Hoy, en este contexto de confinamiento, aislamiento social obligatorio y amenaza de muerte a causa de un virus del que casi nada sabemos, vivimos con la sensación de que mucho de lo que fue dicho “antes de” está perimido o ahora, ya mismo, no es de utilidad. Al desasosiego se le suma, por contraste, el requerimiento de representaciones que den cuenta de lo que pasa y nos pasa. Por estos días lo único que a algunos nos mantiene medianamente en paz es leer a quienes se animan a decir, aunque se equivoquen o sepan que lo que arriesgan es provisorio y hasta erróneo. Ante el espesor de la incertidumbre, se patentiza la necesidad de discurso, de ficción, de metáforas que nos ayuden a habitar un mundo que se parece mucho a un ultimátum.
En el margen inaugura, esta nueva sección. Nueva, no sólo porque es otra distinta a las que ya existen, también porque aquí no se hablará estrictamente de psicoanálisis. Esto último por dos razones:
Afirmamos fuerte que es necesario para la existencia, no sólo de las personas sino también de los discursos, entrar en contacto con lo otro. Más todavía, si lo otro también es lo que estamos atravesando.
De todos modos y pese a todo, continuamos dentro de la ética del decir. Una ética que lanza a la totalidad del Logos (el modo como Lacan mencionó a la comunidad en tanto soporte de la dimensión simbólica) otra cosa que datos, y, a la vez que procura seguir diciendo, continúa tramando lo que urge.
Dadas las circunstancias, llamamos a esta sección Corresponsales de urgencia.
Leticia Gambina es psicoanalista y entre otras actividades, trabaja en un programa de Atención a Víctimas de Violencia Familiar y Sexual dentro del Ministerio de Justicia y DDHH. Allí realiza guardias desde el año 2009.
Se recibió de psicóloga en el año 2004. Realizó la residencia de Salud Mental en el Hospital Álvarez, entre los años 2005 y 2009. Allí rotó por distintos dispositivos de atención y tuvo la posibilidad de viajar y rotar unos meses por el sistema de salud de Andalucía, España.
Comenzó su año entusiasmada con varias actividades. Pero todo cambió de repente. Quedó aislada con su pareja y sus 2 hijas. Las actividades que cada uno realizaba fueron interrumpidas, suspendidas por el aislamiento social y obligatorio. La única que continúa con parte de su actividad es ella, por momentos no sabe si es un privilegio o una desventaja. Posiblemente más de uno ansíe salir de su casa, pero el afuera ya no es el mismo con un virus que acecha. Dos veces a la semana ella debe dejar su aislamiento, para ir a la guardia.
Editorial: Helga Fernández y Amanda Nicosia

Ilustración: Gabriela Varela
EN GUARDIA
Estamos aislados, el mundo exterior se ha esfumado. Las comunicaciones con él son en su mayoría virtuales. Se trata de evitar el contacto entre los cuerpos, para evitar de ese modo el contagio de un virus, del que poco sabemos. Poner el cuerpo es difícil cuando lo que se pide o se recomienda es sacar el cuerpo. Entonces ¿Cómo trabajar sin poner el cuerpo? ¿Cómo seguir haciendo guardias cuando el qué está en guardia es uno, frente al virus que acecha ahí afuera? A mayor contacto con otros, mayor posibilidad de contagio. Es un virus que crece, que se alimenta de nuestra condición de seres sociales.
Trabajo en un programa de atención a víctimas de violencia familiar y sexual, cuya característica principal es que acudimos al lugar donde se encuentra la ´víctima´, entiéndase por victima en este caso, a la persona que padece violencia de género, ya sea física, psicológica, sexual, económica. La ´víctima´ puede encontrarse en el domicilio, en el hospital, en la comisaria, en la calle, en la casa de algún vecino o familiar solidario, en la escuela, etc. Nosotros vamos hacia allí. En la guardia no estamos solos, ni se trabaja solo. Es un trabajo que se hace con otros. Con otros compañeros, otros colegas, otras instituciones. No se hace solo, ni aislado.
