Presentación de la reedición de El Velo Negro de Anny Duperey. Por Soledad Vargas

Imagen de portada: Herida de Diego Diaz

Cuidado editorial: Agostina Taruschio

La presentación de la reedición del libro1 se llevó a cabo el día 8 de agosto en La Libre, acompañaron Helga Fernández, Natalia Fortuny, Soledad Vargas y Flavia Rojas de la editorial Cielo Invertido. Además, ese día, se presentó la plaqueta “Entre la lumbre y la penumbra” de Helga Fernández en resonancia con el libro2. Decidimos publicar los textos de la presentación en la sección La piel del mundo.

Nota editorial


           Dónde tengo que mirar

LA MALA PALABRA

Ahora lo veo bien, 

no tengo nada que sea mío,

y aunque un día creyera tener algo,

tampoco sería mío,

mío es una palabra

que se me desarma en la boca

apenas la digo,

un fantasma de nombre que ronda

con tristeza esto y aquello, y que no tiene

sustancia propia,

el resuello agotado de una forma

mejor de decir “yo estuve ahí,

yo estuve, sí, ahí,

alguna vez”.

Sonia Scarabelli

Mi primer encuentro con El Velo Negro fue en una navidad, sin nieve y con covid. Recuerdo haberlo leído en un día, recuerdo haber llorado, y recuerdo haber permanecido con esa carta que escribe Anny, incrustada en donde se inscribe, lo que solo podrá ser leído a posteriori. No hay tiempo, o el metrónomo comienza a funcionar cuando se cuenta la historia; la pequeña historia dice Anny, supongo que en contraposición a la idea de la Gran Historia de Francoise Davoine. 

La autora de El Velo Negro en un podcast francés llamado “Le divan” menciona lo siguiente: “Se trata de un libro de cómo en 30 años no me curé, o de cómo no quería saber nada con eso”. 

¿De qué tenías que curarte Anny?, o ¿de qué descubriste que tenías que curarte? Acaso es evidente que la orfandad nos deja estupefactos por 20 o 30 años, acaso es evidente que la muerte nos ensombrece el vivir, acaso es una prescripción hacer un duelo. Acaso Tenías algo, y no lo Tenés más, y eso duele como una mala palabra, o como todas esas frases malas que logras reconstruir tantos años después como frases que te hicieron algo, y que no sabías que te lo estaban haciendo. 

De repente parece que te escribo una carta Anny; no es casual ya que la respuesta a la publicación de El Velo Negro en 1992 en Francia, decís que fue la escritura de cartas de lectores. Eso te lleva a publicar en 1993 Je vous ecris, y decís esto:

Cuando salió Le Voile noir, alguien me citó una frase de Sartre que encuentro deliciosa: «Nunca se me había ocurrido que escribíamos para ser leídos». Para mí, desde luego, la idea me vino ya que había pensado en hacer leer, o no, lo que había escrito pero esto representaba para mí una especie de monólogo dirigido a lectores indistintos. No había pensado en absoluto, en absoluto, que gente, personas me responderían, me hablarían también directamente, ofreciéndome sentimiento de compartir, palabras de apaciguamiento, advertencia también a veces sobre la dificultad del camino por recorrer todavía. Palabras del corazón, escritura hermosa y sincera… Incluso me ofrecieron la verdad sobre lo que había sucedido la mañana de la muerte de mis padres. Cuando pienso en ello, es realmente extraordinario y no conozco a ningún autor cuya visión de un acontecimiento capital en su vida haya sido radicalmente transformada gracias a sus lectores. Pensé: «No puedo guardar esto para mí sola…» Y así es como me vino el deseo de «devolver» a mi vez lo que ustedes me han dado – como dice tan bien esta frase que uno de ustedes me ha ofrecido y de la que me he alimentado mucho desde entonces: «Todo lo que no se da está perdido.» (traducción propia)

El Velo Negro no es un monólogo dirigido a lectores indistintos, personas le responden, lectores le hacen saber que la leen. 

¿Qué preguntas surgen del Velo? ¿Qué necesidad sienten los lectores de ensayar algo así como una Respuesta? Y en este momento voy a traer a la otra mujer que me acompañó en esta segunda lectura del Velo, ya sin navidad y sin covid. Delphine Horvilleur, una analista que parece rabina, o mejor digamos que es una rabina que parece analista. En su libro Vivir con nuestros muertos (planta batalla desde el título, ¿verdad? Si hay muertos, vamos a Vivir con ellos) dice algo que me resulta revelador sin el guión entre re y velador. 

Cito:

¿Adónde van los muertos? El único sitio al que la Torá hace referencia de forma explícita es un lugar llamado seol, al que presuntamente descienden los desaparecidos (Génesis, 37, 35: “voy a bajar en duelo al seol donde mi hijo”) ¿Se trata de un territorio, o de un mundo subterráneo? El texto no especifica nada. Sin embargo, la etimología del término es de lo más elocuente. Seol procede de una raíz que literalmente significa “la pregunta”. Podríamos, pues, enunciarlo así: después de la muerte, cada uno de nosotros cae en la pregunta, y deja a los demás sin respuesta. Ahí te las apañes. 

