Zurcido en la memoria. Por Valeria González.

Cuidado editorial: Marisa Rosso y Gabriela Odena

Imágenes fotográficas: Marisa Rosso y Valeria González


Vamos llegando a Rosario con parte de la delegación editorial de En el Margen*,  y nos recibe el Paraná. Entramos a La isla de los inventos donde, junto al Centro de Estudios Periferia Epistemológica (CEPE-UNR), hemos convocado a la jornada Tejer Afuera con la consigna de confeccionar nuestra arpillera pública y colectiva. 

La primera tarea fue encontrar una esquina para refugiarnos del sol: tuvimos que inventarnos un lugar. Nos sentamos en el piso, dispuestas en ronda con una arpillera como estandarte que decía en letras enormes “No + violencia”.

Cientos de niños a nuestro alrededor ostentan su alegría del juego afuera de la escuela, están de excursión en un lugar que respeta la infancia y toma con seriedad la oferta lúdica.

Un verdadero clima de recreo, también para quienes hicimos de Tejer Afuera otra temporalidad: la apuesta de hacer con otros, de encontrar colectivamente qué queremos dejar dicho de lo que nos pasa y buscar entre telas, hilos y lanas, algún vehículo material y duradero que oficie de soporte y transmisión; un recreo de la época que pretende desentenderse de la existencia de los enredos. 

Karin Berlien —Dra. en Ciencias Económicas e investigadora de la economía social, solidaria y feminista— comenzó a contarnos la historia de las mujeres arpilleristas y el bullicio a nuestro alrededor hizo de su relato una intermitencia de palabras, como cuando el viento juega con las voces y a veces las acerca y otras las silencia. Pasaron algunas palabras que armaron contraste con la algarabía del juego: dictadura pinochetista, desaparecidos, mujeres, buscan, inventan modos de testimoniar lo que pasa, arte popular. ¿Será que para que los niños puedan seguir jugando es preciso que hagamos algo con lo que esas palabras intentan robarnos?

Luego circularon arpilleras de antes y de ahora, también fotografías. 

Un verdadero viaje en el tiempo, tan pretéritas y también tan actuales. Un decir bordado que denuncia, pide, afirma, recuerda. Entre todas, dos arpilleras quedaron particularmente grabadas. La primera, donde se denuncia la represión a estudiantes en Chile durante 2019 y el particular ensañamiento represivo de dispararles a los ojos. Difícil no evocar con esa arpillera a Pablo Grillo que hacía fotos en una marcha de jubilados, esas donde cada miércoles siguen siendo reprimidos. La segunda, con muchas mujeres de frente, todas vistiendo el mismo traje, el mismo color, y sin rasgos faciales; en ese “sin rostro”, se recorta, aún más, una mirada que interpela, tanto como encuentra un modo de generar cercanía e identificación, cuando lo que iguala es la lucha y la persistencia amorosa en buscar a sus desaparecidos.  

Son verdaderos textos bordados, retazos de memoria —como deja ver la foto que se encuentra arriba de la mesa del salón de costuras— que dan a leer una verdad que ningún poder totalitario ha logrado nunca eliminar. 

Luego aprendimos los puntos festón y cruz, en una fiesta de agujas, dedales, tijeras e hilos, practicamos sobre “pañolenci”, amablemente dispuestos para tal fin por la misma Karin y Soledad Nívoli —directora del CEPE—, y algunas, con más oficio, fueron acercándose a quienes estábamos enredadas para colaborar y orientar. El punto sale o tal vez no tanto, pero se respeta la marca que deja cada mano. 

La ronda y la cercanía con las arpilleras fue causando la conversación y fuimos escribiendo qué queríamos decir (como quien dice necesidad de dejar dicho) no sólo en palabras, también en el paisaje, y las múltiples escenas dicen.  El río, la quema de las islas para el negocio de la soja, los desaparecidos, la contaminación, el narco, la represión. Pero también la alegría, la resistencia y la perseverancia, la amistad, el ni una menos.

Dijimos primero «Que no se queme la memoria del río» pero al disponer nuestras letras en la tela el apremio del espacio escribió «no se quema la memoria del río». Entre la primera y la segunda frase, el colectivo encuentra un tono que es una firmeza tierna, que dice no, que protege y que inventa un freno al estrago.

Las conversaciones fueron acompañando la tarea, las penas, los apremios, también los consejos, la sexualidad y la vejez, los cansancios y otra vez, la alegría de estar ahí. Los celulares casi brillaron por su ausencia, se usaron mayormente como medio de registro fílmico y fotográfico. 

Cerramos la primera ronda de Tejer Afuera entre tejiendo a la jornada la presentación performática de la colección de plaquetas Trazas de lo sensible, editada por En el Margen que dirige Helga Fernández. Tres textos de cuatro mujeres que recuperan la potencia de lo frágil, tejiendo ficciones como perlas que hacen lugar a lo que no tiene lugar. Desde las vías del tren y en una danza de enredos y nudos, un auditorio —intergeneracional e intergénero— hizo del andén su butaca.

Hubo llantos, abrazos y aplausos que fueron desbordando en un canto colectivo de una bella copla que Maia López escribió, entrelazando su voz, como testimonio sonoro de su participación de la composición de una arpillera colectiva que será terminada en una itinerancia de lugares y de manos. Ronda a la que siempre hay tiempo de sumarse.

Y cantamos todos juntos:

Cuando nos quieren callar

Aparece nuestra fuerza

Con el arte popular»


* Entre ellas, las autoras de la colección Trazas de lo sensible: Agostina Taruschio, Viviana Garaventa, Marisa Rosso y Leticia Gambina. También Amanda Nicosia, Laura Gobbato y Valeria González.


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