Imagen de portada: The Lantern Parade. Thomas Cooper Gotch (1918)
Cuidado editorial: Amanda Nicosia y Agostina Taruschio
Escribo este texto para reanudar algunas cuestiones que me interrogan desde hace tiempo. En el 2018 escribí “La infancia usurpada. Abuso sexual y maltrato contra niños y niñas”, publicada en Psicoanálisis y el Hospital. Formas del acoso(1). Si bien en ese texto cuestioné la nominación de infantil adjudicada a esos actos, no ahondé en su interrogación. En el 2023 el texto valioso, valeroso también por poner a trabajar un asunto tan delicado, de Marisa Rosso y Mariana Castielli “Acerca de la pedofilia. ¿Con-sentimiento?¿Con-vencimiento?”(2), publicado en esta revista, tuvo el efecto de reabrir y dejar que esa interrogación me interpele.
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Abuso sexual ¿infantil? Maltrato ¿infantil? Pornografía ¿infantil?
Una interrogación urgente
“Nada es ingenuo a la hora de nombrar”
Cynthia Langier. El ojo retrovisor
“El niño solo quiere jugar”
Sandor Ferenczi. Confusión de lenguas entre adultos y el niño
¿Por qué perviven las denominaciones abuso sexual, maltrato y pornografía infantil, para referirse a actos que, para expresarlo coloquialmente, de “infantil no tienen nada”?
Hace ya más de una década, esta interrogación se abrió paso como una rajadura crujiente en el terreno del trabajo compartido –entre practicantes de psicoanálisis, psicólogxs, trabajadorxs sociales, psiquiatras, pediatras y agentes de Organismos de Derechos de NNyA– en la guardia de un Hospital pediátrico, en el devenir de la numerosidad de consultas referidas a situaciones de abuso sexual, maltrato y pornografía a las que niñxs y adolescentes estaban sometidxs por parte de adultos cercanos.
Esta interrogación, que parece simple, sin embargo, no logra aún hacerse oír con la fuerza necesaria para erradicar el uso de esas denominaciones que siguen imponiéndose de modo predominante, incluso a veces automático, como la sigla ASI (abuso sexual infantil), en algunas historias clínicas o comunicaciones.
Persistencia aun más enigmática si consideramos que desde el 2019 la Justicia de Buenos Aires, a través del Ministerio Público Tutelar(3), y con posterioridad la de otras ciudades argentinas, resolvió que “deje de usarse el adjetivo “infantil” cuando se habla de abuso, trabajo, pornografía, por dar lugar a erróneas interpretaciones que implican estigmatizar, alterar o invisibilizar el fenómeno que describen” en tanto, fundamenta que: «…el lenguaje que utilizamos no es neutral, sino que por el contrario produce y reproduce representaciones sobre la realidad asignando un valor simbólico y pedagógico», por lo cual “se busca incorporar al lenguaje judicial el uso de términos más adecuados, y se espera que los efectos de esta resolución tengan su alcance en el uso de esos términos en prácticas y discursos como la del psicoanálisis, la psicología, la psiquiatría, la medicina, el trabajo social, la sociología, la historia”.
Esta resolución revela que la lengua es política y los procedimientos discursivos empleados por el poder dominante afectan necesariamente la dignidad de la vida de los seres hablantes.
