Hay un libro conmovedor que tiene un prólogo escrito por un poeta, que trata del duelo, y dice así:
“Superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido. En el caso de una tragedia requiere, inexcusablemente, la labor del duelo, que es del todo de que haya o no reconciliación y perdón. En España no se ha cumplido con el duelo, que es, entre otras cosas, el reconocimiento público de que algo es trágico y, sobre todo, de que es irreparable.
Por el contrario, se festeja una vez y otra, en la relativa normalidad adquirida, la confusión entre el que algo sea ya materia de historia y el que no lo sea aún, y en cierto modo para siempre, de vida y ausencia de vida. El duelo no es ni siquiera cuestión de recuerdo: no corresponde al momento en que uno recuerda a un muerto, un recuerdo que puede ser doloroso o consolador, sino a aquel en que se patentiza su ausencia definitiva. Es hacer nuestra la existencia de un vacio.”
Prólogo de Tomás Segovia del libro imperdible Los girasoles ciegos.
¿Cómo encontrar un lugar si tu nombre ya está muerto?¿Cómo ser padre si no has podido ser un hijo? ¿Para qué hablar si ya estás muerto?
El trabajo de duelo es hacer nuestra la existencia de un vacío, pero a veces es necesario cavar en la referencia determinista que amortaja a un sujeto, el agujero causal que permita hacer nuestro ese vacío, y así inaugurar un recorrido posible en la vida.
Dalias, Crisantemos y Astromelias.
Ocurrió de casualidad, como ocurren muchas cosas, en el momento menos esperado. Lo cierto es que Juan Rojo habló y sus palabras nos tomaron a todos por sorpresa.
Juan dejó de hablar de buenas a primeras, aunque no sin avisos que nadie supo leer. Por qué, es algo que entonces desconocíamos. Quién era, quién fue, qué le pasó, que había detrás de su mirada apagada, indiferente. Por qué tanto silencio y ese andar lento. Juan caminaba como un hombre mayor que arrastra décadas a cada paso, aunque solo tenía treinta años. No se podía decir que no estuviera integrado al grupo, era capaz de compartir un mate, poner la mesa, seguir instrucciones, ir y venir por distintas actividades según le indicaran, pero hablar no, su estar era ajeno, distante, inabordable, sin signos vitales decía uno de sus compañeros. Juan estaba ahí y su sola presencia nos interpelaba.
Lo único que sabíamos de él lo contaron sus padres, gente mayor, gallegos de pura cepa, nacidos ambos en Lugo. Cómo la tierra no daba para más un buen día juntaron lo poco que tenían y se tomaron el barco, Argentina era para ellos un lugar casi mítico, solo vislumbrado en el relato de los parientes de otros que se fueron antes, y así sin más, un día ellos dejaron atrás su aldea por la promesa de una prosperidad que finalmente encontraron.
El señor y la señora Rojo trabajaron fuerte y mucho, lograron una casa con todas las comodidades, una chacra pequeña y rendidora, auto, vacaciones en el Mar, y un hijo universitario.
Juan era ingeniero, solía ser muy estudioso y concentrado en el trabajo, consiguió un buen empleo y se fue a vivir con Susy, su novia desde la secundaria. La vida de Juan era casi perfecta, así lo decía Carmen, su madre. Susana no se la vio venir, jamás pensó que un día Juan dijera basta, que no quería más. Ella no entendía, y lloró, gritó, imploró, tratando de entender por qué Juan no quería más. No que no la quería más, eso nunca lo dijo, el dijo antes de llamarse a silencio y no abrir más la boca que no quería más, no quería más vivir con Susana, no quería más trabajar, no quería más salir de la casa, algo tan sencillo y fácil de entender cuentan que dijo, no quiero más y no hubo más palabra para él.
Ese viernes era el primer viernes del mes, y cómo todos los primeros viernes nos reuníamos para desayunar. Del evento, que dimos en llamar muy pomposamente Asamblea Multifamiliar, participaban todos lo que quisieran compartir un rato, familiares, amigos, vecinos, gente bien intencionada. Cada mes alguien se encargaba del mate cocido, y los parientes traían algo para compartir. A las nueve y media, hora de comienzo, era un trajín de ir y venir con platos y papeles, distribuyendo medialunas, tortas diversas, budines y galletitas. Carmen y José llegaban puntuales siempre, tomados del brazo y ella traía un ramo de flores para decorar la mesa.
