El arreglo (ensayo sobre la perversión) *. Por Pierre Bruno.


En este ensayo Pierre Bruno despliega su capacidad lectora y nos introduce en las diferencias entre la fetichismo estructural y el fetichismo como perversión.

Agradecemos al traductor,  Pio Eduardo Sanmiguel, por este trabajo.
 
Helga Fernández, edición.

En el campo del saber psicoanalítico orientado por Freud y Lacan, la existencia de una “forma que sujeta” (1) específica de la perversión y diferente por lo tanto de la neurosis y de la psicosis, es una tesis que nunca ha sido cuestionada. Hay que calcular la distancia que hay entre esta concepción y la que difundieron Krafft-Ebing y Moll a finales del siglo XIX, donde la perversión se define a partir de una fenomenología de las conductas sexuales llamadas aberrantes, de tal manera que en los casos que exponen se encuentra un muy elevado número de sujetos psicóticos (2). Al contrario, a partir de Lacan se hablará de rasgos perversos cuando se tratan fenómenos perversos en la neurosis y la psicosis. Esto indica ya un problema porque está mal visto, de hecho, hablar de rasgos psicóticos en la neurosis o de rasgos neuróticos en la psicosis. Este asunto del rasgo perverso está sin duda en relación con el de la naturaleza trans-estructural del fantasma: perverso en todo caso. Otro comentario preliminar: cuando se examinan en dicha orientación los libros consagrados a la perversión, sorprende y causa perplejidad constatar que, a pesar de sus títulos, muchos de esos libros (y no los menos interesantes) contienen estudios que no están consagrados explícitamente a la perversión, como si la rareza clínica de ésta fuera tanta, que tocara reemplazar los panes por tortas. Así, por ejemplo, en el libro colectivo ya viejo, El deseo y la perversión (3), se consagra un estudio a la erotomanía, o en el libro más reciente de Serge André, La impostura perversa (4), se consagra un capítulo a la melancolía de Céline. En otro libro, Regard et perversion (5), sin problema ni discusión se establece el diagnóstico de perversión para el héroe de Pierre Klossowski en Robertece soir (Octavio), lo cual habría merecido sin embargo una erística. Por último (y aquí no se trata de un realce crítico sino de una constatación que tiene valor de signo), el caso clínico de sujeto perverso se saca a menudo, alternativamente, o de la saga de los grandes criminales (como si hubiera una conexión privilegiada entre perversión y paso al acto criminal) o de la literatura (como si el perverso sólo pudiera ser un héroe de ficción). De hecho, los dos polos no dejan de contener una verdad, que es sin duda la misma de la oscilación del sujeto perverso entre ambas tentaciones. Último comentario, no menos importante. En el corazón de la perversión se sitúa la sustitución de la transferencia por el síntoma o, más precisamente, la instrumentalización de la transferencia para impedir que el síntoma sea interrogado en su dimensión de insurrección. Este comentario no es idéntico al que otrora hizo Jean Clavreul sobre el lugar de la dilección del amor en la pareja perversa, aunque tampoco le es ajeno. Esta cobertura del síntoma por la transferencia se verifica en la cura de los homosexuales perversos: el amor de transferencia opera allí como una prestidigitación con la que se ausenta el síntoma, es decir, justamente el único signo de que no hay relación sexual. Este amor, sin embargo, es perfectamente auténtico, inclusive en el momento en que cambie de objeto: del analista dios al Dios analista.
EL LEGADO DE LACAN.

Doy por asumido el legado freudiano en cuanto al fetichismo, sin duda de manera demasiado optimista. No obstante, sólo quiero retener de éste una tesis extremadamente simplificada: la división del sujeto entre reconocimiento y desmentida de la castración materna adquiere, en el sujeto perverso, la forma de primacía de la desmentida por sobre el reconocimiento (lo contrario es válido para el neurótico (6). Partiendo de esto, quisiera proponer ahora una lectura de las posiciones teóricas de Lacan sobre la perversión, sin buscar ser exhaustivo, pero intentando no saltarme ningún escalón. De hecho, tenemos dos grandes referencias en Lacan sobre la perversión: el escrito “Kant con Sade” y una serie de lecciones en el seminario «De un Otro al otro», más algunas notas diseminadas sobre el masoquismo, que se consideran con toda razón como el paradigma de la perversión para Lacan. 

En “Kant con Sade”, tal vez Kant sea lo más importante, con esa formidable construcción del objeto que sólo puede tener valor moral si su universalidad no es desportillada, por poco que sea, por un interés patológico cualquiera. “Patológico”, ya se sabe, nada tiene de patológico y sólo designa la presencia de un patema, es decir, de un afecto que revela un interés subjetivo. Citemos a Kant en la Crítica de la razón práctica: “En una palabra, la ley moral exige observancia por deber, no por predilección [Vorliebe], la cual ni se puede ni se debe presuponer” (7). Traduzco tal imperativo: un Bien sin bienestar (Das Gute ohne das Wohl), donde la presencia del Whol puede redhibirse con la de Gute.

