser grandes y adultos. Además, advierte que lo opuesto al juego no es la seriedad sino la realidad efectiva. En el campo de la realidad no hay posibilidad de construir metáforas. En este sentido realidad efectiva y juego se contraponen. Juego que precede al niño y juego a ser grandes. La pregunta sobre qué significa ser grandes hoy insiste. 

Estimo que podemos suponer que ser grandes hoy no es lo mismo que serlo en la época victoriana, pensando en la organización del trabajo, la fábrica, la escuela, la idea de familia nuclear moderna solidaria también con la conformación de los Estados.  

En pleno siglo XX, Auschwitz inicia la consolidación del Estado de Excepción como hábitat del Soberano y la producción de la vida desnuda. Aún a riesgo de condensar demasiado, en tanto todos somos en potencia vida desnuda dentro de la lógica de producción del campo de concentración, lo desapasionado que mencioné al inicio podría ser un efecto de tal pérdida de humanidad. Podemos, bajo la lógica del campo de concentración, leer sin leer, es decir leer sin desear, sin poner en juego la falta en el Otro, falta que comanda y sostiene la posición del analista y el acto de lectura como tal. 

¿Qué es leer para la clínica psicoanalítica? Como hipótesis sostengo que la lectura en tanto pone en juego ineludiblemente la falta en el Otro se anuda a la escritura.   

Fukelman ubica el juego en relación a las fantasías inconscientes, inofensivas, en tanto la sexualidad y la muerte quedan por fuera de la escena lúdica, escena sobre la escena en la que “dale que éramos” denuncia una falta en ser y una temporalidad sujeta a la amnesia infantil parental. Define que el juego es un espejo en el que el sujeto se da a ver como niño. Ubica lo real, lo simbólico y lo imaginario como registros estructurantes de la escena lúdica y estima necesaria la lectura significante de las marcas simbólicas que de otro modo quedarían adheridas al cuerpo como la máscara a la piel(1). Pienso junto con este autor que ese sujeto, para reflejarse como niño, llama a una lectura que atañe al Otro, que le corresponde al Otro. Lectura que se produce con la materialidad del juego. Acto de lectura necesario para que el niño no quede mostrando aquello ilegible aún con su cuerpo. Juego, tramoya necesaria, estructura que sostiene la lectura posible del niño en tanto sujeto allí.

A fin de pensar el anudamiento entre lectura y escritura me respaldaré en la conceptualización que hizo Pascal Quignard sobre la novela(2). Este escritor toma de los romanos algunas definiciones, por ejemplo, de Albucius Silius la noción de que la novela es el otro género, es el género degenerado, es decir, sin género. De Ovidio, que la novela es la grieta en el muro de la Torre (de Babel) que provoca su derrumbe, es lo que fisura lo simbólico (entiendo que aquí lo simbólico atañe al sentido, al campo del Saber). Género degenerado, sin género y derrumbe, fisura de lo simbólico. El autor refiere que al escribir una novela construye un argumento por un lado y un tema por otro. En el contacto entre ambos surge otro elemento, tercero, que (y esto es lo valioso) está encriptado, es desconocido. Aparece lo no sabido como un cortocircuito que se va descifrando involuntariamente a lo largo de la escritura de la obra. Quignard ubica a la composición musical como otro escenario, simultáneo con la escritura, en el que dialogan el tema y el argumento. Valiosa intersección entre lo sonoro y la escritura, tanto como la aparición involuntaria de lo encriptado, lo incognoscible, lo fuera de sentido que empuja el desarrollo de la escritura. En su alocución, Quignard afirma: “escuchar es escribir”. 

En su novela El nombre en la punta de la lengua, este autor hace referencia a un recuerdo infantil que insiste en su memoria: 

Mi madre se sentaba siempre en una punta de la mesa del comedor, de espaldas a la puerta de la cocina. Bruscamente, mi madre nos mandaba callar. Su rostro se alzaba. Su mirada se alejaba de nosotros, se perdía en el vacío. Su mano se extendía por encima de nosotros en medio del silencio. Mamá buscaba una palabra. De repente todo se detenía. De repente nada más existía. Extraviada, lejana, intentaba, fijo el ojo en nada, centelleante, hacer que viniera en el silencio la palabra que tenía en la punta de la lengua. Nosotros mismos estábamos en el borde de sus labios. Estábamos al acecho, como ella. La ayudábamos con nuestro silencio – con toda la fuerza de nuestro silencio. Sabíamos que iba a hacer que regresara la palabra perdida, la palabra que la desesperaba. Llamaba desde lejos, alucinada, su masa vacilante en el aire. Y su rostro se serenaba. La recuperaba: la pronunciaba como una maravilla. Era una maravilla. Toda palabra recuperada es una maravilla”.

