Habitar la invención. Breve comentario sobre “Dos preguntas a Isabel García». Por Leila Bonomi.

Imagen de portada: Transmisión. Litografía, de Salvador Dalí.

Cuidado editorial: Juan Pablo de Arribas, Helga Fernández.

Cómo se transmite el psicoanálisis es una pregunta clave que acompaña el devenir de la teoría y la práctica analítica desde sus orígenes. Se encuentra en el centro de las asociaciones y escisiones que pueden rastrearse a lo largo de la historia del movimiento. El tratamiento dado a las relaciones entre la verdad, el saber y lo real divide aguas. Sabemos que Lacan recoge el guante, aportando un paso suplementario a los caminos freudianos, al poner el acento en el estilo. Se refiere a esta cuestión citando la célebre frase “el estilo es el hombre”, aunque se aleja de ella para subrayar que se trata de un modo de hacer con el objeto, lo que se pierde subjetivamente por el hecho mismo de la aparición del significante(1). Maneras de actuar, dice Allouch, que arman una erótica, es decir un lazo libidinal al otro sin el cual no se sostiene el concepto de transferencia(2).

Es justamente esta cuestión del estilo la que se me presentó, ineludible, al leer las “Dos preguntas a Isabel García”, publicado en la revista En el margen. Estimo que no fue azaroso, ya que la sección Dos preguntas apunta a hacer emerger la singularidad de cada quien en su relación al discurso analítico y su práctica. Una apuesta editorial por la diferencia, por la diversidad que suponen los encuentros con algo que habrá tocado un punto subjetivo y las consecuencias que de ello se derivaron. También un modo de albergar lecturas y posiciones, efecto de los recorridos emprendidos a partir de ese hallazgo, por cada analista o analizante que toma la palabra. Sobre todo, una oportunidad para que en esas multiplicidades se produzca una transmisión, que el estilo pone en acto. 

Conocí finalmente a Isabel García cuando, a partir de la referencia de un colega, propuse convocarla para que nos ayudara a pensar el dispositivo de interconsulta en el hospital en el que estaba haciendo la residencia de salud mental. Anteriormente nos habíamos desencontrado. El azar y los avatares de la vida que me distrajeron de lo que hubiera sido mi insistencia, dejaron en suspenso un mensaje que grabé en su contestador automático; le solicitaba incorporarme al espacio de trabajo que ella coordinaba en el Seminario Lacaniano. Unos años después leí el prólogo que escribió para la última publicación de la revista de esa institución, donde retomando Psicología de las masas y análisis del yo, se interrogaba por los lazos entre analistas. La figura de la cooperación aparecía como posible nombre de esa relación, que permitiría sostener un trabajo en sociedad, “sin caer en la desautorización del otro ni en la relación que conocemos como masa”(3). Esta pregunta la orientaba, ya en aquella época, y me animaría a afirmar que sostenerla era para ella una política cuyos efectos de transmisión pude constatar. En el espacio de supervisión de interconsulta íbamos pensando juntos, psicólogos y psiquiatras, también algunos profesionales de planta. Se nos ocurrían diversas formas de plantear el equipo, cómo íbamos a responder a los pedidos, qué espacios necesitábamos sostener o inventar. La escena se abría, perdía su delimitación standard. Pensábamos en términos de lazos, de transferencias y de discursos lo que se desplegaba en esos territorios tan múltiples, tan complejos, incluidas las transferencias de trabajo entre nosotros. 

Luego, ya formando parte de la cátedra que armó en la Universidad de Palermo, confirmé que la cuestión seguía allí, latiendo en el corazón de los espacios que generaba. Un deseo de ir en contra de las inercias, de lo que se establece y funciona como borramiento de lo novedoso, para hacer lugar a lo que motoriza, lo que despabila un deseo más allá de las capturas imaginarias. Pero —este es un punto nodal— propiciando que los efectos de eso que se movía, a veces en espiral, a veces errante, siempre por caminos indirectos, se inscriban de manera colectiva. En sus palabras, cooperar para habilitar un espacio de pensamiento, con fundamentos en el psicoanálisis lacaniano.

El estilo, entonces. Un decir que transmite una lectura o, mejor dicho, un modo de leer que supone una posición. Alojar la ficción, hospedar lo que da cuerpo al texto, lo escenifica, para acceder a las marcas que se revelan en ciertos rasgos que impactan en la subjetividad. Retazos de historia, sonoridades y filiaciones le permiten en su escrito interrogarse por los efectos que tienen las marcas que sucumben al olvido, en la deriva de un cuerpo y de un sujeto. Testimonio de lo que ubica como su convicción: la del inconsciente y la del tiempo de los encuentros, Kairos, momento que ofrece las posibilidades para que algo se efectivice. Esa deriva, que es tejido hecho de lenguaje, superficie, nudo en sus diversas vertientes, encuentra en ella una lectora incansable, orientada por los agujeros en el saber. Las marcas y los tiempos son elementos que conforman una existencia, sin embargo, afirma que de lo que podría ser determinación, se puede hacer invención. Lo inexistente puede inventarse. Ese parece ser el hilo que se lee en filigrana, que atraviesa el texto, ubicando la ética propia al campo psicoanalítico y su orientación por lo real. ¿Cómo transmitir esa orientación? 

Algunos ejes: la vía del trabajo, siguiendo el consejo freudiano de resistir y despreocuparse por los resultados, para hacer lugar al deseo. La cooperación con otros, como modo de lazo alternativo a la masa y a la desautorización; lo que permite que se sostenga un lugar “entre” para alojar lo irrepetible de la experiencia. Hacer lugar a la ocurrencia, que habilita simultáneamente lo serio y el humor. Mantener la teoría psicoanalítica en estado fecundo, con nuevas lecturas y escrituras. Ubicar al análisis, como algo vivo, como un dispositivo que le hace cosas al lenguaje: un discurso que permite que haya palabras efectivas, que anotician acerca de deseos que se habitan aun sin saberlo. Poder retomar e inventar lo por venir, de modo singular y colectivo.  

Nuevas preguntas: la segunda parte del texto despliega lo que la autora considera que el psicoanálisis puede aportar a la contemporaneidad. Un subrayado acerca del espacio abierto entre ciencia y religión para el sujeto en la época actual constituye el marco desde el cual sitúa las preguntas que viene trabajando, que comparte. Tesoros analíticos: frases que circunscriben problemas clínicos de una actualidad aterradora, con la precisión y la frescura de quien está habituado a convivir con incertezas, a hacerlas trabajar y a declinar el recurso a respuestas dogmáticas. Se interroga acerca del lugar del Otro y sus agujeros  —es decir los sitios en donde el sujeto puede hoy alojarse—; por los cuerpos infantiles y juveniles; por la pérdida del juego, el humor y los lazos; y por la situación de quienes quedan excluidos del sistema. 

Lejos de la impostura, la mostración de un saber erudito o la repetición de conceptos fosilizados, el texto da testimonio de una transmisión y deja abiertas preguntas que orientan una práctica. En palabras de Eric Porge, el medio de transmitir forma parte de lo que se transmite siendo difícil distinguir uno del otro: actúa sobre el lector, a tal punto que el soporte del mensaje, es el mensaje mismo.


  1.  Caruso, P. (1966). Entrevista a Lacan.
  2. Allouch, J. (2021). Jacques Lacan y su alumno erizo. Me cayó el veinte.
  3. García, I. (2002). Presentación. En Lecturas: La estructura de la experiencia (p.5). Seminario Lacaniano.

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