Imagen de portada: Daniel Ripesi, Acuarela
Cuidado editorial: Agostina Taruschio y Gabriela Odena
“El psicoanálisis todavía existe porque, aunque está hecho, no es obra consumada y no puede serlo”.
Jorge Jinkis
“Si la aspiración a lo perenne por parte de diversas filosofías surge muchas veces a espaldas de su tiempo, la gran fuerza de la época reside, por el contrario, en convertir los pensamientos en sus síntomas”
Domin Choi.
Estaba corrigiendo y tratando de dar por terminado el texto para darlo a su publicación, lo cual no deja de ser un alivio, un modo de concluir, cuando me vi tentada de abrir otro archivo, es el problema de las ventanas de Windows, que me llevó a El lector infrecuente de G. Steiner. Me encuentro entonces con la definición de la lectura como acción, dice Steiner: “Leer bien es contestar al texto, ser equivalente al texto, «una equivalencia» que contiene los elementos cruciales de respuesta y de responsabilidad. Leer bien es participar en una reciprocidad responsable con el libro que se lee, es embarcarse en un intercambio total… leer bien es ser leídos por lo que leemos”
Leer a Freud, una vez más, no es la misma lectura que todas las anteriores.
Freud avanza conmoviendo lo que se sabía hasta él, lo que él mismo sabía hasta ese momento, no se ampara en el saber médico, prueba, intenta, conjetura, se sorprende, reniega de lo que antes consolidó, es una obra en construcción.
Leer a Lacan, en su manera de retornar a Freud, de sacarle el jugo, de conversar con él, de seguirlo, de ir más allá de los textos freudianos, en el modo de confrontar con sus contemporáneos, un hereje sin dudas a la altura de una excomunión.
¿Y nosotros? ¿Leemos los analistas? ¿Leemos lo que dicen nuestros analizantes? ¿Leemos lo que escriben colegas que apreciamos? ¿Leemos a los que piensan diferente a lo que sostenemos? ¿Leemos a Freud y a Lacan?
Una frase de Lacan me puede ayudar en este momento: Cada analista debe reinventar el psicoanálisis.
Está reinvención no va de suyo, como así tampoco cuál es la lectura establecida y considerada válida por el consenso de un grupo.
En todo saber compartido está lo instituido que se convierte en lugar común, porque el común de un grupo lo repite como incuestionable, algo que parece por demás difícil de evitar. Pero entonces: ¿qué lugar hay para la novedad, para la invención como proponía Lacan, de cada uno?, ¿se pueden agendar nuevos conceptos, cuestionar abordajes a problemas que siendo los mismos han cambiado con el paso de los años y el cambio de época?
¿Podemos los analistas decir algo que no se reduzca a lo ya sabido por todos?, ¿se trata solamente de encontrar el modo personal de decirlo, o podemos aventurarnos a sacar nuestras propias conclusiones?
En esta nueva sección que lleva por nombre Lecturas clínicas vamos a intentar leer, los clásicos y los nuevos, los textos tantas veces abordados, como aquellos que nos sorprendan de otros discursos y nos sirvan para aproximarnos a la lectura.
Rancière(1) decía que no se trata de escribir sobre algo, sino escribir para poner a resonar algo; con esa intención voy a partir de preguntas que orientan su trabajo: ¿Qué es la política?; o mejor aún ¿cuándo hay política?, ¿qué significa la repartición de lo sensible?
Para abordar estas cuestiones, trabajé con algunos párrafos e ideas extraídos de los libros de Jacques Rancière: El espectador emancipado, La división de lo sensible, Estética y política, Sobre políticas estéticas y el destino de las imágenes.
Un punto de partida posible es ubicar que la sociedad y lo social suponen para este autor una división de lo sensible, que son propios de cada época y determinan los modos del ser, del hacer, del hablar, del aparecer; “La política se refiere a lo que se ve y lo que se puede decir, a quién tiene competencia para ver y calidad para decir, a las propiedades de los espacios y los posibles del tiempo”(2).
Rancière plantea que «efectivamente, la política no es en principio el ejercicio del poder y la lucha por el poder. Es ante todo la configuración de un espacio específico, la circunscripción de una esfera particular de la experiencia, de objetos planteados como comunes y que responden a una decisión común, de sujetos considerados capaces de designar a esos objetos y argumentar sobre ellos…. El hombre, dice Aristóteles, es político porque posee el lenguaje que pone en común lo justo y lo injusto, mientras que el animal solo tiene el grito para expresar placer o sufrimiento. Toda la cuestión reside entonces en saber quién posee el lenguaje y quién solamente el grito.»(3)
En este punto toma de ejemplo la definición aristotélica del hombre como animal político, señala que es político porque habla, pero establece una partición sensible entre el Logos y la Voz. Por ejemplo: los ciudadanos tienen voz y tienen logos, y así determinan lo común, mientras que los esclavos tienen solo voz para proferir el grito de sufrimiento, pero no están dotados del logos, para que su decir incida como opinión en la polis; el esclavo, aunque comprende el lenguaje no lo posee. La palabra del esclavo no cuenta.
