Dos preguntas a Fabiana Rousseaux.

Responsables de la sección y cuidado editorial: Gisela Avolio y Yanina Marcucci

Dirección editorial: Helga Fernández


—¿Cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?

—Podría haber sido cuando era una niña, creciendo en una familia con una madre que leía a Arnaldo Rascovsky en la época del “no al no” (al menos ella insistía en que a los niños no había que decirles que no, para no traumatizarlos), y un padre que leía a Marx, Lenin, Engells y ambos se preocupaban mucho por la educación de sus hijas. 

O, cuando a fines de la década del 60, aún en el jardín de infantes, me enviaban a una psicoanalista que había trabajado con Aberastury. Recuerdo que me gustaba ir a ese consultorio semi oscuro, muy intrigante,  donde me sentía importantísima porque al salir me esperaba toda la familia en la sala de espera con una gran solemnidad, y tanto  la psicoanalista como mis padres hablaban de mí un buen rato. 

O, cuando a raíz de la educación soviética que recibí (si dijera comunista no llegaría a nombrar el tenor de las exigencias, que años más tarde agradecería a mis padres), leí a Máximo Gorki con 8 años, me quedaba claro que no tenía sentido perder el tiempo mirando las películas del innombrable del norte, ni dejar la comida en el plato porque “En Biafra los niños no comen” y había que solidarizarse. Digamos que para quienes crecíamos en hogares comprometidos con lo social, esa moral era implacable, pero eso no quitaba que yo pensaba muy seguido que mis padres eran bastante extraños en comparación con los demás. 

O, cuando se armó un gran revuelo en la escuela por haber llevado el libro “El nacimiento, los niños y el amor” de una autora francesa, que tiraba por tierra las ideas de la cigüeña o el repollo, tan arraigadas y reproducidas por doquier en aquellos años. Las bellas imágenes de cuerpos desnudos que en el recreo mirábamos —y me recuerdo explicando a mis compañeros/as, que era mentira lo que sus padres les habían dicho sobre cómo llegamos al mundo— tuvieron a Freud de protagonista, dado que ya era un nombre que conocía, como conocía otros nombres propios que conformaban el universo cultural de una familia trabajadora y concientizada. No sé qué entendía de todo eso, pero esos nombres estaban en la lengua familiar, como si fueran tíos o amigos de mis padres y yo los usaba en los recreos de mi escuela pública de barrio. El interés por la llegada de los niños al mundo y la sexualidad, era una oportunidad única para hacer uso de ello.  

Cuando todo se oscureció y de la noche a la mañana perdimos la alegría, busqué refugio en las lecturas y esos nombres volvieron a mi vida, como soporte, como nudo, como sostén. Era el 76. A los 12 años ya habían pasado muchas cosas, y como diría Duras de la vejez de sus 18 años, todos envejecimos de repente.  

Digamos que motivos nunca me han faltado para suponer que mi aproximación al psicoanálisis era evidente. Estaban los significantes allí, algunos bastante inequívocos y parecían ya escritos de antemano.  

Sin embargo, sospecho que nada de eso fue lo que me llevó hasta el psicoanálisis realmente. Ubico como mi verdadero encuentro con él, algo que pude precisar mejor en uno de mis análisis, mi pasión por develar lo que había más allá. Me aburrían las cosas tal como se las veía. Estaba segura que eso no podía ser todo. Me interesaban menos las explicaciones que la mecánica de los dispositivos.

Una noche, mientras volvía de un grupo de estudio —a mediados de los 80—, vino la gran revelación y no pude dejar de fascinarme con una frase de Lacan que cifraba todo lo que había intentado entender de Marx. El objeto a y el plusvalor, el plus de goce, fueron los significantes que dieron comienzo a un largo camino de peregrinación en el desierto de los sintagmas que no encajan. Durante esos acalorados y hermosos años de la primavera democrática, empecé a leer con pasión a Lacan y recién ahí volví a Freud, ahora desde la convicción de su inmensa genialidad. Allí comenzó también, la división que llevé siempre a cuestas, entre el psicoanálisis que a mí me interesaba y que estaba excluído de los ámbitos militantes, y el problema de los derechos humanos que ya me causaba mucho, pero era un tema omitido en los ámbitos psicoanalíticos por los que circulaba. De esa división extraje el deseo que me acompañó siempre, de llevar a Freud y Lacan al campo de los DDHH y los DDHH al campo freudo-lacaniano. Como era difícil en SABA ó su deriva institucional, la EOL –instituciones donde siempre me posicioné en un adentro-afuera, casi como una flâneur, me dediqué a trabajar en aquel entre-dos, hasta plasmar ese deseo en diversas experiencias, fuera y dentro del Estado, dentro y fuera del país. Fundar, inventar allí donde no hay; y traducir, allí donde no se escucha o entiende bien, fueron las dos cuestiones que atravesaron esas experiencias y tuvieron grandes consecuencias en mi clínica y mis prácticas institucionales. 

Pero, sin la experiencia del análisis, nada de todo esto hubiera tenido lugar. Diría entonces que fue en el análisis donde descubrí el psicoanálisis y que el psicoanálisis me salvó la vida.

—¿Qué considera que el psicoanálisis puede aportar a nuestra contemporaneidad?

