Responsables de sección y cuidado editorial: Yanina Marcucci y Gisela Avolio
Dirección editorial: Helga Fernández
Publicamos Dos Preguntas a Léa Veran, en francés y en castellano, haciendo lugar a las lenguas, las geografías y los psicoanálisis.
—¿Cómo y cuándo descubrió el psicoanálisis?
—Como sucede a menudo, fueron los síntomas los que me llevaron al análisis. Tenía 24 años, vivía en París y trabajaba en finanzas —analista, pero en startups y fondos de inversión—. Acababa de ingresar a la empresa dirigida por mi padre, con una transmisión en perspectiva: la de la empresa familiar. En ese contexto, casi por azar, toqué la puerta del consultorio de una psicóloga. Por suerte, la más cercana a mi casa resultó ser psicoanalista. Durante mucho tiempo creí que había sido casualidad. Me llevó tiempo escuchar lo que ese gesto, en apariencia banal, ya contenía de dirección y de transferencia. Mucho después del inicio de mi análisis, al abrir una caja vieja, me encontré con dos libros: Tres ensayos sobre la teoría sexual1 e Introducción al psicoanálisis2. Estaban llenos de anotaciones —hechas por mí, alrededor de los dieciséis años— de las que no conservaba ningún recuerdo. Ese retorno de lo reprimido le dio un tono particular a esta primera “porción” de análisis, en la que algo se transmitió de forma silenciosa, a través de un trabajo tan opaco como decisivo.
Dos años más tarde, dejé París y renuncié. Me inscribí en la facultad de psicología en Aix, mientras continuaba la cura a distancia —la pandemia lo imponía—. Ese desplazamiento fue tanto geográfico como subjetivo: me sacó de una trayectoria pautada (secundaria acelerada, clase preparatoria, escuela de negocios, empresa familiar) y abrió un espacio inédito, en el que la lectura se volvió viva, atravesada, subjetivante. Fue en la Universidad donde verdaderamente leí a Freud y a Lacan. Por primera vez, un saber me atravesaba, me implicaba, me desplazaba. La Universidad fue, entonces, más que un lugar de formación: un espacio de transmisión en el sentido pleno del término, donde un texto actúa, trabaja, transforma. Fue en ese espacio donde surgió el deseo de una tesis, casi como una consecuencia lógica ya marcada por la pregunta que no me soltaba: la de la transmisión en psicoanálisis.
A ese doble plano —la cura y la Universidad— se sumó un tercero: el de un “otro lugar”. Durante ese mismo período, viajaba con frecuencia a América del Sur, y más precisamente, a las dos orillas del Río de la Plata. En Uruguay, en Brasil y especialmente en Argentina, descubrí una relación con el psicoanálisis tan masiva como viva, profundamente inscripta en la cultura, los discursos, las prácticas clínicas… y radicalmente ajena al borramiento que yo había conocido en Francia hasta entonces. Esa realidad me llevó a interrogar las condiciones históricas y discursivas que permitieron un arraigo tan particular. Esas preguntas —centradas en el caso argentino— prolongan hoy mi encuentro con el psicoanálisis, ya no sólo del lado de la cura o de la praxis, sino como campo de investigación, donde se vuelve a jugar, una y otra vez, el lazo entre sujeto, historia y discurso.
—¿Qué consideras que puede aportar el psicoanálisis a nuestra contemporaneidad?
—Lo que el psicoanálisis todavía puede ofrecer en nuestro tiempo es un lugar para lo que no se resuelve, para lo que permanece en cuestión: el inconsciente, el síntoma, el resto. No aporta respuestas —y eso, hoy, ya es una posición rara— sino una práctica del lenguaje donde el sujeto se escapa a toda captura unívoca, y donde el saber sólo vale si es atravesado, puesto a prueba por aquello que lo desborda, entre otras cosas, las formaciones del inconsciente.
En un momento histórico marcado por la tecnificación de los saberes, la estandarización de las prácticas y la tendencia a borrar el síntoma en beneficio del diagnóstico, el psicoanálisis puede —y debe— seguir sosteniendo un lugar para aquello que resiste a la segregación de los discursos.
