El malestar en la cultura tecno-financiera. Cuerpos corrompidos, almas corroídas. Por Marisa Rosso y Mariana Castielli.

Imagen, @ddking_art (Dieter Deconinck)

Cuidado editorial: Helga Fernandez



“La era está pariendo un corazón

No puede más, se muere de dolor

Y hay que acudir corriendo 

Pues se cae el porvenir”.

Silvio Rodríguez 

Lorraine: -Bueno, he oído hablar de ti. Eres uno de esos «sheriffs constitucionales».

Sheriff: -Si, lo soy. Defensor de la libertad y protector del hombre común contra la tiranía del estado y todas sus exigencias malignas.

Lorraine: -¿Impuestos?

Sheriff: -Oh, si, por supuesto.

Lorraine: -¿Red de protección social?

Sheriff: -Bueno, escupiría, pero no sería educado.

Lorraine: -¿Respeto por los incapacitados?

Sheriff: -Todo el abanico multicultural. «Billy tiene dos madres» y todas esas aberraciones.

Lorraine: -Entonces ¿Quieres libertad sin ninguna responsabilidad? Hijo, sólo hay una persona en la tierra que puede conseguir ese acuerdo.

Sheriff: -¿El presidente?

Lorraine: -No, un bebé. Estás peleando por tu derecho a ser un bebé.

                                                                                                       Serie Fargo. 5ta Temporada.

Escuchamos o asistimos a posiciones infantilizadas cada vez más alarmantes, el mundo del adulto imaginado como un niño eterno, el mundo del niño imaginado como un adulto en miniatura. Adultos infantilizados, padres que no se distinguen de sus hijos o que propician inversión de decisiones con hijos cada vez más tiranos, caprichosos y desorientados.  Padres también desorientados que al erigirse en defensa de esa infantilización, se convierten a su vez en tiranos con los docentes de sus hijos, quienes temen poner límites y ser acusados de violentos. Se construye una ideología que da fundamento a una supuesta “libertad de elección” sin restricciones. Según una de estas ideologías de moda, por ejemplo la “crianza positiva”, se rechaza cualquier tipo de límite o interdicción llegando al extremo de excluir la palabra “no”.

Hace tiempo nos venimos preguntando y trabajando sobre esta subjetividad infantilizada; Serge André habla de esto ya a fines de los ‘90 en términos de “infantolatría de la época”(1) y se pregunta si la misma no correría el riesgo de llevarnos hacia una forma de pedofilia generalizada y triunfante.

Hemos entrado, sin darnos cuenta, en una verdadera idolatría del niño como objeto, en cierta representación imaginaria del niño que hace ley. Lo ideal hoy en día es permanecer niño, ya no es convertirse en adulto; leemos y escuchamos una resistencia férrea a abandonar el ser de falo, a desistir a entrar en la adultez y atravesar ese pasaje. Esta posición conduce, entre otras cosas, a votar a un libertario desde una “ingenuidad” infantil. 

Ingenuidad que en la infancia está en relación a la falta de un saber relativa a los tiempos de la experiencia del cuerpo, es decir falta aún ese saber que se produce apres coup por la entrada en la sexualidad. Cuando la ingenuidad persiste a lo largo de la vida por el desistimiento o resistencia  a atravesar los pasajes, con sus duelos necesarios, la misma adquiere la forma de la idiocia.  

¿Cuál es la causa o a qué obedece esta  infantilización? ¿Se trata sólo de una resistencia a realizar este pasaje o la resistencia es efecto de alguna otra cosa?

Se sostiene una creencia sin cuestionamiento ante figuras de “autoridad” que prometen libertad sin costos, “lo va a pagar otro”, “lo va a pagar la casta” y se adhiere a la promesa de liberación de un Estado (Padre) opresor y de no restricción de goce; a la vez que permite sostener la ilusión de que alguien resuelva, bajo la figura de un salvador o mesías.

Predomina una pretensión  por parte de los adultos de que no sólo el niño sea un cuerpo angelical sino ellos mismos serlo por dentro y por fuera, seres infantilizados fáciles de corromper, de devastar. 

