En la feria del libro del año anterior, 2019, tuvo lugar la presentación del libro de Victoria Larrosa. Curandería. Escucha clínica, performática y gualichera, editado por Hekht Libros.En el margen, en tiempos en los que sopesamos, tal vez más que nunca, el valor del encuentro, publicamos los dos textos que se presentaron en esa ocasión, de Julián López y de Paz Ferreyra.Aquí, link de Descarga de PDF hacia el libro. La editorial, en estos días, lo «liberó al mundo».
Acerca de Curandería, de Julián López.
Hace no demasiados días esa narrativa fabulosa que es la ciencia logró reunir una enorme cantidad de reflejos bastante pálidos para reconstruir la imagen de unos bordes, el crochet lumínico con que el espacio de hace 54 millones de años luz confirmaba la existencia material de los agujeros negros. En esos mismos días otra vez la ciencia determinó que en Filipinas teníamos una familia desconocida, el Homo luzonensis se dejó ver por algunos pocos rastros también materiales: los huesos de unas manos, los huesos de unos pies, un puñado de dientes. El pasado le sirvió a la evolución los signos menos sutiles de otra existencia: por las herramientas de agarrar, de pisar el planeta, de morder, se reveló que había más gente de la que le sospechábamos al mundo y a su Historia. Seguramente hay muchísimos más datos de la multiplicidad, registros del magma constante que se manifiesta, de la inabarcable complejidad que supone leer al mundo, pero Curandería, el libro que hoy presentamos, nos advierte: “el dato es un dios, ya existe, ya lo dijo, ya lo sabía. El dato sostiene la fantasía de un ser en sí, idéntico a sí mismo que se desenvolvería a través del tiempo. Desvirtúa al devenir. A nivel categorial el dato actuaría como un tranquilizante, placebo. El dato es proactivo: crea congresos, seminarios, pósters y sobre todo llena papers. Fabrica doctores, magisters, posdoctores, consultorios, laboratorios, escuelas, cárceles, iglesias, clubes, facultades, especialistas”.
No es casual que empezara esta página hablando de una narrativa fabulosa que se mete en el futuro y nos trae rastros del pasado, reflejos que atraviesan el tiempo en unidades millonarias de años luz, no es casual que empezara esta página con la idea de una circularidad: los métodos ultra avanzados de observación, las líneas de sentido más progresistas y lanzadas a ese convencimiento lineal que es la idea del tiempo, las prótesis con las que los saberes nos ofrecen la pastilla azul parecen converger y desarmarse indefectiblemente en la intemperie de la existencia. Ahí donde no hay lo porvenir ni lo que fue, esa suma de datos dioses que porfían en explicarnos quienes somos, no hay ni pasado ni presente ni futuro: hay la curva que lo enlaza todo, el átomo conmovido por la mirada, la mínima animalidad, la minimalidad que creíamos inconsciente de pronto se percibe observada, de pronto se detiene a dar cuenta: hay esto y hay eso y hay un campo infinito, la mirada. Intemperie y existencia.
Curandería, escucha clínica, performática y gualichera, es un libro furioso, un libro plebeyo que se pone a decir todo el tiempo que el rey está desnudo, que el sistema identitario es la indumentaria más cruel y más feroz, más productora de matarifes, de jerarquías, de obediencias, de cadenas de sentido y de productividad. Curandería es un libro en el medio del campo, un rancho perdido en el que habita alguien capaz de curar con cicuta a enfermos que nunca llegan, la sola existencia de ese rancho es un no dato, está ahí, en medio del campo existencial, en medio de la intemperie y ni siquiera espera.
El libro de Victoria Larrosa es furioso, desenfoca la idea de lo divino y la cambia de lugar, la devuelve siempre a una ilógica propia, no es posible pensarse individual, no es posible una clínica que proponga salir a la caza de recompensas informativas para saber de nosotros, no se puede aspirar a una inmersión asertiva y datable que termine de componer el cuadro unívoco.
Lo que sí parece posible, según el trazo de Curandería, es merodear, recopilar los reflejos pálidos de lo que denuncia la existencia del agujero negro, esa trama urdida del borde que tal vez se coagula en cadena de proteínas justamente porque está a punto de desaparecer. El borde del horizonte de sucesos no supone certeza, sólo permite inferir, manda como expedicionario al olfato antes que a la vista, evita métodos de comprobación y abre la posibilidad de la escucha, el conversatorio, otra vez, la mirada que conmueve al átomo.