Esto es justamente lo que interesa a Sade, él mismo sujeto perverso y teórico de la perversión: acceder a un goce (el soberano Bien) que no esté viciado por consideraciones eróticas. Por eso, ya se ha recalcado, Lacan atribuye su máxima del goce irrefrenable al Otro que se dirige primero al partenaira quien se le solicita o se lo fuerza al consentimiento (poco importa, porque el principio es que ningún cálculo de agrado o de desagrado llegue a obstaculizar su ejecución), en reciprocidad sin duda, pero ya veremos de qué manera se sitúa aquí el fraude perverso. Una vez erigida esta escena,con esa didascalia que rige su desarrollo, puede captarse entonces el doble tiempo del fantasma perverso (8): en el primero, el deseo es el de quien atormenta (el sádico), que se fija en el objeto a como instrumento “en la mira en que su división de sujeto le sea entera desde el Otro devuelta” (9). La emergencia de la angustia en el partenaire es el signo que permite esta devolución. Esto indica que el perverso no asume la división reconocimiento/desmentida de la castración. Esta división le regresa como reflexión, en el sentido óptico, del partenaire víctima. En ese primer tiempo, el sádico debe pues obtener la división del partenaire víctima haciéndose instrumento de la voluntad de goce. En ese primer tiempo, la mujer es la víctima preferida, independiente de las preferencias homosexuales y heterosexuales del sádico, porque su belleza, y hasta su resistencia, sólo enmascaran mejor la castración, que al ser adivinada bajo ese velo, puede en suma adquirir metonímicamente valor erótico, cual un velo de gasa sobre un seno desnudo. Podríamos detenernos ahí, en una “estática” del fantasma, porque el punto de realización de división entre $ y S, entre el sujeto castrado y el sujeto patológico, es aplazado indefinidamente porque la afánisis del sujeto tachado siempre es procrastinada nuevamente. Señalemos que, con ese esquematismo, la división de $ entre reconocimiento y desmentida es reemplazada por la división entre $ y S, lo cual hace de $ el índice de una castración que podría ser toda, es decir, que únicamente separándose del sujeto bruto del placer es capaz de tratar sin resto el goce con la ley. Ahora bien, en esta estática no se ve cómo pueda estar implicado el sádico (reducido a ser un puro instrumento), si no es especularmente en su división de sujeto. Cierto es que la libido no deja de tener su parte en la excitación erótica que recibe al sadizar a su víctima, pero esto no basta para desplazarlo de su posición de agente de una voluntad que él no puede subjetivar. Entonces hay un segundo tiempo en que el sádico está en posición de sujeto deseante, es decir, portador de una división, pero a costa de estar en posición de víctima de esta voluntad de la que ya no es agente (en el caso de Sade, es su suegra, la presidenta de Montreuil, quien tomará ese lugar). No le queda entonces al sádico más que la salida de realizar su afánisis de sujeto en una desaparición integral. De esto  10). Subrayemos por segunda vez que, también ahí, la castración es toda; no del lado derecho de la sexuación (11). Esta ausencia consuena con la ausencia del franqueamiento renovado del incesto: la madre es violada sólo una vez y luego zurcida para siempreÉsta es pues la “escobilla” de que dispone Lacan cuando retoma su cuestionamiento en De un Otro al otroSigámoslo, replanteando la axiomática que gobierna ese seminario de 1968-1969. El lugar del significante (o sea, el Otro)  es el no lugar del goce. Poco después Lacan sacará la conclusión de este axioma al sostener que el ser humano es sexuado por el robo de un goce que lo hace existir, que en principio entonces, ha desertado del cuerpo a partir del momento en que éste incorpora lo simbólico del lenguaje. Precisemos también, sin argumentarlo, que ese robo sólo es posible por la conjunción de una disparidad profunda entre el hombre compactado en la castración y las mujeres que se exceptúan, en un aspecto, de este conjunto. Entonces el problema es, tanto para un hombre como para una mujer, aunque según condiciones diferentes, captar un trozo de ese goce al cual, sólo muertos (cfr. Sade) podrían tener un acceso sin franquicia. Respecto a ese asunto tan crucial, la perversión tiene un estatuto privilegiado puesto que Lacan lo define siempre, y siempre en De un Otro al otro, como la restituciónal Otro (en ese lugar del significante en tanto encarnado en un cuerpo), de ese al que le ha sido sustraído y que es el único que puede funcionar (cuando ya no hace parte del cuerpo del Otro: seno, excremento, mirada, voz), como catalizador de ese goce que se ha fugado del cuerpo, de ese cuerpo que ha sido transformado en desierto por la incorporación de lo simbólico. La perversión sería entonces excepción al axioma que recordé al principio, pero debemos estar atentos al uso del condicional, porque aún no se ha dicho nada sobre su éxito o su fracaso y porque sabemos, de hecho, que la perversión es, en cierta forma contrariamente a lo que dice Freud, el mejor aliado de la ley de la castración (12).
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Retomemos el asunto en su clínica, la misma que Lacan renueva para repensar la teoría, y que no usa como una ilustración para inmovilizarla. Es relativamente luminosa. Así como el exhibicionista busca hacer gozar al Otro, al cuerpo del Otro (que, como ya vimos, es abandonado por el goce), agregándole la mirada (mirada suscitada por el espectáculo que el sujeto exhibicionista le ofrece al Otro), el masoquista hace gozar al Otro agregándole la voz, completándolo con la voz: regreso de a a casa de A. Dije  “robo”, “éxito”, del goce, a condición, agregaría yo, de que el partenaire (¿cierto,Wanda? (13)) a quien se le restituye la voz sea suficientemente complaciente como para aceptar esta adición. Inversamente, el sádico quiere volver a completar al partenaire agregándole la voz, pero a diferencia de lo que sucede en la relación del masoquista con su partenaire, la voz no se le adjudica sino que se le impone a la fuerza, lo cual implica adicionalmente la reducción del partenaire al silencio (gag, como dicen los anglosajones (14). En ese caso, la voz no es la que se le atribuye al partenaire, como en el masoquismo, sino la que, al provenir del agente del suplicio encarnado en el sádico, gobierna al partenaire. Esto es lo que ubica al sádico del mismo lado que el voyeur (respecto a la polaridadactividad-pasividad), a saber, la actividad. Lo importante para el voyeur es que, para él no se trata de hacer que surja la mirada (a) del Otro, sino de posar su propia mirada en el lugar mismo en que la ausencia señala una falta, valga decir, en el espacio blanco del falo. Con su mirada, el voyeur intenta dar consistencia, sin lograrlo, a lo que no se puede ver.

