Dos preguntas a Sandra Filippini.

Responsables de la sección y cuidado editorial: Gisela Avolio y Yanina Marcucci.

Dirección editorial: Helga Fernández.


—¿Cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?

—Sentada frente a la computadora me dispongo a recordar para responder a la pregunta que me formulan; ¿cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?. Intenté recordar con la seriedad y concentración que amerita esa pregunta. Lo intenté, literalmente lo intenté, aunque de a poco comencé a tentarme hasta reír francamente. Si bien, me dispuse como Colón a navegar por los mares que me ofreciera la memoria tratando de colonizar ese descubrimiento con mis mejores palabras, rápidamente, un poquito más cerca de la verdad recordé que fue en un kiosco que me tropecé con un libro que quedó grabado como mi primer reminiscencia respecto al psicoanálisis. Era una púber y los libros contenían palabras que desconocía. En tanto lectora gozaba del anonimato que me permitía reinventar el orden de las palabras que leía sin mayores riesgos. En un kiosco de una parada de ómnibus, en una esquina, vi un título que me llamó la atención, hasta hoy recuerdo una chapa vertical con estantes apoyada en tijera sobre la vereda, entre los libros que ofrecían me llamó la atención la tapa de uno que mostraba la foto de un desconocido, era una foto del rostro de Freud, y un título intrigante Psicopatología de la vida cotidiana, creo. El libro era de un tal Freud leído sin su pronunciación correcta, una colección de bolsillo de psicoanálisis. En el almuerzo, le preguntó a mi padre ¿qué era eso del psicoanálisis y quién era Freud? Ahí me enteró que se trataba de un tal Froid y no Freud, y que era el creador del psicoanálisis, que decía que había deseos inconscientes, que los sueños mostraban esos deseos, y esos deseos eran parte de la “psicopatología de la vida cotidiana”. Un gesto con su mano fue de tanto peso como lo dicho, levantó la mano derecha hasta la altura de su cabeza con los dedos para abajo y acompañó su decir con un movimiento de los dedos como si desgranara algo liviano. Tal como había escuchado lo dicho sobre la psicopatología de la vida cotidiana leí ese gesto como “tal vez”. Tal vez era cierto lo que decía Froid, tal vez el deseo era eso tan sutil que aparece así de repente y sin saberlo, que nos hace soñar, caernos, perder cosas, hacer disparates, y que además podía llegar a saberse… Uff, tal vez era mucho. ¿Froid, palabras y gestos de un padre —mmm el infaltable Edipo inmiscuyéndose en el descubrimiento, diría algún psy—, hacer con las palabras hasta crear cierto saber?. Un poco de cada cosa, junto a la pregunta/acoso por la potencia de los motores de eros y la angustia llevaron esos interrogantes hasta sus límites ineludibles. ¿Qué descubrimiento se imponía? Los primeros intentos fueron en los años de persecución de la dictadura. Durante ese período recorrí dos psicoterapias que se ofrecían con un perfil “menos rígido” que el psicoanálisis, que tomaban “más explícitamente lo social” y con las que evidentemente encontraba coincidencias políticas. Luego, de haber estudiado psicología y participado en varios grupos de estudio que trataban del psicoanálisis pero siempre con una cierta crítica a su rigidez, falta de empatía y lectura de lo social, me propongo comenzar una práctica psy como psicoterapeuta psicoanalítica, así se le llamaba. Lo que más me costaba sostener eran los momentos de silencio de los pacientes en las sesiones. Esa angustia me evidenció que si no soportaba el silencio era porque requería (requería literal) palabras, que el silencio del analista no era cuestión de rigidez sino de método, que para escuchar a alguien también en sus silencios, había que callar, que no era un silencio molesto como el de cualquier situación social. Así de simple, y a la vez complejo como para que esa fuera la vía hacia un diván y luego otro, queriendo —cada vez más— una distancia que permitiera hablar sin complicidades, ni sobreentendidos, que el dolor y la angustia por lo vivido permitiera habitar la soledad y desbaratar los tormentos. Habitar los decires con sus silencios en la soledad junto a otro, otro en quien confiar —sin saber nada de esa persona, recuerdo al lector el lugar de la palabra y el silencio durante la persecución de la dictadura— fue una experiencia radical que des-cubrió algunos velos trenzados en el cuerpo. En encuentros azarosos, entre las cicatrices que dejan algunos tropiezos, fui ocupada por el psicoanálisis.

—¿Qué consideras que puede aportar el psicoanálisis a nuestra contemporaneidad?

—La pregunta por lo que puede aportar el psicoanálisis a la contemporaneidad lleva a otras interrogaciones. La primera, ¿qué sería “el” psicoanálisis? y ¿esa unidad existe?. La  contemporaneidad muestra que no, que hay una multiplicidad de prácticas que llevan el nombre de psicoanálisis y que como palabra paragua cubre prácticas muy diversas. Algunas totalmente adaptadas a sus tiempos, otras cuestionan que esa práctica se vuelva parte de los modos de subjetivación acordes con los ideales de esta época. ¿Qué sería “esta época”? La del capitalismo tardío, con un individualismo exacerbado, tanto como la desconfianza y el desprecio de lo colectivo. Una época en la que el tiempo se mide en rendimiento productivo y la fugacidad es la tónica. En la que el hacer se valora sin importar qué se hace, just do it! En la que detenerse es perder y perder es lo que no hay que permitirse. En la que a la precariedad se le llama incertidumbre y la angustia que conlleva son flaquezas a las que se ofrece “resolverlas” con diagnósticos y medicación. En la que la locura se aísla y precariza al extremo. En la que la responsabilidad individual es la contracara del abandono de la dimensión colectiva de la existencia.

¿Qué aporta el psicoanálisis que me interesa a la contemporaneidad? Aporta desadaptación de las hegemonías, visibilidad de las heterogeneidades. Aporta dar lugar a la locura como partede la existencia, a la vez que ubicar de otra forma lo que angustia a cada uno y permita habitar sus mundos sin tanto sufrimiento, ni síntomas. Aporta captar radicalmente en la experiencia, que la palabra, los decires y los actos tienen valor en cada vida no solo para ser evaluadas desde la moral. Si cada psicoanálisis en su práctica lograra generar la potencia que desde el vacío de cada vida permite crear su singularidad, aportaría a hacer esas vidas más vivibles particular y colectivamente.


Sandra Filippini. Practica el análisis en Montevideo . Miembro de la École lacanienne de psychanalyse.  Coautora De cuando Marx importunó a Lacan. Una genealogía  posible del plus de jouir.  Forma parte del Comité editorial de Epeele.


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