Podemos ubicar la interrelación entre lo que es la constitución subjetiva en la infancia y lo que tiene que ver con una construcción social que obstaculiza la complejización del psiquismo y por ende del pensamiento. Entonces, ¿se permanece en lo infantil en la total alienación o en la infantilización porque el sujeto de esta época no cuenta con una complejización psíquica necesaria y por eso no tiene con qué separarse? ¿Se puede salir de la posición infantil sin desarrollar el pensamiento crítico, sin dejar de ser hablado por el Otro?

Si leemos el efecto del discurso actual sobre los cuerpos nos encontramos con manifestaciones sintomáticas y diagnósticos a granel tales como el sibo, la fibromialgia, la intolerancia a la lactosa, proliferación de diversas enfermedades autoinmunes que darían cuenta de la falta de complejización simbólica de la que venimos hablando; como la celiaquía, en la cual además, puede leerse como el organismo responde rechazando las modificaciones genéticas del trigo producidas por la ciencia.

Según el filósofo y activista italiano Bifo Berardi, lo que predomina en estos tiempos de apagón de la sensibilidad y apagón de la razón es la idiotez, propagada por el mundo en forma de rebeldía contra la ciencia, la cultura, las formas de lazo que hacen comunidad; como decíamos anteriormente, cuando se permanece en la ignorancia que vira hacia la idiotez por la resistencia o desistimiento a querer saber. 

La infoesfera en la que estamos inmersos, con su enjambre informativo, produce un ruido que no hace lugar al pensamiento crítico, se trata de atacar sin discutir y ganar. A eso se intenta reducir el debate en esta época de nuevos fascismos tecnológicos. 

La intensidad y velocidad de la estimulación informativa exige una enorme cantidad de atención produciendo una saturación que obstaculiza la capacidad crítica, entre otras cosas para discriminar entre lo que es verdadero y lo que es falso. En este estado de cosas no existe lugar para realizar un análisis crítico y reflexivo el cual requiere no sólo de información sino también de un tiempo para su elaboración, precisa de un sujeto que lea. 

Como dice Berardi, “(…) la aceleración de la infoesfera provocó la explosión de la organización crítica irracional de los contenidos del discurso público: es por ello que hoy tenemos la impresión legítima de que la locura se está diseminando por todas partes en el ámbito social”(1).

La obscenidad de la época es que se  viene a hacer negocios con nosotros, los sujetos,  como objetos, no hay ficción, ni mascarada, es obsceno. La locura en estos tiempos se realiza bajo la forma de esta obscenidad: se nos muestra el objeto para tapar la falta. Es el dinero lo que está fetichizado, y en dependencia de eso, se fetichiza todo lo que debería entrar en una ecuación simbólica con él: no sólo los niños, sino también los órganos, el pene, las letosas, etc.…

El poder financiero nos instituye en el objeto a corromper, degradar, endeudar. Tomando las palabras de Jorge Alemán podemos decir que “el estar endeudado” es uno de los  dispositivos con el que se manipula a la población para hacerla renunciar a su responsabilidad política (2). Una población excluida de la responsabilidad política es una población reducida a los protocolos de evaluación y contabilidad, instrumentos que reducen al sujeto a su pura vida desnuda, entregada a la “pedofilia generalizada” de esta época. ¨Sin consentimiento hay convencimiento, manipulación¨ (3).

En la muletilla “Fingir demencia”, una de las frases más escuchadas en estos tiempos como marca de lo epocal, dentro y fuera de los espacios analíticos, podemos leer la impronta de un orden de desistimiento o deserción respecto de las complejidades de lo que está en juego. Hacer de cuenta que uno no escucha lo que escucha, que no ve lo que ve, que no se entera de lo que se entera, una decisión consciente de no hacerse responsable, de evitar la angustia de  castración. “¿para qué leer o informarse si hace mal?” En esta era de la proliferación desmedida de fake news y de la digitalidad es muy difícil encontrar interlocución, ya que lo que prima son respuestas especulares, copiadas y reproducidas al infinito por “mandíbulas autómatas” (4) donde no hay  ni quien diga ni a quien decir, dando cuenta de un aplanamiento subjetivo propio de este tiempo donde no se lee más allá.