En el ensayo El milagro hueco(4), texto de referencia inagotable para abordar el tejido íntimo entre lengua y política, George Steiner en 1959 revela, quizá inauguralmente, el enlace entre el lenguaje y lo que él llama “la inhumanidad política”. Hondamente concernido por los hechos de la Segunda Guerra Mundial, precisa que el idioma alemán no fue inocente de los horrores del nazismo. La poética de la lengua alemana de Goethe, de Heine, de Nietzsche, fue atacada ferozmente en y por la erupción del nazismo en la tercera década del siglo XX. Establece la antecedencia de ese ataque a fin del siglo XIX en la Alemania de Bismarck, en el “estilo Potsdam”, mezcla de groserías y clisés pomposos, a través del cual el odio y el oscurantismo ya habían sido instilados en la lengua alemana, y ya contenía los elementos de la disolución de su poética para convertirla en un arma política: “la más absoluta y efectiva que cualquier otra conocida por la historia para degradar la dignidad del habla humana y reducirla al nivel del aullido de los lobos”. La lengua fue así utilizada, precisa Steiner, para “ …incorporar a su sintaxis los modales de lo infernal”. Poco a poco las palabras perdían su significado original y adquirían “acepciones de pesadilla. Jude, Pole, Russe vinieron a significar piojos con dos patas, bichos pútridos …” que debían ser aplastados por los “maravillosos arios”. “La solución final” acabó por significar la muerte de seis millones de seres humanos en hornos crematorios.
Política de la lengua que ataca a la metáfora con la imposición de términos que abonan el negacionismo, tal como sufrimos en carne propia con el uso del término desaparecidos, «ni vivos ni muertos»; negacionismo aún perturbadoramente vigente.
En la tercera década del siglo XXI, era del capitalismo liberal tecnodigital, cada vez más voraz y segregativo, la desmetaforización de la lengua se encuentra globalizada bajo la supremacía de la inteligencia artificial, que, por su génesis, excluye la dimensión poética inherente del parletre y se inmiscuye, de modo insidioso y continuo, en cada unx de nosotrxs a través de los dispositivos digitales que están en nuestra mano, aunque también, nos tienen en la mano.
En esta perspectiva encuentro orientación en la novedosa y exhaustiva investigación de Helga Fernández, La carne humana, en la que propone una ética de la encarnación, es decir una ética de las vicisitudes de la instilación del verbo en el viviente humano, e indaga los efectos de las forclusiones que operan la ciencia y el capitalismo, que rechazan toda forma de relación a la castración en pos de sus intereses.
El efecto de esa operatoria del lenguaje podemos leerlo en el encarnizamiento evidente de algunos modos actuales de vociferar palabras vehiculizadas por gritos de odio sin modulaciones incitando a la destrucción fuera de ley, o en su reducción utilitaria al modo de un chatbot generalizado, como revelan la profusión de protocolos que se imponen como “aptos para resolver” el sufrimiento humano reducido a desórdenes neurofisiológicos y trastornos comportamentales.
En este contexto, la pregunta interpela apremiante, insoslayable: ¿Por qué persisten las denominaciones de maltrato y abuso sexual infantil en el campo del psicoanálisis? Campo que se constituye en la interrogación vivificante de lo que viene dado como sentido cerrado y único.
En los últimos meses realicé una búsqueda de conferencias referidas a este delicado asunto en el ámbito del psicoanálisis y encontré que estaban presentadas con la denominación infantil. En el discurrir de las ponencias algunos expositores se preguntaban por esta denominación e incluso invitaban a dejar de usarla, aún así en la charla reaparecía su uso.
¿No es acaso lo infantil lo que está atacado en el niño violentado, y la revelación de su recusación en el atacante?
El desvalimiento es infantil; el abuso y el maltrato que ejerce el adulto sobre el niño no. La sexualidad del niño es necesariamente infantil –es decir predominantemente autoerótica– en tanto la pubertad, con su novedad de goce inherente al acto sexual, no ha llegado aún.
En lxs adolescentes, pese a que la posibilidad bio/lógica para acceder al acto sexual esté dada, el forzamiento realizado por un adulto no sólo también es sancionado como delito en la cultura actual, sino que desde el punto de vista de la subjetividad ese abuso daña, arrebata, usurpa el tiempo singular del armado fantasmático necesario para confrontarse con el desencuentro estructural entre los sexos.
¿Por qué entonces se sigue adosando el adjetivo infantil o, incluso también, infanto juvenil, en el territorio del psicoanálisis, ahondando así la impropiedad de su designación?