Sin duda, la cúspide de este análisis se concreta en la evocación del pasaje en que Sartre, en El ser y la nada, pone en escena la mirada del voyeur sorprendido. En efecto, es al ser sorprendido que la mirada del voyeur es destituida repentinamente de esa posición de ilusionista en la que, con su mirada, da consistencia erótica a lo que no se ve: del ser a la nada. De hecho, esto nos invita a regresar al sujeto exhibicionista, para quien no se trata únicamente de forzar la mirada del partenaire a mirar lo que no se puede ver, sino de someter esa mirada, instituida como voyeur, al hecho de ser sorprendida por el exhibicionista, quien deliberadamente se sitúa así en el mismo lugar de la tercera persona que, por azar, sorprende al voyeur mirando. De todas manera se ve que la perversión es un interrogante sobre el falo, y más precisamente, sobre la posibilidad de una reversión del falo simbólico (el que no se ve) en falo imaginario, en una especie de vals de tres tiempos: tú puedes verlo, te veo mirándolo, te miro no viéndolo, secuencia donde el pronombre personal cambia de valencia en cada ocasión; siendo el último tiempo aquel donde el reconocimiento de que el falo imaginario sí está negativado, es puesto a cuenta del partenaire, y donde el sujeto perverso goza de este chasco del que simultáneamente se cree preservado por efecto de esta delegación. Este paralelismo entre el sádico y el voyeur contiene un último punto en común. El voyeur le impone al partenaire mirar; el sádico le impone al partenaire su voz; es lo que el otro no quiere pero a lo que sin embargo obedece. Desde cierto punto de vista, la perversión constituye una objeción a la función fálica porque no se satisface con lo que esta función pone a su alcance, a saber, una satisfacción sustitutiva (pero en el sentido en que el sustituto es sustituto de una ausencia y no de un original), porque el falo goza en el lugar del cuerpo del Otro que no goza. Veremos al mismo tiempo que esta objeción es más una insurgencia que una resistencia, en la medida en que es una objeción que tiene por consecuencia obstaculizar todo acceso a una relativización de la función fálica, porque vuelve absoluta la castración (por eso la desmiente: no la reconoce porque no sabe cómo sobrepasarla).

DOS COMENTARIOS SILVESTRES.
Ahora intento agregar colores a este repaso escolar del abecé lacaniano con dos comentarios silvestres. El primero concierne a una pregunta que se plantea en el texto de Freud sobre el Hombre de los lobos. Cuando Freud, en su reconstrucción, cuenta la manera como su paciente vivió supuestamente, a la edad de año y medio, el espectáculo de la escena de los retozos sexuales entre sus padres, pone en boca del Hombre de los lobos una pregunta sobre el goce materno: “Antes ha supuesto que el proceso observado era un acto violento, sólo que no armonizaba con ello el rostro de contento que vio poner a la madre; debió reconocer que se trata de una satisfacción” (15). En otras palabras, todo sucede como si el goce masculino se sobreentendiera, como si hiciese parte de una “naturalidad” y como si sólo el goce femenino fuese problemático. El mismo Freud no subraya esta disimetría aunque la conozca, y esto es justificación suficiente, como ya lo señalaba, para la insurgencia del perverso contra una concepción del goce que hace del goce masculino-fálico un patrón de medida cuya evidencia no tendría duda. Con esto, ya lo dije también, se empecina en no ver que esta “naturalidad” del goce masculino-fálico es también el que permite que se subraye el Otro goce, cuando su esfuerzo, el del perverso, es buscar incluir, por las vías que Lacan describió y que he recordado, este goce Otro en la ley de la castración hecha absoluta, y así abolirlo. El segundo comentario es más trivial y no proviene de una clínica específicamente analítica. También concierne a una pregunta: ¿qué hace que tal o cual espectáculo,aun cuando sea ficticio como el de las escenas de tortura en la película Salo de Pasolini, produzca en el espectador un efecto insoportable que lleva al espectador a retirar la mirada (16)? Si hay insoportable en vez de simple indiferencia, si resulta imposible identificarse con el agresor, es porque hay goce, pero goce sin libido (lanzo la hipótesis sin buscar verificarla enseguida). Esta es la disyunción, en principio irrealizable, que considero apropiada para darnos la clave de la estructura perversa. 

