Foto: «Untitled (I-26)». Rinko Kawauchi
Cuidado editorial: Amanda Nicosia y Agostina Taruschio
En el umbral del año 2000 participé en una publicación que interpelaba el uso del fármaco y su articulación a la práctica del psicoanálisis. En ese momento abrí una interrogación acerca del «remedio» que brindan los fármacos como recurso disponible, y a veces ineludible, para sostener la apuesta analítica [1].
Por entonces consideraba, y sigo considerando, que la aparición en la década del 50 de los fármacos llamados neurolépticos brindaron la posibilidad de alivianar en los sujetos de la psicosis las manifestaciones más perturbadoras de ese estado, cuando son indicados para reducir el monto de afecto disruptivo del delirio o de las alucinaciones, preservando su manifestación textual. De ese modo pueden acompañar y otorgar en transferencia la chance de encontrar un saber hacer menos sufriente con lo singular. Claro que para algunos psiquiatras, como Francesc Tosquelles, no fue necesaria la llegada de estos fármacos para apostar en esa dirección, y fueron encontrando a través del arte y de la vida comunitaria un saber hacer con el exceso de sufrimiento en la locura.
También a veces se puede recurrir al uso de los llamados ansiolíticos, como indicación puntual o durante un tiempo, cuando la angustia desborda o impera el insomnio, para dar tiempo a la re-instalación de la Otra escena. Los psicofármacos pueden también, en ocasiones ,estar indicados en algún tramo de la cura cuando pensamientos intrusivos afectan en demasía al sujeto, apostando a alguna reducción de ese exceso en espera de que el síntoma en transferencia tenga otra eficacia en su anudamiento.
Desde está perspectiva, los fármacos, con sus efectos no solo biológicos sino también transferenciales, se brindan como auxiliares en el marco de la apuesta analítica, resguardando el reconocimiento de la dimensión irremediable del sufrimiento inherente a nuestra condición de parlêtre.
Fármacos hoy, de lo que brindan a lo que ofertan
Dos décadas después, en los inicios de la travesía postcovid, la pregunta que me interpela es radicalmente otra, ya no se trata de lo que brindan sino de lo que «ofertan» los fármacos en la cultura actual, infiltrándose notoriamente en el abordaje del malestar de las infancias y adolescencias.
Esta interrogación se abre con fuerza a partir de que en el último lustro del nuevo milenio, con mayor intensidad en el tiempo post pandémico, estamos registrando en la guardia de salud mental de un hospital pediátrico un aumento significativo de niños y adolescentes que llegan medicados con psicofármacos, a veces como único abordaje del malestar que los aqueja.
En ocasiones llegan polimedicados, reiteradas veces con sobrepeso corporal , incluso obesidad, por efecto de la medicación, lo cual parecería no preocupar a nadie, salvo a lxs afectadxs que testimonian de este y otros «daños colaterales» producidos por los efectos adversos de los psicofármacos, muchos de los cuales revisten serias consecuencias tanto somáticas como psíquicas; muchos de ellos se presentan desesperanzados, y en más de una ocasión la medicación que estaban recibiendo se convierte en vehículo de una sobreingesta autoprovocada.
Con frecuencia esto no es leído por quienes han hecho la prescripción como un mensaje dirigido al Otro, sino que es atribuido a no haber encontrado aún la combinación adecuada de fármacos para abordar «el trastorno». Si bien podríamos decir que estas posiciones son extremas no dejan, por tanto, de echar luz a cierta ola psicofarmacolizante que amenaza inundar la clínica.
En ese oleaje registramos también, como novedad, la llegada a la guardia de pedidos perentorios «de evaluación por psiquiatría para eventual tratamiento psicofarmacológico» para niñxs con «trastornos conductuales» desde escuelas, padres y terapeutas.
Advertimos así que no solo hay un aumento en la prescripción de psicofármacos, sino que se está produciendo una significativa transformación cualitativa del lugar, uso y función del fármaco en la cultura de hoy, segunda década del nuevo siglo, en la que hay un empuje a que los malestares se rotulen como trastornos o patologías con su correspondiente tratamiento farmacológico, a veces acompañado de una terapia conductivo conductual.
