Hospitalidad de las prácticas de cuidado, anudamiento ético de temporalidad y ficción*. Por Viviana Garaventa

Imagen: Serigrafía realizada en el Centro de Salud Mental Nro 1 «Hugo Rosarios», en el marco de la asamblea abierta y movilización el día 6 de noviembre de 2024

Cuidado editorial: Amanda Nicosia, Joaquín Lozano y Leticia Gambina


“Invitar implica fabricar tiempo” 

Anne Dufourmantelle  

“Un acto de hospitalidad no puede ser sino poético”

 Jaques Derrida

En este tiempo de intemperie generalizada, cuyos primeros indicios empecé a registrar  en la post pandemia, reencontré un modo de resistir y contra efectuar la crueldad del dispositivo tecno financiero del capitalismo actual en la hospitalidad que concierne a nuestras praxis que oportunamente llamaron prácticas de cuidado.

Prácticas de cuidado, me parece un hallazgo este modo de presentarlas, nombrarlas, que conlleva implícitamente la apertura de una interrogación: ¿cuidado de qué o hacia qué? 

Entre las diversas respuestas que podemos hallar, una que toma pregnancia en este momento está orientada a cuidar la dignidad de la vida; cuidar de que la vida sea digna de ser vivida, en el sentido propuesto por Winnicott(1). Para lo cual me parece que es preciso también cuidar el modo en que respondemos a la demanda sufriente; allí se juega nuestra posición ética. 

Demanda sufriente que a veces es formulada y otras se presenta, se muestra, sin chance aún de poder decirse, en los desbordes pulsionales, en las tristezas abismales, en las abulias de las existencias desabonadas del sentimiento de la vida.

Cuidar de esta respuesta es cuidar de la hospitalidad, que tal cómo van trenzando Derrida y Dufourmantelle en esa larga y fructuosa conversación, no es sin la fabricación del tiempo subjetivo y sin la ficción, que tiene la dignidad de no ocultar los hechos, como nos legara Fernando Ulloa.

Temporalidad y ficción se constituyen en nervios vitales para que la vida sea digna de ser vivida, son los tesoros arrebatados por la cosmovisión digital que pretende un funcionamiento sin resto.

Se impone un tiempo sin temporalidad, es decir sin el espesor de las dimensiones de Kronos, Aión  y Kairós(2), que lo entretejen y vivifican, reducido a una instantaneidad perpetua, “resuelva ya”, “llame ya”, “pídalo ya”, con lo cual no hay porvenir ni horizonte, no hay pasado ni futuro, no hay historia ni antecedencia.

En este funcionamiento sin resto la palabra queda reducida a su univocidad, a su literalidad, a su valor de información, donde la palabra va a ser portadora de una “verdad algorítmica”, verdad rebajada a exactitud.

Este modo de funcionamiento excluye la dignidad de la palabra, en tanto sustrae su valor de ambigüedad, de equívoco, que nos vivifican y sin el cuál caemos bajo el aplastante valor de lo unívoco, de lo absoluto, al modo de un superyó generalizado.

¿Cómo es posible una vida digna de ser vivida si el horizonte y el porvenir están arrebatados y sin la ficción que ampara frente al peso de lo absoluto ?

Interpelaciones que me afectaron particularmente después de la pandemia cuando entre otras muchas cuestiones, empecé a registrar que este modo de algoritmización de los asuntos humanos se inmixionaba en los equipos de Salud mental, aún en los atravesados por prácticas subjetivantes.

Con frecuencia me encontraba interpelada por quienes estaban dando sus primeros pasos en el hospital, quiénes me preguntaban, con interés respetuoso, acerca de por qué ante consultas en las cercanías del suicidio no había aplicado el protocolo de riesgo cierto inminente. Interpelaciones que llegaban desde quienes venían de medicina como también de psicología, en tanto se había instalado un supuesto donde primero habría que aplicar el protocolo y después escuchar. Algo así como “interrogue primero, escuche después”.

También me vi llevada a revisar los fundamentos de la ficción que conciernen a nuestra praxis a partir de algunos encuentros con practicantes del psicoanálisis que realizan su práctica en territorios de extrema vulnerabilidad social, quienes afectados por las frecuentes situaciones de desamparo, concernientes a la realidad efectiva de algunos niñxs, se preguntaban si no sería más propiciatorio suspender la función lúdica en privilegio de cierto estatuto de la palabra que parecería estar más cercana a los hechos.

La práctica del psicoanálisis en la guardia, en esa experiencia inmersiva en la demasía del sufrimiento, me ha permitido leer los efectos desesperantes del colapso temporal que se hace presente en la urgencia, cuando el tiempo se ha apelmazado compactando el espacio.

En el hospital aprendí también, antes que de los maestros, la necesidad de la ficción que se apoya en lo lúdico como tratamiento específico al sufrimiento inherente al ser hablante. 

Un niño, que según los médicos se encontraba en las cercanías de una muerte próxima, me enseñó que necesitaba tanto del oxígeno como de la ficción. Otro que caminaba por los pasillos del hospital todo vendado portaba orgulloso un cartelito que decía soy la momia. 