Concédaseme este Witz bastante flojo para señalar de entrada que la novela de Sade (18) es inseparable de una introducción del número (cuatro sádicos, cuatro historiadoras,120 días, etc.) y de una programación que definen un espacio-tiempo limitado e insuperable al mismo tiempo, fin en sí de un cosmos presuntamente apto para generar y recoger todo el goce por medio de toda la castración. Ese lugar, al ser por entero impermeable, es infinito sin heterotopía. En efecto, ya señalé que la perversión no rechaza la castración; la desmiente porque no puede hacerla equivalente a la ley. Esa novela a lo Flaubert, de una modernidad que confunde puesto que su coercitiva estructuración organiza claramente el relato, se sitúa bajo el doble auspicio de Sodoma y del libertinaje (el subtítulo es “La escuela del libertinaje”). Por supuesto, “Sodoma” señala pesadamente qué predilección se anuncia para esta forma sexual de la neutralización de la diferencia sexual. También “libertinaje” merece algo de atención, pues de esa manera nos vemos confrontados con la conexión entre una figura cultural más bien positiva y el sujeto perverso. De hecho, la figura del libertino del s. XVIII, tal como fue forjada por Crébillon hijo y Choder los de Laclos se asemeja mucho a la del filósofo y, si bien coincide por una parte con la del actor de una liberación sexual que apuntaba principalmente a disipar lo sagrado de los lazos matrimoniales, corresponde también y sobre todo a la del actor de una emancipación del orden clerical y religioso en tanto cerrojo del orden monárquico. Señalemos entonces la contradicción: Mirabeau y Sade, libertinos tanto en el sentido sexual como filosófico, no fueron artesanos del Terror. Asimismo, para dar un elegante salto, los khmer rojos recurrían a un ideal comunista que, en su vulgata oficial, estaba poco interesado en cultivar una relajación de las costumbres. Más instructivo aún, Pasolini eligió, como ya se dijo, llevar a escena la novela de Sade haciendo encarnar a los cuatro sádicos en una cuadrilla de dignatarios nazis cuyo rasgo común con los cuatro personajes de Sade era provenir de una clase decadente. De hecho, resulta bastante sobrecogedor, en esta vena del “libertinaje” al servicio del servilismo y de la degradación de lo humano, comparar los grabados que a comienzos del siglo XIX ilustran las obras de Sade, con sus imágenes de cuerpos desnudos encabalgados, y las recientes fotografías de la prisión de Abu Grahib de prisioneros iraquíes apilados sobre el suelo y esposados. Situar en perspectiva de esta manera al libertino y al perverso puede terminar acreditando la tendencia moralizante de la solidaridad entre la liberación sexual y la delincuencia criminal, si nos dejamos intimidar por el temor de que la apertura del campo pulsional derogue toda ley, cuando se trata es de elaborar qué relación con la ley es conveniente para que esta apertura cree civilización. A este respecto, no solamente el psicoanálisis puede impedir que la liberación sexual sea pervertida por la perversión. O, como ya lo vimos, reabsorción del síntoma en la transferencia, o identificación con el síntoma, puesto que Sade es un escritor.¿Qué nos enseña entonces esta ficción de Sade, sorprendente ficción por presentarse como una defensa y una ilustración de la ley, no fingiendo hipocresía sino con una autenticidad que apunta a suprimir lo real de la división entre reconocimiento y desmentida haciendo que el partenaire sea quien soporte esta división (haciendo recaer en el Otro el «dolor de existir»), pero de una forma que implica que la castración simbólica (falta simbólica de un objeto imaginario por un agente real) sea universalizable en intensión, es decir, que nada del goce pueda escapar de allí? Se trata de construir un mundo no desbrozable, lo que por supuesto culmina en lo inmundo. Un mundo donde nada sea imposible y donde todo sea necesario: definición sadiana de la naturaleza. Cuatro «libertinos» son los agentes sádicos: el duque de Blangis, el obispo hermano del primero, el presidente de Curval, Durcet (la nobleza, el alto clero, la justicia, la burguesía). El duque anuncia de entrada el principio que reúne esta confraternidad: el mal debe cometerse por fuera de toda pasión, es decir, no solamente debe cometerse al amparo de ésta, y a este precio el hombre puede alcanzar la más deliciosa de las voluptuosidades. Ante ellos, sus cuatro esposas, más ocho muchachas jovencitas, ocho muchachos jóvenes, los bardaches (19), más ocho folladores, por último cuatro cocineras, elegidas por su vejez y su fealdad. El escenario general es el siguiente y se ejecuta por medio de cuatro historiadoras cuyo papel es esencial. Las historiadoras, elegidas entre prostitutas de alto vuelo, deben ir relatando a los cuatro libertinos las historias más licenciosas posibles y (en una degradación hacia el horror) cada vez más criminales, para excitar su deseo y preparar, a través de un condicionamiento fantasmático, las sevicias sexuales reales que se inspiran