Este artículo comienza dando cuenta de qué se entiende por herejía, a partir del libro de Leonardo Padura, titulado de igual modo, Herejía. Libro en el que, como nos cuenta en parte la autora, se narra que, en 1939, el S.S. Saint Louis, en el que viajaban novecientos judíos que habían logrado huir de Alemania, pasó varios días fondeado frente a La Habana en espera de que se autorizara el desembarco de los refugiados. Daniel Kaminsky, niño, y su tío esperaban en el muelle a que descendieran sus familiares, confiados en que éstos utilizarían ante los funcionarios el tesoro que portaban: un lienzo de Rembrandt que pertenecía a los Kaminsky desde el siglo XVII.
A partir de la herejía del personaje del libro, llamado Elías, Russ se dirige hacia la herejía de Freud, que Lacan nombra como pecado original, es decir a la creación o el invento del psicoanálisis mismo y, también, a la herejía «a la buena manera» de Lacan que provoca como efecto su ex-comunión de la I.P.A.
En el margen agradece a la autora, Alicia Russ, este texto que, como todo texto que se precia de tal, lleva al lector a poner de su parte algunas muchas cosas, además de concentración.
Helga Fernández, edición.
Leonardo Padura en el libro que lleva por nombre Herejía, comienza con definiciones que enmarcan la lectura del mismo. “Del griego hairetikós, adjetivo derivado del sustantivo haíresis “división, elección”, proveniente del verbo haireísthai, “elegir, dividir, preferir”, originariamente utilizado para definir a personas pertenecientes a otras escuelas de pensamiento, es decir, que tienen ciertas “preferencias” en ese ámbito. El término viene asociado por primera vez con aquellos cristianos disidentes a la temprana Iglesia en el tratado de Ireneo de Lyon “contra Haereses”, especialmente contra los gnósticos a finales del siglo II. Luego Padura echa mano a la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española:
“1. Persona que niega alguno de los dogmas establecidos por una religión.
2. Persona que disiente o se aparta de la línea oficial de opinión seguida por una institución, una organización, una academia, etc(…).”
Hay varios herejes en el mencionado libro, y desde ya Baruch Spinoza a la cabeza aunque sea a modo de mención. Elías Ambrosius Montalbo de Avila, ubicado en el 1643 en Amsterdam, sellará su destino a partir de su encuentro con Rembrandt y será del mismo un discípulo tenaz y persistente en su deseo de pintar, permaneciendo éste oculto, ya que siendo judío estaba terminantemente prohibido pintar imágenes. La lucha que este personaje tiene en el decir de Padura, muestra la lucha para que no emerja el deseo que imbricado con el goce de su acto se evidencia en momentos de angustia supinos. Hay una carta que Elías le envía a Rembrandt, el Maestro, único depositario de su confianza y de poder captar en su amplitud los sentimientos de ese joven, que se encuentra en un tafelet o libro de apuntes gráficos que un coleccionista de documentos encuentra en un mercado de pulgas. Se trata de una carta que relata una matanza de judíos que había sucedido en Polonia alrededor de los años 1650. Al final de la misma Elías Ambrosius vierte ciertos comentarios a propósito del encuentro con un rabino al que le confía la carta, ya que él irá al encuentro de lo que sería su fatídico destino. Entiende Elías que por su investidura el rabino tenga más que reparos al ver las imágenes pintadas por el joven y, sobre todo, la cabeza de Cristo que él aceptó modelar y a la vez pintar. Pero para su asombro, reproduce algunas de las palabras que el religioso expresa:
“Hay mandamientos inviolables, relacionados con el bien y el mal, pero también hay mucho espacio en la vida que debería ser solo cuestión del individuo. Y valdría la pena que el hombre lo manejara con libertad, según su albedrío, como lo que es: una cuestión entre él y Dios,(…). (…) no conozco mucho de este arte. Nunca había oído hablar de tu Maestro… Desde que me mostraste esta pintura, tú insistes en que no es otra cosa que la imagen de tu testa de judío. Pero, mientras la he vuelto a contemplar, he descubierto que es mucho más, porque frente a ella uno se llena de sensaciones extrañas. Sí, ésta puede ser la imagen que tu Maestro tiene en mente de quién fue para él el Mesías. Yo, como pienso distinto a él, veo otra cosa y eso es lo que me atrae de esta imagen… Hay algo íntimo y misterioso, un sustrato inquietante que sale de este rostro y de esa mirada. Es una combinación de humanidad y trascendencia. Es evidente, tu Maestro tiene un poder. Consigue tanto con tan poco que no me cabe duda de que detrás de su mano debe hacer estado la voluntad del Creador”.