Dicen que el aislamiento social y obligatorio ha incrementado la violencia en los hogares. No hace falta indagar mucho para darse cuenta que esto esa sí. Aquel que es violento, en el encierro, posiblemente solo encuentre como salida la violencia. En este contexto, la tarea que realizamos fue declarada un “servicio esencial”, lo cual implica que se debe continuar. No parar. Paradójicamente, frente al aislamiento, han disminuido las situaciones de abuso y violencia sexual por parte de desconocidos. Al no haber lugares de encuentro, esos encuentros no se producen. La violencia ha quedado reducida al espacio intrafamiliar.
En la guardia no estamos quietos, nos movemos, deambulamos, nos trasladamos, junto con nuestro compañero o colega hacia distintos destinos. Recientemente, tuvimos una intervención en una Comisaria. La situación que nos convocaba era la siguiente.
Una señora de unos 40 años, cubana, que se encuentra residiendo en la Argentina desde noviembre del año pasado, junto con su hijo de 12 años. Hacía poco tiempo que estaba en Bs.As., pero eran muchas las desgracias que ya venía sufriendo (robos, maltratos, soledad, desamparo). En esa ocasión, acababa de escapar, junto con su hijo y algunas de sus pertenencias, del domicilio donde se encontraba alojada desde hacía un mes. Él, su pareja, “me vino a buscar el mismo día que se dispuso el aislamiento social y obligatorio, yo vivía con una amiga, pero ahí no me podía quedar mucho tiempo más, ese día él vino y me llevó a su casa, un local, horrible, un lugar todo sucio. Me dijo que alquilaba, me pidió que pagara la mitad del alquiler, le di $28.000, era lo que tenía, después me enteré que ese lugar era suyo”, “cuando lo conocí, me ayudó mucho, no puedo creer que exista gente así, me engañó, me mintió, cuando le dije que me había engañado se puso violento, se alteró, me decía cosas horribles, revoleó cosas, me obligó a tener relaciones, tomó y se envalentonó más, me pidió plata para comprar comida y volvió sin nada”, “yo tenía miedo, él dormía con un cuchillo debajo de la almohada, varias veces le dije que me quería ir, pero él me decía que me quería, que no iba a volver a pasar”, pero volvió a pasar. Ahí estaba ella, con su hijo y un montón de bolsas, sentada en el patio de una Comisaría. Ahí estábamos nosotros, olvidándonos por un ratito del virus, porque en ese momento una vida corría riesgo, pero no era el virus desconocido el que acechaba, era un hombre violento, con nombre y dirección, donde poder encontrarlo.
Ella, angustiada, llorando, pidiéndole disculpas a su hijo, no era eso lo que había soñado cuando decidió venirse a la Argentina. Nosotros, tratando de escuchar, de hacer lugar a la palabra y al cuerpo, porque no hay palabra sin cuerpo, como tampoco hay cuerpo sin palabra.
Como les ocurre a todos, los saludos se han vuelto un simple “hola”, acompañados tal vez de algún movimiento de cabeza o de un gesto con alguna mano. Los besos han quedado en desuso, al igual que las apretadas de mano, y aún más los abrazos. En las intervenciones tratamos de evitar el contacto físico con el otro. Pero el contacto como tal es imposible evitar. Se tocan objetos, se pisan pisos pisados por otros, se producen rocen incalculables. En cada intervención se usan, se manipulan, entran en contacto no solo palabras. Nos apoyamos en escritorios, nos sentamos en sillas, abrimos puertas con sus respectivos picaportes. ¿Y cómo no hacerlo? Terminando el informe, escucho que mi compañero me dice, “no te toques la cara con la mano”. Me observo y estoy sentada, sosteniendo mi cabeza con una de mis manos. Solo se me ocurre pensar, no pudiendo hacer otra cosa, que, si el virus anda por ahí, no podré hacer nada para detenerlo. Después obviamente será cuestión de negociar con la culpa, que traiga aparejado el enfermarme, en caso de que eso se produzca. Pero eso ya será en un segundo momento. Ahora estamos aquí, sentados, tratando de terminar de escribir un informe, con aquello que escuchamos, para que el juez pueda también escuchar.