en las narraciones escuchadas. Dado esto, si el objetivo de los cuatro libertinos consiste en obtener la voluptuosidad más intensa posible, el de los partenaires-víctimas (que son los demás ocupantes del lugar fuera de las historiadoras), consiste en cambio en lograr que ninguna voluptuosidad llegue a deslucir... ¿qué? Un goce sin libido y hasta una melancolía artificial. Los partenaires-víctimas deben llegar a una abnegación total de sí mismos para sólo consagrarse al deseo del Otro. Ya están muertos en el mundo, y es en ese lugar de paso de esta primera muerte para el mundo a una muerte a secas que puede ejercerse y realizarse la perversión. Esto es lo que me permite definir la respuesta de la perversión a esta nulubicuidad del goce. No debe permitirse que el partenaire sea presa de la libido ,para que tenga lugar, para el agente, una ubicuidad del goce. Entonces, el sujeto está claramente definido como el sujeto moral kantiano por excelencia, quien en nombre del goce del Otro, se anula como sujeto patológico, o sujeto de placer. Respecto a ese  principio, la división entre reconocimiento y desmentida de la castración se convierte, podría decirse, en una división de clase: por una parte, la desmentida para los agentes sádicos; por la otra, el reconocimiento impuesto a los partenaires-víctimas. Entonces la castración es el índice de una repartición dentro del agrupamiento humano y no lo que divide a un sujeto; por lo menos así es como se presenta el primer tiempo del fantasma perverso. Aquí se notará que, a fin de respetar estrictamente ese principio según el cual la libido abolida a las víctimas permite aumentar la libido de los libertinos (tal vez hasta permitirle igualar el goce perdido), debe excluirse de la perversión propiamente dicha todo lo que sea resultado de una identificación narcisista con el goce femenino (se hablará entonces únicamente de rasgos perversos), es decir, lo que sea muestra de un interés por la libido del partenaire y su goce en el sentido común del término. Pero, en adelante ¿por qué hablar de goce sin libido y no, simplemente, de sin libido? Aquí toma importancia el comentario sobre el carácter insostenible de las imágenes que ofrece la película de Pasolini ¿Por qué «insostenible» si no porque en este afecto está claramente en juego un goce sobre el cual no puede trasplantarse voluntad alguna, por muy leve que sea? Hay una razón más esencial: el segundo tiempo del fantasma perverso es aquel con el cual el perverso sólo puede reconquistarse como sujeto tomando el lugar del partenaire-víctima. De esta manera, podrá en su momento acceder a este goce que sólo le permite reconocer de nuevo su castración a costa de desaparecer totalmente en la muerte, hasta exiliado de lo simbólico mortífero. No obstante, podrá seguir siendo el objeto de amor de ciertos happy few , y tal vez sea el amor lo que insólitamente suelte esa guillotina, que va de lo no castrado a lo castrado (el Terror pasó por esta experiencia, a escala natural, al guillotinar a los guillotinadores). Entonces existe la idea de que la reciprocidad (aceptar estar, en su momento, del lado del partenaire-víctima), preservaría la perversión de la criminalidad común. Ahora bien, es en este punto donde reside lo que Lacan llama chiqué del masoquismo, al mismo tiempo que reconoce que es por vía del masoquismo que un sujeto puede recoger el mayor del goce. En efecto, al ocupar en un segundo tiempo el lugar del partenaire-víctima, el sádico, ahora masoquista, sólo acepta este lugar a condición de convenir un deal con el sádico que lo reemplaza, que fije los límites más allá de los cuales el contrato de sumisión caducará. Solamente en los casos de psicosis puede transgredirse ese contrato hasta la muerte20. El masoquista quiere en efecto sufrir, pero no sin libido. Al mismo tiempo, al hacer de su partenaire (el agente de la voluntad de goce del Otro) un sádico atenuado, se descarga en él de asumir su deseo, excluyendo la posibilidad de volverse a hallar en la misma posición que el partenaire que quería cuando era sádico. Insisto en esta disimetría porque significa (20) una detención en el complejo de castración: en tanto sádico, quiere que el partenaire goce sin libido; en tanto masoquista, no se resuelve a gozar sin libido (21). Tomando los esquemas de la sexuación de Lacan como referencia, puedo decir, muy sencillamente,que el perverso apunta a levantar una barrera estanca entre la parte izquierda del cuadro de la sexuación, donde se mueve sin prejuicios, y la parte derecha, donde aparece un goce que resulta no-todo de la castración. Es en nombre de una concepción absolutista o integrista (manteniendo la connotación política de esos términos) de la castración, según la cual todo del goce le obedece, que persiste en hacer primar para él la desmentida por sobre el reconocimiento. De esta manera el perverso queda prendido a la necesidad del falo; de ahí el fetiche, o falo postizo: intento de acceder,por un sesgo de ficción, a su contingencia.

