Cuidado editorial: Helga Fernández
Hace unos días leí en Facebook el posteo de un analista que contaba un sueño que había tenido con Lacan. Anoche soñé que Oscar Masotta venía desde Barcelona a una de las reuniones que hacemos, cada tanto, con la revista/editorial En el Margen.
Nuestra actitud ante su llegada no era para nada de sorpresa, como si esa no fuera la primera vez que nos visitaba. Entrábamos juntos a la casa —una especie de quinta— donde tendría lugar la reunión, y yo me sentaba a su lado. Masotta era joven. Ocupaba la cabecera de la mesa y yo quedaba a su derecha, como siguiendo el sentido inverso al de las agujas del reloj.
En determinado momento de la reunión —y del sueño— Masotta me hace una pregunta que no termino de entender. Le digo que no comprendo bien qué me pregunta; él repite, y entonces le respondo que sigo sin estar seguro de haber entendido, pero que de todos modos le voy a contar algo que estuve leyendo.
Por un lado, un posteo de Facebook (de Lidia Ferrari) que hablaba de cómo había cambiado, en esta época, cierta manera de actuar que ya no podíamos considerar razonable al modo en que antes lo hacíamos. Que había una razón que en su momento formó parte de una convención, un tipo particular de razón que hoy ya no parecería contar.
Y por otro lado, la lectura de Vasili Grossman, autor ruso que acompañó al Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial y que en su novela «Vida y destino» habla de lo duro que es para alguien ya no ser hijo de su tiempo. Ya no reconocerse en la época que le toca vivir.
Creo que ese es el final del sueño. Me despierto contento.