La admisión, escuchar más allá del dispositivo. Viviana Garaventa y Mirta Guzik.

Esta nueva presentación del Hospital Revisitado empezó a gestarse antes de la irrupción del Coronavirus. Parece entonces haber quedado un tanto descolgado. Al decir de Helga Fernández, «todo quedó descolgado”.

Decidimos presentar igual nuestra propuesta. Como un modo de “colgarnos”.

En estas idas y vueltas de estos momentos, entre el desasosiego y el sostener espacios de trabajo como modo de no quedar «pandemizados» ni «distraídos» con lo que nos atraviesa de modo ineludible, hacemos lugar a la admisión de lo que se presenta, como en la práctica de nuestro oficio en el hospital, encontrando a veces alguna novedad que alivia. 


Mirta Guzik Viviana Garaventa

Helga Fernández, editorial.

LA ADMISIÓN, ENTRE LA EFICIENCIA Y LA APERTURA

Mirta Guzik

En el panorama de la revisita al hospital entramos todos: los pacientes, los que quizás lleguen a ser pacientes, aquellos mecanismos instituidos, a veces burocratizados, los profesionales y entre ellos, los analistas.

Pero nosotros, analistas, hacemos el ejercicio de la revisita. Nos detenemos, escuchamos, pensamos, actuamos.

Decíamos en un encuentro anterior: “Cómo estar allí para que quien se acerque con un pedido, pueda decir de sí. Poner su cuestión en juego”.

Cómo llega alguien a plantear un pedido a un servicio de salud mental? A veces, por su cuenta, por una inquietud, un malestar, un sufrimiento que le resulta insoportable.

Otras, quizás porque otra persona u otra institución detecta que “podría hacerle bien”. En estas últimas situaciones, muchas veces hay una ajenidad, un “me mandaron”.

Y “del otro lado del mostrador”, alguien que, como suele decirse en la jerga, “admite”.

La admisión. La recepción de una queja, de un pedido.

Se arma allí una tensión entre la eficiencia y la escucha. Tensión que genera un espacio controversial, neblinoso.

La eficiencia, guiada por el ideal institucional, se maneja  en términos de “sacar gente de la sala de espera, anular las colas, despejar ventanillas”.

Y la escucha, como aquella posición que permite estar allí para que algo se pueda decir.

Se inventan entonces, con buena voluntad, diversos artificios más o menos creativos como grupos de lista de espera, turnos de turno para dar turno.

Cuando llega el “turno” para alguna entrevista, muchas veces el momento ya pasó. La situación cambió.

Es cierto que no es  fácil contar con horas profesionales “dispuestas”.

Cómo se hace entonces (porque se hace), para poder no rendirse al rendimiento y generar las condiciones  para que alguien diga de sí, sin desestimar, al mismo tiempo, las pautas institucionales.

Un analista debería allí considerar atentamente las coordenadas para que alguna operación sea posible.

Admitir,  ¿qué?, ¿si?, ¿no?, ¿por qué?, ¿ a qué?

“Solicitud judicial para la reiniciación de tratamiento psicológico”

Es el pedido que traían una púber y su abuela, que era quien estaba a cargo del cuidado y atención de la jovencita. Un año antes había concluido un trabajo terapéutico en el mismo equipo.

Se  las recibió a ambas, escuchando lo que querían plantear. No entendían muy bien la derivación judicial, ya que no presentaban malestar en la convivencia, en la escolaridad de la joven. Nada que generara la necesidad de una consulta.

Se realizaron luego entrevistas con cada una de ellas, por separado. Seguía sin entenderse la derivación.

Se estableció entonces contacto telefónico con el juzgado para conocer las razones de la solicitud. Allí plantearon que la idea era generar una prevención” ,en función de la dramática historia que la jovencita había vivido. Aludieron a la ausencia de padre y madre y pensaban que la infancia de la niña había sido traumática y determinante.

Al no percibirse ni en la joven ni en su abuela ninguna demanda de tratamiento ni la manifestación de algún malestar a ser trabajado, y contando con la experiencia favorable del tratamiento finalizado, se transmitió al juzgado que no se iba a dar curso a la solicitud.

Cuando, citadas nuevamente, se les explicitó la posición planteada al juzgado ambas se mostraron aliviadas y agradecieron haber sido escuchadas.

Quizás desde la perspectiva del juzgado, “los sucesos vividos” eran razón necesaria y suficiente para un tratamiento, tomando esos sucesos de modo  determinante. Sostener a la niña en ese lugar podría haber resultado estigmatizante.

Vale aquí pensar en lo que Freud trabaja en relación con el trauma.

Será necesaria otra vuelta, un segundo tiempo que resignifique y actualice, eventualmente lo vivido, para producir síntomas que posibiliten una demanda de tratamiento.

Detengámonos un momento. Y volvamos a qué, y a qué se admite. Desde un punto de vista protocolizado, aquí  «no se admitió a tratamiento». 

Sí se admitió la singularidad de quienes se acercaron. Se trabajó la derivación judicial y no se actuó automáticamente.

 Tocan a una niña

Toda consulta, especialmente si se trata de una consulta a nombre propio, y no derivada por otra persona o institución, implica una decisión. Y esta decisión involucra un manojo de sensaciones, emociones y sentimientos.

Cuando quien consulta, dice que lo hace “por un hijo”, este manojo de sentimientos se complejiza.

Y si el tema que genera la consulta es el abuso, en el que la privacidad, la intimidad han sido invadidas, más aún. [Volvamos a la formulación freudiana acerca de  sexualidad y muerte] Un tono afectivo que suele estar presente en estos casos, es la vergüenza.