«VOSOTROS».

En el último párrafo de su novela, Sade se dirige al lector y lo invita a tomar asiento para «que detalle a su gusto», le dice, los «suplicios de los últimos 20 sujetos». Este llamado al lector es significativo por lo menos en dos sentidos. Por una parte, tiende a indicar que la novela ha terminado y que la escritura casi telegráfica de la segunda mitad del libro ya no debe considerarse un esbozo si Sade piensa hacer del lector un cofrade o hasta un cómplice en perversión, encargándolo de continuar su obra a su manera. Es cierto que las indicaciones que salpican la novela a partir de la segunda parte, como el «plan» y «verifiquen», hacen pensar que Sade tiene la intención de retomar su obra, pero no hay que descartar que se haya cansado poco a poco de su sadismo aplicado,como si esta descripción entomológica de las atrocidades sexuales hubiese acabado por quitarle toda libido y como si sólo hubiese perpetuado su tarea de escritor para no decaer en su ambición de sujeto moral kantiano, que ejecuta su tarea aún (y sobretodo) cuando nada tiene que esperar en términos de gratificación erótica. Dicho esto, en última instancia se entrega en efecto al deseo del lector, gracias a la ficción. Deseo, es decir, elección de goce: esto y no aquello; en cambio el perverso queda prisionero,para ser kantiano, en esto aquello, cueste lo que cueste, aun cuando el examen del masoquismo nos ha demostrado que esta ambición nunca se sostenía. Cierto es que el deseo nace de una despatologización incondicional (es el paso revolucionario de Kant), pero a costa de excluir lo femenino. De hecho, este comentario no deja de poner en cuestión el estatuto del deseo en Lacan de antes de su dilucidación de lo concerniente al goce femenino, en Aún. Esta alternativa que concierne al sentido que hay que darle a esta introducción del lector debe ser examinada ante todo bajo la óptica de su primer término: la cofradía perversa. Este término de cofradía, muy freudiano perfectamente ajustado al pacto convenido entre los cuatro agentes perversos de la novela, en oposición al road-movie del perverso solitario, presenta la perversión como condición del lazo social y fundamento de una república cuyos tres mandamientos (libertad, igualdad, fraternidad), sólo podrían ser plenamente factibles a condición de que su revés (no libertad, no igualdad, no fraternidad) sea lo que organiza la conducta de los partenaires-víctimas. Aquí, el «a modo de revancha» no puede contemplarse concretamente, dada la suerte mortal reservada a esos partenaires, lo cual, en sí, denuncia y rechaza «la impostura perversa». En suma, Sade no miente cuando dice que sus ficciones tienen por objetivo estimular la virtud, puesto que la mecánica del «castillo» contradice la complacencia fantasmática que constituye el fondo de la pareja perversa. Por lo demás, este tema de la cofradía tiene raíces más profundas; basta con subrayar en el libro consagrado por el antropólogo Maurice Godelier a los Baruya los pasajes relativos a la iniciación de los jóvenes baruya. Esos ritos eran secretos y debían ser ignorados particularmente por las mujeres. Los hombres solteros (los chuwaniés, los kalavés) se encargan de esta tarea, que consiste en que los jóvenes iniciados ingieran su esperma por medio de una fellatio. Esos jóvenes «tenía la obligación de aceptar el pene que se les tendía. Quienes se rehusaban, aterrados por el sentido secreto de ese gesto, por su importancia tanto para ellos como para todos los baruya, y por los castigos que les esperaban si los revelaban a las mujeres o a los muchachos no iniciados, eran forzados a ello. Cuenta la tradición que un cierto número de niños acabaron con el cuello roto ante el esfuerzo que hacían para resistirse. Eran entonces enterrados y sus madres nunca conocían la verdadera causa de su desaparición. […] Por supuesto, luego de esta violencia inicial venían relaciones más fáciles y más placenteras. Se formaban parejas en casa de los hombres y el mayor de cada pareja cuidaba del más joven. Debía ir a cazar y ofrecerle la presa, cuando había hecho uso de su boca» (23). Maurice Godelier subraya de manera pertinente que esta práctica tiene lugar para descontaminar a los jóvenes de sus madres, para extraerlos de lo femenino tanto más amenazante cuanto que fueron alimentados con leche de las madres que, para los baruya, es un producto derivado del esperma. Pero no subraya que esta práctica tiene también una dimensión sexual y, precisamente, homosexual, es decir, que pone en juego un goce masculino correlacionado con una posición de deseo, orientado hacia el padre, que tiende a esterilizar, a aislar y si es posible a destruir todo lo que haga parte de un goce en donde lo femenino estaría en juego por vía de las madres. Estamos en el centro de la aporía de lo mitológico, y que lo mitológico no pudo superar: ¿cómo impedir la tempestad devastadora de las madres sin sacrificar al mismo tiempo el precioso náufrago del gozar femenino? Parodiando a Clausewicz, puede concluirse entonces que la pedofilia es la continuación de la pedagogía por otros medios, (o lo contrario, me soplaron (24)), y que, fundamentalmente, se trata de excluir lo femenino del campo del goce para preservar el cascarón de una castración binaria: cara, el hombre goza; sello, la mujer no gozaque es únicamente la desmentida de la castración tal como el psicoanálisis descubrepor primera vez con Freud y su escisión, su «verdadera naturaleza». 