En 1963 Lacan es expulsado de la I.P.A., excomunión dirá Lacan, viéndose obligado a dar, en lugar de su seminario, una única clase que llamó De los Nombres del Padre. ¿Podríamos pensar a esta clase como una interpretación del estado del psicoanálisis de ese momento? Al siguiente año relanza sus preocupaciones respecto a la transmisión, en el seminario de Los cuatro conceptos, cuando nos advierte que en el psicoanálisis puede haber resonancias de práctica religiosa. Interrogándose por el deseo de Freud al que llama pecado original del análisis, dice que aquello que no fue analizado. Es decir, el psicoanálisis le debe al deseo de la histeria el inconsciente, en lo que muestra a través de sus síntomas y a Freud haberlo leído, causado éste por el deseo que con Lacan podríamos formular como deseo del analista puesto en causa. Más precisamente, el deseo como objeto, tal como es planteado en el seminario de La angustia. Lacan, también nos dice, en el seminario XI:
“Lo que tenía que decir de los Nombres del Padre era respecto a cuestionar o poner en cuestión por medio de qué privilegio pudo encontrar el deseo de Freud la puerta de entrada” “Si queremos que el análisis se sostenga en pie es esencial remontarse a este origen”.
Lacan viene proponiendo un retorno a Freud, es decir, lee un desvío que no carece de actualidad, cuestión vigente para algunos psicoanalistas, los que uno por uno, adscribimos al planteo del retorno a Lacan. Freud no se propone como amo del discurso, pero no deja de reconocer los efectos que produce portar el nombre del “Padre del psicoanálisis”. Desde el discurso de la histeria que nos propone Lacan, sabemos que la histeria sostiene al amo y, en ese lugar, al padre, para luego señalar su impotencia, bajo lo que llamamos la castración del padre, la castración del amo. Amo y padre no son lo mismo, pero como nos advierte Lacan, el padre es un significante que representa la potencia de la vida, ir a ese lugar, digamos es lo más habitual. Por eso parece ser transgresora la propuesta de Lacan de ir más allá del padre a condición de servirse de él. Y por partida doble, la histeria encubre la castración o la devela, pero siempre para desconocer su propia castración. Entiendo entonces que Freud, además de ubicar cuestiones que hacen a la conformación del yo y la resistencia al inconsciente, hace una interpretación que dirige a los psicoanalistas cuando escribe Psicología de las masas y análisis del yo.
En 1976, más precisamente en la clase del 13 de abril -estamos en el seminario El sinthome-, Lacan responde a la siguiente pregunta que toma apoyo en el Génesis:
“Dios crea al hombre una ayuda contra él. ¿Qué ocurre con el psicoanalista como ayuda contra él?” A lo que Lacan responde: “El psicoanalista es una ayuda que puede considerarse como una inversión de los términos del Génesis, puesto que además el Otro del Otro es lo que acabo de definir hace un instante como ese agujerito. Justamente, la hipótesis del inconsciente se sostiene en que este agujerito por sí solo pueda proveer ayuda. La hipótesis del inconsciente, como subraya Freud, solo puede sostenerse si se supone el Nombre del Padre. Suponer el Nombre del Padre, ciertamente, es Dios. Por eso si el psicoanálisis prospera, prueba además que se puede prescindir del Nombre del Padre. Se puede prescindir de él con la condición de utilizarlo.”