Ese lugar, sin embargo, es frágil, y sólo puede sostenerse en la medida en que el psicoanálisis consienta a ser trabajado por aquello que lo excede. Su pregunta me parece incluir otra: ¿qué pueden hacer hoy los psicoanalistas para garantizar la contemporaneidad del psicoanálisis? ¿No es su responsabilidad tanto más crucial, si —como lo formuló Lacan3— el psicoanálisis está estructuralmente destinado al fracaso, no por las particularidades del presente, sino por su inscripción misma en lo reprimido?
Tal vez no se trate de preservar un legado, sino de permitir que el descubrimiento freudiano siga confrontándose con los discursos de su época —justamente allí donde corre el riesgo de fosilizarse o de cerrarse sobre sí mismo—. La cuestión sería entonces cómo hacer circular, todavía hoy, los significantes del inconsciente en los espacios de atención, de formación, de enseñanza e investigación, más allá de los dispositivos normativos y de las formas de institucionalización que tienden a neutralizar su potencia subversiva.
Lo sabemos con Lacan: una parte del saber analítico escapa a toda transmisión directa. El psicoanálisis no se enseña como un saber constituido: se atraviesa, se inventa, cada vez, en el marco singular de una cura4. Pero esa intransmisibilidad estructural no exonera a las instituciones analíticas de su responsabilidad: la de abrir un espacio de elaboración, de confrontación, de trabajo sobre el saber.
Es justamente allí donde se ha jugado, una y otra vez en la historia del psicoanálisis, la tensión entre apertura y fragmentación. Las formas de dispersión del campo lacaniano, nacidas tras la disolución de la Escuela de Lacan, dieron lugar a una diversificación fecunda de enfoques. Pero también generaron, en ciertos casos, efectos de encierro, donde el saber tiende a particularizarse hasta volverse un idiolecto difícil de transmitir fuera de un círculo restringido. Cuando se liga demasiado estrechamente a una lógica de pertenencia o de filiación, ese saber corre el riesgo de perder su capacidad de circular, de confrontarse, de elaborarse en el margen.
Ese es, sin duda, uno de los puntos más vivos donde el psicoanálisis se distingue: una intransmisibilidad constitutiva que no anula una exigencia de transmisión. No se transmite ni como saber, ni como doctrina, sino a través de actos que lo reponen, lo desplazan, lo reenganchan.
¿No es ése el paradójico principio que el psicoanálisis nos obliga a sostener? Lo que no se transmite puede, sin embargo —a veces— relanzarse. Y tal vez sea esa capacidad de relanzamiento, frente al olvido, al rechazo o al cierre de los discursos, lo que aún puede aportar a nuestra contemporaneidad.
Referencias
1 Freud, S. (1905). Tres ensayos sobre teoría sexual. En Obras completas, tomo IV. París: PUF. 2021.
2 Freud, S. (1917). Introducción al psicoanálisis. En Obras completas, tomo XIII. París: PUF. 2021.
3 Lacan, J. (1968), Conferencia en el «Magisterio» de la Universidad de Roma, el 15 de diciembre de 1967 a las 18 horas, en presencia de nuestro embajador. En Scilicet, n.º 1, pp. 42-50. París: Seuil.
4 Lacan, J. (1979) 9.º Congreso de la Escuela Freudiana de París sobre “La transmisión”. Publicado en Lettres de l’École Freudienne, 1979, n.º 25, vol. II, pp. 219-220.
—Comment et quand avez-vous découvert la psychanalyse ?