Estas experiencias plantean con urgencia trazar las coordenadas epocales actuales, para situar esta significativa transformación en el seno de la entronizada cyberlizacion a escala mundial desde fines de los años 90, en la que la facturación de la industria farmacéutica, sobre todo la relacionada con los psicofármacos, no deja de crecer exponencialmente [2].
Última década, nacimiento de una nueva cosmovisión
Una amplia diversidad de textos de sociólogos, pensadores, economistas, advierten que en la última década del siglo en curso se está registrando un cambio significativo en el capitalismo neoliberal globalizado que, profundizandose, ha devenido capitalismo tecno digital, a partir de la expansión de los productos de las industrias tecnológicas digitales de Silicon Valley (Google, LinkedIn, Facebook, Netflix…), acontecimiento que Eric Sadin nombra como la «silicolonización» del mundo. Según su lectura, a partir del 2010 el desarrollo en ese lecho de la IA (Inteligencia Artificial) como principio técnico universal ha traído un cambio cualitativo, no sólo industrial, sino fundamentalmente civilizatorio, por el efecto que tiene en los modos de existencia su inmixión en la vida cotidiana, bajo un registro interpretativo y decisional capaz de «orientar» nuestras emociones y comportamientos [3].
Investigadores de la Unsam afirman que nos encontramos con una nueva forma de acumulación del capital que monetiza la intimidad y prioriza, sobre la propiedad de los medios de producción, la de los medios de manipulación del comportamiento. Sitúan qué en esta sociedad en red, la comunicación fluye de manera incesante diseminando las huellas de la vida de los usuarios en el tejido tecnológico, las que grabadas y recopiladas en Big Data como grandes volúmenes de datos almacenados en algoritmos digitales, son utilizados cómo influencia sobre sus deseos, aspiraciones y necesidades para inducir al consumo. De esta minería de datos el sistema económico actual extrae su capital para la obtención de ganancias cada vez mayores [4].
La producción de Inteligencia artificial estaba ya en el horizonte de la cibernética – ese campo interdisciplinario deudor de las estrategias bélicas de la segunda guerra, enraizado en las matemáticas de carácter estadístico y en la neurofisiología, para abordar los problemas de la organización y los procesos de control y transmisión de informaciones en las máquinas y en los organismos vivos- desde su surgimiento a mediados del siglo pasado.
El desarrollo tecnocientífico del siglo XXI hizo posible la producción de Inteligencia artificial a partir del funcionamiento neuronal y los sistemas de aprendizaje por retroalimentación, médula de la cibernética.
Con el vertiginoso desarrollo actual de la Inteligencia artificial, que según Sadin se constituye en el desafío del siglo, se ha generado una ideología que dio nacimiento a una nueva cosmovisión que impone instaurar a través del algoritmo una conducción automatizada de los asuntos humanos [5]. La necesaria obtención de datos para alimentar los algoritmos se ha transformado, para la lectura de Harari [6], en nueva religión, el «dataísmo», sin templos ni Iglesias reconocibles, con millones de fieles cautivos.
Efectos de esta cosmovisión. Lecturas clínicas
Bajo esta égida podemos situar el auge de las neurociencias como ideología que reducen el cuerpo de los seres hablantes a un funcionamiento neurobiológico que requiere un ajuste de neurotransmisores y un reaprendizaje comportamental al modo de las máquinas de la IA, para lo cual los protocolos, muy en auge, ofertados a través de interrogatorios pautados o de cuestionarios impresos, funcionan como recolectores de datos, sin contexto ni perspectiva histórica o relacional, que buscan en el DSM [7] de turno el casillero correspondiente y el service adecuado.
Encontramos así protocolos ofertados para evaluar casi todo, riesgo cierto e inminente, depresión, “trastorno de la atención humana», «trastorno del espectro autista» y más. Algunos están disponibles en la web para un autotest, cuya aplicación está creciendo en las escuelas, entre algunos pediatras, incluso en algunos padres, quienes están bajo este influjo epocal en el que la humanidad debería ajustar su funcionamiento para marchar al ritmo de una felicidad alcanzable ya no tanto como promesa sino como imperativo, aunque sea, o mejor aún para la salud del capitalismo digital, bajo Prozac. Las estadísticas respecto al fracaso de estos tratamientos quedan veladas; lo que se vende es la eficacia y el éxito de rápida resolución.
