Apelación a la infancia. Por Viviana Garaventa

Cuidado Editorial: Helga Fernández, Amanda Nicosia, Agostina Taruschio

Imagen: Akiko Takahas


La infancia, es cuando aún no es demasiado tarde.

Mia Couto.

 … Nos toca más que nunca decidir el lenguaje y 

ejercerlo con el mayor coraje. A eso le llamo poesía. 

Liliana Bodoc

En el transcurrir del tercer milenio, un soplo gélido, desprendido de un cambio civilizatorio sin precedentes, nos desabriga de nuestra condición hablante. Parecería que estamos inmersos en la realización tecnocapitalista de esa fábula moderna imaginada por Michael Ende después la segunda Guerra, en la que el poder, figurado como anónimos hombres grises, irrumpía en la vida cotidiana de los seres hablantes para arrebatarles la temporalidad imponiendo un tiempo de rendimiento, efectuando el exilio del juego a través del secuestro de su guardiana(1).

A comienzos de este siglo, en una publicación colectiva, convocada alrededor de la amenaza que se cernía sobre la infancia por efecto de la prevalencia de la lógica de mercado neoliberal, participé con un texto en el que proponía apostar a la infancia, en su deslinde con la niñez, como hueso real de nuestra praxis, no solo con lxs niñxs(2).

Por entonces, con la lectura de Agamben, sitúe a la infancia como dimensión originaria de lo humano, sustrato de la experiencia, y del misterio irradicable que nos habita, en tanto, no sólo no somos hablantes desde siempre, sino que, y acá encuentro el hallazgo más precioso, seguimos siendo infans(3).

Esta es una perspectiva esencial: la infancia no es un paraíso perdido allá y entonces.

Esta coordenada desacomoda radicalmente lo establecido por el sentido común y por otras lecturas, y es la que le da su potencia: seguimos habitados por un estado de no habla, un estado por el cual es preciso tomar la palabra, en tanto no está lista prêt-à-porter.

En ese pasaje, de un estado de no habla a la experiencia del decir se sitúa la infancia como pérdida y como perdida cada vez. En esta función, originaria y originante de la pérdida, arraiga la potencia y potencialidad lenguajera de la infancia, en la que se sostiene nuestra condición de hablantes.

Esta dimensión de la infancia, es precisamente la que está suprimida por el estado viral del lenguaje en el tecnoceno.

Bajo la égida de la inteligencia artificial generativa, ese estado viral se intrusa -tanto por las redes digitales, como por los eufemismos ecolálicos reiterados de figuras públicas- y efectúa el eclipse de la condición hablante de los seres humanos, transmutados por esa vía en mandíbulas autómatas, tal como, con lúcida sensibilidad, nombra Helga Fernández(4).

Mandíbulas autómatas que encontramos expandidas en oficios que por derecho, aunque a veces no de hecho, requieren que resguardemos la condición de hablantes. Me refiero a las prácticas de salud, y de educación, que son aquellas con las que tenemos cotidianidad como practicantes de psicoanálisis.

En esta ocasión, desde la experiencia en la guardia de un hospital pediátrico en el tiempo de la postpandemia, vuelvo al texto que escribí en el 2004 para rescatar la vigencia de la apuesta a la infancia, que ahora, en este tiempo sombrío, deviene apelación urgente(5).

En El elogio del riesgo, Anne Dufourmantelle, se orienta en esta dirección cuando sitúa a la infancia como una zona a la que se entra por efracción, zona a la que hay que advenir. En ese movimiento, sitúa una apuesta ética(6).

Apuesta qué implica no ceder a la tentación del cierre de sentido por la inmediatez de las respuestas solicitadas por la “garantía” de los protocolos. 

Apuesta que implica ir hacia la apertura de esa liminalidad indómita, para precisar en nuestros términos, lo que Graciela Montes llama frontera(7). Una temporo espacialidad donde reina Aión y la lengua recobra su potencia lúdica enraizada en la melopea inaugural del otro y en el laleo infantil; ese jugar con la lengua materna, que Freud señala como antecedente del chiste. En esa experiencia temporal resuena la musicalidad de los fonemas, hacedores de silencio, y relampaguea la sorpresa.