Crisantemos y dalias en proporciones iguales y una astromelia blanca central era el ramo que mes a mes traía Carmen a la Asamblea Multifamiliar del Hospital de día. Ella misma se encargaba de conseguir un recipiente donde poner las flores, poner el agua, acomodarlas, mientras el resto de invitados desenvolvían paquetes de comida y cortaban las porciones de torta.
Ese día, abruptamente, me salió decir con fastidio, el fastidio estimo que es un dato importante, aunque acá no lo voy a esclarecer:
–Carmen, Carmen, usted siempre trae flores de cementerio, porque no trae algún bollo bien gallego alguna vez.
No tuve tiempo de arrepentirme de mi comentario, cuando se escuchó una voz, desconocida para mí, que dijo.
El impacto fue brutal.
Detallar que pasó a partir de esa primera frase no es fácil. Voy a dejar el relato minucioso y ordenado para transmitir lo esencial.
Las palabras volvieron a Juan como un río desbordado que a su paso inunda, arrasa, no deja árbol en pie ni camino transitable. Las palabras fueron ocupando terrenos que antes no le pertenecían, y cambiaron drásticamente el paisaje. La inundación duró su tiempo antes de que el río encontrara el cauce que le permita un recorrido habitable.
Y las palabras hicieron historia. La historia de Carmen y José, tan jóvenes, tan llenos de esperanza, trabajando sin pausa detrás de un objetivo. Por eso al principio decidieron esperar para tener hijos, eran los comienzos, y apenas había sustento para ellos dos, no era el momento de traer un hijo al mundo.
Lo primero es lo primero decía José, y comenzaron por la casa, la tierra, las semillas y el arado. Ni bien se sintieron sólidos buscaron el hijo y llegó Juan. Juan fue un regalo, una recompensa de la vida, un crio hermoso y alegre, inquieto como el que más. La vida a veces parece sin fallas.
Esa mañana Carmen estaba cocinando, puchero de gallina, algo que no pudo olvidar jamás, y por supuesto nunca más volvió a probar un puchero. José estaba trabajando la tierra con el tractorcito recién comprado.
Cómo sucedió, es inexplicable; en qué momento Juan salió del corralito en el cual lo ponían cuando estaban ocupados, no lo saben, y no lo saben porque Juan no sabía salir del corralito, era muy chiquito, apenas caminaba, por eso lo dejaban ahí, seguro, bien seguro, cuando Carmen andaba muy atareada y José no estaba.
Es difícil recordar. Las voces tiemblan, las palabras fallan, o faltan o son inexpresivas ante el horror. El niño salió del corral y de la casa, anduvo por el patio y el padre no lo vio tan chiquito que era gateando, el tractor venía marcha atrás para estacionar al costado del patio delantero. La muerte fue instantánea. Y fue intocada.
No había pasado un año de la muerte de Juan Rojo, cuando nació Juan Rojo.
Poco se cuenta del nacimiento de este segundo hijo, poco sabemos pues mucho no dicen. Para José la vida debe continuar, obstinadamente, como si el plan trazado fuera imperativo y nada lo tiene que detener, a pesar del dolor y de la culpa y de las preguntas que parece nunca se hará.
Para Carmen la vida también continua, en ella el dolor es resignación y continua por inercia, hace todo lo que hay que hacer y cada domingo puntualmente va al cementerio a ver a su niño y llevarle flores, un ramo de dalias y crisantemos en proporciones iguales y una astromelia en el centro, blanca y hermosa, como el niño lo fue. De la mano de Carmen va el niño que la acompaña a todos lados, y así Juan Rojo todos los domingos va con su madre a llevar flores a la tumba de Juan Rojo.
Hay historias difíciles de contar, encontrar como decir el modo en que palabra tras palabra Juan Rojo fue enterrando a Juan Rojo al tiempo que desenterraba a Juan Rojo y un Juan tomaba distancia del otro Juan, un Juan que podía querer más, querer más la vida que la muerte.
La última vez que lo vi fue en su despedida del Hospital. Juan estaba muy activo ese día, caminaba nervioso de una punta a la otra del salón, dirigía el armado de las mesas y saludaba uno por uno a los invitados. Era el primer viernes del mes, el día de Asamblea Multifamiliar.
Padres y amigos traían medialunas, budines y tortas para compartir en el desayuno.
