¡Quiero que me atienda un humano! Por Marisa Rosso y Leticia Gambina

Imagen: Ig: jenswinklerfoto

Cuidado editorial: Helga Fernández


Encontrar a alguien con quien se puede conversar es tan raro. Generalmente las personas sólo hablan… 

Clarice Lispector

Marisa: Hoy el afecto, el trabajo y todo lo humano transcurren en un plano cada vez más virtual. Los padres se quejan en las consultas de que los hijos no quieren salir porque quieren estar “todo el tiempo” en los dispositivos, que no juegan, y si no tienen dispositivos no saben qué hacer, que casi no hablan. Y los hijos también se quejan de que los padres no les prestan atención o no escuchan porque se pasan “todo el día con el celular”. Los adultos reclaman cada vez más el trabajo remoto, las sesiones virtuales, ahorrarse tiempo, que parece que es lo que ya no tenemos. 

La virtualidad muchas veces facilita y agiliza ciertas cosas: algunos trabajos, estudios, ciertos trámites pero, ¿la asistencia del otro, del otro humano puede ser sustituida por el uso de aparatos tecnológicos, por algoritmos?

Leticia: Podríamos preguntarnos lo mismo desde otro punto de vista. ¿Quién no ha sentido, en algún momento y en alguna circunstancia de la vida, la necesidad de hablar y de ser escuchado por una persona humana? Muchas veces haciendo trámites, buscando información, pidiendo turnos, hemos sentido que no basta, que no alcanza con hablar con una máquina, si a eso que sucede allí se le puede decir hablar.  

Si bien es innegable que la tecnología, las aplicaciones y el mundo virtual facilitan nuestra vida cotidiana, también lo es que se necesita del otro, presente en cuerpo y alma. Pero esta necesidad no es ocasional, sino estructural. Desde que nacemos necesitamos del otro, puede que allí esa necesidad resulte más evidente que en otras circunstancias, tan evidente como en el momento en que nos angustiamos cuando nos encontramos con la imposibilidad de que alguien nos escuche. Ahí nos damos cuenta de que no podemos prescindir de la presencia del otro. Que el otro esté presente o no lo esté, no es lo mismo, produce efectos y consecuencias diferentes. 

Marisa: Claro que no es lo mismo, además hay una pérdida de la cosa en sí, del objeto en sí implicada en el avance de la tecnología y en el pasaje a la virtualidad, donde todo se vuelve una aplicación. Es la relación con la cosa en sí,  la manipulación del objeto en sí lo que posibilita salirse del sentido dado e inmediato. Sin embargo las cosas no se callan nos dice Marcelo Cohen: “el universo no es silencioso. El caracol suena”, pero parece que no lo estamos pudiendo escuchar. Tampoco podemos (y algunos no quieren) escuchar al universo,  de ahí las catástrofes ambientales y ecológicas,  ¿será que la escucha está devaluada? La misma implica atención,  concentración, calma y espera que no son cuestiones que coticen en bolsa. ¿Será que por eso no podemos escuchar ni a las cosas en sí, ni a nosotros mismos en sí?, ¿será que la manipulación, la relación con la materialidad de los objetos y con la naturaleza en sí constituye una condición ineludible para la construcción del objeto, que a su vez nos permita producir ese agujero, esa hiancia por donde meter la cuña para la apertura a la dimensión simbólica? 

Leticia: Entonces, estamos hablando de dos cuestiones que se relacionan entre sí y que son necesarias e insustituibles para la constitución del sujeto: el otro –humano, vale aclarar– con su presencia de carne y hueso, y el objeto, la manipulación concreta del objeto, que sirve de mediación con el otro.

Marisa: Claro, la ausencia material del otro y de lo otro priva al sujeto de la necesaria encarnación, y otorga una vida automatizada, sin preguntas, sin tiempo, con un cuerpo que habla y grita a través de su sintomatología pero al cual no hay quien pueda escucharlo. 

Leticia: Hablar de encarnación me lleva a pensar en el trabajo de Helga Fernández sobre la carne humana y en cómo la ciencia, particularmente la cibernética como ideología, conduce a la desencarnación. Nos encontramos en una época donde lo que se forcluye es la carne, hay un rechazo de lo real, de lo vivo de un cuerpo, que trae como corolario la aparición de seres de lata en el lugar del semejante. Se iguala la carne con la lata, siendo que no es lo mismo.