Quizá en esa persistencia pervive inadvertidamente aquello que Sandor Ferenczi nominó “confusión de lenguas” entre lo que él sitúa como “el lenguaje de la ternura del niño” y “el de la pasión del adulto”, en un texto en el que aborda sin ambages las acciones abusivas de personas investidas de autoridad contra lxs niñxs en el ámbito de la cotidianidad compartida. Con esta nominación deja asentada su posición ética: “el niño sólo quiere jugar”, está en el adulto la responsabilidad de la renuncia a dejarse llevar por la atracción sexual o por el sadismo despertados en su trato con lxs niñxs y adolescentes. Delimita así, una asimetría estructural e irremediable.
Ferenczi cinceló ese sintagma en un artículo presentado en 1932 en el Congreso Internacional de Psicoanálisis(5), el cual produjo una álgida respuesta de Freud, que lo desaprobó, en tanto lo interpretó como una regresión a su antigua teoría de la seducción y produjo la ruptura entre ambos.
La respuesta de Freud a la presentación de Ferenczi reveló lo que podemos entender como una confusión de lenguas dentro de la teoría respecto a uno de los mitos fundantes del psicoanálisis: la escena de seducción y su abandono por la fantasía de seducción, confusión aún vigente y con efectos en nuestra praxis.
Recordemos que en la famosa carta a Fliess del 21 de septiembre de 1897(6), Freud había confesado: ”ya no creo en mi «neurótica»” (Ediciones Amorrortu) o “ya no creo en mis neuróticos” (Lopez Ballesteros), que oralmente suele circular como «ya no creo mis histéricas», lo cual ha dado lugar a otra confusión de lenguas. En «ya no creo en mi neurótica”, Freud se refiere a la teoría sobre la neurosis, la que se ve llevado a abandonar por considerar que había sido erróneo situar los abusos sexuales sufridos en la niñez como “etiología” universal de la neurosis. En «ya no creo mis histéricas» el eje queda corrido, se trataría de una falta de credibilidad en la palabra de las pacientes, desconociendo que el punto nodal se sitúa en que Freud deja de creer en su teoría sobre la seducción.
Después de ese abandono, la operatoria que Freud efectúa es situar la fantasía de seducción no en sustitución del atentado efectivamente realizado, sino que le da estamento de protofantasia constituyente de la estructura subjetiva, una respuesta al enigma de la sexualidad. Especifica que “el hecho nuevo, a saber, que ellos fantasean esas escenas y la realidad psíquica pide ser apreciada junto a la realidad práctica”.
El texto de Ferenczi, sustentado en su experiencia clínica, hace lugar a la afectación producida en el tejido subjetivo por las acciones abusivas efectivamente realizadas por los adultos cercanos contra los niñxs, lo cual no implica un retorno a ubicarlas como “etiología” de la neurosis.
Una cuestión es la escena de seducción que organiza la sexualidad del parletre, que, en tanto no es instintiva, requiere de una escena para su montaje, y otra muy diferente son estas acciones de abuso sexual y maltrato de adultos contra niños y adolescentes. Acciones que atentan con la posibilidad del armado de la fantasía. Recordemos que estas se organizan apoyadas en lo que no es efectivamente realizado, lo que Freud nombraba –al referirse al armado de las fantasías en la adolescencia– como acciones no destinadas a ejecutarse.
Esta confusión de lenguas que suscitó la ruptura de Freud con Ferenczi sigue vigente en la praxis del psicoanálisis.
A veces, aún hoy, se escucha decir que la noción de “fantasía de seducción” fue creada por Freud en continuidad y reemplazo de la noción “escena de seducción”. Se sigue repitiendo, además, acríticamente, el término escena, término que con la ulterior teorización freudiana quedaría objetado en tanto la escena implica un entramado que encuentra su soporte en lo que está excluido, sexualidad y muerte.
Estas no son meras discusiones académicas ni de la historia del Psicoanálisis, sino que los ecos de está confusión de lenguas entre el creador del psicoanálisis y Ferenczi están vigentes e impregnan la praxis. Quizá sus ecos están presentes en la confusión nominativa que venimos cuestionando.
