Historias clínicas. Angelitos de yeso. Por Patricia Martínez.

Cuando abrí la puerta me deslumbró la belleza de Nora. Al rato de escucharla ya no parecía tan hermosa y con el correr de los encuentros perdía brillo, se apagaba mientras hablaba.

Era difícil sostener algún interés en lo que ella decía. Pueril es la palabra. Anécdotas intrascendentes, peleas triviales con las hermanas menores, pequeños anhelos incumplidos.  Y el llanto, un llanto sincero que la acongojaba con una autenticidad tal que solo en esos momentos recobraba su belleza el impacto inicial.

Nora toca el piano, desde siempre, los recuerdos de su vida parecen comenzar el día que se sentó frente a un piano. Si estaba sola, si nadie escuchaba, la ejecución era sublime,  y sublime no es un adjetivo mío sino de ella, pero bastaba que alguien se presentara para que la falla se hiciera presente. No es que se equivocara, a veces sí, pero la mayor parte de las veces no. Era otra la cuestión. Aunque sus dedos ejecutaran a la perfección la pieza, la magia quedaba fuera, y no pasaba nada, no provocaba nada. 

Ella decía que era una tonta, una boba que no despertaba ningún interés en nada ni en nadie, lo cual era bastante ajustado a la realidad, salvo por un detalle, no menor por cierto.  Ella sabía tocar el piano de manera tal que era capaz de lo sublime,  ella podía preguntar algo que sabía interesante, y pensaba cosas que no eran nada desdeñables, pero siempre a destiempo, siempre sin testigos, lo que salía de su boca y de sus dedos eran solo boberías cuando había alguien ahí. Definitivamente una tonta, así se pensaba.

Jamás faltaba a una sesión. Llegaba puntual. Invariablemente el relato contorneaba cotidianeidades, se detenía en detalles que no retomaba, olvidados ni bien pronunciados, no había vez que no terminara contando alguna situación tan trágica como la rotura de una media y desembocaba en un llanto sentido y una congoja difícil de entender si uno nunca leyó los historiales de Freud. En algún momento del relato aparecían los ángeles.

Pero como suele ocurrir, me llevó un tiempo hasta caer un día  en la cuenta, que la mayor parte de sus relatos, terminaban con ella  pintando angelitos de yeso.  Nora compraba angelitos de yeso en las artísticas y los pintaba con esmero. Su piano estaba abarrotado de angelitos. No fue fácil llegar a los angelitos, era un detalle al pasar, presentado de forma tan anodina como el resto de sus historias, que solían girar en torno  a pequeñas anécdotas, siendo que ninguna justificaba su angustia, presente en todo momento.

Le pedí a Nora que me hablé de los ángeles, sin saber por qué,  solo quería escuchar sobre ángeles, esos ángeles que no ocultaban su carácter de sublimes, y así empezó una larga serie de relatos sobre ángeles.  Educada en colegio religioso y asistente a una universidad católica, conocía muy bien el lugar que los ángeles tienen en el dogma cristiano. Pero no me iba a conformar así nomás,  ahí estaban los angelitos de yeso, la única cosa que podía encontrar sostenida en el tiempo y que hacía bien y a la vista de todos.  Su primer angelito lo pintó casi al mismo tiempo que empezó a tocar el piano y con el correr de los años era una experta pintora de ángeles de yeso,  hasta sus hermanas que por todo la cargaban, sentían una admirable reverencia por las figuritas de yeso, pintadas de manera sublime, y otra vez el sublime es de ella.

Casi cuando estaba a punto de perder las esperanzas, Nora me miró y  preguntó si alguna vez me habló del Angelito, su hermano muerto.

Nunca lo había mencionado,  creyó que era innecesario,  no sabe bien como contar los hermanos,  a veces dice somos cuatro, y cuenta entonces a su hermano mayor, se cuenta ella y sus dos hermanas menores,  pero entonces no cuenta a Fede,  el hermanito que murió justo seis meses después de que ella naciera. Y Otras veces dice tener cuatro hermanos, con lo cual lo cuenta a Fede que sería el mayor de todos y a los otros tres, pero se excluye de la cuenta como es lógico,  lo cual termina dando invariablemente cuatro, y le resulta incomodo el cinco. En la cuenta no entran los dos, ella y Fede.