—Ce sont mes symptômes qui m’ont conduite à l’analyse. J’avais 24 ans, vivais à Paris, et travaillais dans la finance — analyste, mais dans des start-ups et fonds d’investissement. J’étais tout juste entrée dans l’entreprise dirigée par mon père, avec, en ligne de mire, une transmission entrepreneuriale : celle de l’entreprise familiale. C’est dans ce contexte que j’ai poussé, un peu au hasard, la porte d’un cabinet de psychologue. Par chance, il se trouve que la psychologue la plus proche de chez moi était psychanalyste. J’ai longtemps cru au hasard. Il m’a fallu du temps pour entendre ce que ce choix, apparemment banal, portait déjà d’adresse et de transfert. Bien après le début de ma cure, en ouvrant un vieux carton, je suis tombée sur deux livres : Trois essais sur la théorie sexuelle1, et Introduction à la psychanalyse2. Ils étaient couverts de mes annotations — écrites vers l’âge de seize ans — dont je n’avais gardé aucun souvenir. Ce refoulé retrouvé a donné une couleur singulière à cette première tranche d’analyse, où quelque chose s’est transmis, à bas bruit, par un travail tout aussi opaque que décisif.
Deux ans plus tard, j’ai quitté Paris et démissionné. Je me suis inscrite à la faculté de psychologie d’Aix, tout en poursuivant ma cure à distance — pandémie oblige. Ce déplacement fut aussi subjectif que géographique : il m’arracha à une trajectoire balisée (prépa, grande école, entreprise familiale) pour ouvrir un espace inédit, où la lecture devenait vivante, traversée, subjectivante. C’est à l’Université que j’ai véritablement lu Freud et Lacan. Pour la première fois, un savoir me traversait et me déplaçait. L’Université ne fut donc pas seulement un lieu d’étude, mais un lieu de transmission au sens fort : celui où un texte agit, travaille, transforme. C’est dans cet espace que le désir d’une thèse a surgi — presque comme une suite logique, marquée, déjà, par la question qui ne me lâchait plus : celle de la transmission en psychanalyse.
À ce double plan — la cure et l’Université — s’est ajouté un troisième : celui d’un ailleurs. Pendant cette même période, je voyageais en Amérique du Sud, et plus précisément entre les deux rives du Río de la Plata. En Uruguay, au Brésil, et en Argentine, j’ai découvert un rapport à la psychanalyse à la fois massif et vivant, profondément inscrit dans la culture, les discours, les pratiques cliniques … radicalement étranger à l’effacement que j’avais connu en France jusqu’alors. Cette réalité m’a conduite à interroger les conditions historiques et discursives qui ont permis un tel enracinement. Ces questions, centrée sur l’Argentine, prolongent aujourd’hui ma rencontre avec la psychanalyse — non plus seulement du côté de la cure ou de la praxis, mais comme terrain de recherche, où se rejoue sans cesse le lien entre sujet, histoire et discours.
—Que considérez-vous que la psychanalyse peut apporter à notre contemporanéité?
—Ce que la psychanalyse peut encore offrir à notre époque, c’est un lieu pour ce qui ne se résout pas, pour ce qui reste en question : l’inconscient, le symptôme, le reste. Elle n’apporte pas de réponse — et c’est là une position devenue rare — mais une pratique du langage où le sujet se dérobe à toute saisie univoque, et où le savoir ne vaut qu’à être traversé, mis à l’épreuve de ce qui le déborde – entre autres, les formations de l’inconscient. Dans un moment historique marqué par la technicisation des savoirs, la standardisation des pratiques, et la tendance à l’effacement du symptôme au profit du diagnostic, la psychanalyse peut (et doit !) encore maintenir un lieu pour ce qui résiste à la ségrégation des discours.
Ce lieu est néanmoins fragile, et ne peut se maintenir qu’à condition que la psychanalyse consente à être travaillée par ce qui lui échappe. Votre question me semble ainsi en inclure une autre : que peuvent encore les psychanalystes pour garantir la contemporanéité de la psychanalyse ? Leur responsabilité n’est-elle pas d’autant plus cruciale que la psychanalyse, comme Lacan l’a formulé3, est vouée à l’échec — non du fait des spécificités du contemporain, mais de structure, en tant qu’elle relève du refoulé ?