Al salir de la comisaria, me subo al auto y leo un mensaje de WhatsApp, es sobre una noticia que circula en las redes, habla sobre otra comisaria, ubicada en el Barrio de Caballito, dicen que detectaron varios casos de coronavirus, varios policías contagiados. En ese momento, maldigo los teléfonos, los WhatsApp, de eso es de lo que realmente habría que aislarse, de la sobreinformación. Pero también pienso ´estoy en Mataderos´ y un leve suspiro se me escapa. Como si el virus no pudiera también estar pululando por allí. Pero por esta vez dejo entrar esos pensamientos, un tanto ingenuos e irreales, los cuales me permiten construir una distancia, separarme de esa noticia y evitar recorrer con mi mente todo aquello que acabo de tocar.
No estoy segura que el barbijo, ni los guantes, nos protejan. Tal vez solo sea un mecanismo de negación o ignorancia, para poder continuar trabajando. Pero también entiendo que no se puede controlar todo. Solemos estar horas en las intervenciones y más aún ahora, cuando el contexto no colabora. Se cierran puertas, se obturan respuestas, quedando la ´victima´ aún más aislada. En este momento, creo que nuestra intervención funciona de nexo, de vehículo, para que el decir de esa señora, encuentre un otro a quien dirigirse. En tiempo de aislamiento, los otros se vuelven hologramas, imágenes detrás de una pantalla. Resulta difícil encontrarse con esos otros.
Desde el programa se dispuso, al igual que en otras instituciones, trabajar solo con la urgencia. Solo desplazarnos o sea acercarnos al lugar, en los casos graves y urgentes. Algo de esto resuena en mí, ya sé que es, esa maldita frase, “no hay respiradores para todos”, sería como decir “no hay equipos de profesionales para todos”, “no hay respuesta para todos los llamados”, habrá que priorizar, elegir. Siempre hay una elección o selección, sabemos que el todo es imposible y mucho más lo es el “para todos”, pero hoy se ha vuelto tan concreto, tan consciente, tan potente, que duele. Se han caído las máscaras o las capas que ocultan esa imposibilidad, imposibilidad que suele camuflarse con justificaciones, mentiras, negociaciones, esperanzas, idealizaciones. Hoy está ahí, desnuda, totalmente real.
¿Quién o qué determina la gravedad de un caso? Esta pregunta siempre circula y está presente en nuestra actividad, pero hoy toma más fuerza. Sabemos que un caso, un llamado, que parece sencillo puede volverse grave y de la misma manera, puede darse el proceso inverso. Tal como ocurre en el consultorio, con las primeras entrevistas, en esos primeros encuentros y con las distintas presentaciones. Alguien puede acudir “muy loco”, “muy desbordado” o “muy tranquilo” y con el correr de las sesiones ir cambiando. Nada está dicho de antemano.
Desde “arriba” nos piden presencia. Siempre me gustó esa apelación a un arriba, a un otro, en definitiva, ese arriba es ese tercero que nos permite movernos y no quedar alienados. Cada cual encontrará luego su modo de desalienarse también de ese tercero. No acatando, inventando, construyendo, ideando respuestas. Desde arriba nos piden presencia, mientras tanto acá, con los colegas y compañeros, pensamos alternativas de intervención, que no expongan el cuerpo tan rápidamente, por WhatsApp, videollamadas, informes por mail, llamados por teléfonos.
Segundo caso
Llaman desde una comisaria, a pedido de un Juzgado. Explican que una joven de 15 años, “abusada sexualmente”, se encuentra internada en el hospital, donde le van a practicar la ILE (interrupción legal del embarazo). La joven se encuentra acompañada por su madre. Seguramente, en un contexto sin pandemia, se hubiera desplazado un equipo de profesionales al hospital, rápidamente, sin hacer más preguntas.
No quedaba clara la situación de abuso. Conversé por teléfono con la madre, quien relató que su hija había conocido a “este chico” de 21 años, en la iglesia, tuvieron relaciones y quedó embarazada. Una y otra vez, la madre dirá “mi hija no está preparada para ser mamá, es chica, está estudiando, tiene otros planes y yo también”. Ahí pasaban muchas cosas, pero lo que era claro es que no se trataba de una situación de violencia. Y tanto esa madre como esa hija, se encontraban acompañadas por los profesionales del hospital. Nosotros no teníamos nada que hacer ahí. No era necesario desplazar un equipo y fue eso lo que se le explicó al juez.