Esta potencia ideologizante desconoce obviedades tales cómo la disminución de enfermedades banales cuando alguien está transitando la experiencia de un análisis, o la eficacia de las intervenciones no objetalizantes en una urgencia, que no solo disminuyen la indicación de psicofármacos sino que acercan a cada quien a algo más relativo a su singularidad que alivia su penar en demasía, lo cual trae como efecto un menor gasto para la salud pública o para las obras sociales y prepagas pero… claro! no producen plusvalía.
Encontramos aquí vigente la tesis foucaultiana que establece que entre el cuerpo y el poder político hay una conexión directa. Afirma que lo esencial de todo poder es que su punto de aplicación siempre es en última instancia el cuerpo [8].
En esta dirección encuentro una brújula precisa en la potente y lúcida propuesta de Helga Fernández, quien advierte que la cibernética como ideología opera como una praxis sobre el cuerpo que forcluye la carne humana como una de sus dimensiones ineludibles. Sitúa la forclusión de la encarnación del verbo como específica de nuestra epocalidad [9].
Queda excluida por esta ideología -que subsume al infans a un modelo cibernético- la necesaria afiliación a la lengua sin la cual el cachorro humano no sobrevive, tal como las experiencias del hospitalismo muestran. No basta reproducir la carne humana, afirma Legendre, es preciso instituirla y la primera institución es la lengua. Si lo decimos con Lacan se trata de la necesaria transmisión por un Otro encarnado, un ser hablante de carne y hueso, de lalengua, es decir de un modo de hablar que instila un goce inédito y singular para cada quien.
Traumatismo de nacimiento por el verbo que (se) hace carne.
Las vicisitudes de esta operatoria están forcluidas por la tecnociencia actual que sostiene la eterna esperanza de hallar un dato objetivo y cuantificable que le permita, como propone Pommier para las neurociencias, la codificación química del comportamiento, con lo cual, el neurotransmisor se vuelve causa [10].
En la post pandemia inmediata llega Pedro, un niño de casi diez años, traído por su madre, con una derivación del colegio que solicitaba con urgencia una evaluación por neurología y psiquiatría por «conductas heteroagresivas, con falta de atención en la clase», y otros rasgos que permitían, a partir de estas observaciones, adjudicar la posibilidad de que se tratara de un TDAH («Trastorno de atención humana») según la guía utilizada para tal fin, lo cual requeriría un eventual tratamiento farmacológico.
Después de haber sido evaluado por el neurólogo -quien establece que no indicará, prima facie, medicación sin que tenga antes una evaluación por psiquiatría- recibimos en el equipo interdisciplinario a Pedro y su madre en entrevista «free protocolo». Abierta como en una banda de Reinmann, damos lugar a la narrativa singular que da chance al equívoco vivificante.
Por esa vía la madre cuenta que Pedro es el tercero de cinco hermanos del mismo padre con quien conviven, pero a diferencia de sus hermanos, el padre no quiso reconocerlo como propio; atribuye que es fruto de una infidelidad lo cual conlleva un trato áspero, a veces un tanto denigrante.
Pedro lleva entonces el apellido de ella, que en el español de nuestro país tiene una connotación denigrante.Ahí Pedro dice, en un tono enérgico y vibrante «por eso me peleo, no me gusta que me carguen.!!»
(Me llega la ocurrencia -que no comunico- de que esa cargada toca algo de lo que este niño carga, no solo con un apellido objeto de burla, como tantos otros, como casi todos, sino que repercute en sus marcas de filiación).
Advierto, mientras hace «su declaración», que trae algunas cartas que asoman de su bolsillo. Me dirijo a ellas y les pido que salgan. Pedro se ríe y las saca; veo que son de diferentes mazos: algunas son del Uno, otras son del Mundial 2022, otras son de superhéroes. Se entusiasma al mostrarlas, explica a qué «familia» pertenece cada una de estas cartas y entre los dos inventamos con ellas un juego.