Recurramos a otro ejemplo que confirma el primero. En su Psychopathia sexualis, en el capítulo consagrado al sadismo, Krafft-Ebing comparte con el lector una observación (observación 76), que de hecho es el informe de un peritaje que le ha solicitado un tribunal. El caso expuesto es el de un hombre, de profesión educador, que había atraído la atención de la justicia a causa de su sistemática tendencia y había sido acusado de corregir a sus alumnos, en particular a los niños aunque no solamente a ellos, con el trasero desnudo. Entre los actos incriminados estaba también el de sesiones de desnudamientos y caricias, pero la perplejidad de la justicia (por eso recurría a un peritaje) radicaba en que no podía decidir si esos hechos hacían parte de una conducta perversa o de excesos educativos. El mismo Krafft-Ebing, que considera sin duda que hay una dimensión perversa en esas conductas, se pregunta no obstante si tiene que vérselas con «acciones conscientemente sexuales». Para resolver esta pregunta bastaría tal vez con saber si X., durante sus acciones, experimentaba sensaciones de tipo sexual. Según las palabras de los testigos, X. habría puesto «los dedos sobre sus partes genitales durante los actos incriminados». Pero, se preguntó si acaso podía ser producto del azar, etcétera. Entonces el asunto nunca se resolvió claramente, a pesar de una muy larga discusión. La conclusión es ambigua: es posible que haya tenido conciencia de su perversión pero no se descarta lo contrario. No obstante, resulta que lo interesante del caso es justamente esta casi imposibilidad de zanja entre lo que se presenta con dos aspectos aparentemente contradictorios: una sumisión dócil a la normatividad institucional o una transgresión de la ley. Que esta transgresión no sea percibida por su agente, suponiendo que sea éste el caso, ¿exonera al sujeto de toda imputación de perversión? No se trata de un problema jurídico porque, en el derecho moderno, la sanción no se correlaciona con la conciencia que tiene el delincuente del mal que comete. Se trata de un problema político: ¿la posición perversa del deseo no puede emanar de tal organización social? Esto no reanuda el viejo y venerable culturalismo psicoanalítico, pero plantea simplemente que dicho lazo social (iniciación o pedagogía) selecciona al perverso (a mínima), y hasta lo forma y lo impele. Además, la no respuesta del autor dejar ver lo que constituye la posición perversa: ¿es por una exagerada aplicación a la ley o por una exagerada habilidad para transgredirla sin que nadie, y en primer lugar el sujeto mismo, lo sospeche? 
Ese vosotros nos deja entonces en una incertidumbre que, ciertamente, habría de ser asumida por el sujeto perverso a fin de captar si su deseo cae en la cara negra de la cofradía de los perversos o en el sello iluminado de la ficción.
EL AMOR Y LO FEMENINO.
Entramos entonces en otro campo, que merecería un segundo estudio que me contentaré con plantear para concluir con dos jalones: el del amor y el de lo femenino. En cuanto el primero, evocaré nuevamente el estudio de Jean Clavreul. Al referirse particularmente a la pareja homosexual, subraya con justa razón que «no podríamos, sin contrasentidos, expulsar a los perversos de la dimensión amorosa».¿Será el amor hipócrita velo con el que se revestiría la perversión para perpetrar sus fechorías? Si se responde sí, confluimos con una tendencia que, particularmente, cuando la atestiguación de pedofilia viene acompañada a menudo de una atestiguación de ternura del verdugo por la víctima (25), que en ocasiones es recíproca, estigmatizaría en esta ternura un doble crimen, arguyendo que el amor ha sido aquí un sentimiento planeado para seducir a la víctima. Otra versión, menos moralizante y más clínica,estima que este amor tiene la función de embrollar el reconocimiento del delito en la conducta perversa. El mismo Clavreul no está exento de tal juicio cuando escribe:«Es importante hablar de alegato amoroso para designar el sentimiento con el que ciertos sujetos logran desconocerse completamente a sí mismos en su perversión».Sin embargo, no es tan simple.Si una vez más nos referimos a Sade, constatamos que, en el océano de atrocidades que arrastra

Las 120 jornadas, hasta el punto de trivializarse en el aburrimiento ,hay un islote de amor: el obispo se enamora de Julia, que por tal razón encuentra «gracia» ante sus ojos, lo cual contradice (comienzo de la cuarta parte) el axioma de goce. Así, este idilio discreto, que rompe casi imperceptiblemente el encierro del Castillo (no hay que confundirlo con los idilios entre víctimas), es acaso, en la ficción, la pareja del amor que Sade manifiesta, en la vida, por quienes lo han amado (sus sirviente, su cuñada, su mujer). El asunto que queda por resolver es entonces el de saber si, en el contexto de la perversión (aunque la pregunta tiene un alcance más general), el amor está ahí para enmascarar la perversión o para mermar su compacidad. En cuanto al goce femenino, subrayaré únicamente, en el libro de Krafft-Ebing,que el sadismo femenino (aparentemente mucho más frecuente que el masoquismo femenino) conlleva siempre una condición que lo desemeja del código kantiano. Así,de una mujer sádica se dice claramente: «La satisfacción nunca le llegaría si el hombre25 aceptara sus malos tratos sin experimentar excitación sexual alguna». Hacer gozar al partenaire privándolo del deseo queda pues vedado para ellas; por lo contrario,todo indica, como lo muestra este otro rasgo sádico que consiste, para una mujer, en prorrogar la tumescencia impidiendo el orgasmo en el hombre, que se trataría más bien no de hacer pasar das Wohl antes de das Gut, sino de eternizar la libido en una suspensión indefinida del desenlace, de vincular el goce con su incumplimiento, de conducir al hombre tal vez, por este efecto de retardo, a medir en un cierto dolor qué es la frigidez para una mujer, “priapizando” al hombre hasta que pase tendencialmente de un tener fálico a su ser (26).

