Tramoya nos busca como lectores ideales. Por Macarena Trigo#.

Nos damos el gusto de compartir una reseña de Tramoya, un libro de ficción de nuestra compañera, editora y columnista de esta revista, Helga Fernández. Psicoanalista de formación y de vocación, que  a veces, escribe textos de ficción. Y, aunque ella asegure que en el oficio de la escritura es sólo una visitante, a nosotros nos parece que hay libros que aportan, más allá de su género, a la práctica del psicoanálisis.

Tramoya, o la maquinaria de una voz novela es su primer novela publicada, bajo la editorial Milena Caserola. Es el cuarto libro de la Colección Ficción della Ficción. 

El libro ficcionaliza el proceso de construcción de una voz narrativa que se va escribiendo en lo que escribe, en la experiencia misma de la escritura.

En Iniciación, el primer capítulo, la voz que narra, Sol, cuenta el proceso de conversión o tránsito iniciático que sufrió en carne propia, y no sin marcas, que la habría llevado de ser una lectura compulsiva a una escribidora, en el sentido más práctico del término.

A poco de comenzada las primeras páginas, surge otro personaje, Ana, quien aparentemente se contrapone al deseo de escribir de Sol. Pero, a medida que la trama avanza, igual que el diálogo y la diferencia entre los personajes, asistimos a lo que la fuerza de fricción entre ambas va gestando.

El antagonismo trenza y tensa el argumento. En medio de disputas e intentos de negociación ante una negativa que, en principio, es la contracara del deseo febril de escribir, la escritura misma termina por ser el tema, la trama, la estructura y el desarrollo de esta novela.

Entre el segundo y el tercer capítulo, Ana y yo y Sola de Ana,  Ana ya no inventa artimañas para impedir lo que ella también quiere, sino que representa un modo de escritura opuesto al de Sol. Lo que fuerza a Sol a tomar una posición al respecto y a valerse de ella.

Desde este procedimiento, se va decantando una otra voz, una tercera a lo largo del tercero y el cuarto capítulo que llevan por título, Dos que no somos una y Ella. Una voz anónima que no es un yo o un tú, ni un ellas ni un nosotras, sino un oxímoron que surge como resultado del camino transitado o del devenir del progreso de la escritura. Una voz que no se define en contrariedad a la de Sol o viceversa. Una voz otra, externa a ese par de siamesas separadas, aunque igualmente juntas. Una voz que, a la luz del último capítulo, parece ser la que, sin saberlo, estuvo presente desde el comienzo, en su germen, en su propia anticipación.

Esta novela escribe que se escribe. Escribe de lo que se escribe. Escribe el cómo de la escritura, inscribiéndose en uno de los temas universales de la literatura, el doble y el elías. El tema central es el andamiaje en el que se sustenta toda autor para escribir. Porque si, como dice uno de sus personajes, “escribir es parir lo otro” tal diferencia se encuentra más allá de los dualismos y las oposiciones, más allá del reflejo en la hoja de quien escribe o del reflejo de la persona del autor sobre lo qué escribe.

Este libro es un artefacto metaliterario y también un ejercicio de ficcionalización del soporte y sustento del que está hecha toda trama, que comúnmente permanece por fuera de la escena o lo relatado, pero que, sin embargo, lo causa. Y, en esta novela no sólo es la espesura que hila, sino la cuestión misma, su tema.

 Alguna vez, Lacan, dijo: «La obra literaria fracasa o triunfa, pero su fracaso no se debe a la imitación de los efectos de la estructura. La obra sólo existe en su curvatura que es la de la estructura en sí. Así, se nos deja con algo que no es una mera analogía. La curvatura mencionada aquí no es una metáfora de la estructura de cuanto la estructura es una metáfora de la realidad del Inconsciente. Es real, y, en este sentido, la obra no imita nada. Ella es, como la ficción, una estructura verdadera».

Consideramos, que más allá de los géneros, que como se dice en Tramoya, son una de las cuestiones del estilo, hay libros que pueden leerse en correlación con otros, como si uno dijera lo que el otro y no, pero en su relación de paralelismo dejaran leerse en solidaridad, uno con otro, uno a la lectura del otro. Tal y como Lacan parece haber hecho con Madame Edwarda, de Bataille y Memorias de un Neurópata, de Schreber – de acuerdo a lo que sugiere el Post-scriptum de Una Cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis-.

Como Tramoya habla del doble, del alter ego y de lo que se escribe cuando se escribe, nos arriesgamos a decir que puede ser leído en correlación a los desarrollos que Lacan que plasma en el esquema óptico y con la noción de rasgo unario.

Los dejamos con la reseña de Macarena Trigo.

Editorial en su conjunto.

Leí por primera vez un borrador del libro de Helga a fines de 2014, en esos últimos días del año donde la vida se enrarece, huyendo de la angustia colectiva me fui a angustiarme sola a San Antonio de Areco. Como suele suceder, huyendo de todo, fui a encontrarme en páginas ajenas. Resultó que el libro de Helga contaba intimidades que, hasta ese momento, creía solo mías.