Quignard recupera en el recuerdo del olvido ese instante de falta en el Otro, encarnado en su madre, quien soportaba lalangue, la lengua materna; y el júbilo, la maravilla del retorno de lo reprimido en la nueva enunciación. ¿Qué música sonaría en su infancia al regreso del olvido? 

Este escritor nace en 1948, tres años después de finalizada la segunda guerra, en una ciudad de Normandía que  estaba en ruinas, según él mismo refiere. Es desde esa lengua en ruinas, lugar de nacimiento de ese niño callado, que él escribe. Este escritor de novelas degeneradas opone rotundamente, desde ese habitar las ruinas, el relato a la novela. El relato (es decir, el sentido supuestamente logrado) está hecho al servicio de los intereses de los Estados. 

Escuchar es escribir. La lectura descifra en la puesta en acto de la falta en el Otro la voz de lalangue, posibilita a Quignard ir del recuerdo del sonido del silencio al acto de escritura. 

Tomo este texto en su valor de metáfora, representante de la falta en ser necesaria para que el niño, en tanto sujeto que juega, se produzca como acto de lectura del Otro.

¿Cómo habitar las ruinas? Retomo con Lacan, algo en relación a lalangue. En la última clase de Aún (26 de junio de 1973), Lacan plantea que lalangue, la llamada lengua materna, sirve para otras cosas, no para la comunicación. Lacan dice allí nuevamente que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Afirma asimismo que “el lenguaje es lo que se procura saber respecto de la función de la lengua”. Algo de lo que padecemos en esta época de desnudez es la ilusión de que es posible comunicar, lograr lo dicho. En ese acto ilusorio de decirlo todo, de lograr el sentido se imposibilita la lectura.

Entiendo, siguiendo a Lacan a través de este seminario, que con el uso del lenguaje nos enteramos de la función de la lengua materna. De allí la importancia del valor de la lectura como aquello que nos permite construir la idea de niño como puesta en ejercicio de lalangue. 

Si «escuchar es escribir», es menester que quien está en posición de analista sostenga esa falta necesaria para la circulación significante. Si volvemos a la noción de novela propuesta por Quignard, podemos conjeturar que la circulación significante pone en juego la grieta del muro de la torre de Babel. Entonces el acto de lectura puede ser esa fisura que en el juego horade la grieta del muro.

“¿Qué quiere decir ‘esto es una palabra’?” Pregunta que Fukelman se hizo a lo largo de su experiencia, cuestión que nos atañe en tanto psicoanalistas, lectores de las grietas. Niño es una palabra, y en tanto tal, no es sin el Otro. Habitamos una época en la que se dice según un algoritmo establecido por las multinacionales, y en la que existe la ilusión de que Google podría contestar a nuestras preguntas. Entonces interrogar qué es una palabra hoy es imperioso y prioritario; hace a la posición ético-política que los analistas intentamos mantener en la actualidad, no sin dificultades y tensiones. 


(1) J. Fukelman comentó en reiteradas oportunidades que Marcel Marceau (también  conocido como “el poeta del silencio”), eximio mimo francés representaba el ponerse alternadamente la máscara de la Comedia y la Tragedia sobre el rostro, aumentaba la velocidad al cambiar una y otra hasta que ambas se le quedaban adheridas a la piel.

 (2) Pascal Quignard, conferencia sobre: “¿Qué es una novela? Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, octubre 2024.

Textos visitados

Freud, Sigmund. “El creador literario y el fantaseo”, en Obras completas vol. IX. Ed. Amorrortu 

Fukelman, Jorge. Ponerse en juego, seminario en el CPC. Grupo Editorial Lumen.

De Gainza, Paula y Lares, Miguel. Conversaciones con Jorge Fukelman. Grupo Editorial Lumen.

“Ensayo y crítica del psicoanálisis”, reportaje a Jorge Fukelman.

Ariès, Philippe. El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Editorial Cuenco del Plata


Marta Benenati. Médica, psicoanalista. Coordinadora del área de interconsulta en la Unidad de Salud Mental del HNRG. Interesada en la clínica con niños y la intersección entre ciencia y psicoanálisis.


Agradecimientos de la autora: a Viviana Garaventa, Gabriela Odena y Agostina Taruschio, por la lectura atenta y generosa en el cuidado editorial. A Martina La Cava, por la corrección sintáctica y gramatical. A Valeria Tobar, por su disposición a leer conmigo las ruinas y colaborar en este escrito.


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