En acto podíamos leer esa formulación que Ulloa acuñó en el quehacer clínico con quienes habían sufrido la tortura por el terrorismo de estado: La ficción tiene la dignidad de no ocultar los hechos, no los oculta porque los transforma. No se trata de un negacionismo, sino de que cada quien pueda encontrar el modo de elaborar una respuesta singular, respuesta que no está anticipada en ningún protocolo, ni en  ninguno de los imprescindibles, generosos textos de nuestros maestros. Aquello que Freud señalaba: el corpus teórico tiene que estar en la formación de nuestro oficio, a condición de que esté fuera de cada encuentro.

La temporalidad y la ficción, anudamiento medular de la hospitalidad que concierne nuestras prácticas, cuidan el modo de responder a la demanda sufriente, ese llamado de lo frágil, que la sensible inteligencia de Freud situó como el desamparo primordial nunca superado del todo, por el cual el viviente humano necesita de un otro auxiliador, un prójimo, un ser hablante, que pueda acoger esa fragilidad.

Anne Dufourmantelle, en La potencia de la dulzura afirma: 

“La aprehensión de la vulnerabilidad de un prójimo no puede darse en un sujeto sin el reconocimiento de la propia fragilidad”

“Esta aceptación es una fuerza que hace de la dulzura un grado más elevado, en la compasión, que el simple cuidado.” 

“Compadecerse, padecer con, es experimentar con el otro lo que él experimenta, sin ceder a ello.”

“Es poder dejarse afectar por un prójimo, por su pena o su dolor y contener ese dolor llevándolo a otra parte.”

Con  el soporte de estas palabras preciso que:

Ese dejarse afectar no es sin estar afectados por el no saber radical de nuestra propia castración, eso es lo que va a fabricar la posibilidad de la espera, de lo que aún no sabemos qué va a pasar de antemano, que abre a la dimensión de lo inesperado que es la dimensión de lo nuevo.

Dufourmantelle sitúa a la hospitalidad, como práctica de recibir al que llega, de invitar a ese huésped por estructura in/oportuno, encuentra su fundamento en la fabricación del tiempo, que surge de la existencia de lo extranjero en el otro, ese núcleo inasimilable que Freud llamó la Cosa y que impide cualquier asimilación, cualquier unificación. Ofrece un asombroso hallazgo de la inteligencia de la lengua hebrea en la cual invitar significa fabricar tiempo.

Para Derrida, la hospitalidad no es una cualidad de alguien que tiene algo para dar sino un acto a producir desde su propia privación, acto que no duda en llamar poético porque implica una invención cada vez. Acto que se produce apoyado en lo extraño, lo extranjero del otro, por lo cual inventó el neologismo hostipitalidad, condensación entre hospes, el extranjero invitado y hostes, el extranjero invasor, por lo tanto enemigo hostil.

Solo así recibir hospitalariamente es hacer lugar a la singularidad del otro; no se trata de abrir la puerta para que se someta a reglas preestablecidas, aunque sean con las mejores intenciones, sino que en ese encuentro, en ese entre-dos o entre varios, en el que se ratifica lo otro, la alteridad, se fabrica el tiempo que abre a la ficción.

Fabricar tiempo es abrir la dimensión de la espera, de pausa, esa demora sin la cual no es posible la emergencia de lo nuevo: un pequeño gesto, una mirada, un recuerdo, un equívoco vivificante, un abrazo en una espacialidad que ya no es la del espacio cartesiano sino la del espacio poético.

Para ir pasando a la conversación me parece que la hospitalidad de las prácticas de cuidado es una hospitalidad que también nos implica, que tiene un efecto sobre nosotros, en nosotros, renueva la apuesta deseante. 

Ahora bien, ¿cómo reencontrarnos con la hospitalidad que concierne a las prácticas de cuidado cuando nuestro propio lugar de trabajo, nuestra existencia incluso, están bajo  amenaza?

¿Cómo, de qué modo, encontrar la fuerza del deseo con el que apostar cada vez, en el encuentro con los otros, tanto con aquellos que llegan con la demasía del penar, como con aquellos que nos dirigen pedidos que instan a una solución inmediata, y  aún, o más aún, con aquellos con quienes compartimos el quehacer cotidiano? 

¿Cómo estar advertidos cada vez de que si soltamos los hilos de la ficción, el desamparo se vuelve irremediable, también para nosotros?

Para ir abriendo hacia el final traigo las palabras de María Negroni quien en las afueras del mundo recuerda que:

No es fácil abrazar la intemperie .

*Versión corregida del trabajo presentado en el marco de las Jornadas de Concurrentes Prácticas de cuidado entre derrumbes y des-enlaces del Centro de Salud Mental N°1 “Hugo Rosarios” el día 20 de noviembre de 2024.


(1)Winnicott, Donald. Realidad y juego. Ed. Gedisa, pág. 133.

(2)Kronos, Kairós y Aión son modalidades del tiempo ya situadas en la antigua Grecia que se entretejen otorgando temporalidad al tiempo. Kronos es el tiempo medible, cuantificable del reloj de arena, que devora a sus criaturas. Kairós y Aión son tiempos cualitativos. Kairós es el de la oportunidad, que es preciso atrapar. Aión es el tiempo de la intensidad lúdica, es un tiempo a advenir propiciado por la dimensión de la espera, donde se sitúa el deseo analista, que afirma la ruptura con lo dado, que prepara para el acto poético.


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