Crónica de la Movilización del 23 de abril de 2024. Una afirmacion Pública. Por Valeria González.

Foto de portada: Valeria González

Cuidado editorial: Viviana Garaventa y Marisa Rosso


Ante las políticas que dictan sus preceptos a través de la fijación del sentido de algunas palabras y composición de letras, desde nuestro lugarcito en el discurso jaqueamos el orden decretado y nos reapropiamos de la materia de la metáfora.

Con ustedes y para ustedes, para todxs nosotrxs, anunciamos una nueva sección: TNU, texto de necesidad y urgencia.

Textos que no obligan nada a nadie. Textos con los que cada quien subjetiva, lee, venga, defiende y construye la vida que nos hurtan.

Delegación editorial


Voy a escribir esta crónica en primera persona, tal vez las crónicas así lo impongan, pero no sin antes decir que la primera persona del singular es colectiva, sin eso, decir yo es pura impudicia individualista.

Acomodé el consultorio para hacer lugar a la posibilidad de estar presente en la marcha. En un contexto donde las políticas económicas de este gobierno vienen castigando a los trabajadores y enriqueciendo más a los que viven del trabajo de miles, hacer lugar a eso es toda una decisión.

Tomé el subte de la línea A y ya en el vagón, para mí, comenzó la marcha: advierto que muchos pasajeros van con un libro, con cartones plegados con escritos. También una madre que se reúne en el subte con su hija que venía de hacer una vigilia en la facultad y le lleva un taper con comida. La hija almuerza en el subte, mientras pregunta a su madre qué libro había elegido para la marcha. Intervengo diciéndole que eso me hacía recordar a los tiempos de estudiante, en los cuales mi mamá dejaba siempre un plato de comida calentito porque cursaba hasta las 23 hs y llegaba pasada la medianoche. Hay gestos que alimentan el deseo de saber. 

Absorta en este gesto amoroso, me sorprende una multitud que me aplasta en el interior del subte en la estación Miserere por la cantidad de gente que quiere ir a la marcha, no se trataba de un horario pico. Decido bajar en Pasco para reunirme con amigos de la facultad -hoy colegas-  y, para mi sorpresa, ya desde allí había miles caminando hacia el Congreso.

Avanzábamos con mucha lentitud por la cantidad de gente. Y ese ritmo pausado me permitió leer qué decían los carteles, observar a la gente que caminaba a nuestro lado, ver sus rostros, pensar sus edades, mirar con más detenimiento la vida propia de ese encuentro. Muchos pibes de secundario, con su entusiasmo, dándole ritmo a la caminata, haciéndonos saltar y cantar y entrar en la sintonía de un modo de la alegría que, en estos tiempos, sólo se palpita en la calle junto a otros.

Había carteles en tacos de papel, de esos que se usan en la facu para señalar hojas, había cartones escritos, pero mucho cuaderno de espiral de esos con los que se toma apuntes, utilizados para escribir aquello que urge decir. Caras pintadas con las siglas de muchas universidades, sobre todo de la UNA. También las remeras que, como superficie de escritura, multiplicaban nombres como UBA, UNLA, UNLU, UNTREF, UNLZ, UNLP, CONICET, TELAM, INCA,  etc.

Los carteles hablaban de la educación, no sólo como un derecho, sino como motor de la igualdad de oportunidades; de los hijos de obreros poblando las aulas, testimoniando ser la primera generación universitaria; enarbolando el orgullo de estudiar, investigar o dar clases en tal o cual universidad, denunciando la política de un gobierno que intenta exterminar lo público. Esta política totalitaria que amenaza con robar el futuro y la esperanza, porque ¡claro! los mismos no se tejen con los hilos de la individualidad meritocrática, sino con ese entramado singular que no se despliega en la estratósfera, sino en el marco de políticas públicas que generan derechos y oportunidades para hacer frente a la desigualdad.

En algún momento me perdí del grupo con el que habíamos ido, todos egresados de la UBA, y entonces decidí fotografiar los libros que cada quien había elegido para marchar. También el libro elegido fue escritura y mensaje, por supuesto para aquellos que tienen disposición a leer y no a denigrar la palabra y las investiduras.

En el marco de esa actividad de fotógrafa de celular pedía permiso para hacerlo y eso me ofreció la oportunidad de lindos intercambios a los que quiero agradecer y rendirles homenaje. Fue difícil la selección, pero acá intento algún recorte de los más de sesenta libros fotografiados: 

  • Una chica sentada con su cuaderno de resúmenes. Me acerco y le pregunto ¿estás estudiando? Y responde algo pudorosa ¡es que mañana tengo parcial y quería estar!
  • Una vendedora de pochoclos con un libro de la biografía de Rosas.
  • Una señora a la que le digo -: tu libro está al revés y contesta que es a propósito. La Política de Aristóteles, marchó por Av. de Mayo patas para arriba.
  • Un hombre decidió que quería que la foto fuese con él abrazando su libro “Una Excursión a los indios Ranqueles” de Lucio V. Mansilla.
  • Un señor con guardapolvo blanco (no sé si médico o docente) que llevó un libro de Macroeconomía y me aclara que lo eligió luego del discurso por cadena nacional del Jefe de Estado que odia el Estado.
  • Tres mujeres contándome la historia de sus libros, una de ellas recordando que con ese libro La forma del cine de Sergei Eisenstein, dio su última clase en la cátedra Arbós de Guión cinematográfico.
  • Un hombre que me muestra orgulloso Las locas de Plaza de Mayo de Jean Pierre Bousquet, mientras relata que fue la primera entrevista que se le hizo a las Madres de Plaza de Mayo y que buscando qué llevar, cayó de su biblioteca y fue el libro el que lo eligió él.
  • Una médica que sostiene con suavidad de caricia un libro de Doppler en Medicina fetal. Técnica y aplicación clínica.
  • Una mujer que llevó El discurso sobre la servidumbre voluntaria de Èttiene de La Botiè y es porque en estos días anda con ganas de leerlo. Me pregunto, ¿cuántas lecturas desencadena esta política del estrago y la obscenidad?
  • Un hombre que llevó El antropólogo inocente  me pidió que la foto la haga sobre una placa en el piso que recuerda a Gastón Riva, asesinado en la represión policial de 2001.
  • Una señora me muestra emocionada la quinta edición de Dolor país de Silvia Bleichmar y nos abrazamos porque así duele menos.
  • Muchos libros editados por universidades públicas.   
  • Muchos libros del Nunca Más.

Pero sobre todo insistía uno en diferentes ediciones: Nuestra Constitución Nacional Argentina. Esa que está siendo pisoteada.

En la calle ayer quedó claro que lo público es aquello que nos aúna, eso tan intangible que permite el lazo humano en comunidad -que se encarna en un hospital, una universidad, una biblioteca, una plaza o en una calle, por supuesto- pero es el gran posibilitador de lo común. Lo público está privado de propiedad: es de todos porque no es de nadie. Portador de nuestras memorias, nuestros dolores y amores. Una espacialidad con tiempo anudando en el presente, el pasado y lo porvenir.

Finalmente se hizo de noche, cantamos el himno como en las canchas de fútbol y se acompañaban sus estrofas marcando el ritmo con los libros en alto. Nadie quería irse, porque ayer, en la calle, éramos testigos de un mutuo afirmarse.  

Volví caminando en el sentido contrario al que había avanzado e hice una última foto que dice: “La lucha es un poema colectivo”, “No van a robarnos el futuro”.


Valeria González

Psicóloga. Egresada de la Universidad de Buenos Aires.


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