  1. una mujer de 31 años se acercó al Servicio con una derivación de la pediatra de sus hijas. Se la  invitó a pasar a un consultorio para que pudiera contar de qué se trataba. El papelito hablaba de “situación de abuso” sufrida por su hija de 9 años. Ante esa situación, es común que se otorgue mecánicamente un turno para la niña con alguna fecha diferida. Ese día había tiempo y algo despertó curiosidad en la analista. (Quizás, ¿algo en su decir? Se trataría aquí, ¿de cierta apuesta a alguna emergencia subjetiva?). Recuerdo aquí lo que Freud señala en la Conferencia acerca de El sentido de los síntomas. Algo allí era “apto para despertar el apetito de saber” (sabiamente planteado, es enigmático el apetito de saber de quién).

Podríamos pensar en esta consulta como una consulta y detenernos en aquello que se construye en el encuentro entre consultante y analista.

  1. relató que se enteró de que el dueño de la casa en la que su grupo familiar alquilaba una habitación había manoseado a la nena. Se la notaba muy preocupada. Estaba tomando recaudos al respecto. L se refería al dueño de  la casa como “EL SEÑOR”. (Parecía estar hablando de un señor feudal).

Esa entrevista abrió la posibilidad  de un nuevo  encuentro para ella en el servicio. Se la notaba sorprendida por haber sido escuchada. Algo de una cierta expectativa de “no lugar” se comenzaba a vislumbrar en su decir.

Pasadas algunas entrevistas, L se presentó contando que la habían vuelto a citar de la escuela  de su hija, para insistirle en que hiciera la denuncia. Ella dijo: “Yo vengo a hablar de otra cosa. Quiero hablar de mi mamá”. Habló de la relación con su madre, y de cómo se sintió abandonada de chica por ella, quedando expuesta al maltrato y al abuso por parte de familiares.

Algo se abrió allí. Ese mismo día, L planteó que su hija estaba preguntando cuándo podía ir  a hablar con la psicóloga. Se organizó una entrevista de admisión para la niña.

Propongo que nos detengamos otra vez, pensando en la admisión. Y que agreguemos a esta reflexión la cuestión de la denuncia.

Se puede sostener  que alguien había derivado a una niña, otra vez, “por lo que sufrió o estaba sufriendo”

Si la admisión puede presentar aspectos “neblinosos”, la cuestión de la denuncia roza tonos de complejidad institucional. Se presentan controversias, temores, amenazas, opiniones y a veces preguntas obscenas donde se dificulta, muchas veces, apartarse de estilos culpógenos e imperativos. Suele funcionar la moral en el lugar de la ética.

Denunciar implica notificar a una autoridad competente, la comisión de un delito que involucra la vulneración de derechos de niños, niñas o adolescentes.

Se hace necesario, entonces, evaluar si hay derechos vulnerados, y en ese caso, niños en riesgo.  Si eso sucediera, nos atañe, por un lado, una responsabilidad social y por el otro, en tanto agentes de salud, una obligación institucional de hacer esa denuncia.

Los cuidados que L estaba procurando para con su hija nos eximieron de hacernos cargo de una denuncia judicial. La niña no estaba en riesgo. L se ocupó de convocar a una prima para que cuidara de sus hijas mientras ella trabajaba. En todo caso, el trabajo con L podría conducir a acompañar el proceso de  su implicación en la situación planteada.

El acceso a la consulta, la salida del encierro del silencio constituía un esfuerzo de subjetivación por parte de L. La decisión fue sostener ese trabajo.

Quizás esa sea la clave a la que alude Lacan en Psicoanálisis y Medicina: Estar allí. Auspiciar que se diga.

Cito finalmente a Lacan en Psicoanálísis y Medicina:

“Si el inconsciente es lo que es, no una cosa monótona, sino al contrario una cerradura tan precisa como sea posible, y cuyo manejo no es ninguna otra cosa que abrir, a la manera inversa de una llave (clave), lo que está más allá de una cifra, esta apertura no puede más que servir al sujeto en su demanda de saber. Lo que es inesperado, es que el sujeto confiese él mismo su verdad, y que la confiese sin saberlo”


Mirta Ajzensztat de Guzik. Licenciada en Psicología, UBA. Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de la Argentina. Desarrolla su práctica clínica en su consultorio privado. Integra el equipo coordinador docente del Seminario de Clínica con niños y adolescentes organizado por el Servicio de Salud mental del Hospital Ramos Mejía. Fue Coordinadora del equipo de atención de niños y adolescentes en el Servicio de Salud Mental del Hospital Ramos Mejía hasta junio de 2019. Es supervisora en equipos de Salud Mental de varios hospitales y Centros de salud.

Viviana Garaventa. Psicoanalista. Egresada de la Facultad de Medicina, UBA. Concluyó la Residencia en Salud mental infanto-juvenil en el Hospital de Niños Ricardo Gutierrez, donde fue Jefa de Residentes. Integrante del equipo de Salud mental del Servicio de Urgencias de dicho Hospital desde 1992. Fue instructora de residentes en la Residencia de Psicología infanto-juvenil en el Hospital Gandulfo. Actualmente es Supervisora clínica del Equipo Infanto Juvenil y del Equipo de interconsulta del Hospital Ramos Mejía. Colaboradora docente de la Práctica profesional Clínica de la urgencia  y de la Práctica profesional Hospital de Niños Ricardo Gutierrez de la Facultad de Psicología UBA. Participó ininterrumpidamente con presentación de trabajos en  las Reuniones Lacanoamericanas desde 1999 hasta 2015. Publicó numerosos trabajos en la revista Psicoanálisis y el hospital.

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