¿Qué práctica de la palabra llevamos a cabo? Por Leticia Gambina

Imagen: Tomas Quinn

Cuidado editorial: Marisa Rosso


«No creemos que la solución sea gastar millones de pesos en cursos o cuestiones que han probado su ineficacia, o en empleados y empleados. Este gobierno va a ser implacable con los agresores. Basta de garantismo falso y de defensa de los delincuentes. Más violencia, más penas, sin métodos alternativos de solución de conflictos.» (Mariano Cuneo Libarona, Ministro de Justicia, 2024)[1].

Mientras escribía este texto, por otro lado se decía esto otro. Que difícil continuar escribiendo después de escuchar esas palabras, así como tantas otras muy similares. Pero por suerte, también están quienes dicen y hacen otra cosa.

Úrsula k. Leguin escribe cuentos y también novelas cuyas tramas son principalmente fantásticas. Dice que sus “historias no son advertencias nefastas ni proyectos de lo que deberíamos hacer. La mayoría, creo, son comedias sobre las costumbres humanas, recordatorios sobre la infinita variedad de formas en que acabamos siempre en el mismo sitio y homenajes a esa variedad infinita a través de la invención de aún más alternativas y posibilidades”[2]. Pienso entonces en cómo la ciencia ficción y la fantasía nos ayudan a imaginar otros mundos. 

“Por estos días convulsos, de abatimiento, enojo, tristeza y lucha urge reconsiderar las formas de transmisión de la palabra”. Así comienza Helga Fernández su ensayo Mandíbulas autómatas[3]. Lectura que en estos tiempos me viene acompañando y que a su vez acompaña lo aquí escrito. Creo que más a menudo de lo que solemos hacerlo cabe preguntarnos, ¿qué práctica de la palabra llevamos a cabo? Incluso o aún más, cuando se trata de prácticas que hacen de la palabra su medio, y sabiendo además que ni diciéndonos psicoanalistas, ni usando su jerga, ni siendo adeptos a su causa, tenemos garantizada dicha práctica.  

Recientemente supe de la existencia -a la par que comencé a formar parte- de un Programa de Resolución Alternativa de Conflictos (PRAC)[4], práctica que, casualmente, el ministro de justicia desestima, argumentando que ante la violencia es necesario más violencia. Pero ya sabemos por experiencia que no hay peor violencia que aquella ejecutada por y desde el Estado. 

Llevar a cabo una práctica alternativa dentro del sistema judicial no es una tarea sencilla. Y poder explicarle, a su vez, a alguien e incluso a mí misma, qué hace ahí un psicoanalista, se vuelve por momentos también complejo. Pero eso que lo hace difícil justamente me lleva a pensar en mi propia práctica, a preguntarme qué hago ahí, de que se trata estar, en tanto analista, o mejor dicho en función analista. Y de alguna manera ese no saber, me devuelve a lo que la experiencia del análisis mismo nos enseña, que Eso habla más allá de uno, que dejarse tomar por lo que allí emerge es parte de ese hacer y en ese dejarse tomar algo nuevo se va construyendo. 

El Programa en cuestión consiste en una política pública de acceso a la justicia[5]. Pero, ¿de qué justicia hablamos? ¿Qué sería hacer justicia? ¿Es lo mismo para todxs? ¿Qué entiende cada quien por justicia? En principio, me encontré aquí con una idea de justicia diferente a lo que sería por ejemplo un juicio, donde a partir de la comprobación de ciertos hechos se llega a la Verdad; dónde hay dos partes y sólo una tiene la razón. Por el contrario, en la búsqueda de resoluciones alternativas no importa en sí mismo quién tenga la razón o porte la verdad, ya que no se trata de eso, o en todo caso, lo que habrá son diferentes razones y verdades, que se irán entrecruzando. Es una búsqueda que apuesta al decir de los sujetos, a que cada cual pueda hablar y pueda ser escuchado y a la vez escucharse. Se intentan crear, generar, construir las condiciones para el encuentro con esos otros, que son parte del entramado subjetivo de cada quien y que hacen al ser hablante en cuestión. Encuentro que puede darse o no, ya que no está asegurado, ni garantizado y es posible que se de menos de lo esperado. Pero no por eso, deja de ser importante y necesaria la apuesta a que tales condiciones puedan existir.

Por otro lado, hablar de alternativa da cuenta de que no hay un único modo. Y entonces si hay otros modos es posible lo diverso, lo múltiple, lo heterogéneo, lo plural. Aparece el otro, ese otro, del que algunos discursos intentan prescindir o peor aun quieren eliminar. Que desde el Estado se pueda pensar una política que incluya alternativas, y sobre todo dentro del sistema judicial, abre una pequeña hiancia, y por qué no cierta esperanza, de que alguna otra cosa sea posible, por más pequeña que sea. Pienso la práctica del PRAC, una entre tantas, como eso pequeño, local, singular que intenta filtrarse por las hendiduras, en este caso del sistema judicial actual, a contrapelo de lo que impera, insistiendo en que hay otras maneras.

Helga Fernández refiere que lo que muestra la era digital, o mejor dicho exacerba, es el estado viral de la palabra, que no es propio de esta época, sino que hoy se deja ver de manera descarnada. Dirá entonces que actualmente impera la transmisión viral de la palabra. Pero de la palabra que no dice, que habla por hablar. Nos encontramos ante una palabra sin sujeto que pueda identificarse a esta. El ser hablante no se encuentra implicado en aquello que dice. Se replican barbaridades, insultos, estigmatizaciones como si nada. Se profiere una cosa, luego otra, sin entrar en contradicción una con otra. Aquello reproducido no es registrado ni inscripto. Se reproduce sin ton, ni son; y no hay quien responda o asuma las consecuencias y los efectos de ese decir.

