Cuidado editorial: Marisa Rosso
Fotografías: Valeria González
Para entrar al Centro de Formación Profesional Nº 24 —una escuela pública de oficios en el barrio de Flores— es preciso atravesar el mural “Oficios y transformaciones” emplazado en las paredes del viejo edificio que abraza la escuela o, más bien, ablanda la frontera entre el adentro y el afuera. Convoca la mirada e invita a hacer una pausa, a demorarse en cada una de las escenas que cuentan los cientos de pedacitos de cerámicas —muchas de ellas donadas por vecinos—, maderas, vidrios, hierros y esculturas. Mixturas de materiales, relieves, cortes y colores que le dan a las figuras movimiento, hasta casi, hacerlas salir del muro.
Una comparsa de candombe, con sus tambores hechos de madera. También la Mamá Vieja parece acercar su torso, con sus hombros en movimiento, agitando su falda de cerámica en claro paso de baile, invita a sumarse al ritmo a quien cruza el portal sobre la calle Artigas, y ofrece una cartelera donde se anunciarán la próxima Milonga o la Feria del Libro de Flores, o alguna de las tantas actividades extra muros que se hacen en la escuela.
A su lado un soldador reposa, máscara en mano, sobre una mesa de carpintero. Sobrevuela la réplica del edificio y las fases de la luna que meten al tiempo y la historia en esta esquina.
Coronando la pared entre la puerta de Artigas y un ventanal, resalta lo bello la única imagen con rostro de mosaicos y colores, abrigada por un marco hecho de hierros que se doblan y entrelazan como si tuviesen la levedad de las espigas. En la esquina, una pirámide humana se alza hasta el techo, sostienen con sus cuerpos la frase que encabeza el mural La igualdad como premisa, no como promesa de J. Rancière. En la puerta de esa ochava, en el filo mismo de la pared, se recorta el perfil del rostro de un niño que parece atento al cartel que abraza un hombre a su izquierda donde se lee Pública, gratuita de calidad.
Al seguir recorriendo el edificio, esta vez sobre la calle Morón, se despliegan las escenas de la milonga con sus pasos de tango y las luces en finos trozos de cerámica tornasolados que inventan una noche en la pared; luego comienzan las escenas que aún están en plena confección y vemos bosquejadas varias personas alrededor de una mesa, donde debajo irán ollas y otros utensilios para representar las clases del taller de cocina.
Quien mira, se sumerge y es abrazado por figuras y escenas sobre la pared que constituyen un modo tierno de la firmeza.
Un hacer cooperativo
Sentados en ronda, entre mesas, bocetos y materiales en condiciones de bajar al mural, los miembros de la Cooperativa Esquina Mural —constituida después de la pandemia— cuentan, entre apasionados, risueños y orgullosos, la historia del mural que es también la historia de un modo de entender la enseñanza; tanto como la historia de un sueño que, como los pedazos que componen el mural, es colectivo.
Claudia es reconocida por varias de las cooperativistas como la “Madre Fundadora” que, junto a David, son los pioneros de esta aventura que parecía imposible allá por los comienzos del nuevo siglo. La voz de cada uno dando testimonio de la historia, hace escuchar el eco de la cita de Rancière que corona el mural: la igualdad en este grupo de artistas y docentes es una premisa que sostiene la acción. Se trata, según palabras de uno de los integrantes, de “socializar nuestro oficio, formar y nos vamos formando nosotros”.
Parte del relato se centró mucho más en la lógica que orienta el trabajo que en el mural en sí mismo. Fue repasar las dificultades del trabajo colectivo y celebrar entre ellos los pasajes por tensiones con algún chiste, que inicia uno y se suman otros, tanto como el aprendizaje frente a las adversidades que a veces surge del material mismo. Por ejemplo, las dificultades con las que se encuentran las coloristas, encargadas de trasladar a la cerámica los colores ya pintados en el boceto de papel. Deben ensayar proporciones y mezclas hasta lograr el color que desean. Entonces, dejan el registro escrito de la mezcla exacta, para que cualquiera pueda luego lograr el mismo color.
Se trata de priorizar la tarea, de legar, de hacer pasar, de imaginarle un otro a la posteridad, de pensar en que otros puedan incluirse y encontrar su modo de entramar en el sueño muralista.
El mural como narrativa
Algunas de las cooperativistas describieron al mural como una narrativa en relieve que habla desde su estructura geométrica misma y cuyo decir se fue construyendo entre todos los actores de la comunidad del CFP. Así, alumnos, profesores, directores y administrativos, compusieron un decir común acerca de qué querían contar. Consulta y participación que transforma el muro en una oportunidad para la palabra.