En Curandería no hay campaña, hay todo el tiempo una invitación valerosa, insistente, insolente y amorosa a la emancipación, a la descolonialización, al nudismo eventual. No es el saber, no hay adónde llegar, no hay qué descubrir, es posible quedarse a vagabundear, a estar un rato, el rato que toque, a tejer asociaciones familiares nuevas para mostrar que la inclemencia también es un sistema de reflejos que dan cuenta de una otra trama muscular: filosofías y actuaciones y bailes y canciones. Nietzsche, Bartok, Anderson, Huppert, Deleuze, Quignard, Bowie, Björk, Nancy, Levi Strauss, Pizarnik, Chiricco.
Decía que Curandería es un libro furioso, une hije de las furias, las que no reconocen autoridad de ninguno de los reflejos unívocos y castigadores, de ninguno de los dioses del Olimpo; las furias son armonías en reversa, demonias con pelo de sierpes y puñales en las manos.
Curandería es un libro amoroso, una curva enlazamundos que interrumpe la producción fordista y muestra la muesca, el subproducto, el residuo, el error que hace dudar y, otra vez, la mirada que sorprende al átomo. Curandería propone la reunión que puede redimir de la linealidad de ser, la obligación tediosa del ser convencido de su narrativa propia y exclusiva. Curandería es, claro, una indagación concentrada y también distraída en el lenguaje, una sala de estar, común, pasajera y momentánea, múltiple, compartida, misericordiosa, existencial.
Quizá Curandería sea un libro que aún no existe, quizá sea algo que nosotres hacemos con esto, una intensidad que reclama a alguien para conversar y, claro, un alguien no es cualquiera.
Para Curandería, de Paz Ferreyra.
1. La escritura de Larrosa es un acontecimiento frigano.
El término “friganismo” o “movimiento frigano”, del inglés freeganism, es la contracción de “free“ (gratis/libre) y “vegan” (veganx, la práctica que rechaza el uso y consumo de productos de origen animal).
El movimiento frigano comenzó a mediados de los ‘90 en el contexto de los movimientos antiglobalización: designa un estilo de vida anticonsumista con una participación limitada en la economía convencional, y una de sus estrategias es evitar el consumismo innecesario y otra, la más concreta y conocida, la recolección de comida que fue tirada a la basura o descartada por estar próxima o pasada su fecha de vencimiento
Los friganos son considerados activistas que se manifiestan contra el consumo y desperdicio excesivo de productos, siendo la comida el foco de atención en muchas de sus acciones. Sus actividades son básicamente nocturnas, cerca de restaurantes y supermercados donde es posible encontrar alimentos seguros y en condiciones para preparar sus propias comidas o compartirlas en banquetes comunitarios.
(Hasta aquí, edité de Wikipedia).
En Curandería, Victoria despliega la escritura como acto performático siempre en movimiento que se alimenta de restos, detritus, productos de la descomposición – basura y compone con deshechos: y en ese acontecer descompone, des – hace. Des hace los axiomas de la lógica discursiva descriptiva y hegemónica de manuales, para desclasificar y habitar el registro de la musicalidad, lo rítmico, y lo sonoro. Des – hace y fragmenta. Rompe. Deshace y transita sin problemas de traducción la escritura de trinchera, la de apuntes, de micro relato, de palabras clave, notas al pie y notas de los márgenes. Escritura de los márgenes, escritura marginal.
Larrosa participa limitadamente y a criterio, de la economía convencional como dosis mínima de organización para desde allí desplegar y replegar, crear, cocinar con restos y generar obra. Cocina con sobras y lo que sobra (el exceso) siempre está sucediendo en el tiempo de gerundio, en pleno acontecer. Leo Curandería y me dejo atravesar por una escritura ninja, samurai, una escritura “frigana nocturna”.
(Leer La Galería – pág. 18).
Esta escritura marginal es una práctica activista y un artefacto social, colectivo, es parte de un banquete comunitario. Suceden multiversos multivoces susurrantes, rumores, coros que van ocupando y permeando el texto: escritura okupa. Curandería insiste en desmantelar la falacia de “lo personal”, “lo propio” del individuo – sujeto con identidad fija por Afuera de lo social, que lo escribe y produce. Insiste en la comunidad productora de subjetividades e identidades y sobre todo, sobre los modos de producción de sentido.
(Leer Ex Esma – pág. 42-44).
La escritura de Larrosa es un gesto político que subvierte el orden y la corrección gramatical. Incomoda a los ratis de la lengua y manijea a quien lo lee. Es daga, katana, canasta, chatarra, caca, punk, abala, alaba, avalancha, amada, bastarda, trama, abraza, acaba, acampa, en tanga, mala fama.
Me interpela pensar la clínica como clínica de obra, como curaduría clínica. Como Curandería, gualichería. Me motiva el devenir de una clínica a martillazos, de artesanía con cincel. Y frente a la pesadez de una clínica institucionalizante y vetusta, la propuesta de esta experiencia “como aventura”, resalta como gesto revolucionario.