Esa liminalidad constituye la vía regia de un modo de satisfacción pulsional en la que se produce ganancia de placer, en tanto se experiencia la erosión de un goce ruinoso, vivido como demasía del sufrimiento. Acá encuentro un asunto medular de nuestra praxis en tanto se dirige al penar de más, lo único que autoriza nuestra intervención y sitúa nuestra responsabilidad de analistas. En dirección a la satisfacción pulsional que transmuta hacia un goce amigo de la vida se orienta la ética del psicoanálisis.

El analista interviene apostando a efraccionar esa zona ofreciendo una primera orilla de sublimación, al poner a jugar una falta radical en el campo de la espera que su deseo abre. No hay transformación del sufrimiento sin que la sublimación como vicisitud de la pulsión intervenga.

Es lo que nos enseñan lxs niñxs con la repetición de sus juegos, en los que la sublimación inscribe la satisfacción de la repetición; inscripción de la diferencia irreductible entre la satisfacción hallada y la pretendida que vuelve a situar la pérdida cada vez vivificando el deseo. 

En este tiempo sombrío, la forclusión generalizada de la castración impuesta por el poder económico tecnocapitalista tiene como correlato lógico la crueldad, en tanto efectúa la supresión de los asuntos del amor y por tanto también de la sublimación.

Recordemos que nuestro querido Ulloa situó como contrapunto de la crueldad a la ternura, a la que otorgó estatuto de instancia ética fundadora de lo humano, primera estación de sublimación, efecto de la privación del Otro primordial, cuando renuncia a apoderarse del infans(8).

La posición del analista re/introduce esa primera orilla, abre un pasaje a la sublimación como vicisitud de la pulsión, que permite al goce condescender al deseo.

Con este recorrido, la infancia de Agamben, como misterio del habla, se expande y articula a lo que Lacan propone como misterio del cuerpo hablante. El eclipse de la condición hablante, suprime el misterio del cuerpo, lo real del inconsciente y su dimensión de goce.

¿Cómo podrían no fracasar estrepitosamente en el abordaje del sufrimiento humano la aplicación de protocolos y los tratamientos reducidos exclusivamente a lo psicofarmacológico y conductual que desconsideran la dimensión del goce del cuerpo al suprimir las vías de su elaboración? 

No olvidemos que aún, en este estado de la civilización, el neonato humano sigue requiriendo del auxilio de un otro hablante para vivir, lo cual requiere necesariamente la incorporación de lalengua, que conlleva la instilación de un goce irreductible; goce que no podría encontrar tratamiento por fuera de las vías de la lengua.

Los primeros días del 2023 llegó a la guardia Magui, una niña de 9 años que había estado internada, semanas antes, en un sanatorio por dolor abdominal agudo intenso. Había recibido en ese lugar, durante varios días,una medicación endovenosa, que suele utilizarse como preanestésico, y había sido dada de alta con una indicación de benzodiacepinas: “por si las crisis de dolor reaparecían”.

El dolor volvió a los pocos días, insistió, persistió, y esa vez la llevaron al Hospital de Niños. Ahí se encontró con una pediatra en la que seguía presente el legado de una medicina que admite la presencia ineliminable de una dimensión intangible en el sufrimiento. Tal como le gustaba decir a Gianantonio, ese maestro del arte de curar, cuya transmisión aún resuena en las paredes del Niños(9). Por ese portal algunos pediatras, a veces, intuyen que el dolor puede gritar en un cuerpo denunciando otros dolores.

Esa crisis de dolor abdominal agudo recurrente, sin causa orgánica, era un síntoma típico de la niñez en otros tiempos. Síntoma que Winnicott podría considerar un llamado de socorroa un cambio del entorno, si se lo sabía leer como tal(10).

