El 11 de noviembre de 2016 se llevó a cabo, en la Escuela Freudiana de la Argentina, un panel donde se trabajó la cuestión del lenguaje, la lengua y lalangue, en el que auspició como disparador la película De una lengua a la otra, de Nutith Aviv. En la película la cineasta recopila testimonios de escritores, traductores y músicos referidos a lo que implica, para cada quien, el pasaje de la llamada «lengua materna» a una otra lengua, en principio, extranjera.
En este panel -que se dio en llamar La migración de la lengua– participaron con sus trabajos: Anabel Salafia (A.M.E de la E.F.A), Noemí Sirota (A.M.E de la E.F.A), Pablo Amster (licenciado y doctor en ciencias matemáticas por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires) y Ursula Kirsch ( A.M.E de la E.F.A). El panel fue coordinado por Liliana Ganimi (A.P. de la E.F.A) y al finalizar el mismo se mantuvo una enriquecedora conversación.
El tema continuó siendo desarrollado en la Revista La Mosca, en la que se publicaron trabajos, también, referidos al tema.
En el presente artículo, Racket, aborda el tema de la película a partir de un sesgo político y/o ético, ya que desarrolla la correlación existente entre la lengua y la identidad. Transita y nos encamina a a través de los siguientes interrogantes: ¿qué es la identidad, es fija, móvil, cambiante, elegida, asumida, determinada? A partir de este sustento, el autor, se pregunta cuáles pueden ser las operaciones políticas que, a través de la lengua, operen para borrar, romper o aniquilar dicha identidad. ¿Es esto posible? ¿Qué consecuencias ocasiona y cuál es nuestra responsabilidad en tanto comunidad.lengua?
Agradecemos a su autor este interesante y siempre actual aporte, todavía más teniendo presente este 24 de marzo venidero, día nacional por la memoria de la verdad y la justicia.
Helga Fernández, edición.
Decir que la lengua es el lugar donde se habita tiene sentidos diversos. En principio, los límites de la lengua demarcan los del mundo, pues no se puede pensar aquello que no se puede decir. Por lo tanto, lo habitable mismo es lo que queda definido en el interior de esas fronteras, cuyo afuera es particularmente radical, pues es lo que no puede ser dicho, y por lo tanto lo que no podemos asir.
Como otras demarcaciones, esa frontera es una zona, un espacio en el que la lengua se va deshaciendo hacia lo que ya no es lengua. Ciertas tradiciones occidentales, como la extensa tradición poética sobre el amor que inauguró el Banquete platónico y que insiste sobre el hecho de que el amor no puede ser abarcado por una definición, sino solamente rodeado a través de metáforas, de ejemplificación, de enumeraciones, lo coloca en ese terreno intermedio entre lengua y no lengua, mundo y no mundo. De ahí tal vez la incomodidad que percibe todo enamorado.
El único modo de intentar salir de una lengua es hablar otra, pero en la medida en que esa otra es siempre segunda, extranjera, no materna, no puede habitarse a través de ella más que en un mundo prestado, a veces con hospitalidad, a veces impuesto, pero nunca una casa propia. Esto significa que en la lengua se habita no solo en el sentido del mundo, del lugar, sino también en el sentido de lo primero, e incluso de lo anterior.
Es la madre quien trasmite la lengua junto a los primeros cuidados, el sustento vital necesario en el inicio de la vida. Junto a ese sustento vital llegan las primeras canciones, las primeras palabras, que antes de volverse lengua o mundo son afecto. Pero además la madre es lo anterior al mundo, un mundo previo e indiferenciado de calidez y seguridad. No toda madre quizá, no Medea probablemente, por lo que debiéramos aquí hablar mejor de lo madre en lugar de la madre.
En tanto mundo, la lengua también es anterior, previa, pues está antes de las cosas, suplantando lo otro, lo que no somos nosotros, lo real; aquello a lo que no se puede verdaderamente acceder sino a través de rodeos porque cae fuera de los límites del lenguaje y, por lo tanto, de los nuestros. Pensar el lugar de la lengua es pensar un lugar previo, siempre en el rabillo del ojo y que no podemos atrapar, el lugar de donde proviene el lugar, algo que está situado antes del mundo y que lo sustenta.
