Imagen de portada: «La llamada de la noche» de Marcelo Canevari.
Cuidado Editorial: Gabriela Odena
“La Edad Media atribuía todas estas exteriorizaciones patológicas a la acción de los demonios. Y hasta no me asombraría llegar a saber que el psicoanálisis, que se ocupa de poner en descubierto tales fuerzas secretas, se ha vuelto ominoso para muchas personas justamente por eso.”[1]
S. Freud, Lo ominoso (1919)
Era 1924 cuando Sandor Ferenczi escribió una carta a Frik Karinthy, decepcionado porque su amigo había dejado de analizarse. Entendía que, frente a un mundo atormentado, hubiera buscado un poco de dicha a cualquier precio. Incluso, el adormecimiento mediante hábiles sugestiones, que introdujeran en el psiquismo ideas e intenciones razonables, inteligentes, reconfortantes y dichosas.
Sin embargo, Ferenczi sostenía que al no haber una ciencia auténtica, cualquier esfuerzo de bienestar, sería pasajero e ilusorio. Culminó su carta declarándose convencido de que el psicoanálisis poseía la facultad de “despertador” frente a semejante idealismo.
El psicoanálisis no es ajeno a producir ese adormecimiento. Podríamos referirnos a aquel analista que se duerme mientras escucha a su paciente. También a quien deja de poner a prueba los conceptos enunciados por incuestionados maestros. Jean Allouch indica lo nocivo que es para la eficacia del dispositivo analítico, sostenerse en ciertas garantías éticas, conceptuales o nosográficas.[2]
Un ejemplo muy puntual es la relación del psicoanálisis con la literatura fantástica, aquella en la que Freud hizo un aporte conceptual –lo unheimlich–[3] que causó un efecto organizador pero también “decepcionante”, cómo lo nombra Mark Fisher en su introducción a “Lo raro y lo espeluznante”. Según Ricardo Piglia, la literatura fantástica “se desarrolló entre el fin de la religión y el nacimiento del psicoanálisis”[4].
Para fines del siglo XIX ya circulaban por el imaginario europeo los monstruos y castillos góticos, propios de la literatura fantástica, que nacieron sublevados frente al asedio del iluminismo y la modernidad. Tuvieron su ocaso al mismo tiempo en el que Freud fracasaba en su intento por hipnotizar a las histéricas y ofrecía una terapéutica distinta, abandonaba el adormecimiento de la hipnosis para fundar un método en estado de vigilia. Paradójicamente, se encontrará con el riesgo de generar sus propios dogmas adormecedores, como cuando ubica en el complejo de Edipo la matriz tripartita para localizar todo padecimiento subjetivo[5].
Un psicoanálisis gótico, decadente, ancestral, que mantiene esa relación propia con lo inquietante, el íncubo que oprime el pecho al durmiente e inspira la pesadilla, “siempre la pesadilla, su horror no es de este mundo”[6], y no deja que nos durmamos nunca más.
Esta sección procura rescatar un psicoanálisis que corre el riesgo de estar en movimiento, así como lo fantástico, especialmente lo gótico, encontró nuevos territorios (como el gótico sureño o el gótico del río de la plata). Se propone hacer lugar a publicaciones desde el psicoanálisis como así también de otras disciplinas y de formas diversas.
[1] Freud, S., “Lo ominoso”, (1919), Obras Completas, Vol. N° XVII, Amorrortu editores, Bs. As., 1990, pag 243.
[2] Allouch, J., «Fragilidades del análisis» (2025). De próxima aparición en Revista Ñácate. Tr. José Assandri, Marie-Laurence Gleville y Marcelo Novas.
[3] Freud, S., “Lo ominoso”, (1919), Obras Completas, Vol. N° XVII, Amorrortu editores, Bs. As., 1990
[4] Disponible en: https://youtu.be/m3htEzn1BIc?si=8kOhSAgasbj4L3XG
[5] Freud, S., “Tres ensayos de una teoría sexual”, (1905), Obras Completas, Vol. N° VII, Amorrortu editores, Bs. As., 1990 pag 206
[6] Borges, J.L., “Efialtes”
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