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París, junio de 2004

 Notas.
* Traducción del francés por Pio Eduardo Sanmiguel. Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura, Universidad Nacional de Colombia.
 Jacques Lacan [1967], en Autres écrits, Le Seuil, París 2001, p.366.
 2 Cuando se constata el extravío de los expertos y de los jueces en el caso de pedofilia de Outreau, se podría esperar que la justicia y la sociedad en su conjunto se apropien de esta distinción tanto simple como, muy a menudo, fácilmente detectable, en vez de confiar en el oscurantismo del DSM-IV o en los prejuicios de los medios de comunicación.
 Piera Aulagnier-Spairani, Jean Clavreul, François Perrier, GuyRosolato, Jean-PaulValabrega, Le désir et la perversion, Le Seuil,París 1967.
 4 L’imposture perverse, Le Seuil, París 1993 [Paidós, Barcelona1995, para la primera edición en español. N. del T.].
 Hervé Castanet, Regard et perversion, Colección de psicoanálisis. Tuché, Z’Éditions, Niza 1992.
 6 En psicoanálisis es clásica la tesis que evidencia la bifurcación fetiche o fobia, perversión o neurosis. La elección del fetiche resulta de la posición del infans, que consiste en exigir que el Otro materno esté a su disposición para completarlo reservándose el derecho de sustraerse al Otro. De esta manera, apenas confrontado con la castración materna, puede reconocer la ausencia del pene al mismo tiempo que la desmiente gracias al fetiche, que es un objeto de que dispone. Diferencialmente, la fobia incluye al padre real como agente de la castración, y esto lo cambia todo.
 Immanuel Kant,Crítica de la razón práctica, Espasa-Calpe S. A.,Madrid 1984, p. 217. Traducción del alemán de Emilio Miñana yVillagrasa y Manuel García Morente.
 8 Cfr. los dos esquemas que propone Lacan en «Kant con Sade».
 9 Écrits, Le Seuil, París 1966, p. 774. [La traducción está tomada de Escritos 2, Siglo XXI Editores, México, p. 753. Es, sin embargo,confusa y hasta incomprensible, porque se traduce dans la visée que por “en la mira en que”, cuando debería traducirse “con la mira de que”, o más claramente: “con el objetivo de que” o “con la intención de que”. N. del T.]
10 Lacan evoca la huella del nombre de Sade en la lápida (sepulcral),nombre que habría que borrar, allí donde el testamento de Sade sólo menciona una inhumación sin estela
11 [Al parecer, el autor hace referencia en esta última parte de la frasea los llamados “esquemas cuánticos de la sexuación”, con que Lacan recoge sus elaboraciones al respecto en su seminario del 13 de marzo de 1973. Cfr. “Una carta de almor”, en El seminario de Jacques Lacan, Libro 20, Aún, 1972-1973, Paidós, Barcelona 1981, p. 95. N. del T.]
 12 El perverso: devoto de la ley. Yo diría: el perverso: de-laicizado de la ley.
 13 [El autor hace referencia a La Baronesa Wanda, protagonista de La venus de las pieles. Angelika Aurora Rümelim, la mujer de Sacher Masoch de 1873 a 1886, escribió años después, con el seudónimo de Wanda, unas memorias que daban cuenta de esa relación. Cfr. Leopold von Sacher Masoch, La venus de las pielesColección La sonrisa vertical, Traducción de Andrés Sánchez Pascual, Tusquets, Barcelona 2002. N. del T.]
 14 Mordaz  en inglés se dice gag.
 15 Sigmund Freud, “De la historia de una neurosis infantil (1918[1914])”, en Sigmund Freud, Obras completas, Amorrortu Edito-res, Buenos Aires 1979, ps. 1 a 112 [p. 43].
 16 ¿Se trata de un efecto universal o quien lograría excitarse con ese espectáculo sería el sujeto perverso? Pregunta en vilo.
17 [Les quatre moi(s) de Sodome, reza el subtítulo, lo cual introduce un juego de palabras entre yoes y
 meses. N. del T.]
18 Marqués de Sade, Las 120 jornadas de Sodoma, Colección Lasonrisa vertical, Tusquets, Barcelona 2002.
19 [bardache: expresión del siglo XVI que designa a un homosexual“pasivo” (del italiano bardascia: muchacho joven, muchacho joven afeminado, luego bardaza: polizón). Tomado de: http://fi-loumektoub.free.fr/gaibeur/gayculture/histoire/glossaire.htm. N.del T.
20 Cfr. Michel de M’uzan, De l’art à la mort , Gallimard, París 1977.
21 Cfr. la nota 2.
22 Jacques Lacan, El seminario de Jacques Lacan, Libro 20, Aún,1972-1973, Paidós, Buenos Aires 1989.
23 Maurice Godelier, La production des grands hommes, Flammarion,colección “Champs”, París 1996, ps. 93-94 [Existe traducción al español:La producción de grandes hombres. Poder y dominación masculina entre los Baruya de Nueva Guinea, Akal, Madrid 1986.N. del T.].
24 [El autor hace referencia a una conversación con Marie-JeanSauret.
25 Cfr. el caso de X.,supra.
26 Para concluir este pedazo con una nota impertinente, recordaré que Lacan evoca el “goce perverso obligado” “permitido” al analizante en la cura. Esperemos que ese “permitido” no se olvide con la sacralización de una batida del goce que se confunde con una concepción integrista de la castración; ¡en entero desconocimiento, por supuesto! Sólo con esta condición los “modelos” evocados en este artículo no serán importados a la cura psicoanalítica.

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