“La desencarnación supone desistir de la realidad efectiva, de los lazos, del contacto y de toda necesidad del cuerpo carnal. Pero también supone desistir de hablar como una práctica que sólo se ejerce con otros, cuerpo a cuerpo”[1]. 

Marisa: Sí, ella insiste en ese libro y nos convoca a no ceder en las palabras frente al estado de indistinción que padecemos, que genera tanta confusión y carencia de recursos. Se ven cada vez más clínicamente niños que hablan con un lenguaje enlatado, padres que no les hablan ni los corrigen, niños que se pasan muchas horas frente a las pantallas y adquieren un modo de hablar en interacción con ese objeto que es digital, y no es humano. También es frecuente encontrarnos  con niños que no saben jugar, que aunque no presenten esa cuestión del habla enlatada, se encuentran perdidos frente a la manipulación de los objetos y del juego en sí. Para que el lenguaje se encarne es imprescindible ser atendido por un humano y en ese atender siempre median los objetos.

Hay que seguir apostando a la palabra como dice Helga para que esta pueda encarnarse, que no haga circuito con los aparatos de la tecnociencia y permanezca enlatada, y para que ese seguir también posibilite la construcción del objeto.

Leticia: Retomando la cuestión del sonido que venimos trabajando, recuerdo que en el texto anterior[2] decíamos que las primeras percepciones auditivas escuchadas desde el momento del nacimiento, e incluso desde antes de nacer, tienen efectos en el ser hablante. Del mismo modo en que esos primeros sonidos forman parte de la constitución del sujeto, también desde un comienzo el ser escuchado por un otro forma parte de esa constitución. 

Desde el inicio de la gestación, latidos, ruidos y movimientos del bebé son escuchados e interpretados por la madre y por esos otros que lo rodean. Y al nacer, se espera escuchar el primer grito o llanto, como primer signo o manifestación de vida.

Marisa: Me acordé que Spitz en El primer año de vida del niño[3] dice que la función de la madre o sustituto es la de ser intérprete no solo de lo que le ocurre al niño sino también de los sonidos, ruidos del medio y que su modo de relacionarse con el bebé determinará las relaciones sociales que él mismo desarrolle a posteriori.

Leticia: Es necesario entonces que haya alguien que escuche esos primeros sonidos. Cuando un otro responde al grito del bebé, éste se convierte en un llamado, dotado de un significado. Si bien una madre no sabe por qué llora su hijx, posiblemente realice distintas cosas para calmarlo. En el quiero que me atienda un humano, nos encontramos con esa ausencia, no hay alguien que escuche, alguien que esté ahí y convierta el grito de auxilio en un llamado. Para que ese grito, muchas veces desesperado, no sea puro ruido desencajado y se convierta en un sonido articulado, en un llamado, es necesaria la intervención del otro.

Mladen Dolar[4] dirá que emitir la propia voz es el primer signo de vida, la primera exposición ante el otro y oír voces es la primera experiencia de la presencia del otro.

Marisa: También pensaba en ese texto que escribimos. Por el ruido entra el otro y lo otro del otro. Entramos al mundo haciendo ruido, mundo que es sonoro tanto por dentro (del cuerpo) como por fuera[5]. 

Leticia:  Pero, qué diferencia hay en si la voz proviene de un humano o de una máquina?. Este quiero que me atienda un humano, da cuenta de que no alcanza con la respuesta automatizada y programada de una máquina, ni con humanos robotizados, que responden siempre de la misma manera, sin poder escuchar y con eso dar lugar a que algo suene diferente. Entiendo que con lo que no cuenta la máquina es con la falta, la cual es necesaria para que pueda escucharse y entrar a jugar la singularidad de quién habla. Sabemos que la ciencia en pos de sus intereses, y en este caso bajo el poder de la cibernética, rechaza toda forma de relación a la castración, taponando constantemente la falta. Pero para poder ser escuchados necesitamos que un otro encarne la función de la falta. Que para alguien sea posible no saber, tener miedo, dudar, pensar, probar, intentar, arriesgar… 

Marisa: Lo que no entra en el algoritmo, lo incalculable. Pasamos muchas veces por la situación de llegar casi a enloquecer cuando las opciones que nos dan las máquinas contestadoras de las empresas no contemplan el problema que necesitamos resolver y  nos reconducen una y otra vez al menú inicial.  Queremos que nos atienda un humano y que escuche que lo que necesitamos resolver no está en las opciones, que no todo es calculable.  Necesitamos que alguien “nos atienda”, nos preste atención, nos escuche. Tan devaluada está la escucha…