Pero la madre, siendo primera y anterior, es también el primer otro, la primera de la que nos diferenciamos en el volvernos sujetos. La diferencia misma nace en el tránsito del mundo anterior al primero. Nuestro vínculo con lo otro, la condición de posibilidad misma de ese vínculo, crece a través de esos cuidados de la madre de los cuales forman parte las primeras palabras. Esas primeras palabras, antes de volverse palabras, dicen, como dijimos, afecto, y enseñan a relacionarse al mundo a través del afecto. La lengua materna es también entonces el lugar donde se habita en el sentido de la familia, de la comunidad. La lengua materna es la lengua del primer vínculo, la de la posibilidad misma del vínculo, su matriz, y que exista primero, antes de la institución del significado, como afecto, dice que el vínculo con el mundo y con los otros está mediado, precisamente, por los afectos, esto es, que la distancia que no podemos recorrer entre nosotros y las cosas o los otros está hecha de terror, amor, sorpresa, alegría o esperanza. Pero si la lengua es lo que media, lo que está entre o su posibilidad misma, entonces además de previa y primera es segunda, o bien es el puente hacia lo segundo, la condición de posibilidad de lo segundo.
Decir que la lengua es el lugar donde habitamos es entonces sinónimo de decir que la lengua es identidad, por un lado porque se hereda de la madre y es filiación, pero, por otro, porque es lo que principalmente se comparte con los compatriotas, aquellos tienen por lengua la misma lengua materna. Tener una identidad es experimentar una paradoja: en un sentido literal nuestra identidad es lo que nos hace iguales a nosotros mismos, algo que queremos percibir como fijo, como no cambiante frente al fluir del mundo. Sin embargo, la identidad se recrea constantemente, en la medida en que el sujeto se construye como sujeto ético. A cada elección, y sobre todo ante elecciones de peso, ante circunstancias que nos piden que decidamos con gravitas, se suma una marca, un cambio, una huella, una modificación de nuestra identidad que nos vuelve, en cada ocasión, otros.
Recorrer el camino de la identidad es situarse ante esa paradoja, quizá con un cierto modo o estilo de elegir. Volver a nosotros mismos, a nuestra casa, no es recorrer un círculo, sino una espiral. Esta paradoja es también, al mismo tiempo, la de la lengua oral, es decir la de la lengua materna, pues es el mundo que habitamos, nuestro hogar, pero al tiempo es en su oralidad una lengua fluida, efímera, melodiosa, acentuada, una lengua que se transforma con el paso del tiempo siempre en otra lengua. La paradoja de la identidad, su estar entre el cambio y lo permanente, es también la paradoja de la lengua materna oral. Tener una lengua es estar situado de una cierta manera también ante esa paradoja.
En cuanto a la identidad, nos situamos ante la paradoja con memoria, pues tener un cierto estilo de elegir implica tener una historia, fundar una narración. La memoria es el ingrediente básico e indispensable necesario para narrar, para encadenar dos sucesos, dos sentidos con la promesa de otro sentido mayor. En cuanto a la lengua, construimos también una memoria colectiva, una historia, un intento de fijación a través de ciertas palabras que hacen a la lengua patria y un cierto modo de combinarlas: cada pueblo tiene sus maneras de decir cosas como soberanía, libertad, justicia, y también elige unos ciertos héroes y detractores, y así construye una historia, una memoria. Y así como hay tensiones en la identidad, torsiones y disloques cuando no sabemos cómo elegir o cuando conviven en nosotros en pugna diversos modos de elegir, hay rigideces, rupturas y angustias en la narraciones patrias. La lengua materna como patria es curiosamente, también, primera o anterior, porque es el o los relatos del pasado que sedimentan ciertos sentidos fundamentales dados. Somos arrojados a un mundo que ya estaba allí en tanto lengua; lo real es siempre meramente lo otro y es inevitablemente opaco.
Decir que la lengua es el mundo donde habitamos es decir, según afirmamos, que la lengua tiene sus límites. Esos límites se notan particularmente en la imposibilidad de la traducción, pero también en aquello que no podemos decir o podemos decir solo ambiguamente, con rodeos y a tientas. La lengua de los enamorados y la de los locos, la lengua de todos los perturbados, se mueve constantemente en ese territorio intermedio entre el hogar y lo otro en donde no es posible más que perderse. Los límites demarcan nuestra casa en este caso sin que lo veamos, como fronteras invisibles que se perciben solamente en el estar perdido, alejados de la madre, de la patria, de nuestra identidad. El camino hacia lo extranjero es el siempre un poco una muerte, un estar fuera de sí. Los límites de la lengua son el camino hacia el destierro. Ser extranjero es una herida abierta entre lo anterior y el ahora, una ruptura o una suspensión de nuestro tiempo. Decir la memoria en otra lengua es decir la identidad siendo otro, necesariamente un estar fuera de sí que, sin embargo puede no dejar de ser un estar, pero necesariamente incómodo, eventualmente angustiante. De ahí el valor imperativo de la hospitalidad. De ahí también que la traducción deba realizarse de manera cuidadosa, prolija, respetuosa; un texto que se traduce es un huésped en nuestro hogar, alguien que debemos intentar comprender.