Peut-être s’agit-il moins de préserver un héritage que de permettre à la découverte freudienne de continuer à se confronter aux discours de son temps — là même où elle risque de se figer ou de se refermer sur elle-même. La question serait alors de savoir comment faire circuler, aujourd’hui encore, les signifiants de l’inconscient dans les lieux de soin, de formation, de recherche ou d’enseignement — au-delà des dispositifs normatifs et des formes d’institutionnalisation qui tendent à neutraliser ce qu’elle engage de subversif.
On le sait avec Lacan : une part du savoir analytique échappe à toute transmission directe. La psychanalyse ne s’enseigne pas comme un savoir constitué ; elle s’éprouve, se réinvente, à chaque fois, dans le cadre singulier d’une cure4. Mais cette intransmissibilité structurale ne saurait exonérer les institutions analytiques de leur responsabilité : celle d’ouvrir un espace d’élaboration, de confrontation et de mise au travail du savoir. C’est précisément là que s’est souvent rejouée, dans l’histoire de la psychanalyse, la tension entre ouverture et fragmentation. Les formes d’essaimage du champ lacanien, nées de la dissolution de l’École de Lacan, ont parfois donné lieu à une diversification féconde des approches. Mais elles ont aussi produit, en certains cas, des effets de cloisonnement, où le savoir tend à se particulariser à l’excès, jusqu’à se constituer en idiome difficilement transmissible au-delà d’un cercle restreint. Lorsqu’il se noue trop étroitement à une logique d’appartenance ou de filiation, ce savoir risque de perdre sa capacité à circuler, à se confronter, à s’élaborer dans l’écart.
Ce paradoxe — d’une intransmissibilité constitutive qui n’exonère pas d’une exigence de transmission — constitue sans doute l’un des points les plus vifs où la psychanalyse se distingue : elle ne se transmet ni comme savoir, ni comme doctrine, mais par des actes qui la rejouent, la déplacent, la réengagent.
N’est-ce pas là l’un des paradoxes que la psychanalyse oblige à soutenir ? Ce qui ne se transmet pas peut néanmoins — parfois — se relancer. Et c’est peut-être cette capacité de relance, face à l’oubli, au refoulement ou à la fermeture des discours, qu’elle peut encore apporter à notre contemporanéité.
1 Freud, S. (1905). Trois essais sur la théorie sexuelle, Œuvres complètes, tome IV, Paris : PUF. 2021.
2 Freud, S. (1917). Introduction à la psychanalyse, Œuvres complètes, tome XIII, Paris : PUF. 2021.
3 Lacan, J. (1968), Conférence au « Magistero » de l’Université de Rome, le 15 décembre 1967 à 18 heures, en la présence de notre ambassadeur. In Scilicet n° 1, pp. 42-50, Seuil, Paris.
4 Lacan, J. (1979) 9e Congrès de l’École Freudienne de Paris sur « La transmission » . Parues dans les Lettres de l’École, 1979, n° 25, vol. II, pp. 219-220.
Léa Veran es psicóloga clínica en el hospital psiquiátrico Édouard Toulouse (Marsella) y en consultorio privado. Es doctoranda en psicología en el Laboratorio de Psicología Clínica, Psicopatología y Psicoanálisis, y docente en la Universidad de Aix-Marsella (amU). Su investigación se centra en la historia y las modalidades de la transmisión del psicoanálisis lacaniano en la Argentina. A partir de este estudio, busca identificar, de manera paradigmática, las lógicas específicas de su transmisión, en sus dimensiones institucionales, históricas y discursivas.
Léa Veran est psychologue clinicienne à l’hôpital psychiatrique Édouard Toulouse (Marseille) et en cabinet. Elle est doctorante en psychologie au Laboratoire de Psychologie Clinique Psychopathologie et Psychanalyse et chargée d’enseignements à l’Université d’Aix-Marseille (amU). Sa recherche porte sur l’histoire et les modalités de la transmission de la psychanalyse lacanienne en Argentine. À partir de cette étude, elle cherche à dégager, de manière paradigmatique, les logiques spécifiques à sa transmission, dans leurs dimensions institutionnelles, historiques et discursives.
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