La presentación de sufrimiento de Magui era clásica, la respuesta al mismo era actual, hasta el momento que entró al Niños.

La pediatra que la recibió, después de un examen clínico exhaustivo y de haber hablado con el equipo médico donde había estado internada la niña, quienes justificaron su proceder en que habían aplicando el protocolo para el dolor, escuchó que se trataba de otra cosa. Asombrada, indignada por el tratamiento que hasta ese momento la niña había recibido, nos interpeló acerca de qué hacer porque la niña estaba realmente con mucho dolor. Nos contó que Magui estaba con los papás, la abuela y una hermanita de pocos meses, y ahí, al decir esto, una sonrisa tierna, pícara, asomó en su rostro.

Fuimos con una de mis compañeras al consultorio donde Magui, acurrucada en un rincón, gritaba agarrada de la panza. Mientras tanto el padre le decía “¡no! ¡no!” ante el amague de la niña de revolear un cesto; la madre mostraba claros signos de fastidio, y la abuela le solicitaba: “no grites que la bebé se asusta”.

Invitamos a que, en principio, se quedara con Magui sólo uno de los acompañantes. Salieron espontáneamente la madre y la abuela.

Quizá inspirada en Davoine(11), me encontré diciéndole al padre: “hay quienes dicen que el dolor no elige el cuerpo en el que gritar”. Algo de esta formulación lo sorprende, después de unos instantes dijo: “en casa está todo bien, aunque hace un año…”. 

Mientras iba hilando algunas cuestiones con mi compañera, me acerco a Magui que seguía gritando aferrada a su panza. En ese momento inquietante, parecería ridículo preguntarle si le gustaba dibujar, a ún así, lo hice, y aún así, asintió.

Sin dejar de gritar tomó el papel y el lápiz que le acerqué, y con trazo débil, interrumpido al ritmo del dolor, dibujó algo que dice que son fresas. (Inadvertí en ese momento, que se había abierto una puerta hacia la escena del sueño de otra niña, en otro siglo). La invité a acomodarse en la camilla y desde allí jugamos al ahorcado. La palabra que elegí, y que ella descubrió, fue magia. Me preguntó si ponerle talco a la panza la aliviaría. Ahí recordé y le conté acerca de los paños que solían poner las abuelas  en las panzas dolorosas. Se asombró y me pidió que probáramos con los paños de papel descartables que había en el consultorio. En ese campo, surge un juego: hacer silencio porque la panza está soñando con cerezas. Lo admite, y al rato la panza está soñando con pistachos. Magui protestó: «a la panza no le gustan. Y así, seguimos largo rato probando con lo que soñaba la panza, con lo que le gustaba y con lo que no.

En ese ir y venir, apañándonos con lalengua, los sueños de la pancita atemperaron el dolor y se quedó dormida. 

Mientras, su padre había ido hilando algunas hebras esenciales. Fue contando que se había quedado sin trabajo hacía un año. Había sido un tiempo muy difícil, en el que su mujer además quedó embarazada de la beba, que habíamos conocido en la consulta. En ese tiempo su mujer le reprochaba agriamente que siguiera pasando alimentos a los hijos que él tenía de un matrimonio anterior. Si bien en pocos meses volvió a trabajar, algo se había quebrado. Notaba que su mujer retenía a Magui para que estuviera con ella en la crianza de la beba pese a que contaba con la ayuda de su propia madre.

Recuerda que Magui, poco tiempo atrás le había preguntado: ¿Pueden no ser queridos los hijos?

Lxs niñxs se encuentran en ese estado del ser hablante en el que la pubertad aún no advino, transitando la primera vuelta de la estructura, por tanto están más próximos a esa zona de liminalidad indómita, cuando no se lxs impide demasiado su quehacer lúdico, con el que tejen su anudamiento subjetivo y distribuyen sus goces.