Federico murió de un tumor cerebral. Los padres sabían el desenlace que deberían afrontar cuando quisieron engendrar otro hijo, tal vez para hacer menos dolorosa la muerte del primogénito, tal vez, pero algo no resulto. 

La mamá estaba muy triste siempre, al menos eso recuerdaella, nunca dejo de estar un poco triste, aunque la llegada de las hermanitas mellizas pareció alegrar la casa. Ella recuerda que desde muy pequeña le rezaba al angelito, ese niño que su madre amaba y sin el cual jamás fue feliz, al menos ella, jamás logró hacer feliz a su madre, así lo pensaba.

Ser tonta, ser una boba cobraba otra luz, de manera inesperada.

Nora decía todo el tiempo y con dedicación, que  ella no era viva. Cuando le dije que por más tonta que fuera y no viva que se pensará no estaba muerta como el angelito, Nora solo atinó a mirarme y abrir por primera vez sus ojos al mundo.Puedo afirmar que ahí empezó su análisis y Nora comenzó a reescribir su historia.

No voy a contar las vueltas que fuimos dando, la transformación de Nora en una mujer vital y divertida, sus comienzos como artista tocando el piano por los bares y los duelos emprendidos que parecían interminables.  Solo me quiero detener en otro momento crucial.

De pareja con un violinista, hace un tiempo ronda por su cabeza la idea de tener un hijo.  Se queda callada y pensativa un rato y luego dice: a vos te lo tengo que decir, me da miedo, miedo a que se enfermé, que se muera, vos ya sabes todo el rollo, (permanece un minuto en silencio y luego se ríe) ¿Otra vez el angelito no?, pensé que lo había enterrado definitivamente pero viste como son las cosas, cada tanto vuelve y me asusta, pero bueno, es así ¿no? como se exorcizan los fantasmas, estaba hablando de mi hijo, del hijo que quiero tener y aparezco con mi hermano.

Bueno finalmente estaban los dos. Tan claramente dicho: “aparezco con mi hermano y sin duda son dos. El hermano enterrado y ella con sus miedos, porque claro, la muerte de un hermano tan pequeño sin duda ha sido una  marca en su vida,  que deja huellas y solo quién vive tiene sueños y temores.

 

Epicrisis

“Es así como hay que volver a abordar la relación del psicoanalizante con el psiconalista, y como en los tratados de ajedrez, pasar del comienzo al final de la partida”

Jacques Lacan- Proposición del 9 de octubre de 67

 

¿Qué determina el comienzo de un psicoanálisis? ¿Cuándo se puede considerar que un paciente toma sobre si la tarea analizante? ¿Y cuándo se produce el pase en el análisis?  Son algunos de los interrogantes que me plantea el caso de Nora.

Cuando alguien consulta a un psicoanalista, en el momento inicial, hay un cierto grado de implicación que no es posible, que lógicamente no es posible sin un cierto tiempo de entrevistas, llamadas preliminares.

Nora hace un recorrido que permite ir deslindando el ser una tonta como punto central de su sufrimiento, viene a decir y a mostrar que es una tonta, que ella no es viva y del no viva al angelito y al no muerta, media una lectura de lo que se cifra ahí,  es ese el momento que podemos llamar de subjetivación del síntoma, del síntoma que se va a constituir en el análisis, el síntoma singular en el que hay una identificación necesaria entre el sujeto y su síntoma, momento inicial de constitución de una posición analizante, no queda otra alternativa que encarar la cosa que allí se puso en juego. No hay otra salida que la de meterse por ahí.

Al final de la partida las cuentas se hacen de otra manera, y el acto de interpretar recae sobre el analizante quién puede leer ahí aquello que le concierne.

Patricia Martínez, psicoanalista.

Un comentario en “Historias clínicas. Angelitos de yeso. Por Patricia Martínez.

Deja un comentario