Aventura donde el fragmento, lo merodeante, lo fractal, se entraman en ficciones (siempre ficciones) y componen expresiones políticas, éticas y estéticas. Aventura que exime de ese modo a la experiencia y a la escucha de una obligación significante, con la genuina intensión de promover la libertad y la insistencia pulsátil de la alteridad y lo múltiple.
Me asaltan mientras leo, imágenes del oficio y la mecánica del bordado y la costura, el corte y la confección. A medida que avanzo, la clínica, la escucha, la producción subjetivante se entraman de modo progresivo en esta constelación textil.
Una clínica de la momificación, una escucha hegemonizante adicta a las respuestas y pajera (pajera por vaga, desidiosa y soberbia) despliegan la violencia significante como dinámica y se envician en su afán de producir verdades. Esta clínica ha cosido con sus “puntadas”, una pesada mochila a la espalda del sujeto. Esa mochila que deviene piedra, quiste, fósil, se fija en identidades rígidas y funcionales a un sistema de dominación arrasante. Puntadas regulares que perforan la carne, cosen y “sujetan” el nombre y la mascara capitalista hasta la médula, nuestra.
La clínica de la aventura, de la incertidumbre, la clínica de la des-referencia corta, descose y se entrega al oficio del bordado y el juego. Un bordado que des – Borda (destinstitucionaliza). Transita la superficie del lienzo con puntadas irregulares, y bascula entre la incisión de la aguja fina y el desborde poético, dibuja, pellizca y ficciona motivos, desmitifica, desidentifica, reversiona relatos, poniéndolos en situación de conversatorio y produciendo tapices y telas porosas de la experiencia, que es social o no es.
Bordados siempre en proceso, en simultáneo o en otra sincro, puntadas que convocan una tela o muchas, en superposición, con pliegues, lisas, pliseé, tornasoladas, promiscuas, puntadas siempre con cadencia inédita, a mano o a máquina. A máquina de guerra.
Deleuze, Guattari, Simmel, Nieztche, Joseph, Levi-Strauss, Larrosa, Medina, Anderson y otres, todes conversan. Hablan, en este bordado bricolage gualichero que deviene agenciamiento libro. Curandería, traza la cartografía de una galaxia prolífera en incertidumbres, diagonales e inversiones + cadáveres exquisitos / archivos desclasificados.
(Leer Incertidumbre – pág. 50)
Después de leer Curandería, tengo el culo lleno de preguntas.
Victoria Larrosa. [Buenos Aires, 1971]. Es psicológa por la UBA, docente e interventora cultural. Desde 1996 trabaja en la Universidad de Buenos Aires, (Facultad de Ciencias Sociales y en la Facultad de Psicología). Dio clases en la Universidad de Lanús. También dicta seminarios de postgrado en el Instituto Universitario del Hospital Italiano. Fue integrante del Grupo Imagen Cristal, plataforma virtual dedicada al dictado de clases sobre Deleuze, Guattari, Nietzche. Como analista institucional desarrolla su actividad de modo público en Hospital José T. Borda y también de modo privado. Es coordinadora de talleres y grupos de estudio en filosofía y clínica desde 2004 hasta la actualidad. Es autora del libro Cartas de Navegación. Escrituras Clínicas, junto con Horacio Medina, Victoria Larrosa y Fernando Montañez, editado por Ediciones Archivida Autora de Curandería, escucha performática, clínica y gualichera (Heckt, 2018); coautora en Instancias en común sin comunidad (La Cebra, 2018) y en Ensambles (EUDEBA, 2011); coeditora y autora de varios artículos en Revista Transversales 1 y 2 (2010, 2011). Es editora de Cuadernos de campo Nietzche. Investiga: escucha, sonoridad, sentido, dolor, escritura, entre el psicoanálisis, filosofía y estética.
Julián López [Buenos Aires, 1965]. En 2004 publicó el libro de poemas Bienamado [Carne Argentina]. En 2013 la novela Una muchacha muy bella [Eterna Cadencia Editora] que fue traducida al neerlandés, al francés y al inglés y publicada en Holanda [De BezigeBij], Francia [Christian Burgeois Editeur] y Estados Unidos [Melville House]. En 2018 salió la novela La ilusión de los mamíferos [Penguin Random House] que en 2020 integra el Mapa de las Lenguas y se publicará en España. En 2020 publicará el libro de poemas El cariño en flor [Penguin Random House]. Integra diversas antologías de relatos, Estilo libre [Loqueleo] y Golpes, relatos y memorias de la dictadura [Seix Barral], entre otras. Desde 2006 codirige el ciclo de lecturas Carne Argentina, dicta talleres de escritura y es docente de la carrera Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes [UNA].