No sólo a nivel político el debate o el intercambio se hace imposible, ante las preguntas y la falta de argumentos se responde muchas veces de este modo especular, cual autómata, pero con violencia. 

“En la transmisión digital el ser hablante considera que habla eso que lo habla y que es él mismo quien lo articula. Una pasión por ser hablado, donde lo que se reproduce ni siquiera se repite y mucho menos se articula o modula. No es dicho por nadie, ni dirigido a nadie, no cuenta ni con objeto ni con sujeto. No posee dirección {adresse} o destinatario {subject}, ni remitente. Es reproducido por mandíbulas autómatas, desposeídas del hábitat del inconsciente, que se enchufan y son enchufadas a otros aparatos de la comunicación como un nexo más que corre por el campo de la digitalidad”(5).

En este contexto la mayoría de las imágenes que proliferan no ofrece síntesis sino reducciones como efecto del aplanamiento subjetivo; estas reducciones  producen mayor aplanamiento, en una retroalimentación que emula a la algorítmica, de manera infinita e indefinida.

Hace unos años Marcelo Cohen anticipaba que  “El mundo de los que no leen será un mundo no de ´incultos´ sino de ingenuos. Para estos incautos del futuro, no va a ser que los poderosos puedan engañarlos… Lo grave va a ser que tomen las palabras ajenas y las propias al pie de la letra; que crean que el lenguaje los representa.  Al revés que el ´ignorante´ de otros tiempos, el primitivo tecnológico está al tanto de montones de cosas; pero como no lee, cree que el lenguaje, como las imágenes, explica fehacientemente; y esta ingenuidad terminará por anularlo, si antes no lo vuelve peligroso”

Esta ingenuidad sostenida en el tiempo como efecto de la falta de lectura y de interés por querer saber, nos lleva a retomar la idea del niño objeto, desde esa posición de niño eterno no hay la posibilidad de la objeción, por ende de la separación del discurso alienante.  El niño objeto no objeta, finge demencia, se idiotiza, es corrompible, degradable, arrasable.

¿Cómo evitar el desistimiento para poder recuperar no sólo la complejización de la lectura de la realidad, sino también y por sobre todo la complejización del psiquismo y la profundización de los lazos? ¿Cómo hacer para resistir el empuje a lo infantil? ¿Cómo hacer para restituir la puesta en escena del cuerpo y no de la imagen? 

¿Será creando nuevas formas de lo simbólico y lo colectivo, nuevas formas de intervención en lo social y singular? ¿Será resistiendo el arrasamiento subjetivo con el pensamiento, la lectura y la transmisión? ¿Será no dejándonos sustraer el amor y la determinación? ¿Será recuperando el valor de la palabra libertad?

Sea como sea, este es el desafío que tenemos que asumir sin dilación y no pareciera ser sin poner el cuerpo. 

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  1. Serge André. «La significacion de la pedofilia». Conferencia en Laussane 8- 6-1999. Traducción Guillermo Rubio.
  2. Franco ¨Bifo¨ Berardi. La segunda venida. Pág. 92. Traducción de Tadeo Lima. Ed. Caja Negra. Bs. As. 2021.
  3. Jorge Alemán. «La globalización como golpe de Estado financiero». https://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-249519-2014-06-27.html?mobile=1
  4. https://enelmargen.com/2023/09/20/acerca-de-la-pedofilia-con-sentimiento-con-vencimiento-por-marisa-rosso-y-mariana-castielli/
  5. Término tomado de la conceptualización de Helga Fernandez. Mandíbulas autómatas. Plaqueta de próxima aparición, editada por En el margen. Revista de psicoanálisis. Junio 2024.
  6. Helga Fernandez. Ib. 
  7. Marcelo Cohen. Notas sobre la literatura y el sonido de las cosas. Pág 207. Ed. Malpaso Ediciones. Cataluña 2017.

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