Carmen y José llegaron puntuales como siempre, tomados del brazo, y abrieron un paquete del cual ella sacó unas chulas de leche y las acomodó amorosamente en el plato, mientras me explicaba que en Lugo las hacía su abuela.
Juan no habló, tampoco se quedó en silencio. Su modo de despedirse fue cantar, así supimos entre las muchas cosas que conocimos de él en esos últimos tiempos, que tocaba la guitarra y lo hacía muy bien. Eligió una canción y eligió un idioma que no era el materno para cantarla.
La voz es suave, apenas áspera. Los dedos van seguros y dominan las cuerdas. La canción invoca al padre, no la escribió él, es de Chico Buarque. Conmovedora canción por cierto para quién desee escucharla*.
Cuando lo invitaron a que se despida del grupo, Juan tomó la guitarra, la afinaba sin prisa, tomándose el tiempo de encontrar las palabras y dijo que no era bueno para hablar, lo cual provocó la risa de todos, y que prefería cantar, y cantar en portugués, nos aseguró que entenderíamos algo de la letra aunque no supiéramos portugués, y que a él esa letra lo expresaba.
Pai! Afasta de mim esse cálice
Pai! Afasta de mim esse cálice
Pai! Afasta de mim esse cálice
De vinho tinto de sangue.
Nacer para colmar una ausencia imposible, rivalizar sabiendo que no hay manera de competir con un muerto.
Como beber dessa bebida amarga
Tragar a dor, engolir a labuta
Mesmo calada a boca, resta o peito
Silêncio na cidade não se escuta
De que me vale ser filho da santa
Melhor seria ser filho da outra
Outra realidade menos morta
Tanta mentira, tanta força bruta
Hay un mundo que existió antes, de lugares, olores, vivencias, y sobre todo vida, vida feliz y esperanzada a la que llegó siempre tarde, a deshora, cuando ya el pozo se había secado y la fiesta terminado, siempre anduvo con la sensación de estar en el lugar equivocado, invitado pero no recibido.
Como é difícil acordar calado
Se na calada da noite eu me dano
Quero lançar um grito desumano
Que é uma maneira de ser escutado
Esse silêncio todo me atordoa
Atordoado eu permaneço atento
Na arquibancada pra a qualquer momento
Ver emergir o monstro da lagoa
De muito gorda a proca já não anda
De muito usada a faca já não corta
Como é difícil, pai, abrir a porta
Essa palavra presa na garganta
Las cosas ocurren en el momento menos esperado. No hubo cálculo alguno en su silencio, solo que un día no tuvo más que decir. Tarde o temprano, recién ahora se da cuenta, se iba a encontrar con esa pregunta que le hizo Susana: “Juante gustaría tener un hijo” y no había respuesta, la pregunta misma le parecía monstruosa, no estaba seguro de ser un hijo, como podría ser un padre.
Pai! Afasta de mim esse cálice
Pai! Afasta de mim esse cálice
Pai! Afasta de mim esse cálice
De vinho tinto de sangue…
Cuando Juan se fue era un hombre joven con una historia a cuestas y con mucho trabajo aún por delante para que el mundo no sea ni tan pequeño ni tan familiar. Cada uno con su pasado dijo una vez, y eso no tiene remedio. El porvenir es otra cosa, por suerte esa historia aún no se escribió y solo uno podrá escribirla.
Talvez o mundo não seja pequeño Tal vez el mundo no sea pequeño
Nem seja a vida um fato consumado Ni sea la vida un hecho consumado
Quero inventar o meu próprio pecado Quiero inventar mi propio pecado
Quero morrer do meu próprio veneno Quiero morir de mi propio veneno
Quero perder de vez tua cabeça Quiero perder de una vez tu cabeza
Minha cabeça perder teu juízo En mi cabeza perder tu juicio
Quero cheirar fumaça de óleo diesel Quiero oler humo de aceite Diesel
Me embriagar até que alguém me Embriagarme hasta que alguien me
Esqueça olvide.
Aprendí con Juan que separar el origen del destino es una operación del análisis para que la vida no sea un hecho consumado
Patricia Martínez, psicoanalista.
* Cálice, de Chico Buarque.
Patricia querida: me encanto. Te felicito. l Lo unico que tengo para agregar, es que la voz que acompaña a Chico sale de la garganta prodigiosa de Milton Nascimento. Esta fantasticamente bien escrito. Te felicito una vez mas. Un beso. Sigo con los otros dos.
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