No estoy diciendo que de lo virtual habría que prescindir ni que no se pueda manipular en cierta forma. Sino que la materialidad de la presencia del otro con su escucha y la manipulación del objeto en sí, como venimos diciendo, no son sustituibles, hay una necesariedad de ser escuchado para poderse escuchar, de tocar para ser tocado por el ruido, alcanzado por el sonido, la vibración, el barullo, el silencio, como también por la textura, el olor, de la cosa en sí. Dice Cohen “Nadie salvo los técnicos tienen un trato real con las cosas…. Despavorido, el usuario se previene de no ser nada multiplicando las apariciones e impersonaciones, en eso se enfrasca. Mientras las cosas siguen ahí. En estantes o armarios, en órdenes, composiciones, destacamentos»[6]. 

Leticia: Quisiera agregar algo que recordé de Michel Chion, que está relacionado con esto último que decís. En su estudio sobre el sonido explica cómo  los aparatos electrónicos han cambiado las reglas del juego. Muchos de los  sonidos que se producen actualmente son indiferentes a la fuerza, a la expresión de nuestros gestos. Es decir que por más que se apoye fuerte o débil la mano sobre la tecla de un piano eléctrico, el sonido sigue siendo el mismo. Vivimos en medio de sonidos que no están determinados por nuestros gestos, sino que son sonidos añadidos. El bip que escuchamos, por ejemplo, al pasar una tarjeta de crédito, es uniforme. Es siempre el mismo sonido, no importa el modo en que llevemos a cabo la acción.

Marisa: Me acordé de algo que leía el otro día de Heidegger.  En  El origen de la obra de arte va a plantear que la  esencia del utensilio, su «plenitud», reposa, pues, en algo más que la instrumentalidad, que el  llama «confiabilidad». Dice hablando de los zapatos de una campesina: “… en el utensilio zapato resuena el silencioso llamado de la tierra, su tácito don del trigo maduro, su inexplicado negarse en el yermo barbecho del campo invernal. A través de este utensilio pasa el ansia sin lamento por tener seguro el pan, la muda alegría por haber vuelto a vencer la necesidad, el temblor ante el nacimiento y el escalofrío ante la amenaza de la muerte”[7].  La relación con el utensilio, con la materialidad del objeto en sí define, en este sentido, la dimensión humana.

Leticia: El problema está en el lazo que mantenemos con los objetos, en el modo de vincularnos o relacionarnos con ellos, lo cual actualmente se ve dificultado por la cibernética, que tiende a forcluir uno de los soportes que nos hace hablantes, la dimensión real del cuerpo. Entonces no hay cuerpo que toque, ni que sea tocado. 

Esto también lo podemos pensar a partir de Winnicott[8], quien plantea que el proceso de desarrollo del sujeto se da conjuntamente con la constitución de los objetos, ambos procesos van de la mano. Dirá que al comienzo del desarrollo, el mundo está formado por los objetos subjetivos y luego habrá un pasaje hacia los objetos objetivos, a partir de que el infante usa el objeto, lo manipula, este se presenta con características que le son propias. Es importante que el objeto sobreviva a la agresividad del infante, o sea que el objeto no tome represalias, ni que cambie, para que pueda emerger su diferencia. Un punto importante a resaltar, es que en este asunto es crucial los efectos del cuidado del otro. Una vez más vemos como el objeto y el otro son irreemplazables en la constitución del sujeto. 

Marisa: Winnicott plantea que la agresividad surge por esa confusión/fusión con el objeto y su independencia es “puesta a prueba”. En ese momento es muy importante la madre (en palabras de Winnicott, “suficientemente buena”) que en su función no ceda al agravio para posibilitar la construcción del objeto, se pone en juego la otredad del otro que en tanto objeto resiste y sobrevive a la potencial destrucción. Bajo estos términos logra instaurarse la realidad compartida y como lo distinto de mí. Es lo que él llama alojar el objeto “fuera de la zona de los fenómenos subjetivos”.

Leticia:  Agrego un último comentario, el objeto transicional permite incluir una terceridad, ya que es entre la madre y el niño que aparece este tipo particular de uso de objeto, el cual no es ni plenamente objetivo ni subjetivo. Permite sobrellevar la angustia que surge frente a la separación con la madre. 