Mientras que los artesanos, decía Platón, tienen muchas cosas para hacer, por tanto, carecen del tiempo para ocuparse de los temas de la polis, de lo común, ya que dedican todo su tiempo a trabajar. Así se demuestra en esta partición de lo sensible quién puede tomar parte en las decisiones de la Polis, en la determinación de lo común en función de lo que hace, del tiempo y del espacio en que ejerce dicha actividad.
Hay un orden policial, así lo define Rancière, oponiendo lo policial a lo político. El orden policial es el orden establecido a partir de la conservación de una determinada partición de lo sensible, es un modo común, en el que se reparten los modos del ser, del hacer, del decir y del aparecer, es un campo a priori de la experiencia.
La formación de ese común supone la exclusión, de lo que no tendrá lugar del ser, del hacer, del decir y del aparecer.
La política será entonces desacuerdo, ruptura de ese orden policial, sobreviene cuando los que no tienen tiempo se toman ese tiempo necesario para constituirse en habitantes de un espacio común, para hacer oír su voz y demostrar que su boca habla de esas cosas comunes y que no solamente tienen el grito para denotar sufrimiento.
Entre el orden policial, de consolidación y conservación de una partición de lo sensible y el orden político de ruptura y desacuerdo, se da la distribución y redistribución de lugares y de identidades, partición y repartición de espacios y de tiempos, de lo visible y de lo invisible, del ruido y del lenguaje, constituyen lo que Rancière llama la división de lo sensible que implica: “introducir sujetos y objetos nuevos, en hacer visible aquello que no lo era, en escuchar como a seres dotados de la palabra a aquellos que no eran considerados más que como animales ruidosos”(4).
A diferencia de Benjamín que habla de una estetización de la política(5), para Rancière, la política tiene desde siempre una base estética(6). Es decir que lo común, el campo social, tiene una organización sensible desde la polis griega y es desde este vínculo con lo sensible que hay que pensar las prácticas, tanto artísticas como políticas.
Entonces; si las artes, las imágenes, tienen un lugar fundamental en el proceso de emancipación es porque “la política se refiere a lo que se ve y se puede decir, a quién tiene competencia para ver y calidad para decir, a las propiedades de los espacios y los posibles del tiempo”(7).
Es ahí donde Arte y política son dos modos de recomponer y reconfigurar el reparto de lo sensible. El arte puede proponer un reparto diferente al que se nos impone como evidente.
Para Rancière, arte y política juegan un papel fundamental en el pasaje del orden policial (de conservación) a la interrupción política de ese orden, porque tienen el poder de refigurar una nueva repartición de lo sensible, se pone en juego un proceso de subjetivación y una lógica de la apariencia.
Señalemos que apariencia, no es la ilusión que se opone a lo real, es la introducción en el campo de la experiencia, de un visible, que modifica el régimen de lo visible.
Mientras leía a Rancière, con la dificultad de adentrarse en otro discurso que el que pretendo practicar, pensaba en los lapsus y actos fallidos, en los sueños y en el chiste como formaciones del inconsciente, registros que no entraban en la repartición de lo sensible antes de Freud, y que el psicoanálisis volvió visible, audible y practicable.
Podemos ubicar que la repartición de lo sensible significa que respecto de lo común se determina lo que es visible, audible, lo que se puede hacer y decir. Mientras que la reconfiguración de la repartición de lo sensible, a través de la política o el arte implica que se puede ver de otro modo, nuevas formas de ser, hacer, decir, ya que la ficción es en primer lugar una cuestión de distribución de lugares.
La estética rancièriana no sería, entonces, una simple apelación a la política del arte o al arte de lo político, sino que apuntaría a la convergencia entre la política como irrupción del desacuerdo y como subjetivación des-identificadora, y la estética como distribución de lo sensible y lo visible que se ve alterada por dicha irrupción, más allá de la intencionalidad manifiesta o no del artista.
La división de lo sensible supone dividir los cuerpos en lo social entre aquellos a quienes se ve, y a quienes no se ve, aquellos de quienes hay un logos, una palabra conmemorativa, la cuenta en que se los tiene, y aquellos de los que no hay un logos, quienes hablan verdaderamente y aquellos cuya voz, para expresar placer y pena, sólo imita la voz articulada. Hay política porque el logos nunca es meramente la palabra, porque siempre supone la cuenta en que se tiene esa palabra.
La cuestión política es cuestión de quién tiene la palabra, es decir inscripción simbólica en la ciudad. A veces irrumpe en la ciudad una “garganta poderosa” que vuelve audibles a los silenciados.
La palabra por la cual hay política, es la que mide la distancia misma de la palabra y su cuenta.