Lacan hace de su excomunión, un corte en acto en la transmisión a los psicoanalistas fundando su Escuela. Y esto no es un mero cambio en las formas, esto hace también a una interpretación de lo que se espera de ese colectivo que conforman los psicoanalistas. Es decir su relación a la falta. En el seminario La transferencia, en la clase 28, dice:
“Para decirlo todo, es en la medida en que mi discurso, en tanto que apunta a la posición de psicoanalista, y que yo distingo esta posición como estando en el corazón de la respuesta que el analista debe dar al poder de la transferencia, en este lugar el analista debe ausentarse de todo ideal del analista, es en la medida en que mi discurso respeta esta condición, que puedo sostener las dos posiciones, la de analista y la de aquel que les habla del análisis”.
Es decir, sólo hay analista en la sesión, es un término del inconsciente del analizante, de la realidad sexual del inconsciente para ser más precisos. Así como no hay sujeto más que como efecto, no hay ser del analista, el analista no es sino por su acto.
Había comentado que una de las acepciones del término hereje remite a elección. Y una elección en los términos en que Lacan denomina esa excomunión, que sólo es posible si hay o hubo una herejía, lleva a una relación a la verdad, a la verdad para cada sujeto, no se trata ni de una verdad revelada, ni de una única verdad. Dice en El sinthome:
“Pero es un hecho que Joyce elige, por lo cual es, como yo, un hereje. Porque el hereje se caracteriza precisamente por la heresis. Hay que elegir el camino por el cual alcanzar la verdad, tanto más cuanto que, una vez realizada la elección, esto no impide a nadie someterla a confirmación, es decir, ser hereje de la buena manera”.
Ser un hereje de la buena manera. Hay una política que es el hacer callar al otro, es esto lo que formula Lacan en el seminario El reverso del psicoanálisis cuando dice que al no poder dar su seminario de los nombres del padre, le hicieron cerrar el pico. Y no lo vuelve a dar, pero esto tiene una lógica. Si lo hubiese dado hubiera quedado orientado por el discurso universitario, cayendo en la tiranía del saber, hablando de lo que sabe y los demás esperando que ese saber se vierta sobre o dentro de sus orejas. Si hubiese tomado la vía denunciativa, hubiera dejado perder el valor de verdad que la llamada herejía pone en evidencia. El hereje es expulsado y, en algunos casos para no volver a admitirlo nunca más, porque algo de la verdad en su decir se deja escuchar, algo de una verdad rechazada y de la que no se quiere saber ni hacer saber. Hay que hacerlo callar. Entonces como herejía es elección, Lacan formula que si no habla del nombre del padre, le podrá eso mismo permitir hablar de otras cosas. Dice en el seminario XVII: “No dejará de estar en relación con la verdad, pero no de la misma forma que el sujeto – no será igual”. Entonces ser hereje de la buena manera nos dice Lacan, es usar el sinthome hasta alcanzar su real. Para seguir hablando.
Acerca de la autora: Alicia Russ, analista, A.E. y A.M.E. de la Escuela Freudiana de la Argentina e inscripta en la Fundación del campo lacaniano.
Estimados: ante todo, gracias por el envío de estos mails.; siempre de manera tan regular.
En esta oportunidad, luego de ver -anoche- la obra de teatro TERRENAL, donde la cuestión del «padre» y de «dios» está en un lugar princeps, me vino muy bien leer (¡y retomar los textos para seguir leyendo…!!), el punto donde Jacques Lacan (uno de ellos en sus tantos seminarios), ubica el lugar y la dimensión de dios… Y la posibilidad de valernos de ese… «agujerito», como está tan bien elegido el fragmento-texto de 1976.
Muy buena la página; la que ya he comenzado a compartir con amigos. Saludos cordiales. Marta L. de Toro.
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Muchas Gracias Marta. Y a propósito, qué maravillosa obra Terrenal. Gracias también por compartir nuestra revista con tus amigos.
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