Lejos de elegir alguna imagen icónica ya disponible en la cultura, la decisión fue sedimentando en contar qué sucede al interior de esas paredes: modos de abrir la escuela, tornarla superficie porosa a la comunidad del barrio, a sus instituciones, vecinos y peatones ocasionales, quienes muchas veces quedan deslumbrados por la imponencia de lo que allí acontece. Como dirá Silvana: “la idea es como si fueran todas las paredes transparentes, como si el mural pudiera representar todo lo que pasa dentro de la escuela”.
Efectivamente, luego de conversar con los miembros de la Cooperativa Esquina Mural, queda la impresión de que el mural es, antes que nada, un modo del lazo, luego proyectado sobre la pared; territorio vivo que crece por brotes, “siempre en movimiento» -dirá Claudia. Como si lo que sucede entre ellos, volara hacia el muro, animando los personajes que cuentan la historia de la escuela y sus talleres, mientras arman una fiesta de colores y relieves que invita hospitalariamente a quien se acerca.
El mural no es sólo una localización en un edificio del barrio, es también una zona de voces que animan cada escena mosaiqueada; una superficie que performativiza un modo de pensar la transmisión, el arte y el saber hacer: la igualdad como premisa. Tal como indica la cita a Rancière —plasmada en pedacitos de cerámica negra, con una tipografía pensada por el profesor de diseño gráfico— que arma un cielo en la ochava central del edificio abrazando el mural y enhebrando en el hilo de esta concepción, las diferentes escenas como perlas de la Educación Pública.
Entonces, hablar del mural no es sólo conversar sobre materiales, técnicas y paradigmas muralistas es, principalmente, hablar de un modo del lazo, un modo de la enseñanza, que tiene a la igualdad como premisa. Una igualdad en constante fragua que, tomando los miles de pedacitos que componen el decir muralista, hacen de lo igual el trabajo con lo fragmentario, con lo difícil de ensamblar, con los distintos modos del corte y de la transmisión, algo distinto a las jerarquías del saber.
Cada escena mosaiqueada son girones que sostienen en la imagen un decir plural del que participan los diferentes talleres que ofrece la escuela, desde herrería artística hasta carpintería, diseño gráfico, cerámica, pintura, vitrofusión, etc. Trabajan con los obstáculos que ofrecen los materiales y también aquellos de cuando el otro se entrama en una tarea en común, que sólo es propia al modo de lo ajeno, tal como lo aclara una de las cooperativistas que pone énfasis en que el mural no es propiedad de los muralistas, que es mucho más amplio. La experiencia de esa amplitud, de una ajenidad tan propia, es la que se lleva quien conversa con los muralistas.
Noche de proyección
Luego de la entrevista dentro del taller donde se arman las “mallas” que irán con cemento colocadas en la pared, llega la invitación a la noche de proyección Mural Nocturno que también se difunde por las redes de la escuela y la Cooperativa. Utilizan para la invitación el logo diseñado por los estudiantes de la escuela de arte del barrio, Fernando Fader, y un texto que dice “Esta noche, el Mural Nocturno cobra vida. Vamos a proyectar el boceto de nuestro dibujo directamente en el muro, dando un paso más para transformar esta pared. ¡Es el arte en acción!”
Repentinamente la calle se vuelve cine y la proyección es musicalizada al compás de los pinceles que calcan sobre la pared el boceto que es ampliado a escala, hasta lograr la ubicación que desean. Un proyector y una computadora sobre la vereda que está frente a la pared de la escuela sobre la calle Morón. Luego un andamio, una mesa con tarros de pintura y pinceles largos como la alegría de los vecinos que llegan y toman asiento en el cordón de la vereda, en los escalones de las casas, con sus niños, algunos caminando, otros en bicicleta. Una vecina reparte entre los muralistas alfajores de maicena preparados para la ocasión.
Un verdadero acontecimiento despierta el cansino anochecer del barrio.
Son los sueños colectivos tatuados en la pared como superficie pública de escritura, con espíritu muralista de lo que permanece y trasciende. Y tal como describe David, el muralismo es ir más allá de las paredes.
Es el arte en acción, y la educación Pública, Gratuita y de Calidad que una comunidad sigue defendiendo con su hacer.
Recorrer el mural es experimentar la alquimia vital de lo colectivo.
La Cooperativa Esquina Mural está conformada por: Adriana Franchella, Carmen Jaime, Lydia Rojas, María Ángeles Rodríguez Musto, Irina Montergous, Andrea Curtoni, Liliana Slarner, Ayelén Ruiz, Paula Picabea, Claudia Golzman, Verónica Dominguez, David Correa, Ricardo Berenguer, Ruth Gándara, Silvana Valle y Carlos Ramos.
Pueden encontrarlos en @cooperativaesquinamural
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