La impresión fue tremenda porque iba más allá de la empatía o del quehacer cuidadoso de mi rol como lectora amiga. Son tantas las coincidencias que empecé a sospechar que, en el fondo, todas las mujeres somos una sola. O al menos, compartimos una frecuencia común donde nuestras creencias y sentimientos afinan en la misma nota cada tanto.

corte_tramoya2Lo mío fue, como dice Sol, amor a primera lectura. Quizá porque siempre sentí debilidad por los diarios y la correspondencia ajena, quizá porque siempre ilumina saber cómo otros atraviesan el campo minado de la escritura. Pero, sin duda, porque en esas páginas descubrí a una mujer que apenas conocía entonces, a la hija de Macedonio, hermana de Felisberto y prima de Vila-Matas. Así se presenta Sol y así tropezamos con una Helga tan fiel a sí misma como desdibujada. Una primera persona del singular que, nos recuerda, es la voz más próxima pero no la más sencilla, por eso de que “escribir es, también, inventar la mujer que somos”.

Junto a esa hermosa disección que la autora aplica a una posible psique de mujer que escribe, están las razones del noséqué de la escritura. Entre las muchas mencionadas, elijo la certeza de ser atea pero creer en la ficción y la necesidad de construir un lugar donde poder estar.

Cada lector encontrará sus momentos favoritos en estas páginas. Recomiendo leerlo lápiz en mano. Hay mucha tela que cortar, mucho para subrayar.

Tramoya, es un libro que nos busca como lectores ideales. Esa figura de la teoría literaria que describe a un lector demasiado parecido al príncipe azul, resulta estar hecha a nuestra medida y semejanza, muchas más veces de las que esperamos. Me gusta pensarme como una de las muchas lectoras ideales de este texto. Me gusta saber que Helga escribió sobre mí sin pretenderlo, porque significa que trascendió su intimidad y temores para darnos voz a muchos.

Tramoya. O la maquinaria de una voz novelada, se presenta como un diario de escritura, pero es mucho más. Es un relato de aprendizaje vital donde la palabra es lo primero que nos habita y construye. Lo que nos arma y lo que nos deshace. La importancia dada a la lectura no solo como vía de escape o nutriente, también como una fuerza que hacemos, que ejercemos, y que nos permite prodigios como seguir siendo chiquitos.

Sol y Ana, que también son Helga pero no, logran que la lectura y la escritura sean un mismo río al que asomarnos y del que beber.

No puedo ni quiero dejar de mencionar el hallazgo de su querido porquien, esa figura a la que se escribe, por quien se escribe. Es una de mis intimidades. Nunca esperé verla publicada con tanta precisión, humor y desparpajo. Si algo aprendí en esto de ejercer algún arte, es que siempre encaramos el desafío con alguien en mente, alguien a quien dedicamos nuestro empeño, ya sea con amor, porque nos inspira o acompaña, ya sea con la necesidad de que alguna vez, ese alguien admirado, nos vea y reconozca, no solo entre sus pares, sino como una parte suya. Algo de todo eso hay. Y mucho más. Mucho que no puede ni debe explicarse.

Tras mi primera lectura, le recordaba a Helga la obra de Juan Eduardo Cirlot, español que escribió un larguísimo ciclo poético titulado Bronwyn, inspirado en la actriz Rosemary Forsyth, a quien conoció una noche en la televisión, viendo la película El señor de la guerra de 1965. Encarnaba a una doncella medieval en la película y su imagen se convirtió en el porquien de una renovación total de su escritura.

Pienso que el querido porquien al que Ana, la voz más racional, se dirige, el disparador de un primer deseo de escritura, que luego se trasciende por la escritura misma, tiene siempre un rostro diferente para cada autor, pero su sombra nos alcanza donde quiera que la página en blanco se abra.

Quienes conocemos a Helga, inevitablemente, leeremos este libro, este diario de escritura, escuchándola a lo lejos. Quienes nunca la vieron, inventarán a otra mujer que escribe tras Sol y Ana. Todos se sorprenderán al encontrar algún reflejo propio en más de un párrafo. Esa es la Tramoya de este libro. Un laberinto  de espejos por donde podemos pasear sin miedo a perdernos.


macaMacarena Trigo es Licenciada en Teoría de la literatura y Literatura Comparada, Comunicación Audiovisual e Historia del Arte. Poeta, escritora, dramaturga y directora. Se formó en actuación en la compañía española Telón de Azúcar y, ya en Buenos Aires, con Verónica Oddó, Tamara Kiper y Claudio Tolcachir, con quien trabaja como asistente de dirección desde agosto del 2005 en La omisión de la familia Coleman. Además, fue guionista del documental León Ferrari. Retrospectiva. Dir. Pablo Padula. Bs. As. 2006 y coguionista del cortometraje Transatlántica. Dir. Ignacio Masllorens. Bs. As. 2003. Publicó: Cuaderno porteño, Mutis sin aforo (Premios Letras Jóvenes de la Junta de Castilla y León 2003 y 2004) y Los poemas perdidos de Eleonora que Mariana encontró no sabe dónde. (Premio Iberoamericano Víctor Jara, Salamanca 2006) y Cuatro angelitos (Anaya, Madrid, 2009).

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