En este capítulo que traigo, Delphine cuenta la historia de un niño que pierde a su hermano, sus padres llaman a la rabina, para que el niño le haga todas las preguntas que quiera, que ella responderá le dicen. ¿Qué hubiese pasado Delphine si te encontrabas con Anny a sus ocho años? Ahora están aquí conversando, ambas preguntan, y ambas responden. 

Necesito saber dónde ha ido Isaac: estará en la tierra o en el cielo? Yo necesito saber dónde tengo que mirar para buscarlo, le pregunta el niño a la rabina… Papá y mamá no me lo saben decir. No se aclaran. Me dicen que mañana lo enterramos y también que se ha ido al cielo. Y yo no lo entiendo: ¿estará en la tierra o en el cielo? Yo necesito saber donde tengo que mirar para buscarlo.

Anny necesita mirar las fotografías de su padre para comenzar a buscar para dónde mirar. «Esas fotos son para mí, lugar de memoria”. Anny cayó en la pregunta, pero eso sucede mientras avanza este enorme libro. 

Tuve la sensación de que, al igual que el Principito cuando se dirige al aviador, el niño estaba intentando evaluar mi capacidad de adulta para dibujar su dolor, dice Delphine. Y Anny se las apaña, el dolor está retratado en fotos, en principio como negativos que descansan en una cómoda sarcófago. Luego se revelan. Y mucho tiempo después en la escritura, y en el intercambio con otros. ¿Qué adultos dibujan su dolor? ¿Acaso las fotos de su padre, y el rostro de su madre vendrán a susurrarle para dónde mirar para buscarlos?

Para buscar a nuestros muertos tenemos que ser capaces de mirar a la vez en todas esas direcciones, tanto bajo tierra como hacia el cielo, tanto al término de la historia como a su comienzo, dice Delphine y se lo dice a Anny. 

Anny dice que tuvo que poner los pies en la tierra, que ella estaba flotando, que tenía que caer en la tierra, que es en definitiva el lugar donde ellos están. Yo digo que cayó en La pregunta. De alguna manera leo, que la autora tuvo que encontrar para donde mirar para comenzar a contar la historia, ya sin adultos, incluso sintiendo a la niña que todavía ella dice lleva adentro, detenida dentro de ella misma.

Extienden las manos en el fuego; la historia se pone de pie.

Es hora de morir, nosotros; ya hay tiempo, ya hay sol.

Van y vienen en el viento sin moverse.

No habiendo tiempo ni espacio, ¿quién puede morir?

Murió la madre el mismo día, enamorada. Murió de 

hombre, de hombre muerto. Murió a la hora del padre.

Corrieron todas las ventanas, han jugado; total hay tiempo.

Y se han dado de besos en el pasado. Los muy buenos, los 

tan dulces; toda la noche contando cadáveres.

¡Ay de sus risas,, y ay de sus lágrimas, porque hoy tienen

sitio! ¡Ay de esta vida que nos busca!, ¡ay de nuestras

manos escarbando en el cielo!

Enero de marzo de todos estos años, hoy es el día del hijo.-

Vicente Luy

Me sostengo de la poesía para que la caída sea un vuelo. Vicente Luy, poeta cordobés, quedó huérfano a los 5 meses, casi la misma edad de la hermana de Anny en esa mañana en la que quedaron solas. Vicente dice: no habiendo tiempo ni espacio ¿quién puede morir? Ay de nuestras manos escarbando en el cielo. 

Vicente, después de escribir una obra yo diría prolífica y fundamental, se arrojó de un séptimo piso; algún amigo de ambos, me dijo: primero fue hacia el cielo, y después hacia la tierra. Parece que seguía buscando. Entonces considero que es una pregunta: dónde se ubica a los muertos, o dónde se los encuentra.

¿Acaso en el lugar que nos permita contar? Anny dice al final del libro que teme que al estar dentro suyo, que si deja que se vaya la pena, ellos desaparezcan; sin embargo los encuentra antes que eso pase. 

Los encuentra en la escena de la muerte, cuando logra escribir el capítulo titulado Aquella mañana, cito:

De antes, de cuando ellos estaban con vida, con vida, y CONmigo, no me quedan más que imágenes en blanco y negro fijadas sobre papel de foto. Acabo recién ahora de darme cuenta, y parece una gran burla, de que esta visión de sus cuerpos en el lecho de muerte es la única imagen directamente “viva” que conservo de ellos. 

La única imagen directamente viva de ellos, es de ellos muertos. ¿Es éste umbral el que hiere y melancoliza?