Este modo de relación a la palabra puede darse en cualquiera de nosotros. Mas hoy donde ciertos discursos lo avalan y lo promueven. El problema entonces está en el aprovechamiento que se hace de ese modo de hablar y en el hecho de que todos podemos contribuir a ese estado de la palabra, quedar capturados por la viralización y colaborar con su existencia. Esto me lleva a pensar en cómo en las instituciones, cualquiera sea -jurídica, médica, penal, social, educativa, psicoanalítica- se puede instalar y propagar este mismo modo de la palabra. También en ellas se puede hacer uso y abuso de ello. Médicos, abogados, trabajadores sociales, psicoanalistas, educadores pueden convertirse en portadores de ese modo de la palabra. Poder pensar cómo estamos interviniendo y desde dónde es parte esencial de nuestra práctica. 

Helga Fernández refiere que lo que apacigua la experiencia del lenguaje en su estado de virulencia es la palabra encarnada. La palabra encarnada es aquella que se asienta en el decir, que compromete a quien dice con lo que dice. Es la palabra que se dirige a un otro y que entonces, por esto mismo, permite conversar. Es la palabra, por ejemplo, a la que se apuesta en la experiencia del análisis, pero que también puede existir por fuera, en otros ámbitos y espacios. Es necesario entonces generar prácticas que apuesten a la palabra encarnada. Prácticas que restituyan al sujeto, que permitan la historización y el entramado con otros. Prácticas que abran espacios donde efectivamente se hable y efectivamente se escuche, y donde poder dar cuenta, entre otras cosas, de que muchas veces, ese que habla no habla en realidad. Poder escuchar quien habla y desde dónde habla, hoy más que nunca, se ha vuelto vital. 

Construir una forma de justicia diferente podría dar lugar a una convivencia distinta[6]. Si queremos que exista otro modo de vivir,  ¿deberemos entonces salir de la lógica del enemigo, de lo binario, de lo bélico, propia de nuestro Estado?  

Recuerdo que hace unos meses participé en una conversación donde Rita Segato habló sobre las pedagogías de la crueldad[7]. Allí mencionó su poca fe estatal, que, aunque me duela reconocer, muchas personas también comparten. Habló de la necesidad de un Estado que debe ser reconstruido, donde la relación estado-sociedad debe ser trabajada de otra manera, lo cual es distinto a destruir el Estado, tal como pretende el gobierno actual. 

Empecé citando a Úrsula K. Le Guin, vuelvo a ella para concluir. Alguien que escribe historias fantásticas y de ciencia ficción entiende claramente el poder de la imaginación. Si hay algo que ha demostrado que sabe hacer con su escritura, entre otras cosas, es imaginar e invitar a otros también a hacerlo. Por eso puede decirnos, e incluso asegurar,  que “el ejercicio de la imaginación es peligroso para quienes se aprovechan del estado de las cosas porque tiene el poder de demostrar que el estado de las cosas no es permanente, ni universal, ni necesario”[8]. 

La fantasía y la ciencia ficción ofrecen alternativas a nuestro mundo actual, muestran que el modo en que vivimos no es el único en el que se puede vivir. Considero que el psicoanálisis, por su parte, también tiene esa potencia, pero seguramente no aquel reproducido y llevado a cabo por mandíbulas autómatas. ¿Qué práctica entonces queremos llevar a cabo?


[1]Discurso dado en la comisión de Mujeres y Diversidad de la Cámara de Diputados, 27/08/2024. https://www.youtube.com/watch?v=Q8tJgRux0EE

[2]Le Guin, Ursula K., Contar es escuchar. Traducción Martin Schifino. Anotateló encuadernación artesanal. 2004. Pág.188

[3]Fernández, Helga. Mandíbulas autómatas. La palabra en estado viral y los huéspedes precarizados. 1ra. Edición. CABA, Argentina. En el Margen. 2024.

[4]El Programa de Resolución Alternativa de Conflictos (PRAC) de la Defensoría General de la Nación fue creado en 2012 con el propósito de impulsar procedimientos de resolución alternativa de conflictos en el ámbito de la Defensa Pública, para mejorar las condiciones de acceso a la justicia. Busca la defensa y protección de los derechos humanos, en especial de las personas que se encuentren en situación de vulnerabilidad. Actualmente su coordinación se encuentra a cargo de la Dra. Silvana Greco. https://www.mpd.gov.ar/index.php/programas-y-comisiones-n/61-programas-y-comisiones/programa-de-resolucion-alternativa-de-conflictos/4130-breve-resena-del-prac

[5]Consiste en una práctica alternativa al proceso judicial penal basado en el modelo punitivista. Se apoya en la idea de corresponsabilidad. Se trata de una justicia no impositiva, sino participativa, con un enfoque restaurativo, donde cada persona es parte activa del proceso y tomada en cuenta en su singularidad, donde lo importante es el proceso colectivo que se va dando y construyendo con los distintos actores que son parte del conflicto y de la comunidad. Se intenta, por medio de estas prácticas, introducir una diferencia en el sistema abusivo y violento que prevalece muchas veces en el Estado, y más aún, en el sistema judicial.

[6]Los pueblos originarios, entre ellos los mapuche, se basan en un concepto de justicia diferente al nuestro. No buscan el castigo o la pena, sino que la justicia mapuche es una forma de conocimiento que construyen entre todos. Buscan reparar un daño y la forma de repararlo se decide en comunidad. Esta manera de pensar la justicia hace a una convivencia diferente y a otro modo de habitar la tierra. 

[7]Conversación con Rita Segato: Combatir la crueldad. 12/04/2024. https://www.youtube.com/watch?v=V3hIXcScmTs

[8]Le Guin, Ursula K., Ob. Cit., pág.188.


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