El síndrome Italia. Por Lidia Ferrari

Imagen: Romina Carrara. La cautiva. (2019)

Cuidado editorial: Yanina Marcucci y Laura Gobbato.


Italia, como la mayoría de los países de Europa está llena de ancianos. La baja tasa de natalidad es algo más que una tasa. Es la vida que bulle menos todos los días. Entre mis vecinos hay varios ancianos. Pina, hace dos años está con Alzheimer. Se dedicó a su marido con Alzheimer por varios años, hasta que enviudó. Ahora es ella la que necesita asistencia. Conozco su badante (cuidadora). Se llama Elena y vive con ella. Viene de Rumania como tantas otras. El este de Europa provee estas mujeres que abandonan su familia para vivir a tiempo completo con ancianos sin autonomía. Elena se queja cuando la encuentro. De que la paga no es mucha, que Pina se ha vuelto insufrible, que la disculpe si la escucho gritar. Es invierno. Al menos con la bella estación salen al jardín. Pero en invierno están encerradas en una casa que podría albergar una familia numerosa. Pina impresiona haberse ido de este mundo; Elena cuando le alza la voz parece vociferar su padecimiento. No le he preguntado por su vida familiar, todavía. Pero sí hablé bastante con Mariana, una señora moldava que cuidaba a una mujer del barrio y que los domingos —su día libre— solía venir dos horas a casa cada quince días. Charlábamos. Una señora dulcísima, siempre sonriente y muy amable. En algunos momentos se confesaba. Precisaba hablar. Estaba angustiada, pues la señora de más de 95 años que cuidaba tenía una salud tan buena como pérfida su alma. La maltrataba y ella no podía responderle. No confiaba en los hijos de esta señora como para contarle lo que le sucedía, por miedo a perder su trabajo. Varias veces tuvo amagues de mandar todo al diablo, pero… siempre el mismo pero: el dinero. Si trabajaba dos años más se podría jubilar y, aunque fuera una pensión miserable, le serviría en su país. Mariana había trabajado como contable en un banco pero el salario no alcanzaba, por eso decidió viajar a Italia. Era dinero para arreglar su casa. Por lo que contaba, entendí que se estaban construyendo una casa enorme con todo el confort. Ya abuela, tenía una hija en Francia y un hijo en Inglaterra a quienes les iba muy bien —económicamente hablando—. No llego a comprender tanto esfuerzo, que sufra tanto maltrato por ese dinero que no precisa sino para construir un vestidor que pocas personas tienen. No la vi más. Se ve que el dinero no fue más fuerte que tanta humillación padecida. 

Conocí varias historias similares. En todas ellas el dinero es el motor de esa vida que decide dejar su tierra, su lengua, su familia para juntar euros para… comprarse una casa mejor o electrodomésticos. Daciana cuidaba a un anciano con quien vivía. Era una persona de una fuerza de trabajo increíble. Su marido, en su casa en un pueblo de Rumania, vivía con uno de sus hijos y la novia. Como decidieron casarse tenía que volver para que su marido no quedara solo. He escrito sobre Daciana como ejemplo de la fatal ideología del consumo. Ella quería volverse pero lamentaba el dinero que no iba a ganar. Le dije frente a su lamento —Pero no todo es dinero en la vida, ¿no?. Era como si hubiera pronunciado algo nunca pensado. Parece que esa idea la alivió un poco al regresar a su casa.

Son las narraciones que se imponen. Los países del este de Europa pertenecieron a la esfera del socialismo soviético. Las vidas eran modestas, pero más o menos homogéneas. La caída del muro y la entrada de lleno al capitalismo, hizo que las diferencias sociales y los objetos de consumo se les presentaran con violencia a aquellos que antes habían vivido tan modestamente como sus vecinos. Por eso, no se trata de la esfera de la necesidad —ella existe, claro— sino del efecto de las narraciones que encienden el anhelo de adquirir lo que nos falta. Somos humanos. Se puede entender. Pero se hace más difícil cuando veo estas mujeres sufrientes, solitarias, a veces maltratadas, que soportan para que su familia pueda tener un mejor nivel de vida.  

Me puse a escribir esto a partir de leer una novela gráfica publicada recientemente. Se llama Síndrome Italia. Historia de nuestras cuidadoras1. La historia del libro surge de una preocupación de Tiziana Vaccaro similar a la mía. ¿Cómo es la vida de estas mujeres cuidadoras de ancianos o discapacitados?. De cada cinco italianos uno precisa de cuidados especiales. La badante es una institución que sostiene a las familias italianas por la falta de suficientes soportes institucionales, para hacerse cargo de los ancianos. Las mujeres que sostienen la estructura familiar italiana están refugiadas en las casas. Algunos domingos se ve a un grupo de ellas en una plaza. Hay enormes agencias de colocaciones, pues son esenciales para la vida de las familias, pero de ellas no se habla. El libro cuenta la historia de una de ellas, Vasilica, alejada de sus pequeños hijos cuando era joven. Atravesó diversidad de experiencias, mejores y peores, pero cada vez que regresaba a su casa padecía lo que los médicos llaman Síndrome Italia. El libro relata cómo estas mujeres, en Italia, no dejaban de pensar en sus hijos y su familia, pero al retornar no encontraban lo que era, porque ellas ya no son lo que eran. En la diversidad de historias hay un patrón común. Ya no saben cuál es su familia de pertenencia, su lugar; también saben que el que dejan atrás nunca fue suyo. Desde otro lugar, sin embargo, me recuerda lo que he escrito en otro sitio acerca de cierta historia de las mujeres: ellas “son las únicas que se ocupaban de los rituales del nacimiento y de la muerte, es decir, cuando el cuerpo se presenta en el más absoluto desamparo. Los hombres se han retirado de esas escenas y las retiran de sus preocupaciones”2. Parece que no se trata del pasado. Sigue vigente el trabajo silencioso femenino para sostener hijos y familia. Siguen siendo las mujeres las que se ocupan de lo que porta este significante: cuidado, cuidar al otro. Es preciso que ello sea gritado, vociferado, expuesto, reivindicado. Sin embargo, como el libro revela, solo hay silencio. Mientras están en Italia, esas mujeres quedan mudas porque han perdido su lengua y porque no deben hablar ni decir lo que piensan, para no perder su trabajo. Es una mudez heredada, milenaria, que no es solo de ellas. Es la mudez de las mujeres que se ocupan de cuidar a los otros; ancianos, niños, enfermos. Lo deben hacer sin quejarse, sin hablar.  