La riqueza de la propuesta de Ferenczi trae otra cuestión esencial, respecto a la clásica definición de la sexualidad infantil como perversa polimorfa. Establece que: “las perversiones no son infantiles más que si permanecen a nivel de la ternura”.
En este punto encuentro una posición precursora respecto a la función de la ternura a la que Fernando Ulloa otorga estamento de noción estructural, como raíz ética del sujeto a partir del valioso trabajo que realizó como psicoanalista en el proceso de restitución de los niños secuestrados y apropiados ilegítimamente por la última dictadura cívico militar eclesiástica. En los testimonios situa la reiteracion del desvalimiento súbito y extremo impuesto ferozmente a quienes sufrieron la crueldad de la tortura, y expuesto con crudeza en el secuestro de recién nacidos. Extrae como contrapunto de la crueldad la función de la ternura parental, requerida para asistir con justeza el desamparo primordial del parletre.
Define la ternura como “acto inaugural de renuncia al apoderamiento del infantil sujeto”. Desprende así la noción de ternura de su uso coloquial en el registro de lo perceptible revelando su dimensión de acto: acto de renuncia en el campo de la satisfacción pulsional que le otorga dignidad de instancia ética, primera estación sublimatoria en los tiempos instituyentes.
Es preciso advertir que ese acto de renuncia del Otro que asiste al infans en su desamparo no es voluntario, sino que es la puesta en acto de su privación en lo real, soporte de la sublimación, vicisitud nodal de la pulsión en el basamento subjetivo, tal como lo plantea Lacan en el Seminario La lógica del fantasma.
Si la función de la ternura del lado de los adultos falta a la cita en el trato con lxs niñxs, se impone lo que Graciela Montes, en su texto No hay como un buen ogro para comprender la infancia, nómina la ogredad: poder del Otro ante el desamparo originario al que el cachorro humano es arrojado.
En el transcurrir de esta década advertimos con dolorosa perplejidad que la ogredad sin atemperar está vehiculizada por un capitalismo tecnodigital, liberal/libertario globalizado a través de la expansión de los productos de las industrias tecnológicas digitales de Silicon Valley, acontecimiento que Eric Sadin nombra como la «siliconización» del mundo. Colonización insidiosa, efectiva, expansiva, en la que “todo” se oferta como posible de ser realizado.
Época en la que “el mercado manda” y propone abiertamente como “ganancia de libertad” la venta de órganos, la compra de bebés en Mercado Libre; un mercado “apto para satisfacer todos los apetitos”. En este contexto la NAMBLA (Asociación norteamericana por el amor entre hombres y chicos) y el MAP (Movimiento activista pedófilo) promueven que la atracción por menores de edad sea normalizada y legalizada, buscando que la pedofilia sea incluida como una orientación sexual más, por lo que pretenden, infructuosamente, incluirse en el colectivo LGTB+(7).
En este punto advertimos con nitidez el hondo cambio operado: no se trata solo de operaciones mercantiles, sino de una expansión de la desmetaforización del lenguaje, iniciado en siglo XX con los regímenes totalitarios, ahondada por la forclusión de la castración del discurso capitalista, del amor diría Lacan, de la mano de una ciencia que se ha transformado en tecnociencia y que produce de modo imparable objetos que creemos consumir pero que nos consumen en tanto están “destinados” a intervenir en el campo de das Ding, forcluyendo su vacío central. Cambio que marcha así vertiginoso hacia el declive de la sublimación en nuestra cultura.
Encontramos aquí el alcance de la propuesta de Ulloa respecto de la sublimación como raíz ética del sujeto, podríamos decir de la civilización.
Esa raíz ética pretende ser arrancada por estas políticas de la lengua.
En este punto se vuelve urgente la interpelación inicial:
¿Por qué perviven las denominaciones abuso sexual, maltrato y pornografía infantil?
Interpelación que se vuelve llamada. Solicita conmover los automatismos de la lengua que nos comandan, a pesar nuestro.