Dejar morir:

Ya atravesando el Velo, Duperey recuerda como traumática una frase de una compañera de escuela, a los 12 años, que en un recreo le pregunta “a quemarropa”, ¿es verdad que dejaste morir a tus padres? Yo como lectora a esta altura del libro pienso que no es verdad, pero no porque haya podido salvarlos, sino porque no los deja morir, hasta que los deja. 

En un artículo de Gilou García Reinoso llamado “Matar la muerte”, que escribe en relación con los desaparecidos de la dictadura militar del año 1976 en Argentina, cita a Freud, quien en el marco de la primera guerra mundial escribe: Hemos intentado matar la muerte por el silencio. Pues bien, esta actitud acerca de la muerte produce un fuerte efecto sobre la vida: la vida se empobrece, pierde su interés, cuando el precio máximo en el juego de la vida –que es la vida misma- no puede ser puesta en juego (…) ¿no sería mejor dejar la muerte en el lugar que le corresponde por derecho, y dejar aparecer en algo nuestra actitud inconsciente hacia ella, a la que hemos sofocado hasta ahora con tanto cuidado? Todo ello no parece ser una gran conquista pero tiene la ventaja de dejar más lugar a la verdad, y de esta manera hacer que la vida nos sea nuevamente soportable. (Freud: “Sobre la guerra y la muerte” ) 

Y dice García Reinoso: Estas reflexiones no son aún suficientes para poder describir los daños psíquicos, que las particularidades de la guerra llevada por el terrorismo de Estado significaron ,como amenaza para la población. No fue suficiente negar el crimen: Matar y que no haya muerte. Hacer desaparecer; borrar, negar hasta la muerte misma. Borrar las categorías del ser humano en sus dos vertientes de su existencia: la de la vida, la de la muerte, indisolubles. 

A Anny Duperey el gas no solo le quitó a sus padres, todo lo que sucedió después parece haberle quitado la muerte también. 

No es suficiente negar el crimen, el Accidente, matar y que no haya muerte; morir y que no haya muerte, entonces dejar morir a tus padres Anny te permite la existencia con estas dos categorías finalmente separadas o sabiendo que pueden separarse, y no viviendo sobre un cementerio. 

Aunque Delphine Horvilleur nos cuenta que en hebreo, el cementerio tiene un nombre a priori absurdo y paradójico. Se denomina beit hajaim, la “casa de la vida” o la “casa de los vivientes”… se trata de darle entender a la muerte que su presencia evidente en ese lugar no garantiza su victoria y de afirmar que no, tampoco ahí tendrá la última palabra.

Entonces Duperey vuelve en puntas de pie a esta casa:

Haría falta ahora -y solo ese pensamiento me arranca el corazón- que se volvieran “verdaderos muertos a los que no se LLAMA más”. Ellos me abandonaron, sería necesario ahora que los deje partir, decidir que esa manera de vivir con dos muertos minuciosamente entretejidos entre cualquier cosa y yo, ha cumplido su tiempo,

Vivir con dos muertos podría llamarse el próximo libro, y con cuantos más podremos vivir. ¿Y con cuáles? Cuando son amigos, cuando son hermanos. 

Por último, quiero volver a “mi” (la mala palabra) rabina, en el capítulo del libro citado, llamado: Ariane, “Casi yo”, cuenta la vida y muerte de una gran amiga, a la que en sus días finales acompaña como amiga y como rabina. Y también cito a Anny ya que a estas alturas la cosa es entre chicas, cuando habla del papel de las mujeres que la criaron. Cuenta de ellas tejiendo de pies a cabeza sobre la niña: todo ese susurro tranquilizador de las cosas que se fabrican en casa. Pero ese es otro capítulo, no se ilusionen. 

Vuelvo a Delphine y Ariane,

Cito:

Tal es el compromiso solemne que los judíos asumen en la hora del tránsito: hacer que una parte de la persona que se va se incorpore a las vidas de todos para sumarse a aquello en lo que serán.

A la persona que muere le dicen: hijo o hija de Israel, escucha lo que de tí seguirá viviendo en nosotros, unido a nosotros para siempre.

Ya no son suyos, o no enteros, lo que de ellos seguirá viviendo en Duperey. 

Al final del tratamiento de este libro y de esta historia que escribe Duperey, como en el poema de Sonia Scarabelli, al final, esos padres ya no son suyos, puede decir que ella estuvo ahí, estuvo ahí cuando vivieron, y también estuvo cerca, dormida, jugando, siendo niña, cuando murieron. 


  1. Anny Duperey. El Velo Negro. Córdoba : Editorial Cielo Invertido, 2025. Disponible en: https://cieloinvertido.empretienda.com.ar/ediciones/el-velo-negro  ↩︎
  2. Helga Fernández. «Entre la lumbre y la penumbra», Córdoba : Editorial Cielo Invertido, 2025. Disponible en: https://cieloinvertido.empretienda.com.ar/ediciones/coleccion-resonancia/entre-la-lumbre-y-la-penumbra-helga-fernandez ↩︎

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