La envergadura del problema —esa migración de miles de mujeres principalmente del este de Europa— nos da a ver que Europa se trata de un continente senil. Una senilidad que, como tal, irá desapareciendo porque si el nivel de vida sigue descendiendo como parece el plan, no serán tantos los ancianos que vivirán hasta los casi cien años, como ha sucedido hasta ahora. Se trata de un momento bisagra. Todavía estos ancianos perciben una jubilación que les permite pagar una badante —cosa que no sucederá en el futuro, imagino—.    

Que esa transfusión de vida hacia los ancianos se produzca a costa de los más pobres no nos sorprende. Siempre ha sido así. Pero lo que me sorprende, y creo que el libro no lo trata salvo de modo pasajero, es la cuestión de lo que significa el dinero y el anhelo del consumo. En un pasaje del libro, cuando Vasilica ha retornado a su casa después de diez años de ausencia, en un momento de relación tensa con sus hijos piensa: “¿cómo hacen para imaginar de lo que no saben nada? La verdad es que no les interesa como están las cosas, no le interesa a nadie. Sólo tener dinero. Si tienen plata todo está perfecto…”. Pero no se los dice. Tiene tantas cosas para decir pero se queda muda. Esos diez años que pasó en Italia, sola, trabajando, padeciendo. Queda claro que, al retorno, no parece que ha dado más que eso a su familia: el dinero. Pero es que eso fue lo que la hizo emigrar, el dinero. Esto no lo dice el libro, es mi reflexión: ¿vale la pena contraer ese Síndrome Italia? El libro expone que ahora hay mujeres que se están sindicalizando y luchando para que sea reconocida esa enfermedad con la que retornan a sus casas. Algunas tienen intenciones suicidas, graves depresiones. Pienso: ¿vale la pena sacrificar la vida por ese dinero para comprar cosas? 

Como ha sucedido desde siempre, se trata de narraciones. En el inicio de la novela gráfica se narra bien  que se trata del boca a boca. ¿Y qué se dicen? “Fulana está en Italia y se hizo una nueva casa”, “comés y dormís gratis, y se gana buen dinero, te queda todo para ahorrarlo”. La vida es una mercancía. Lo sabíamos con Marx, que nos enseñó cómo la fuerza del trabajo era la mercancía más valiosa para la obtención de la plusvalía del capitalista. Diferente fisonomía aunque se trata de lo mismo. Pero no, no es lo mismo. No es lo mismo que un trabajador venda su fuerza de trabajo, aunque miserable, para producir una mercancía. Estas mujeres venden su cuerpo para cuidar a otro cuerpo, cuerpos dependientes, enfermos, frágiles. Cuerpos que hay que alimentar, sostener, higienizar. No vuelven a su casa luego de un agotador día de trabajo con magra remuneración. Están allí prisioneras de haber suspendido su vida durante 10 o 15 años para que su familia viva “mejor”. 

Es como si Europa respirara fatigosamente su último hálito de vida y no pudiera sino succionar el aire de esa vida que todavía se le ofrece desde el este de Europa (y de otros continentes también, claro). Tantos europeos se han convencido de que los inmigrantes les roban su trabajo cuando en verdad los están sosteniendo en su precipitada decadencia vital. Quizás las fallidas políticas europeas no hagan sino intentar sostener una gloria y un esplendor ido, del único modo que pueden, de modo delirante.

Referencias

  1. Tiziana F. Vaccaro y Elena Mistrello. Sindrome Italia. Storia delle nostre badanti. La vita delle donne migranti dell’Est Europa impiegate en Italia come asistenti familiare. Bologna, BeccoGiallo, 2022. ↩︎
  2. Ferrari, Lidia. El desamparo desmentido. Teoría de la evolución y psicoanálisis. En Revista Lacan Emancipa.  Noviembre 2022. 
    https://lacaneman.hypotheses.org/3440 También en “El pensamiento de la inermidad”. Editorial En el Margen, Buenos Aires, 2025.  https://enelmargen.mitiendanube.com/productos/el-pensamiento-de-la-inermidad-de-lidia-ferrari/
    ↩︎

Lidia Ferrari. Psicoanalista argentina radicada en Italia. Autora entre otros: La diversión en la crueldad. Psicoanálisis de una pasión argentina; Decir de mujeres. Escritos entre psicoanálisis, política y feminismo, Tango. Arte y misterio de un baile. Tango. Les secrets d’une danse.


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