Invoca nuestra responsabilidad a la hora de nombrar, en tanto esas expresiones abonan el borramiento de la alteridad radical entre niñx y adulto, entre adolescente y adulto y, sin saberlo, allanan así el camino a las peticiones de borrar la diferencia generacional, borramiento consustancial al capitalismo actual donde “todo” podría ser obtenido, en la que lxs niñxs son reducidos a consumidores y a la vez a objetos de consumo.
Cuando el escritor Thomas Mann emigró de la Alemania nazi, dejó en claro en una carta abierta dirigida al decano de la Universidad de Bonn, en la que comunicaba su renuncia indeclinable, que la responsabilidad respecto al lenguaje no es una responsabilidad formal ni estética, sino esencialmente ética.
Ese acto de renuncia, así fundamentado, trae el eco de la advertencia freudiana, siempre vigente: “primero uno cede en las palabras, y después poco a poco, en la cosa misma”(8).
Notas y textos que acompañan
1. Psicoanálisis y el hospital: Formas del acoso No. 53. Buenos Aires: Ediciones del Seminario. 2018.
3. https://mptutelar.gob.ar/sites/default/files/RES%20AGT%20404.19.pdf
4. George Steiner. Lenguaje y silencio. Ensayo sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano. Ed.Gedisa. 1959. Pág.119-120
5. Sandor Ferenczi. Confusión de lenguas entre adultos y el niño (1932) en El asalto a la verdad de Jeffrey Moussaieff Masson. Ed. Seix Barral. Un comentario de este texto está recuperado en: https://enelmargen.com/2015/07/11/confusion-de-lengua-entre-los-adultos-y-el-nino-el-lenguaje-de-la-ternura-y-de-la-pasion-por-sandor-ferenczi/
6. S. Freud. Fragmentos de la correspondencia con Fliess. Obras completas. Vol. I. Buenos Aires: Amorrortu editores, pp. 301. En esta versión aparece “ya no creo mi ‘neurótica’”. La precisión [teoría de las neurosis] está en la versión de la Standard Edition publicada en «El asalto a la verdad» de Jeffrey Moussaieff Masson. Editorial Seix Barral.pg 118
7. Recuperado de https://es.m.wikipedia.org/wiki/North_American_Man/Boy_Love_Association
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Historia_del_activismo_ped%C3%B3filo
8. S. Freud. Psicología de las masas y análisis del yo. Obras Completas, vol. XVIII, buenos Aires: Amorrortu editores. Pág.87
Autores de referencia
Helga Fernández, “La carne humana, una investigación clínica”. Ed. Archivida, Buenos Aires, Argentina, 2022.
Sandor Ferenczi .»Confusión de lenguas entre adultos y el niño”( El lenguaje de la ternura y el lenguaje de la pasión [sexual] ) presentado en el XII Congreso Internacional de Psicoanálisis realizado en Wiesbaden en 1932. Publicado en «El asalto a la verdad» de Jeffrey Moussaieff Masson. Editorial Seix Barral.
Fernando Ulloa. Novela clínica psicoanalítica. Historial de una praxis. EDITORIAL PAIDÓS. Buenos Aires, 1995.
Graciela Montes. El corral de la infancia. No hay como un buen ogro para comprender la infancia. FCE.2001.
Viviana Garaventa. Psicoanalista. Egresada de la Facultad de Medicina, UBA. Concluyó la Residencia en Salud mental infanto-juvenil en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, donde fue Jefa de Residentes. Integrante del equipo de Salud mental del Servicio de Urgencias de dicho Hospital desde 1992. Fue instructora de residentes en la Residencia de Psicología infanto-juvenil en el Hospital Gandulfo. Actualmente es Supervisora clínica del Equipo Infanto Juvenil y del Equipo de interconsulta del Hospital Ramos Mejía. Colaboradora docente de la Práctica profesional Clínica de la urgencia y de la Práctica profesional Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez de la Facultad de Psicología UBA. Participó ininterrumpidamente con presentación de trabajos en las Reuniones Lacanoamericanas desde 1999 hasta 2015. Publicó numerosos trabajos en la revista Psicoanálisis y el hospital.
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