—Vivimos un tiempo donde los anclajes de la democracia se han desanudado, el mundo está frente al peligro de la extinción y se desencadenó un escenario totalitario que llamamos de distintos modos, pero todxs sabemos de lo que hablamos: neofascismo, posfascismo, tecno-fascismo, etc. 

El futuro ya llegó. Y llegó reactualizando la pregunta freudiana de 1915 acerca de ¿cuál es el quantum de pulsión de muerte que una civilización puede admitir sin que sus cimientos se vean socavados?. Dado que la pregunta pertenece al período de la post primera guerra mundial, hemos pasado por una segunda y varios genocidios, sabemos que llegamos hasta aquí con los cimientos socavados. Ahora nos resta averiguar hasta dónde podremos llegar y cómo. Filósofos como el italiano Bifo Berardi ya hablan de la deserción como única salida, llama a desertar de la complicidad  con el espanto; J. Butler, por su parte, llama a una sustracción para no perdernos en la impotencia que provoca el estupor de la fascinación por la obscenidad, y atender a nuestros propios deseos. Aunque concordemos en alguna medida con estas perspectivas, a diferencia a los/as filósofos/as, no podemos dejar de introducir lo que el psicoanálisis puede aportar a este momento crucial de la humanidad que es su sujeto del inconsciente, la división —mientras hablemos— , lo real, lo que no está garantizado nunca de antemano, lo que está “en reserva” como un saber no sabido  y en ese sentido, dar crédito a que lo mismo que nos hunde, se puede inscribir como enigma y como nueva e impensada posibilidad de lo nuevo. La satisfacción en el más allá, la precariedad del ser hablante, se ponen en juego independientemente de lo contemporáneo de los acontecimientos.  Lo que sí ha cambiado en la actualidad, es lo que el psicoanalista J. Alemán señala respecto de las izquierdas y los proyectos emancipatorios, que hoy encarnan el lugar de aguafiestas de la ultraderecha libertaria que ha copado ya algunos Estados para convertirlos en un sitio más —incluso un sitio ajado, poco vibrante—, desde donde consumar la lengua del mercado.

Los conceptos introducidos por el psicoanálisis tales como las identificaciones, las pulsiones, los modos de gozar, los fantasmas, pueden aportar a los proyectos emancipatorios, la dimensión inercial, lo que retorna, insiste y puede volver a un lugar distinto. Eso es la repetición para nosotros, lo que vuelve a otro lugar. 

Si la política —en estado de impotencia hoy— quiere aún tocar algo de lo que es la existencia sexuada, hablante y mortal, debe tomar nota de estos conceptos que el psicoanálisis viene trayendo, donde no hay tranquilidad sino advertencias. Por ejemplo en el campo de la memoria, en tanto la consigna “recordar para no repetir” evidenció que nos hemos quedado muy tranquilos con la pedagogización memorística, constatamos que ya no alcanza con eso y corremos el riesgo de quedar impotentizados frente a un mundo que ahora no necesita recordar para existir, y estamos frente a la operación inversa “repetir para no recordar” que es lo que verdaderamente inquieta. El psicoanálisis trae la noticia de que en lo humano se repite.  Pero también que en la repetición está lo nuevo.

El deseo por algo nuevo, sostenido por una estructura siempre contingente, desde donde poder pensar la articulación entre política y psicoanálisis, es parte de un campo heterogéneo sobre el cual inscribir nuestro presente incierto, donde la relación a la verdad, el desanudamiento de los anclajes, la desestabilización de las significaciones, pone en tela de juicio hasta el propio porvenir del psicoanálisis, en un escenario donde el horror nos mira, y el presente absoluto del (pseudo) discurso capitalista en su faz fascista, nos amenaza. Sin embargo y por ahora —mientras hablemos—, la división que causa el deseo es una vía para conservar la expectativa por las dimensiones fantasmáticas y sobre todo sintomáticas de la política. Quizás sean los últimos estertores, pero no seremos nosotros los que los demos por muertos, porque sabemos que los acontecimientos traumáticos que se avecinan, se toparán con la pulsión de muerte, pero también con las marcas. Y nunca se sabe lo que puede extraerse de allí. Lo traumático existirá siempre, hasta el último minuto de lo humano y nosotros seguiremos advirtiendo de la necesidad del nudo y del agujero, del trou-matisme en cada quien. La irrupción de lo nuevo, es lo único que está hecho de la misma estofa que lalengua.


Fabiana Rousseaux. Psicoanalista. Coordinó el Plan Nacional de Acompañamiento a testigos víctimas del terrorismo de Estado; fundó y dirigió el Centro de Asistencia a víctimas de violaciones de derechos humanos “Dr. Fernando Ulloa” ambos dependientes de la Secretaría de DDHH de Nación (2005/2014). Coordinó el proyecto “Clínicas del testimonio” del Ministerio de Justicia de Brasil. Fundó “Territorios clínicos de la memoria” en 2016. Su último libro es “Sueños y testimonios. Inconsciente y discurso jurídico”, Ed La cebra, 2024. Forma parte del consejo de redacción de la revista digital #lacanemancipa desde donde compiló “Feminismos y psicoanálisis”.


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