El estado de policía se interrumpe por la aparición del disenso, el desacuerdo, la política, a través de la cual los que no eran visibles, ni audibles, ni tenían derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre estos, reconfigurando así una nueva división de lo sensible.
En el terreno del arte, Rancière se propone devolver al arte su vitalidad, que supone su potencialidad de reconfigurar lo sensible, al igual que la política. Salir de la lectura nostálgica de las vanguardias, y transformar nuestro presente que parece impotente para conmover y reconfigurar el funcionamiento de la economía tardo-capitalista y su política neoliberal.
La lectura de Ranciére de la que me sirvo fue hecha en otro momento y en otro contexto, pero me sirve hoy para repensar cuestiones que hacen a la transmisión del psicoanálisis: ¿podemos los analistas salir del lugar de meros repetidores, dejar de contribuir a la ecolalia escolar, conversar, disentir, acordar, aprender de colegas que no ocupen el lugar de maestros, de los que creen saber cuál es el camino y la lectura que se ajusta al discurso?
¿Podemos los analistas generar lazos que no queden circunscriptos a la pertenencia a un común modo de entender el psicoanálisis?
Rancière, hasta donde puedo entender su propuesta, está interesado en devolver al arte su vitalidad, su potencialidad de reconfigurar el régimen de lo sensible.
Desde la otra orilla, algo que podemos decir en calidad de rioplatenses, leemos en la presentación editorial de la uruguaya revista Ñacate N° 6:
Están aquellos a quienes les encanta sentenciar lo que conviene y lo que no conviene al psicoanálisis, ¡a la doctrina! Qué tal autor sí, qué tal cosa no. La imagen dogmática que se tiene del análisis… Cuando se nos dice qué es el campo analítico, a menudo, lo que se hace es trazar una frontera disciplinaria. Aun cuando se defienda que el psicoanálisis no es una disciplina. Se controla, se disciplinariza. Controlar que las cosas no pasen de cierto nivel de intensidad, que no nos afecte tanto. ¿Pero qué demonios se quiere preservar? ¿Qué grietas se pretende evitar?
Entiendo que hay ahí un modo de repartición de lo sensible, que determina lo visible, lo que se puede hacer, decir y pensar.
En la experiencia clínica verificamos que el análisis también tiene esa potencialidad de reconfigurar lo sensible para alguien, modifica lo que puede ver, hacer y decir y modifica el modo de hacer con otros.
En los primeros años de este siglo que nos toca en suerte, somos testigos de experiencias y luchas que se juegan en los cuerpos y en el lenguaje. Asistimos a nuevas formas de nombrar, nuevas formas de vivir, amar y por qué no de subjetivación.
En un artículo de Viviana Garaventa: ¿qué remedio ofertan los fármacos hoy, en la era del capitalismo tecnodigital?, publicado en esta revista(8), y que recomiendo calurosamente leer, Viviana concluye diciendo:
Quizá estar advertidos de la imantación ideológica que nos atraviesa, a pesar nuestro, incluso a pesar del registro que tengamos de ella, permita sostener la práctica del psicoanálisis como modo de resistir activamente cada vez que somos convocados por el “penar de más” del parlêtre. Lo cual no es sin considerar que nuestra práctica concierne a un cuerpo encarnado, un cuerpo de carne y hueso. Creo que este sería un modo de qué el psicoanálisis esté a la altura de la época.
Lacan supo decir en el seminario El yo en la teoría de Freud:
El psicoanalista debe formarse, moldearse en un dominio diferente de aquel en que se sedimenta, en que se deposita el saber que poco a poco se va formando en su experiencia.
Retomo entonces las preguntas iniciales:
¿Podremos los analistas decir algo nuevo? ¿Dar cuenta del malestar de la época en los modos en que se presenta actualmente? ¿Continuar interrogando a la teoría desde la escucha en nuestros consultorios?
Entiendo que esto no es sin cuestionar al mismo tiempo los modos del lazo entre analistas. Salir del lugar del confort de lo mismo y prestar oídos -que para eso estamos-, a lo que se escucha cuando no lo pasamos por el tamiz de lo conocido… y por ahí intentaremos seguir.
Citas bibliográficas
(1) Jacques Rancière. Nacido en Argel en 1940, es filósofo francés, profesor de política y estética.
(2) J. Rancière, La división de lo sensible. Estética y política Ed. Salamanca-2002.
(3) Ibid (2)
(4) Ibid (2)
(5) Walter Benjamín, La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica, El cuenco de Plata, 2011.
(6) J. Rancière, Sobre políticas estéticas- Contratextos, 2005.
(7) Ibid (6)
(8) Recuperado https://enelmargen.com/2023/04/06/que-remedio-ofertan-los-farmacos-hoy-en-la-era-del-capitalismo-tecnodigital-por-viviana-garaventa/
Patricia Martínez. Psicoanalista.
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