Marisa: En La humanidad aumentada Eric Sadin habla de “la tensión entre la creencia en las virtudes infinitas de la electrónica y el temor respecto de sus poderes, susceptibles de desplegarse en una medida sin equivalencia histórica”[9] produciendo actualmente, la relación con la tecnología, una fascinación ambigua. Habla de la portabilidad y de la liberación de los cuerpos que la misma facilitó. 

Ahora, como hablábamos al comienzo respecto de esta tensión, esa facilitación, ese poder no estar en cuerpo presente ¿es una liberación de los cuerpos o por el contrario es un aplastamiento de los mismos?

Leticia: O cuerpos anestesiados, desafectivizados, que no sienten, hasta el extremo de no comer, pudiendo permanecer horas jugando a un videojuego, sin sentir hambre.

Marisa: También destaca Sadin el vínculo cotidiano que se establece con estos objetos tecnológicos. Un vínculo que desplaza la tensión entre emancipación y servidumbre a enriquecimiento o dependencia. La relación con los aparatos tecnológicos inducen a un tipo de apego casi continuo y que se pone en acto en los vínculos compulsivos por ejemplo con el celular. El objeto celular que pareciera adquirir la función de transicional, permitiendo articular el adentro con el afuera, distanciarse del otro, cumplir una función tranquilizadora, representa la “culminación del fetichismo tecnológico contemporáneo por su disposición a armonizarse con el cuerpo y a aumentar indefinidamente sus poderes de aprehensión”[10]. Es decir que lejos de cumplir esa función pacificadora del objeto transicional, ocupa el lugar del objeto que hace suplencia y tapona la falta, adosado al cuerpo, no separado, que nos hace parecer una suerte de cyborgs


[1]Fernández, Helga. La carne humana. Una investigación clínica. 1ra. ed. CABA, Argentina. Editorial Archivida, 2022.

[2]https://enelmargen.com/2023/10/29/un-ruido-incomprensible-y-que-machaca-por-marisa-rosso-y-leticia-gambina

[3]Spitz, René A. El primer año de vida del niño. Buenos Aires, Argentina. Fondo de cultura económica. 1965

[4]Dolar, Mladen. Una voz y nada más. 1ra. ed. Buenos Aires, Argentina. Editorial Manantial, 2007.

[5]://enelmargen.com/2023/03/13/componer-el-silencio-por-marisa-rosso/

[6]Cohen, Marcelo. Notas sobre la literatura y el sonido de las cosas. 1ra. ed. Barcelona, España. Malpaso Ediciones, 2016.

[7] Heidegger, Martín. El origen de la obra de arte. Edición bilingüe de Helena Cortez y Arturo Leyte. Editorial La Oficina, España.  

[8]Winnicott, Donald. Realidad y juego.1ra. ed. Barcelona, España. Gedisa Editorial. 1993.

[9]Saddin, Eric. La humanidad aumentada. La administración digital del mundo. Traducción Javier Blanco y Cecilia Paccazothi. 1ra. ed. Caja Negra. 2017   

[10]Saddin, Eric. Ob. cit. Pág. 94.


Leticia Gambina. Psicoanalista. En el año 2004 se recibió de Licenciada en Psicología en la UBA. Del 2005 al 2009 realizó la Residencia de Salud Mental en el Hospital General de Agudos Dr. T. Álvarez. Actualmente trabaja como analista en su consultorio particular y forma parte de un programa de violencia familiar y sexual dentro del Ministerio de Justicia y DDHH desde el año 2009. Participó de grupos de trabajo en la Escuela Freudiana de la Argentina desde el año 2015 al 2021. Forma parte de la delegación editorial de En el margen. Revista de psicoanálisis.

Marisa Rosso. Psicoanalista. Ejerce  la práctica del psicoanálisis en el ámbito privado con niños, adolescentes y adultos. Supervisa y dicta grupos de estudio. Fue miembro de la Escuela Freudiana de la Argentina desde el año 2004 hasta fines del 2021. Coordinó diversos grupos de trabajo y de investigación. “La función del amor”, “Posición femenina, posición del analista. Consentimiento y semblant”, “Subjetividad y lazo social: incidencia del discurso capitalista en las nuevas manifestaciones del malestar en la cultura”, ”Del arte al psicoanálisis. Avatares del sujeto: goce, creación, Sublimación”, entre otros. Supervisora y enseñante en el Hospital Interzonal General de Agudos “Luisa C. de Gandulfo” durante los años 2017/2019. Forma parte de la delegación editorial de En el margen. Revista de psicoanálisis.


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