Por último, decir que la lengua es el mundo donde habitamos es decir que debemos cuidar nuestra lengua. Un hogar debe ser cálido, razonablemente ordenado, confortable. En él puede haber niños, ancianos o enfermos. Allí estamos junto a los nuestros. En nuestra lengua quisiéramos sentirnos protegidos. Las batallas por apropiarse de sentidos, las palabras que suplantan otras y borran la memoria, la banalización de la lengua o de la comunicación, la desaparición de significados, la imposición violenta de narraciones… todas estas cosas podrían hacernos sentir que no tenemos casa, que no tenemos comunidad, y por lo tanto que no somos ya hombres. Estas tensiones son hasta cierto punto inevitables, pero cuidar nuestra lengua es aprender a que la violencia que acarrean circule por caminos seguros, prefijados, sostener a ultranza el pacto con los otros que se instituye en el compartir una comunidad.lengua de la que somos, hasta cierto punto, responsables.
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# Acerca del autor:
Andres Racket,
Licenciado en Letras, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Doctorado en Filosofía en curso (puntos ya otorgados por la Universidad de Buenos Aires: en etapa de realización de tesis). Publicaciones y trabajo editorial:
Experiencia en corrección y edición de textos (corrector free lance para el Ministerio de Educación de la Nación durante el año 2014. Revisión de textos, en el año 2015, del libro Teatro por la Identidad. Obras de los ciclos 2013, 2014 y 2015, editado por las Abuelas de Plaza de Mayo).
Artículo: “Tragedia, comedia y diálogo socrático: el Banquete ente los géneros teatrales, Sócrates entre la belleza y la fealdad, Eros entre lo elevado y lo bajo”, Emérita. Revista de Lingüística y Filología Clásica, Madrid, marzo de 2013, pp. 45-64. Artículo: «THE TRAGIC CONDITION OF PHILOSOPHY: PLATO’S APOLOGY OF SOCRATES AS TRAGEDY», aprobada su publicación por el referado de la revista Elenchos (Italia) durante el año 2016.
Libro: Eurípides, Medea. Una introducción crítica, Santiago Arcos Editor, Buenos Aires, 2005. Libro: Introducción, traducción y notas de Sófocles, Filoctetes, Losada, 2011 (Obra ganadora de un Premio Teatro del Mundo en el año 2012, en la categoría “traducción”).
Libro: Introducción, traducción y notas de Esquilo, Prometeo Encadenado, Losada, 2012 (Obra ganadora de un Premio Teatro del Mundo en el año 2012, en la categoría “traducción”).
Libro: Introducción, traducción y notas de Esquilo, Suplicantes, Losada, 2014 (Obra ganadora de un Premio Teatro del Mundo en el año 2014, en la categoría “traducción”). Capítulos de libros:
o “Uso del dual en Antígona 1-99”, en L. Castello – C. Mársico (eds.), ¿Cómo decir lo real? El lenguaje como problema entre los griegos, Altamira, Buenos Aires, 2005.
o “Elementos antitrágicos en el Banquete de Platón”, en L. Castello – C. Mársico (eds.), ¿Cómo decir lo real? El lenguaje como problema entre los griegos, Altamira, Buenos Aires, 2005.
Aires, 2005. o “El espejo de Glauce. Continuidad y ruptura de la tradición en la Medea de Eurípides” en Victoria Juliá (ed.), La tragedia griega, Buenos Aires, Biblos, 2006. o “Acerca de un uso específico del término phýsis en el Filoctetes y el Edipo en Colono de Sófocles. La phýsis y las determinaciones provenientes del padre”, en prensa.
Docencia: Desde el año 2016 es Profesor Adjunto de la materia Análisis e influencia de los mensajes y los medios en la Universidad Nacional de José C. Paz.
Docencia:
Desde el año 2016 es Profesor Adjunto de la materia Análisis e influencia de los mensajes y los medios en la Universidad Nacional de José C. Paz.
Desde el año 2004 es Ayudante de Primera en la Universidad de Buenos Aires.
Ha ganado diversas becas, entre ellas una beca de doctorado de la Universidad de Buenos Aires. Ha participado en jornadas, congresos y dictado conferencias sobre temas relacionados al mundo griego clásico.