Los reiterados encuentros con cada uno de ellxs, me enseñaron a encontrar en la praxis del juego, que permea hacia lo absurdo y el disparate, la efectuación de la infancia, ese misterio que abriga el cuerpo hablante, sin el cual quedamos expuestos a una intemperie irremediable.

La  apelación a la infancia en el corazón de nuestra praxis se vuelve urgente en este tiempo de in/sublimación, para abrir a la práctica de la conversación blanchotiana(12) de la lectura crítica, del disentir generoso, de la espera activa de lo por/venir. Modos de poner en acto lo inapropiable de nuestra dignidad como seres hablantes.


Notas:

(1) Michel Ende. Momo

(2) Viviana Garaventa. “Apostar a la infancia. La infancia amenazada”. En Psicoanálisis y el hospital, N° 25. Junio 2004

(3) Giorgio Agamben. Infancia e historia. Ed. Adriana Hidalgo

(4) Helga Fernández. Mandíbulas autómatas. La palabra en estado viral y los huéspedes precarizados. Buenos Aires : En el margen, 2024.

(5) Idem (2)

(6) Anne Dufourmantelle. Elogio del riesgo. «Correr el riesgo de la infancia». Ed. Nocturna  

(7)Graciela Montes. La frontera indómita. Fondo de Cultura Económica.

(8) Fernando Ulloa. «Una perspectiva metapsicológica de la crueldad». Barcelona, 2000 https://apunty.com/doc/102-ulloa-una-perspectiva-metapsicologica-de-la-1

(9) Carlos Giannantonio. Conferencia: «La pediatría del año 2000». https://youtu.be/HLNrGnMPPzY?si=MOdsPsGjuO-A6Y-c

(10) Donald Winnicott. Escritos de pediatría y psicoanálisis. La tolerancia de síntomas en pediatría, 2000 

(11) Françoise Davoine. La locura Wittgenstein . Ed Edelp.

(12) Maurice Blanchot. El diálogo inconcluso. Monte Ávila Editores latinoamericana.

Epígrafes:

Mia Couto. E se Oubama fosse africano? E outras interinvenções, São Paulo, Companhia das Letras, 2011. Citado en Dar infancia a la niñez. Notas para una política y poética del tiempo. Carlos Skliar. Daniel Brailovsky. https://ri.conicet.gov.ar/bitstream/handle/11336/214346/CONICET_Digital_Nro.ca2efb69-a900-493c-96cb-23b8db91af39_B.pdf?sequence=2&isAllowed=y

Liliana Bodoc. La literatura en los tiempos del oprobio. Letra SVDACA

Referencias bibliográficas: 

Sigmund Freud. Más allá del placer(1920/1990) Vol XVIII.Ed. Amorrortu.

Jaques Lacan. Seminario 7 la ética del psicoanálisis.(1959-1960/1992). Ed. Paidós 

-(1966-1967) Seminario 14. La lógica del fantasma. Inédito

-(1971-1972) El saber del psicoanalista

-(1972-1973/2001) Seminario 20. Aún. Ed. Paidós 

-(1975-1976/2006) Seminario 23 El sinthome. Ed. Paidós 

Erik Porge (2024) La sublimación,una erótica para elpsicoanálisis. Ed.Tausk

Alicia Rozental-Lisa Pelacoff(comps). Sublimación y escritura en la ética del psicoanálisis. Buenos Aires. Ed.Entreideas, 2025. 

2 comentarios en “Apelación a la infancia. Por Viviana Garaventa

  1. Vivi, lo leí ayer pero no pude editar el comentario. Me gustó mucho. Vas armano con los distintos escritos una estética un forma dedecir en la que quedan enunciados y también aludiso conceptos del psicoanálisis para leer el Otro de esta época. A la vez que recordás el amparo que la ficción propone en su dimensión ética, es decir necesaria . Mis felicitaciones. Cariños

    Marta Benenati

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  2. Muy buen texto, bellamente escrito y con la potencia y apremio de una clínica que siempre interpela, incomoda, desafía. Un placer leerlo. Gracias

    Nora Bolis

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