Poner el cuerpo, no es solo estar ahí, con la presencia física y concreta. Poner el cuerpo es estar ahí, escuchando, interviniendo, actuando, dando lugar. Se interviene con el cuerpo, ya sea desde un teléfono o en el lugar, in situ. No es sin él.
Tercer caso
Se comunica con la Línea una joven de 28 años. Durante el año pasado había convivido durante algunos meses con su novio, poniendo fin a esa relación en diciembre, luego de haber sido agredida físicamente por el mismo. Después, no lo volvió a ver. Recientemente, su ex suegra, con la cual ha tenido siempre un buen vínculo, le pide ayuda. La joven responde a su pedido y se dirige a Merlo, Pcia. de Bs.As., donde reside su ex suegra y su ex novio. Ese mismo día se decreta el aislamiento social y obligatorio, quedando varada allí, durante 2 semanas, hasta que logra tramitar el permiso de circulación, para volver a su casa. Debido a problemas familiares, su ex suegra y su ex novio, quedan en la calle. Su ex suegra le pide ayuda nuevamente. Ella decide ayudarlos y acepta recibirlos en su casa. Ese día solo regresan ella y su ex novio y esa misma noche “él se puso celoso” y la agredió físicamente. A la mañana siguiente, ella le solicita que se vaya y él vuelve a agredirla.
Cuando nos encontramos con la joven estaba golpeada, dolorida, sin teléfono (él se lo rompió), incomunicada. Se le presta un celular y vía Facebook logra contactar a su hermano y vía su hermano logra obtener el teléfono de su abuela. Intervenir permitió establecer un límite, una escansión, un corte, en ese aislamiento, y que un decir pueda ser dicho. La intervención rompe con ese aislamiento absoluto, aislamiento propio de la violencia, introduciendo algo nuevo. La joven habla por teléfono con su abuela, quien, frente a la inminencia del virus, asustada y angustiada le dice que no puede recibirla. Su hermano, anteriormente mencionado, vive en Ramos Mejía, con su madre, quien es portadora de HIV, “ahí tampoco puedo ir”. No tiene adonde ir. La joven se encuentra aislada por la violencia, “el me separó de mis amigos y de mi familia”, pero también se encuentra aislada por el virus que silenciosamente nos invade, tomando de a poco los cuerpos y los espacios. Hablamos con la fiscal, quien dispuso la prohibición de acercamiento y el otorgamiento del “botón antipánico”. Este botón, es un teléfono, que tiene contacto directo con la policía. Más allá de estas medidas, estar ahí, alojar ese llamado, permite un corte, que algo pueda ser leído, resignificado y que desde allí algo pueda cambiar. Que no todo sea ruido, grito o silencio. Que ese grito no caiga en el vacío y encuentre un resonador donde resonar.
Se escucha a los médicos decir no somos héroes y obvio que no lo son. Frente al virus todos somos iguales. Estar advertidos de ello permite que cada uno pueda hacer su trabajo. Porque cuando todo se cae, solo basta contar con la falta, para salir a flote y volver a nadar. Ese será nuestro salvavidas. Tal vez, lo “esencial de la tarea”, sea estar ahí, como se pueda, pero estar, en el lugar de la escucha[i]para que un decir encuentre su lugar.
Leticia Gambina
[i] Idea y concepto tomado del texto de Helga Fernández “Estar en la escucha”.
Acabo de leer este texto Muy bueno ! En este tiempo pandemizado en el que prevalece un «estar en guardia» generalizado, la autora ofrece una lectura en la que apoyarnos para sostener una posición clínica soporte de un «estar de guardia» en un «estar de escucha» como propone Leticia Gambina, citando a Helga Fernández.
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Gracias Viviana Garaventa por tu tiempo, por tu lectura y por tu comentario. Gracias por tu devolución! En tiempos de aislamiento, es lindo sentir que uno no está solo.
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