En el equipo leímos que Pedro era un niño «cargado», que buscaba defenderse, no atacar, necesitaba de adultos que intervinieran y de un espacio dónde poder situar su marca de nacimiento de otro modo.
Por supuesto que no se indicó ninguna medicación; no hubiese tenido ninguna efectividad respecto a aquello que lo aquejaba.
¿Cómo podría un psicofármaco, ya sea del tipo «control de los impulsos» o la «risperidona», de indicación cada vez más frecuente como filtro al «exceso psicomotor», brindar en este caso, una opción favorable?
Nos comunicamos con el colegio para abrir la posibilidad de poner a trabajar la cuestión de las cargadas; tanto el niñx «cargado» y lxs niñxs que «cargan», cargan con la no implicación de los adultos que a través de lo que la cultura ofrece y promueve, sin hacer lectura de las respuestas singulares, buscan suprimir lo que hace ruido.
Volvamos a Foucault. En las conferencias sobre la medicalización sitúa el poder del psiquiatra, el que desde su «disciplina» hace el nexo entre el cuerpo y el poder político.
En este momento, ese poder se apoya en la expansión de una psicofarmacología que se pretende remedio universal del malestar que alimenta una gigantesca industria. De ahí, la necesidad de captar no solo a los psiquiatras sino también a los educadores, a los psicólogos, a los pediatras, como también a los psicoanalistas, de quienes no está siendo inhabitual recibir pedidos de evaluación de pacientes «por psiquiatría» para después, eventualmente, iniciar un tratamiento psicoanalítico. Se trata de una práctica del psicoanálisis que privilegia el registro simbólico del cuerpo, desconociendo también, aunque por una vía diferente a la de las neurociencias, su necesaria encarnación.
En nuestro ámbito, la presencia viva de la transmisión de maestros como Pichón Riviere, Ulloa, Zito Lema, Gianantonio, Escardo; la vigencia de la militancia por los Derechos Humanos; la presencia del discurso analítico en la cultura y su práctica en los hospitales, y su aceptación como tratamiento por parte de las prepagas y obras sociales, a diferencia de otros lugares como Francia, constituyen firmes pilares por los que nuestro país no es todavía tan permeable al desembarco masivo de esta nueva medicalización, que empuja a entronizar el poder psiquiátrico de la mano de esta cosmovisión tecnodigital, cuya expansión se vio acelerada en la pandemia por el uso necesario y oportuno de los soportes digitales para sostener gran número de prácticas de salud, educación, sociales, económicas.
Quizá estar advertidos de la imantación ideológica que nos atraviesa, a pesar nuestro, incluso a pesar del registro que tengamos de ella, permita sostener la práctica del psicoanálisis como modo de resistir activamente cada vez que somos convocados por el penar de más del parlêtre. Lo cual no es sin considerar que nuestra práctica concierne a un cuerpo encarnado, un cuerpo de carne y hueso.
Creo que este sería un modo de qué el psicoanálisis esté a la altura de la época.
[1] Viviana Garaventa Que remedio brindan los fármacos. Revista Psicoanálisis y el Hospital n 16.El fármaco.Noviembre 1999
[2] Debemos y agradecemos a Yanina Marcucci la oportuna ocurrencia de condensación entre civilización y cyber de la que resulta cyberlización.
[3] Eric Sadin. La inteligencia artificial o El desafío del siglo. Ed. Caja Negra. 2022
[4] Enzo Giraldi. “Digitalización, política e inteligencia artificial”. Sep-Oct 2019. UNSAM. Disponible en:
https://nuso.org/articulo/digitalizacion-politica-e-inteligencia-artificial/
[5]Ibid
[6] Yuval Noah Harari. Homo Deus. La religión de los datos. Penguin Random House, 2016.
[7] Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, elaborado por la Asociación de Psiquiatría Americana (APA)
[8]Michel Foucault. El poder psiquiátrico. Curso en el College de France (1973-1974). Edición establecida por Jacques Lagrange
[9] Helga Fernández. La carne humana. Una investigación clínica. Buenos Aires: Ed. Archivida, abril 2022.
[10] Gérard Pommier. Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis. Buenos Aires: Ed. Letra viva, 2010.